Mónica Gordillo y Ana Clarisa Agüero, docentes e investigadoras de la FFyH, son autoras de “1969, protesta y liberación” y “1852, Guerra, capitalismo y Nación”, dos libros que integran la serie “Años Cruciales”, una colección que publica la editorial de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Coordinada por Ernesto Bohoslavsky, participan historiadorxs de distintas universidades públicas nacionales y del Conicet, con el objetivo de aportar una mirada descentrada de la visión porteño céntrica.
El auditorio Hugo Chávez del Pabellón Venezuela fue el ámbito para un encuentro con la apasionante historia argentina del siglo XX y el siglo XIX, que tuvo como protagonistas a dos profesoras e investigadoras de la Facultad de Filosofía y Humanidades, convocadas para participar de la serie “Años Cruciales”, una desafiante propuesta impulsada por la editorial de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), que ya tiene 7 libros publicados de los 16 que completarán una colección que aborda fechas determinantes del período histórico que va desde 1776 hasta 2001.

Luego de una actividad presentada y coordinada por el también historiador y vicedirector de la Escuela de Bibliotecología de la FFyH, Diego García, y la participación del director de la colección, Ernesto Bohoslavsky, Gordillo y Agüero conversaron con Alfilo sobre un proyecto que pone en valor la producción académica y narrativa de quienes desarrollan tareas de docencia e investigación en las universidades públicas nacionales de distintas regiones del país:
- En la presentación se destacó el carácter federal de los/las autores/as, ¿Cómo surge la idea, quiénes participan y cómo fueron convocadas?
Mónica Gordillo: El proyecto Serie Años Cruciales comenzó a pensarse en 2019 como iniciativa de Ernesto Bohoslavsky, entonces profesor en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) y actual investigador de CONICET y del CNRS francés. Para ello se conformó un Comité Académico, integrado por reconocidas/os historiadoras e historiadores especializados en los siglos XIX y XX, que discutió la selección de los años que se incluirían en la colección y las/los autores y autoras que serían convocadas/os. Uno de los criterios para la convocatoria fue que, además de conocer las discusiones historiográficas implicadas en los períodos seleccionados, dieran cuenta de los avances en las temáticas realizados por la historiografía del interior del país, es decir, integrar una mirada descentrada de la visión porteño céntrica. Con este objetivo, fuimos convocadas a sumarnos como autoras de 1852 y 1969 dentro de un colectivo compuesto por investigadoras/es de múltiples universidades nacionales (UBA, UNLU, UNC, UNCOMA, UNICEN, UNR, UNSAM, UNTreF, UNQ, UNGS, UNLP, UNMdP) y del CONICET.

- ¿Por qué hacer una colección sobre años calendario de nuestra historia argentina, que es un abordaje no muy común entre los/las historiadores/as? ¿Y por qué los años elegidos?
MG: Como el adjetivo “cruciales” lo indica, no se trata de una serie completa y exhaustiva, año por año, de la historia del país sino de aquellos en los cuales se produjeron cambios relevantes y, a veces, irreversibles para la vida política, social y económica del país. Años que, en general, interpelan desde la historiografía o desde la memoria colectiva, como nudos paradigmáticos y condensatorios de procesos de más larga duración que adquieren una particular visibilidad en momentos cortos; años que registran acontecimientos que se convierten en punto de ruptura y apertura a nuevos desenlaces en los que la contingencia ocupa un lugar importante.
La serie, editada por la UNGS, está compuesta por 16 libros que se centran en un año decisivo de la historia del actual territorio argentino, entre 1776 y 2001. Hasta el momento han sido publicados siete tomos. Ofrece una reconstrucción de lo ocurrido en esos años que integra la situación de los sectores subalternos, la incidencia específica de determinadas situaciones internacionales, la dimensión y expresiones culturales presentes en las acciones y, en algunos de los títulos, cómo fueron recordados por las generaciones posteriores y representados en las películas, los manuales escolares y las canciones. Algunos años son más famosos e inevitables, mientras que otros representan más una apuesta por convencer a los lectores de que algo importante había ocurrido entonces y no lo habíamos tomado suficientemente en consideración.

- Durante la charla contaron que los libros están escritos para un público más amplio, no necesariamente académico o especializado ¿Qué implicó para ustedes pensar un trabajo así? Entre historiadores/as siempre está latente la discusión si es un libro de divulgación o un trabajo histórico. Entonces, ¿Cómo hacer historia para un público masivo sin perder rigurosidad/profundidad? Y, ¿qué aporta a una sociedad conocer su historia?
MG: Escribir un libro de divulgación es un gran desafío para las/los historiadoras/es profesionales. Estamos acostumbradas a los exhaustivos estados de avances, citas de colegas que han trabajado los temas, distintos enfoques, definición del problema y fundamentación del objeto con un amplio aparato erudito. Pero todo ese trabajo está presente en el background de estos libros sin ser explicitado en la narrativa principal de los capítulos, sino en un apartado final donde se señalan las fuentes utilizadas en cada uno. Es decir, los libros representan un importante y reflexivo trabajo de síntesis sobre los principales aportes realizados sobre los temas por distintas/os colegas en los diferentes campos. No resulta una discusión productiva contraponer la tarea de producción histórica a la de divulgación ya que, en general y según el proyecto de esta Serie, lo primero antecede a lo segundo pero con un objetivo sumamente importante, como lo es el de socializar la historia, mostrar su aporte para comprender la sociedad en la que vivimos, lo que ésta tiene para decir en la discusión pública y política. La divulgación no implica perder la rigurosidad del conocimiento histórico, simplemente plantear los hechos, discusiones y alternativas de manera accesible para un público no experto, para aquellos que requieran una explicación a la mano, pero integrada, de los principales hitos de la historia argentina. Sin embargo esa accesibilidad no implica sencillez en el planteo, no reduce la complejidad de las tramas, no adscribe a visiones dicotómicas, anacrónicas y simplificadoras de la realidad pasada y presente, sino que aporta para comprender lo acontecido en el pasado en su contexto, así como la gama de posibilidades abiertas.
¿Qué aporta el conocimiento histórico? A entender de dónde venimos, los caminos seguidos, las experiencias fallidas y las exitosas, sobre todo a comprender que cualquier decisión no se toma sobre tábulas rasas sino sobre sujetos cargados de historicidad, que las sociedades forjan tradiciones que no se pueden borrar de un plumazo, que es necesario conocerlas para que la interacción social se asiente sobre bases más sólidas.

