Compartimos aquí el discurso que brindó la Decana, Flavia Dezzutto, en el marco de la presentación del Informe final de gestión académica e institucional de la FFyH para el periodo 2021-2025, que se realizó el viernes 25 de julio en el Auditorio Hugo Chávez del Pabellón Venezuela.
“P.: ¿Qué es entonces enseñar?
María Saleme: Escuchar, tal vez. El valor del silencio en la enseñanza lo he recuperado desde México. Hay que escuchar mucho. Porque hay cosas que no se dicen, hay lenguajes a los que nosotros con nuestra oralidad le hemos quitado el peso vital que tienen, el peso comunicacional.
Por eso digo que enseñar es estar atento al gesto del otro. El Proceso también me enseñó mucho. He sufrido la Dictadura en mi propia familia Esos silencios de entonces, que eran mandar a guardarse ¡no es posible imaginarse lo que decían! Y yo no me di cuenta, pero fue una cosa que capitalicé para cuando volví a hacerme cargo de mis cátedras. Me costó. Una vez una alumna me dice en nombre de todos: María “¿por qué no nos da la bibliografía al día?” Yo no entendía a qué venía eso y entonces después de un rato me dice: “Es que usted siempre nos dice que pensemos”. ¡Claro que les digo siempre eso! Porque estoy harta de que en la Universidad nos amparemos en la autoridad. El discurso nuestro es antiautoritario, pero pensamos que si no decimos lo que dice Fulano, Sutano o Mengano, popes en la literatura específica universal, no estamos seguros de que estemos diciendo algo que valga. Ellos para decir lo que dicen con autoridad estoy segura de que se han dado muchas veces de narices, han errado muchas veces. ¿Por qué no nosotros? Por eso digo: piensen, piensen, vayan errando hasta que encuentren el camino. No es fácil ser profesor.”[1]
Quiero compartir en ocasión de la presentación de este Informe académico e institucional de gestión decanal, que intenta dar cuenta de la tarea realizada entre 2021 y 2025, una idea de universidad, una idea de Facultad, que ponga de relieve lo que nos sigue cuestionando en la universidad pública, lo que deseamos en ella y para ella, que no es sino lo que queremos hacer con los saberes, prácticas y formas de vida que la constituyen.
Estamos aquí ante una mirada, la mirada que descubrimos a fin de año al proyectar un compendio audiovisual de las luchas por la universidad pública desde los años 70 al presente. Esa mirada es la de María Saleme, que, en un momento de la proyección, en medio de lo que parece ser el inicio de una asamblea o de una marcha, pasa entre esa pequeña multitud caminando en la cercanía de la Casa Verde, con su portafolios en la mano, y de repente, en un instante que capta la cámara, en un resplandor de la memoria, se detiene y nos mira. Estamos aquí ante esa mirada, y la mirada de nuestros 30.000 compañeros desaparecidos y desaparecidas, ante la memoria de quienes caminaron, discutieron, lucharon, soñaron, en estas mismas aulas, haciendo los pasos que recorremos cada día, aquí, en la Facultad, en esta ciudad, en esta provincia.
Me gustaría entonces hablar de la universidad a la que nos hemos tratado de asomar durante estos años, la que hemos procurado tejer, la que muchas y muchos queremos, la que está en juego de diversas maneras en las ideas y prácticas que atraviesan la vida de nuestra Facultad.
Me refiero, ante todo, y de un modo urgente en este tiempo, a una universidad que lejos de todo conformismo o domesticación modifique el aparato conceptual con que se mira la sociedad, que pueda pensar todos los saberes en un sentido transformador, que pueda poner en discusión un mundo.
Esa universidad debería tener capacidad para asumir saberes disruptivos, efectuar sin dilaciones preguntas de fondo, realizar argumentaciones cada vez más complejas sin huir de sus exigencias, de pensar en una dinámica de gratuidad, no de intercambio, no sólo en cuanto a la ausencia de gravámenes monetarios para los estudios superiores, sino, y sobre todo, en una comprensión de la gratuidad entendida como un don y un exceso, en una lógica que rebase la unidimensionalidad mercantil de las profesiones privadas y de los logros individuales, y nos lleve a planear formas de sociedad que potencien a las personas y a las comunidades, que no las encarcelen en un mundo cuyos límites sean los del mercado y su imaginación ruinosa.
