Entrevista a Carlos Torres

“Me parecen detestables los administradores universitarios que ya perdieron la vinculación con la creación de conocimientos”

 

Carlos Torres, sociólogo especializado en política de la educación y profesor de ciencias sociales y educación comparada en la Universidad de California -Los Angeles (UCLA), brindó un curso de posgrado y una conferencia en el Doctorado en Educación de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC.  A continuación, la charla que mantuvo con Alfilo sobre cómo afecta la globalización a la educación superior y los desafíos de las universidades públicas en esta época. “Las universidades públicas tienen que gestar modelos de aprendizaje y enseñanza que permitan la inclusión de las minorías que no tienen acceso a la cultura y de las clases medias que sí tienen ese acceso”, resaltó.

Un marcado acento estadounidense se cuela entre sus palabras cada tanto, debido a una larga estadía en ese país que ya registra casi tres décadas. Carlos Torres, sociólogo, especialista en política de la educación, se graduó en la Argentina a principios de los 70 y luego, durante la dictadura militar, se refugió en México, donde continuó sus estudios, junto a los principales intelectuales de Argentina que emigraron durante esos años, como Atilio Borón.
Posteriormente, realizó su maestría y doctorado en Educación Internacional y Desarrollo en la Universidad de Stanford (EE.UU.). Después, completó sus estudios de posdoctorado en educación comparada y fundamentos educativos en la Universidad de Alberta, en Canadá.
Actualmente, Torres se desempeña como profesor en la Escuela de Posgrado en Educación y Ciencias de la Información (GSEIS) de la University of California-Los Angeles (UCLA). Además, fue director del área de ciencias sociales y del Centro de Estudios Latinoamericanos de la UCLA. También es director fundador de los institutos Paulo Freire de Brasil, Argentina y la UCLA, este último creado en 2002. Cabe destacar que Torres fue amigo del pedagogo brasilero, reconocido por su desarrollo teórico en el campo de la “educación popular”.
Invitado por el Doctorado en Educación de la FFyH, Torres llegó al país para dictar un curso de posgrado, titulado “Globalizaciones y política de la educación en perspectiva comparada” y también brindó una conferencia en el Cepia. "Educación y globalizaciones: dilemas y desafíos para la educación superior en América Latina", fue el nombre de la actividad que se desarrolló el pasado 8 de octubre.

- ¿Por qué habla de globalizaciones?
- A los teóricos les gusta hablar de una sola globalización, como si fuera un proyecto histórico, ineluctable, homogéneo, coherente y no contradictorio, y no es así. Es muy difícil confrontar el fenómeno de la globalización entendido como una mayor movilidad, especialmente del capital financiero, entendido como un crecimiento de la importancia de la cultura digital en el intercambio de las personas, las mercancías y los valores, no sólo físicos, sino intelectuales y afectivos, y también la movilidad de la fuerza de trabajo. Esto de por sí es un pandemonium y tiene imbricaciones en distintos ámbitos.

- ¿Cuáles son los rasgos más importantes que adquirieron las políticas de la educación con la globalización?
- Creo que lo que habría que definir como las grandes líneas directrices de la política de la globalización neoliberal (porque hay que ponerle el adjetivo que le corresponde), es el punto de partida de una política de privatización y una política de descentralización. La primera se debe a la obsesión de los neoliberales con respecto a la ineficiencia del Estado, lo que en ocasiones he denominado “la teología del mercado”, un mercado que es mucho más eficiente, que responde a las transformaciones tecnológicas, que es más transparente y que no es burocrático. Obviamente, hacer estas afirmaciones al día de hoy, muestra que los mercados no se deben ni demonizar ni teologizar. Los mercados son un conjunto complejo de interacciones de los seres humanos de distintas maneras. Por lo tanto, este fenómeno de la privatización ha sido impulsado como una manera, por un lado, de deslegitimar la acción del Estado y, por otro lado, como una manera de abrir el cauce para que sectores privados tengan acceso a uno de los dos más grandes sistemas del mundo, porque la educación como la salud son los sistemas que incorporan más gente y que también tiene mayores empleados.
La descentralización es un fenómeno diferente. Tiene que ver también con una visión de que el centralismo burocrático ejercido en muchos estados latinoamericanos ha sido un fracaso. Pero también tiene que ver con una clara percepción de que al descentralizar es posible confrontar la fuerza de los sindicatos en la multipolarización de mercados. Esos dos elementos son claves.