Ana Clarisa Agüero: Sí, agregaría que pensar en un público amplio también empuja a buscar formas narrativas y expositivas capaces de atraer la atención de manera genuina; es decir, no como puro artificio sino como invitación más o menos amigable a la lectura, presumiendo que en todo lector puede haber uno interesado en historia, o en ciertas cuestiones históricas. Creo que esa inquietud marca en alguna medida todos los intentos, de los que cabrá juzgar a los lectores.
Respecto del último punto, nuestro argumento de utilidad nunca puede ser el de la inmediatez de uso o ganancia, porque la razón y el sentido de nuestra disciplina es otro. En su vocación universal -y humanista en ese grado-, ayuda, sí, a advertir que hubo y hay otras realidades que las del lector o el autor; en lo que hace a la propia perspectiva, ayuda, también, a saber cómo llegamos hasta aquí y cuánto pudo ser de otro modo; ayuda, finalmente, a entender mejor, al menos, dónde estamos parados.
- 1969 es un tiempo ya trabajado por vos Mónica, pero en la presentación contaste que este libro propone otras miradas y actores de aquellos años tan convulsionados, ¿podrías contarnos de qué se trata, qué aporta este último libro tuyo?
-MG: En mi caso, había trabajado uno de los principales acontecimientos de 1969, el Cordobazo, tanto en mi tesis doctoral como posteriormente. En ésta lo había hecho como punto de llegada, me interesaba reconstruir históricamente la conformación de los actores sindicales que lo habían promovido, indagar su constitución desde la segunda mitad de los años ‘50 en el contexto de proscripción del peronismo, inestabilidad política y modernización económica y social en Córdoba. Luego trabajé el postcordobazo, es decir ese acontecimiento como apertura, considerando su incidencia en la conformación de un nuevo ciclo político. Pero treinta años después el desafío fue integrar ese azo en un ciclo de protesta de alcance nacional, con ecos también de acciones internacionales y, por lo tanto, prestar atención a la multiplicidad de actores y formas de acción colectiva que se anudaban ese año y que convierten a 1969 en el año de la protesta social en diferentes dimensiones. El recorte del año comienza con el año calendario, enero de 1969 mostrando las expresiones, todavía incipientes y veladas, de sectores que optarían por la vía revolucionaria y armada, para seguir con las acciones de confrontación de otros sectores, sacerdotes enmarcados en la teología de la liberación, las puebladas en Tucumán en sectores azucareros afectados por la política de Onganía, las huelgas estudiantiles y otros azos ocurridos en el año, para cerrar el análisis en enero de 1970 cuando en Córdoba tuvo lugar una importante reunión nacional “sindical y popular” que planteaba abiertamente la lucha política contra el régimen dictatorial. Asimismo busqué incorporar los marcos culturales que llevaron a la acción de distintos colectivos, procurando aportar a la comprensión de los factores que, en distintas coyunturas, pueden propiciar la movilización social en un sentido liberador.

En tu caso Ana Clarisa, trabajaste 1852 sin ser una especialista del tema, ¿Cómo te desafió escribir sobre ese año/tema? Y ¿Qué implicó para nuestra historia la batalla de Caseros? En la charla señalaste que fue un “cambio de estructuras” y de “actores políticos”.
AA: Creo que, en parte, fui invitada a escribir el 1852 por dictar la materia relativa (Historia Argentina I), aunque mi investigación no privilegie ese momento. Eso implicó un ejercicio interesante entre mis dos actividades, que tuvo consecuencias en ambos planos. En lo que hace al libro, definí los bordes temporales de mi año (los quince meses que van desde la batalla de Caseros a la sanción de la Constitución de la Confederación Argentina) e intenté ceñirme al análisis de su evolución política, o político-militar, para –desde allí- hacer saltar las otras temporalidades en juego: el tiempo de la economía y la sociedad, de la cultura y las ideas. Creo que ese abordaje del vínculo entre acontecimiento (o tiempo corto en general) y estructuras permite mostrar, de manera más o menos convincente, cuánto 1852 es parte de una crisis más vasta (de límites discutibles pero datable), situada entre la estabilidad de dos configuraciones históricas que, en simultáneo, definían sus bordes territoriales. Y, en ese sentido, cuánto Caseros precipitó el tránsito entre dos cuadros políticos, formas de inserción en un capitalismo que mutaba (y presionaba) desde sus centros y configuraciones sociales marcadamente distintos. Dicho brutalmente, de los estados confederados al estado nacional, de la dependencia mercantil a la financiera, de la sociedad “criolla” a la “aluvial”, como le llamó José Luis Romero. Caseros pudo ser antes (pero no en cualquier momento) y la batalla en otro sitio, o con otras formas. Pero muchas cosas obraban para que algo desatara el nudo que vino a desatar.

Texto y fotos: Camilo Ratti