Editorial
La Reforma Universitaria nos interpela (1)
“Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”.
Las palabras del Manifiesto Liminar de 1918 nos interpelan con fuerza inusitada, en estos días en que se conmemora el 90 aniversario de la Reforma Universitaria. No podían faltar, aquellas palabras, esta conmemoración, en un día de colación de grados, día de fiesta para la Universidad en la que se renueva el compromiso de la institución con la sociedad que la sostiene.
Conmemorar
Conformamos una comunidad de escasa memoria, en la Roma clásica al encargado de activar la memoria, de ejercer el acto de recordar, se lo denominaba conmemorator. Aquel antiguo vocablo no existe en nuestra lengua, en realidad y significativamente, carecemos de un oficio tal. Sin embargo entendemos que el acto de conmemorar resulta vital para toda sociedad.
En primer lugar, porque el conmemorar puede convertirse en un momento privilegiado para el análisis de la tensión entre, por un lado, lo que en la vida institucional se reitera y, por otro, las fracturas, los cambios y transformaciones en las prácticas y los significados de la conmemoración. Pero, además, la memoria, al definir aquello que es común a un grupo y lo diferencia de los demás, fundamenta y consolida sentimientos de identidad, de pertenencia, refuerza la cohesión social no a través de la coerción sino mediante la adhesión afectiva al grupo. Los pueblos eligen el espejo en que quieren mirarse, la tradición con la que se sienten unidos; la perpetuación de aquello que se recuerda, adquiere la fuerza de un hecho político.
Conmemorar hoy la Reforma Universitaria implica tejer solidaridades basadas en aquellos orígenes comunes que se consideran las tradiciones más puras, esas que iluminan los dolores del presente y marcan el camino hacia las libertades que nos faltan.
Llamemos a las cosas por el nombre que tienen
La Reforma Universitaria ¿es un movimiento meramente universitario? o más bien ¿un enfrentamiento entre sectores sociales, una especie de revolución burguesa en el interior de la Universidad? ¿la explosión de conflictos ideológicos -clericalismo/ anticlericalismo- de larga data? ¿cuáles de sus componentes -académicos, sociales, ideológicos- la constituyen en un movimiento movilizador a través de los tiempos?
El contexto está dado por la gran crisis intelectual y de expectativas provocadas por la gran guerra; el entusiasmo despertado por la revolución rusa y la revolución mexicana; en nuestro país, el primer radicalismo se asocia a promesas de democracia. La juventud se encuentra deslumbrada con los adelantos técnicos: la radio, el cine, el automóvil. La desocupación, marginación y exclusión de amplios sectores de la población se disimula parcialmente con los beneficios económicos que reporta la neutralidad del país frente a la guerra europea. En ese escenario, las agitaciones sociales, las huelgas obreras tienen un crecimiento acelerado y los primeros centros de estudiantes plantean sus reivindicaciones.
¿Qué pasaba en Córdoba?
Al decir de Agulla, al principio del siglo XX, Córdoba es su Universidad. Si bien el dinamismo de la pampa húmeda la alcanza diversificando su estructura productiva y ampliando su base social, los estratos medios, generalmente de origen extranjero son aún bastante reducidos y la sociedad sigue estando fuertemente estratificada. La Universidad, reducto de los sectores dominantes, es paso obligado de quienes quieren ascender socialmente. Las academias, formadas por miembros vitalicios, gobiernan la Universidad en la que las cátedras son prácticamente hereditarias. Tres facultades “profesionales” dan cuenta del sentido que se da a los estudios superiores. Ni las humanidades ni las artes están representadas en estudios centralmente profesionales y, por ende, pragmáticos.
La Reforma es entendida inicialmente como un movimiento estrictamente universitario. El rector conforma una comisión para estudiar modificaciones de planes de estudio y régimen de exámenes; desde un punto de vista estrictamente universitario, la reforma parece concitar unanimidad plena. Este aparente consenso se rompe cuando el movimiento gana la calle.
