Honoris Causa
Gonzalo Rojas y el oficio mayor
“La poesía sigue intacta”. Así lo confirmó el genial Gonzalo Rojas al recibir el Honoris Causa de la Universidad Nacional de Córdoba en una ceremonia que rompió con el tradicional protocolo de estos actos. “Dios me libre de eso”, dijo el poeta chileno para explicar que no iba a pronunciar el “acorde clásico del discurso” sino que iba a hacer lo que mejor sabe hacer: poesía.
“Me gusta leer sentado”, dijo y acto seguido la rectora Carolina Scotto le cedió gentilmente el sillón principal del Salón de Grados durante la ceremonia realizada en la mañana del 29 de mayo. A sus noventa años y con una gracia que sorprende, Rojas describió su oficio como una aproximación remota “a decir el mundo”. “De repente los poetas también nos asomamos a la materia alta indescifrable y la decimos como podemos”.
Entre los momentos recitados, sus comentarios y anécdotas, simplemente aparecían. Entonces, las palabras venían al recinto como cuando se encuentran los amigos. “Todos ustedes son mis niños” y el gesto de abrazo acompañaba la frase de quien agradece un “homenaje inmerecido”.
Los distintos tonos, los silencios, y esa preocupación incansable por la sonoridad de lo dicho, fueron la nota distinguida de la celebración. Rojas, sin esfuerzo, logró la atención del auditorio con la interpretación de algunos de sus formidables textos. Con unos papeles desordenados en la mano, invitó al público a seguir “la partitura” de lo que iba a decir. Es que, según su propia recomendación, a su poesía “hay que leerla respirantemente”. La poesía no se lee ni se oye una sola vez, “es como la música, hay que oír, reoír, releer”. Y, así, respiró tres “ejercicios poéticos”, inmensos: Al silencio y Oscuridad hermosa, Qedeshím Qedeshót y Sábete Sancho, y Carbón.
“Volé tan alto”
En su extendida carrera, Rojas obtuvo importantes distinciones como el Premio Reina Sofía de España, el Octavio Paz en México, el José Hernández de Argentina, el Nacional de Literatura en Chile, hasta alcanzar, en 2003, el Premio Cervantes de Literatura. También se lo reconoce por haber sido el organizador, desde 1958 en adelante, de los congresos de escritores en Concepción (Chile), que reunían a lo más selecto de la literatura latinoamericana. “A partir de ese momento, la trayectoria académica y cultural, de figura literaria y diplomática de Gonzalo Rojas conoce los más estimulantes y prestigiosos escenarios internacionales”, afirmó Jorge Braccamonte, docente de la Escuela de Letras, a cargo de la presentación. “La poesía de Gonzalo Rojas es un elevarse, a los costados y hacia arriba. Lo que la voz y las voces de sus poemas dicen es su tensión a hacerse aire desde lo oscuro del suelo y la esencia humana”, continuó.
Considerado un “heredero de las vanguardias”, Rojas merece ser ubicado junto a figuras de la magnitud de Octavio Paz y José Lezama Lima. Cuando Gabriela Mistral lee una de sus obras, La miseria del hombre (1948), le escribe una carta al autor: “Lo que sé, a veces, es recibir el relámpago violento de la creación efectiva, de lo genuino, y eso lo he experimentado con su precioso libro”.
Al referirse, en la charla, a sus 90 “velocísimos años”, Rojas reveló: “No pasa nada, es lo mismo. No es cierto que uno envejece”, y todos sonrieron. Y pidió por favor que, en su trayectoria, se lo exima “de los pormenores por su horror al patetismo y al hartazgo”. “Los verdaderos poetas, pienso yo, son de repente, nacen y desnacen, dicen misterio y son misterio, son niños en crecimiento tenaz”.
Oficio mayor, pero oficio
Rojas se piensa como un poeta de las sílabas y, efectivamente, durante su presentación las sílabas dominaron la escena. “¡Conozco tanto poeta de tercera que no sabe lo que es la sílaba y se obstina en la publicidad vergonzosa!”, lamentó. Con cita de Antonio Porchia, Rojas aclaró que “la poesía se hace no sabiéndola hacer, pero eso sí sabiéndolo, hijo; sino ¿cómo? Oficio mayor, pero oficio”.
También tuvo una respuesta para los muchos que lo creen un “poeta críptico”: “Y qué le voy a hacer… cuesta, a mí me cuesta. No es tan fácil ser claro. Ni es posible, ni es necesario”, explicó con aire tranquilizador. Después de leer Oscuridad hermosa, un poema “que le dictaron los dioses” y que podría decir de memoria, recordó con ironía que la cripticidad de esas líneas “van del asma al silabeo”.
También dijo que algunos lo definen como “un místico concupiscente”. Según él, porque escribió algunos poemas de amor. “No teman, no; no les voy a decir otra vez ese poema mío”, advirtió haciendo referencia a “¿Qué se ama cuando se ama?”. Pero luego recomendó leer nuevamente el poema para ver si alguien da con la conjetura.
Para avanzar, Rojas eligió “Qedeshím Qedeshót, “un poema que se escribió literalmente solo” y que quiere decir en fenicio “cortesana del Templo”. Con voz gruesa, el poeta lo introdujo: “Pero ¡mi madre!, qué cortesana portentosa”.
Para leer carbón
Rojas cerró su disertación con un poema viejo, “de esos que no se marchitan”: Carbón.
“Mi padre fue minero del carbón y eso me honra más que todo premio. Era el 21 del gran siglo vigésimo y yo tenía 4. Bajé a la mina tenebrosa en el turno de las 5 a.m. con el hombre aquella vez. El hombre era mi padre. Yo los quisiera ver a ustedes. Porque la faena en el roquerío, picota en mano, lámpara de carburo, no era una fiesta encima del mar sino bajo el mar, kilómetros debajo. Ese si que era hombre. De ahí vengo yo, de eso vengo viniendo todavía. Tendré 90 y qué, sigo siendo ese niño fascinado entre el vaho a medio grisú y la escoria y allá afuera el chillido de las gaviotas. Lo demás es oleaje contra las rocas. De ahí vengo yo. De ahí viene la palabra que me dieron. Nada pudo el grisú. Nos vemos, padre mío, y eso es todo. Se nace y se desnace. Nada me desengaña, el mundo me ha hechizado. Lo habrá dicho Quevedo, pero yo también lo digo. Parpadeo en la historia, uno escribe en el viento. Oigamos de una vez al viento”. Y entonces Rojas lo leyó. Y todos aplaudieron.
Para más información sobre Gonzalo Rojas
www.gonzalorojas.uchile.cl
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