En este artículo, la vicedecana de la FFyH, Flavia Dezzutto, plantea la necesidad de pensar, en clave de un feminismo emancipador, los actuales desafíos que supone preguntarse por el objetivo y los modos de las luchas pasadas y futuras.
El 8 de marzo, día de paro y lucha para las mujeres trabajadoras, fue propuesto como tal por iniciativa de Clara Zetkin y Käte Duncker en el II Encuentro Internacional de Mujeres Socialistas realizado en 1910 en Copenhague, con el nombre de «Día de Solidaridad Internacional de las mujeres proletarias». Es sabido que esta conmemoración recuerda la gesta de las huelguistas textiles de Nueva York, durante los inicios de marzo de 1908, que finalizó trágicamente con la muerte de cientos de mujeres, a causa del incendio de la fábrica que era centro de la protesta, provocado por sus dueños.
Este día, que durante mucho tiempo fue un pálido festejo sentimental, hoy se tiñe con los fuertes colores del Paro Mujeres, de las calles ocupadas por las protestas contra la violencia de género, en el caso del Ni Una Menos, y las exigencias a los poderes públicos respecto de la salud, la vida, la igualdad de derechos laborales, etc., por parte de las mujeres.
Nuevamente el 8 de marzo tiene como protagonista a la lucha de un colectivo que abarca, al menos, a la mitad de la humanidad. ¿Para qué luchan las mujeres? ¿Quiénes son las mujeres que luchan?
Un componente esencial e irrenunciable de este proceso es aquel que asocia al movimiento de mujeres con los feminismos como teoría y práctica. Durante demasiado tiempo, y aún hoy, ha sido frecuente poner al feminismo bajo sospecha, reivindicando algunos de los derechos de las mujeres por él exigido como válidos, pero rechazándolo como una posición extrema.
Lo que el feminismo, lo que los diversos feminismos, ponen sobre la mesa es el cuestionamiento radical a un orden político, social, cultural, económico, que llamamos “patriarcado”. El patriarcado no se identifica con un varón, o con un grupo de varones concretos, se trata de un régimen que ha regulado nuestra cultura desde tiempos inmemoriales, que abarca por igual a varones y a mujeres en su capacidad de ordenar y distribuir el mundo, pero que ha violentado y violenta sistemáticamente las condiciones de existencia de las mujeres en todos sus aspectos.
Por eso esta lucha supone, inevitablemente, el análisis del estatuto y alcances del sistema patriarcal, y, contando con dicha comprensión, la formulación de acciones políticas que contribuyan de modo sustantivo a la transformación de un estado de cosas que ha legitimado y propiciado, aún lo hace con espantosa eficacia, diversas formas de violencia e incluso de muerte para las mujeres. Las herramientas teóricas y políticas para dichas transformaciones no pueden ser sino provistas por los feminismos, por la larga experiencia histórica del movimiento de mujeres.
Pensar los actuales desafíos en clave feminista supone preguntarse por el objetivo y modos de las luchas pasadas y futuras. En tal sentido, ante este 8 de marzo, cabe interrogarse sobre su significado en cada espacio concreto. En el ámbito de la universidad pública, de las instituciones educativas, resulta preciso fijar la mirada en el carácter de trabajadoras de las mujeres que la habitamos.
Las mujeres universitarias, las que construimos la universidad día a día, las docentes y las nodocentes en nuestra labor cotidiana, las estudiantes en su instancia de formación, somos las protagonistas de este día, como las miles de mujeres trabajadoras a las que, originalmente, fue dedicada esta jornada. Hablamos de aquellas que han visto sus condiciones laborales disminuidas por el mero hecho de ser mujeres. En el marco general de un sistema socio económico que ha hecho de la exclusión un principio rector, las mujeres somos siempre las peor remuneradas, las más vulneradas, las menos consideradas, y las más violentadas, sumando, en la mayor parte de las oportunidades, a las obligaciones laborales habituales las pesadas cargas del trabajo doméstico no remunerado, sin cuya realización no sólo no se sostendría el hogar, tampoco el sistema capitalista.
La reivindicación del 8 de marzo como día de solidaridad entre las mujeres trabajadoras, no niega la integralidad de los reclamos del movimiento de mujeres, sino que los pone en perspectiva: implica abordar una lucha desde los lugares de máxima vulnerabilidad, de más sistemática exclusión, de ausencia de reconocimiento, para que las exigencias que tal lucha plantea no borren las violencias concretas, encarnadas, que interpelan a todas, pero se materializan en las vidas de las mujeres trabajadoras en la economía formal e informal, también en el espacio doméstico.
Las trabajadoras docentes y nodocentes, también las estudiantes que desde sus diversas realidades son parte sustantiva de la universidad pública, estamos convocadas a poner en discusión nuestras condiciones de trabajo, y a cuestionar las situaciones de injusticia y desigualdad largamente cristalizadas.
¿Quiénes son las mujeres que luchan?
Un aspecto central de la hora presente supone dejarse interrogar por la siguiente pregunta ¿quiénes son las mujeres que luchan en el 8M?
Las mujeres de las que hablamos no son solamente las mujeres biológicamente asignadas, o las mujeres heterosexuales, también son las mujeres trans, las travestis, las lesbianas.
Me refiero a que no hay una sola forma de llamarse o ser mujeres, hay muchas, por la sencilla razón de que ninguna mujer se constituye como tal por un mero destino biológico, o por una condición sexual, todas las mujeres llegamos a serlo, pues, como bien dijo Simone de Beauvoir, no nacemos como tales. Este “llegar a ser” depende de una serie de regulaciones sociales, culturales, políticas, económicas, en cuyos marcos se despliegan nuestras existencias y nuestras elecciones.
La conciencia de esta pluralidad de femenidades, de la variedad de personas que debemos reconocer como mujeres, marca un piso para los debates y los procesos del movimiento de mujeres. Este no será tal si no es capaz de asumir esta pluralidad en sus exigencias concretas, para que la vida sea posible para todas, para las heterosexuales, las trans, las travestis, las lesbianas.
Quiénes somos las mujeres que protagonizamos estas luchas, este proceso histórico que expresa exigencias milenarias, porqué luchamos, y también hacia dónde vamos ha de ser definido por las mujeres mismas, pues el largo camino hacia las transformaciones que configuren un mundo digno, justo y verdadero, no sólo debe suponer otros valores, otras ideas, otras regulaciones de la vida común, sobre todo tiene que ser edificado de diferente manera, comenzando desde los lugares más recónditos y oscuros, procurando voz para los largos y ominosos silencios, poniendo justicia donde ha sido sistemáticamente negada, y verdad allí donde ha habido hipocresía y mentira. Se trata de nuestras vidas y de nuestra historia, es nuestra tarea, han de ser nuestras manos y nuestras palabras las que “den vuelta un mundo”, para usar los términos de Rosa Luxemburgo, esa inmensa revolucionaria de inicios de siglo que supo ver, en otros tiempos y latitudes, a qué estamos desafiadas.
Que el 8M ponga en acto nuestro pasado y nuestro presente, la pluralidad de nuestros cuerpos y nuevas voces, la justicia urgente que reclamamos.
La verdad sobre nosotras aún no ha sido dicha. Nuestra tarea es cantarla, gritarla, susurrarla, escribirla, enseñarla.
Por Flavia Dezzutto.
Vicedecana y trabajadora docente de la FFyH de la UNC.