Historias y personajes
Un
mapa de 1775
En la Biblioteca Elma Kohlmeyer de Estrabou de la FFyH se halla un antiguo mapa de Sudamérica, realizado en 1775 por Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, que fue cartógrafo oficial del rey de España. Solo hay siete u ocho en el mundo en su tipo, y están en manos de importantes coleccionistas o en archivos de países desarrollados.
El
excepcional grabado muestra a la Patagonia argentina como parte del Reino de
Chile.
Entre los más de 120 mil libros y otros objetos de valor histórico incalculable que pueblan la Biblioteca Elma Kohlmeyer de Estrabou de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC se halla un antiguo mapa de Sudamérica, realizado en 1775 por Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, que fue cartógrafo oficial del rey de España.
El plano, que hasta hace poco tiempo era exhibido en la sección Estudios Americanistas de la biblioteca y ahora se encuentra en proceso de “conservación preventiva” para atenuar los daños que le producen el polvo y la humedad, causaba sensación a todos los que ingresaban a la sala. Durante mucho tiempo estuvo expuesto en una de las paredes de la sección, invitando a la imaginación a volar por esa época. Para compensar la falta de este preciado mapa, se colocará una reproducción del mismo.
El mapa es una copia exacta y fiel del original español, realizado en Madrid en 1775 y cuya confección fue ordenada por el rey de España. Está realizado en papel hecho a mano sobre liencillo y coloreado posteriormente, también a mano. Su autor, el geógrafo Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, vivió entre 1734 y 1790 y para esta obra contó con la colaboración del grabador Hipólito Ricarte.
El magnífico mapa del continente sudamericano “se considera el más valioso y mejor grabado de América Meridional; la primera edición es del mes de noviembre de 1775; en 1776 se elaboró una segunda edición modificada, y a finales del mismo año se publicó la tercera; la cuarta es de 1785 y en 1799 el cartógrafo inglés William Faden elaboró otra edición en Londres.”[1]
El que
se halla en la Biblioteca es de la primera edición y, según los datos
recogidos, sólo hay siete u ocho en el mundo, que se encuentran en poder de
coleccionistas u otras entidades como el
Archivo General de Indias de Sevilla, los archivos del gobierno británico de
Kew Gardens, en Londres, y la Biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford.
Tan
excepcional es este mapa que una copia mural del mismo se encuentra en el
Palacio de Monticello de los Estados Unidos, hecha por orden del ex presidente
Thomas Jefferson para ver los límites de las naciones de Sudamérica, que por
ese momento empezaban a surgir.[2]
Sus características particulares son la distribución etnográfica y política que ostenta. En el primer caso, se destaca por mostrar la disposición de todas las tribus indígenas que existían por entonces en el continente. Y en cuanto a la distribución política, resulta más que interesante porque muestra a la Patagonia argentina como parte del Reino de Chile. Precisamente por eso este mapa fue usado, en 1873, en una de las tantas discusiones limítrofes que mantuvieron la Argentina y el país vecino.
Aquel procuraba demostrar, por cierto, que el territorio patagónico estaba bajo su dominio. Sin embargo, el argumento no fue aceptado por los diplomáticos argentinos porque la realización del mapa data de antes de la creación del Virreinato del Río de la Plata, que fijó los actuales territorios y determinó los limites de las naciones tal como las conocemos hoy.
Más allá de las polémicas que despertó en su momento, lo destacable es que hoy este grabado provoca admiración aún en quienes desconocen el enorme valor histórico de la pieza. Se trata, en realidad, de uno de los varios “tesoros” que alberga la biblioteca, que funciona desde 1934, cuando se creó el Instituto de Filosofía.
En el actual edificio que la biblioteca ocupa en la Ciudad Universitaria se pueden encontrar distintas colecciones y donaciones que enriquecieron su patrimonio, siendo una las más significativas la que le realizó al viejo Instituto de Estudios Americanistas monseñor Pablo Cabrera.
A su vez, cuando Cabrera falleció, el Instituto le compró a sus herederos el legado cultural. Por lo tanto, el Instituto fue creado para “continuar la obra iniciada por monseñor Pablo Cabrera, conservar y estudiar los documentos y libros de su colección.”
Entre otros objetos se encuentran manuscritos que van desde el siglo XVI a principios del XX, libros españoles editados en imprentas, apuntes, fotografías, mapas, planos y cartas que le pertenecieron a Cabrera. También se compró su mobiliario, que hoy se encuentra en el Museo de la Universidad.
[1] www.cervantesvirtual.com/portal/venezuela/cartografia.shtml
[2] http://members.fortunecity.es/cartografias/canolm.html
Iván
Baigorria, el gran profesor
Dio
clases de Antropología Cultural en la FFyH durante las décadas del ’70 y el
’80, fue un referente para sus colegas y un ser entrañable para sus amigos.
Aunque falleció en 1988, su recuerdo todavía emociona a quienes lo conocieron.
El “Moluche” fue siempre fiel a sus ideas progresistas y contagió su pasión
por la lectura, la política y la música.
Los ojos llenos de lágrimas de sus dos queridos amigos confirman lo que todos repiten. Que Iván Baigorria era un ser “entrañable” y un profesor “querido por todos”.
Mónica Maldonado, que fue su alumna, luego su compañera de cátedra y que hoy conduce la secretaría de Ciencia y Técnica de la FFyH, lo recuerda como alguien capaz de mirar la vida desde un lugar nuevo y de provocar fascinación en sus interlocutores. Horacio Faas, amigo de Baigorria “de toda la vida” y actual director del Centro de Investigaciones de la FFyH, evoca las pasiones compartidas, por la política, por la cultura, por la música.