Quisiera que pensemos en una universidad que pueda salvaguardar los saberes minoritarios, que pueda asumir los saberes minorizados y cambiar su sentido, que pueda hacer cuerpo con los excluidos de la historia y construya saberes antagónicos.

Me gustaría que podamos concebir una universidad que se mueva al ritmo de la vida de las personas, que no haga de ellas tristes marionetas agitándose en la vorágine formularia de la burocracia académica mercantil, una universidad que construya solidaridades reales y revolucionarias, que se piense no desde el paradigma de las “damas de beneficencia” más o menos remozadas y modernizadas, o desde el besamanos de los privilegios académicos de elite, sino que hable la lengua de sus pueblos, de lo mejor de sus pueblos, lo que los hace libres y dignos, no lo que construye mezquindad y violencia.
Me gustaría que proyectáramos una universidad que abandone todo rasgo de fascismo social, y que se ponga, decididamente, del lado de los vencidos, como son hoy, más de quinientos años después de la invasión a América, los pueblos indígenas, esos que no sabemos siquiera nombrar, tanta es nuestra ignorancia y arrogancia. Decididamente hay que abogar por una universidad que combata racismos manifiestos y larvados.
Quisiera que edifiquemos una universidad que adopte la imaginación política de los feminismos, capaz de comenzar a poner palabras a viejas y nuevas opresiones, de crear formas de igualdad y reconocimiento que aún no conocemos, y no se limite a la dimensión políticamente correcta de lo que se circunscribe y estanca en los “estudios de género” como el único horizonte para dignidades que claman con urgencia, las de las formas de vida disidentes sustraídas a la posibilidad de existencia plena, reducidas en el escaso horizonte de lo tolerable, siempre excluidas en lo real y en lo simbólico. Quisiera una universidad trans y travesti.
Quisiera también que apostemos a una universidad que pueda leer y rumiar palabras y pensamientos antiguos, que no tire a la basura o confine a una erudición estéril a los tesoros de reflexión y belleza del pasado, sino que pueda alimentarse de ellos, ponerlos al alcance de todos y todas, liberando a las culturas de la barbarie del exclusivismo, del elitismo, de la imbecilidad snob de quienes se creen dueños y dueñas de lo que surge del trabajoso andar de la historia de las culturas, que es la historia de muchos pueblos, de multitud de lenguas y expresiones de vida.
Una universidad así está ya en esta universidad de diversas maneras, sus huellas son perceptibles en la Facultad que transitamos, su presencia es germinal, contradictoria, pero innegable, se despliega en esa misteriosa conexión que nos une con las generaciones precedentes, guardando palabras y signos para el porvenir. En cualquier caso, esa universidad nos remite siempre a experiencias colectivas, a veces agitadas y revulsivas, pero también, y, sobre todo, oculta y promisoria en el trabajo silencioso de cada día, que se empeña en sostener lo que soñamos.
Para quienes seguimos estudiando y trabajando en la universidad pública, aún en medio de esta intencional y programática devastación social significará realizar aquel viejo cometido de las humanidades: encontrar las claves de lo humano como tarea en medio de los tiempos de crisis, hallar la novedad en medio de la confusión, buscarla y encontrarla colectivamente, lo que implica sostener un principio activo de justicia educativa, una mirada capaz de contemplar, aunque seamos cientos o miles, la realidad de cada uno, de cada una. Hablamos entonces de un tiempo de atención, de vigilancia, de espera.
Hay momentos, como expresó el filósofo Edmund Husserl acerca del cometido de la filosofía en las difíciles primeras décadas del siglo XX en Europa, en los que la tarea de las humanidades es la del vigía: auscultar los signos de lo porvenir, esperarlo, dibujarlo cada día en el horizonte, nutrirse de experiencias del pasado para encontrar lo desconocido, de los signos y las huellas transmitidos por otros, forjados con otras.
Se trata de una mirada decíamos hace un momento, esta, la del vigía, que aúna la atención y la espera, una mirada comprometida con el mundo. Son diversas las formas del compromiso, y es preciso renovarlas cada vez. También eso nos enseñan las humanidades, los saberes que cultivamos pacientemente en estos años, que es preciso volver a abrir el surco y buscar un lugar para la vida.