-¿De qué manera afecta directamente la globalización a la educación superior?
- Junto con lo anterior, viene la estrategia pedagógica del neoliberalismo: un enfoque basado en la accountability o si se quiere un término que, aunque tiene una distinguida tradición en las ciencias políticas, viene más bien de un fenómeno más contable, que es el modelo de dar cuentas y de cómo se obtienen recursos y cómo se deben gastar, y, que en última instancia, se convierte nada más y nada menos que en un mecanismo de control político.
Segundo, un modelo basado en la incesante definición de la calidad de la educación basado en la lógica de la empresa o del mundo de los negocios. Tercero: un modelo que tiene que ver con cómo registrar, medir y evaluar esa calidad de educación y básicamente es un conjunto de exámenes, lo que en inglés se denomina multiple choice, que parecerían dar cuenta del fenómeno del aprendizaje con la realidad. Es un ejercicio estrictamente burocrático. El aprendizaje no puede ser medido por un conjunto de tests de este tipo.
El aprendizaje requiere un proyecto mucho más ambicioso de evaluaciones, por eso me opongo por completo a las mediaciones vía los tests de aprendizaje múltiple y pienso que el fenómeno más claro es lo que se llama “la lógica del portafolio”. Es decir, un proyecto de trabajo generalmente documentado a través del tiempo, que acompaña al estudiante en los distintos modelos de aprendizaje y por distintos años, en los que el estudiante va tomando cierto control de su propio proceso de aprendizaje y compite consigo mismo y no con otros. Finalmente, es un proyecto que le permite al profesor seguir mucho más de cerca la evolución del aprendizaje. Claro que para un trámite burocrático de evaluación no es tan fácil, porque requiere una inserción muy importante en la vida del estudiante. Requiere una preocupación sistemática y profesores altamente calificados. Requiere festejar la autonomía docente, que es otro de los elementos del neoliberalismo. Todos los proyectos del Banco Mundial están íntimamente vinculados a quitar la autonomía docente y convertirlos en una especie de monitor del aprendizaje.

-¿Cuáles son los desafíos, entonces, que tiene la universidad en esta época de globalizaciones?
- Hay muchos. La universidad es una bodega de conocimiento, que tiene que preservar las bibliotecas y los museos, eso es fundamental. La universidad es un fenómeno de socialización, en la creación, producción y distribución del conocimiento. Tiene que hacerlo y hacerlo bien. Este es un desafío histórico de la universidad. El investigador hace un poco como Cristóbal Colón, sabe de donde sale, pero no sabe adónde llega. Cuando llega, no sabe donde está y generalmente viaja a expensas del gobierno. Es decir que, si bien esto es una broma, hay un elemento de incertidumbre en la producción, distribución e intercambio de conocimientos que hay que aceptar. Esa incertidumbre nos tiene que invitar a que la universidad acepte que no puede funcionar sin una democracia interna, que no puede funcionar sin hacer contribuciones a la democracia y que no puede funcionar a menos que estén los mejores en la universidad. Permítame enfatizar: los mejores. Las universidades deben ser simultáneamente meritocráticas y democráticas. Es un desafío enorme.
En América latina, dentro de esta perspectiva las universidades, especialmente las públicas, tienen que gestar modelos de aprendizaje y enseñanza que permitan la inclusión, democráticamente hablando, de las minorías que no tienen acceso a la cultura y de las clases medias que tienen acceso a la cultura. No va a sobrevivir ninguna universidad pública de calidad si no le ofrece un buen servicio a la clase media también. Ahora bien, es cierto que hay otro gran dilema en la universidad: la vinculación entre la política y la ideología. Yo estoy plenamente convencido de que la política tiene que interactuar en la universidad, pero una cosa es la política como un fenómeno de la vida cotidiana y otra cosa es la política partidaria, donde se utilizan instituciones que tienen como propósito construir el conocimiento para impulsar proyectos políticos que a veces no son de lo mejor.
Finalmente, otra cosa es imaginar que la ideología tiene que predominar sobre la política. En última instancia, en la academia el tipo de política que yo propongo es una política universitaria donde los mejores, lo más selecto de la sociedad, que puede estar en cualquier estrato social (simplemente estoy hablando de que los talentos están desigualmente distribuidos) sean invitados a construir desde sus ámbitos específicos de trabajo una nueva sociedad y que contribuyan a la transformación técnica, científica, cultural, humanística y política. Por lo tanto, darle el poder de la administración a aquellos que solamente reflejan compromisos políticos o a aquellos que reflejan no una tradición universitaria de una elite positiva, sino que reflejan los acuerdos interpartidarios me parece detestable. Pero por otro lado, me parece absolutamente detestable también que aparezcan administradores universitarios que ya han perdido la vinculación con la creación de conocimientos, que sean básicamente contadores en una función pública. Con todo el respeto que les tengo, su función no es dirigir universidades. Esto puede ser malinterpretado. Lo que yo quiero decir es que cualquier persona puede dirigir una universidad en la medida en que respete la tradición universitaria, en la medida en que sea un gran profesor. Un individuo que profesa conocimiento, que trabaja en la parrilla pedagógica y que hace investigación. La disputa por estamentos no me parece que garantice la democracia universitaria, pero tampoco garantiza la democracia universitaria que la universidad sea controlada por el Estado ni por el mercado.

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