Iván Baigorria nació el 6 de mayo de 1937 y vivió casi toda su vida en “la República” de San Vicente. Era el hijo único de una familia de clase media y fue a una escuela pública de ese barrio. Su madre fue maestra y trabajaba en la misma escuela de la que el padre de Faas era director. De ahí que los uniera una relación larga e intensa. Desde muy chico le dijeron “Moluche”, término que designa a una tribu indígena. Y quizás el apodo respondía a su color de piel trigueña, ya que algunos también lo llamaban “El Negro” Baigorria.
Apenas terminó la secundaria, en el Colegio Nacional de Monserrat, empezó a estudiar a Derecho. Una elección en la que habían influido sus padres, pero que él no disfrutaba. Abandonó las leyes y los códigos, y se metió en la carrera de Historia de la FFyH, donde se recibió en 1968 con la tesis “Cultura y personalidad en una localidad aislada”. Enseguida empezó a dar clases, en la misma Facultad, y también trabajó en el Instituto de Antropología con el reconocido investigador Alberto Rex González, donde hizo su formación antropológica.
Folklore
e ideales
“El Moluche era muy expansivo y se vinculaba muy fácilmente con la gente”, dice Faas, recordando los días compartidos en el barrio, la escuela primaria, la secundaria y hasta la facultad, aunque en carreras distintas. “Era una persona muy inquieta, muy interesada en las cuestiones culturales y en la política -sigue Faas-; una de las cosas que nos mantenía cerca era nuestro enfoque socialista de la vida. Él más bien tiraba para el lado de la democracia progresista y yo para el socialismo”. Por eso, uno de los “ídolos” de Baigorria era Lisandro de la Torre, referente de ese ideario.
Cuando eran adolescentes, Faas y Baigorria formaron un grupo folclórico. “El Moluche era bueno para eso y, ya grande, en las fiestas tocaba la guitarra y se ponía a cantar”, recuerda su amigo. Apenas terminaron el colegio, en 1955, ambos participaron de la Revolución Libertadora que derrocó a Juan Domingo Perón, “pero no en la facción católica, porque viniendo de la democracia progresista y del socialismo, no éramos para nada católicos”, precisa Faas, para luego rememorar que los dos compartieron después “las utopías de los 60” y que sus charlas políticas “eran siempre apuntando a cuándo se iba a poder establecer un mundo totalmente socialista”.
Precisamente la charla, o mejor, la conversación, era uno de sus puntos fuertes. Tenía una oratoria intensa y seductora, y por eso mismo solía provocar fascinación entre quienes lo escuchaban relatar las experiencias recogidas en sus incursiones a las comunidades indígenas, o exponer con brillante ironía los argumentos de su antiperonismo.
Aulas
llenas
A fines de los ’60, y guiado por su espíritu idealista, Baigorria se fue a una expedición a un pueblo perdido en la provincia de La Rioja, cercano a la cordillera, llamado Laguna Blanca, donde realizó estudios antropológicos. Y ya entrada la década del ’70 empezó a dictar clases en la Facultad, en la materia que más le gustaba: Antropología Cultural.
Las clases eran en el Pabellón Francia Anexo, “en unas aulas muy grandes y siempre llenas”, recuerda Maldonado, que fue su alumna en 1973 y, mucho tiempo después, trabajó como adscripta en su cátedra. Conmovida, recuerda el clima de esos encuentros: “Las clases no eran innovadoras en cuanto a tecnología, lo eran en cuanto a la problemática, uno entraba ahí y empezaba a cuestionarse un montón de cosas respecto a la normalidad, a que había otras formas de pensar y de vivir”. A la hora de reivindicarlo como profesor, su ex alumna no ahorra elogios: “Iván era un lector muy ávido y muy memorioso. Ingresábamos a la lectura de los clásicos de la Antropología, pero él los ilustraba con su palabra”.
Buena parte de sus libros hoy forman parte de las colecciones de la Biblioteca de la FFyH, donde incluso hay una sala que lleva su nombre. Pero “Moluche” no sólo atesoraba libros. También era fanático de algunas revistas -tenía la colección completa de “Asterix”- y guardaba objetos recogidos en sus trabajos de campo, como puntas de flechas o pequeñas estatuillas elaboradas en lugares remotos.
En 1975, durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón, a Baigorria no le renovaron el contrato y junto con varios profesores, entre los que se encontraba Faas, debió abandonar la Universidad. Maldonado recuerda ese momento como si fuera ayer: “Organizamos una gran asamblea para pedir la reincorporación de todos los profesores echados. Fue una asamblea multitudinaria donde invitamos a los profesores a participar. No logramos la reincorporación de nadie, pero fue un acto de reconocimiento que le pudimos hacer como estudiantes. Fue un acto muy emotivo. Iván estaba ahí y se lo notaba muy emocionado”.
Exilio
y después
En esa época la Triple A ya había empezado a actuar fuerte en Córdoba. En uno de sus operativos fueron a la casa de Baigorria y se quedaron una semana esperándolo. Después de ese episodio, “Moluche” emigró en los primeros meses de 1976. Se fue exiliado a México, donde vivió durante casi ocho años y trabajó en la Escuela de Antropología.
Como muchos otros que habían tenido que abandonar el país, volvió en 1983, con la recuperación de la democracia. “Era un tipo exteriormente optimista, pero me parece que debe haber tenido una gran melancolía interior -arriesga Faas-; incluso, creo que había idealizado nuestro país porque estando allá quiso venirse de todas formas. Y quiso volver a pasear por el barrio.”
Apenas pudo, regresó a las aulas de la FFyH a dictar clases de Antropología, su gran amor. Murió en 1988, cuando tenía apenas 51 años. Aún así, su recuerdo permanece intacto.