Entonces, pensando en lo que nos dice María Saleme más arriba, sería oportuno formular una pedagogía de la atención, siempre en movimiento y en espera.
En tiempos difíciles y apasionantes es preciso pensar y luchar, es preciso como contienen los versos de la copla de Violeta Parra, “descifrar signos, sin ser sabio competente”. Porque, finalmente, una pedagogía de la atención es sobre todo una pedagogía del amor social, de la capacidad transformadora del amor, como lo expresó bellamente Violeta Parra, en su célebre poema canción “Volver a los 17”:
El amor es torbellino de pureza original
Hasta el feroz animal
Susurra su dulce trino
Detiene a los peregrinos
Libera a los prisioneros
El amor con sus esmeros
Al viejo lo vuelve niño
Y al malo solo el cariño
Lo vuelve puro y sincero.
Y en este sentido, también es preciso revivir lo que contienen los versos de la copla de Violeta Parra en su igualmente célebre, “Que vivan los estudiantes” al nombrarlos como “pajarillos libertarios, igual que los elementos”, para extenderlo a toda la comunidad universitaria. Cuando las libertades verdaderas, dignas, igualitarias, transformadoras, son pocas, y en cambio, las vergüenzas crecen, seguimos contando con los saberes que hemos recibido, con la historia colectiva de la que somos parte y que debemos hacer fructificar, con la decisión de construir otros mundos para muchos, para muchas.
Emprendamos entonces, otra vez, esta enorme tarea de libertad e igualdad que nos auguraban los reformistas del 1918, los y las estudiantes y trabajadores del 66 y el 69, los del 73, los del 83, quienes peleamos en los 90, y en estas primeras décadas del siglo XXI, todos nosotros y nosotras, ahora, aquí.
Recordemos al Manifiesto Liminar: que Córdoba, que la Córdoba obrera, campesina, indígena, y universitaria, como tantas veces en su compleja historia, se redima. Cuando digo Córdoba salgo de la mirada estrecha de eso que llamamos cordobesismo, y que no es más que un acendrado conservadurismo que se empeña, articulando a todos los poderes, en mantener el estado de las cosas: la palabra acallada, la injusticia estructural, la domesticación de la vida y del pensamiento, las ruinosas jerarquías de antiguo régimen, el disimulo y la hipocresía, Todo esto existe, mucho más de lo que notamos y deseamos, también en nuestra universidad, y en éste, el suelo que pisamos. Esas formas locales y centenarias de la esclavitud de la Córdoba de siempre, aun bajo ropajes progresistas, hemos de combatir y revolucionar. Nos dice María más arriba, respondiendo sobre el enseñar: hemos de ir errando, para encontrar el camino, errar entonces, contra las “autoridades”.
Cuando luchamos, pensamos, discutimos, no estamos lejos, nunca lo hemos estado, de lo que sucede en nuestra tierra, en los cuatro puntos cardinales de nuestro país, tampoco de lo que sucede a lo largo y ancho de nuestra América, por eso, lo sabían los y las reformistas, la tarea es grande, la tarea es apasionante y necesaria, y la tarea es hoy. Nuestro tiempo es hoy.
Finalizo estas palabras de despedida con algunos versos de una gran poeta argentina, de una gran amiga, Diana Bellessi, de su maravilloso libro “Sur”, un poema de gran belleza y verdad: “¿Has medido el tiempo de tu corazón?”
Oh Señora, la sabiduría es tonta
y nada pierde ni gana el corazón.
No hay conquista de la tierra si a la tierra
solos, como un alma a solas se retorna
Con la magia de los antiguos marco un
altar. Piedras del sur, y piedras del norte,
piedras que hablan de las laderas o bajo
el agua. Caminar la tierra y tocarla
Mahatma Kiepja gran alma, he aquí tu herencia.
Nuestra herencia, nuestra promesa: “caminar la tierra y tocarla”.
Flavia Dezzutto
Córdoba, 25 de julio de 2025
[1] Entrevista realizada a María Saleme de Burnichon en junio de 1996 y publicada en el suplemento digital de la revista “La Educación en nuestras manos” (N° 23; septiembre de 2005), del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de la Provincia de Buenos Aires.