El conflicto se origina a fines de 1917 a raíz de la suspensión del internado del Hospital de Clínicas y se prolonga durante todo el año 18. Los protagonistas son jóvenes de Córdoba que viven sus veinte años; salen a combatir la ausencia de maestros, la mediocridad del clima intelectual de la universidad. ¿Qué piden? Fundamentalmente y en una primer etapa: que las cátedras sean cubiertas por concurso y renovadas periódicamente; que se respete la libertad académica y, de ser necesario, se establezcan cátedras paralelas a las oficiales pudiendo los alumnos optar a cuál de ellas asistir. En una segunda instancia, que el gobierno de la universidad sea compartido por los tres claustros (docentes, graduados y estudiantes); por último, que la universidad esté abierta al pueblo y sea sensible a sus necesidades y aspiraciones.
De la intervención al Manifiesto Liminar
Los estudiantes toman la calle y toda Córdoba forma parte del conflicto. Un grupo viaja a Buenos Aires para entrevistar a Yrigoyen y éste decreta la intervención a la Universidad. Se reforman los estatutos, se declaran vacantes los puestos de rector, vicerrector, decanos, vicedecanos y consejeros de Facultad y de la Universidad. Sin embargo, el 15 de junio, la Asamblea Universitaria renovada elige rector a Antonio Nores, candidato de los sectores tradicionales. Los estudiantes reformistas sienten que les han robado su revolución. Al enterarse de los resultados de la votación y sin permitir la proclamación del nuevo rector, invaden los claustros; en medio de un gran tumulto desalojan a los asambleístas, se queman los vetustos sillones del Salón de Grados y se lanzan a la calle los retratos de los rectores. En el mismo lugar de la Asamblea, redactan el llamado a huelga general. Ya no están dispuestos a volver atrás. Días más tarde, el 21 de junio, hace noventa años, dan a conocer el Manifiesto Liminar, verdadera exposición de fe de la Reforma,
La violencia del 15 de junio -día de la frustrada elección rectoral- y la declaración de principios del Manifiesto hacen explícito el significado de la rebelión juvenil. Aparece una nueva cara de la Reforma desmintiendo el aparente consenso en el interior de la Universidad, el movimiento se define ahora desde un plano ideológico: se declara iconoclasta, liberal, definidamente anticlerical.
Pronto se expandió a otras ciudades de Argentina y América Latina y en esa expansión termina de definirse: la rebelión generacional constituye el signo distintivo común en todos esos movimientos. Fruto de historias y tradiciones institucionales, en cada contexto adquiere componentes o matices diferentes. Así, la rebelión liberal contra el poder clerical es general en los espacios latinoamericanos pero adquiere en la Córdoba de las campanas una profundidad inusitada. Por su parte, la culminación de un liberalismo inconcluso en las guerras de la independencia y las resistencias a los nuevos embates del imperialismo norteamericano resultan problemas latinoamericanos recurrentes en la rebelión juvenil.
En Córdoba, su liberalismo y anticlericalismo, su franca ruptura con las tradiciones, son interpretados por un importante sector de la sociedad como un revulsivo social. En el tiempo corto, no llega a concretarse como tal pero abre caminos que serán transitados cuando las estructuras socio-económicas cordobesas den paso a una nueva sociedad.
Conmemorar puede convertirse en un momento privilegiado para el análisis de la tensión entre lo que se reitera y los cambios y transformaciones en las prácticas
¿Qué cambia con la Reforma? Los jóvenes ven muy pronto sus esperanzas conculcadas. En 1923 la Universidad es intervenida y hasta 1956 no hay cogobierno. Nuevamente en 1966 las universidades son ultrajadas y recién se recuperan la autonomía en 1983. Estamos viviendo el período más prolongado de prácticas democráticas en la universidad, pero las medidas propugnadas por la Reforma no superan, en total, más de cuarenta años, mitad del tiempo que va de allá hasta ahora.
Hoy, las universidades, a pesar de los esfuerzos de docentes, estudiantes y autoridades, están muy lejos de cumplir con sus objetivos y satisfacer las necesidades de la sociedad. Podemos seguir hablando del escaso presupuesto y esto es parte de la realidad; podemos continuar protestando por la invasión de nuestra autonomía y, casi siempre, tendremos razón. Pero, en un contexto de crisis de legitimidad de la universidad como institución, en una sociedad donde la producción de conocimientos no es monopolio de los universitarios, las libertades que nos faltan tienen que ver tanto con condicionamientos externos como internos. Hoy, la universidad no es monárquica ni monástica, está en pleno goce del cogobierno, se ingresa a las cátedras por concurso... No obstante, sus desafíos son iguales o mayores a los del 18. Los docentes, ¿somos aquellos maestros que salieron a buscar los reformistas? Abrimos con generosidad los resultados de las investigaciones a colegas y estudiantes? ¿Se entrelazan las preocupaciones teóricas con los problemas de la sociedad?
Los pueblos eligen el espejo en que quieren mirarse, la tradición con la que se sienten unidos
¿Qué ratificamos? Apostamos a aquellos ideales, renovamos el compromiso con prácticas académicas y profesionales socialmente responsables, defendemos el cogobierno, la democracia de claustros, el ingreso a la docencia por concurso, la evaluación periódica de los docentes. En el cada día intentamos demostrar que los cambios sustanciales son fruto de procesos acumulativos a lo largo del tiempo. Nada más difícil que la permanente confrontación de nuestras banderas con la cotidiana corrosión de la realidad renuente a toda novedad.
La perpetuación de aquello que se recuerda, adquiere la fuerza de un hecho político
La primera exigencia de los dirigentes estudiantiles de entonces era con ellos mismos; en este día en que los despedimos recientes egresados, es necesario volver a decirles y decirnos: la gesta reformista no nos permite descansar tras haber logrado un título, sea de grado o de posgrado. La Reforma Universitaria se hizo para estudiar, enseñar e investigar más y mejor.
Colegas docentes, graduados, autoridades que hoy nos acompañan, la Reforma Universitaria nos interpela, exige más y mejores maestros, más y mejores estudiantes, investigación rigurosa y comprometida, el ojo y el oído siempre atento a las necesidades sociales.
Por esas cuestiones del azar -que no son siempre meras casualidades-, en este año de la Reforma, estrenamos una nueva fórmula de juramento que reemplaza a la vigente hasta el año pasado con origen a fines del siglo XIX, pensada para una universidad, por cierto, prerreformista.
Me congratulo de ello; las palabras del nuevo juramento llegan más directamente a nuestra sensibilidad y sentimientos al apelar a un compromiso que es ético y es político en el sentido más amplio de la palabra, aquel que hace relación al interés del común, al espacio de lo público.
También, por esos azares que no son meras casualidades, sino que resultan de sentimientos compartidos, el juramento recientemente propuesto y aprobado por el Consejo Superior, hace relación a un hecho histórico que remite a nuestras mejores tradiciones, el acontecimiento que hoy conmemoramos: la Reforma Universitaria de 1918.
Doctores, magisters, especialistas, licenciados y profesores, técnicos de las diferentes carreras de esta Facultad, que lo que hoy se llevan de la UNC no sea sólo un título, subyace en el mismo un mandato que se expresa en el juramento que en su entrega pronunciarán:
- emplear el conocimiento en forma socialmente responsable y no usar la educación para ningún fin encaminado a dañar a seres humanos o al entorno, consierando antes de actuar las implicancias éticas del trabajo;
- que las prácticas profesionales y académicas estén al servicio de la justicia social, la igualdad social y los valores democráticos de nuestra comunidad, promoviendo el respeto de la Constitución nacional y los derechos humanos;
- defender la educación pública y gratuita colaborando con la UNC, respetando los principios de la histórica Reforma Universitaria de 1918 plasmados en nuestros Estatutos y reglamentación vigente.
A ello los comprometemos y nos comprometemos.
Por Liliana Aguiar
Decana de la Facultad de Filosofía y Humanidades - UNC
▪ Editorial, por Liliana Aguiar :
La Reforma Universitaria nos interpela
▪ Relación con la comunidad:
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▪ Investigación:
Por el camino de Bazán
▪ Entrevista a Sara Paín:
“No hay ningún tipo de promoción social que no tenga al aprendizaje como base”
▪ Opinión
Por una nueva redistribución del espacio de las comunicaciones
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Corpulencias