Entrevista a Ricardo Feierstein

“El mestizaje es la única forma de salvación frente a la xenofobia”

 

Arquitecto. Periodista. Escritor. Ricardo Feierstein se presentó en Córdoba, invitado por la institución Bnai Brith y la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, donde brindó la conferencia “Recorrido histórico por la vida cotidiana de los judíos de la Argentina desde inicios del siglo XX”.

Es arquitecto, pero escribió cuentos, novelas, poesías y dos ensayos donde estudia y analiza cómo se desarrolló la vida de judíos argentinos: desde los primeros inmigrantes que llegaron en el vapor Wesser, allá por 1889, y se instalaron en los campos de Entre Ríos, hasta las nuevas comunidades que se forman en los modernos countries y barrios cerrados de las ciudades. Además, fue periodista de los diarios Clarín y Página 12.
Ricardo Feierstein es porteño de pura cepa, nació en el barrio de Villa Pueyrredón en 1942 y se reconoce como un “judío de barrio”. También dice que en la escuela, su apellido era uno de los más difíciles de pronunciar.
El escritor llegó a Córdoba invitado por la Institución Bnai Brith y la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, y brindó la conferencia “Recorrido histórico por la vida cotidiana de los judíos de la Argentina desde inicios del siglo XX”, el pasado 12 de agosto.
Antes, el director de la editorial de la Amia y autor de la novela Mestizo y los ensayos  Vida cotidiana de los judíos argentinos (publicado recientemente), Contraexilio y mestizaje e Historia de los judíos argentinos, dialogó con Alfilo

- Si bien se recibió de arquitecto, se dedicó a las letras. ¿Cómo llegó a la escritura?
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Cuando uno mira hacia atrás su historia, es bastante complaciente, por eso quiero pensar que es cierto que yo a los 10 u 11 años escribí una composición en la escuela y que la profesora dijo: “Esto no es algo normal, vos tenés que ser escritor”. Que de esa forma me marcó y que por eso soy escritor, que es lo que estoy seguro que hago bien. Los psicoanalistas llamarían a esto “autolegitimación”. Después, aparte, seguí varias carreras. La central es arquitectura, porque también dibujaba muy bien. En mi época arquitectura, ahora no sé, era una profesión “leonardesca”, por Leonardo Da Vinci. Es decir, una profesión que abarcaba todo. Nosotros estudiábamos desde cálculo diferencial matemático hasta teoría del color. Ejercí muchos años la arquitectura y tengo más de 30 edificios construidos. Es una profesión que te permite vivir con un poco más de holgura que la literatura, pero también hice periodismo, escribí en Página 12 y en el suplemento de cultura de Clarín. Descubrí, con el ejercicio de las dos profesiones, casi simultáneas, que son muy parecidas en lo que hace a la metodología. Diseñar, hacer el proyecto de un edificio y construir una novela es más o menos similar, porque consiste en un muy difícil primer momento inicial, que en el caso de la arquitectura es imaginar algo que espacialmente no existe y en el caso de la novela es imaginar un recorrido que todavía hay que hacer. En ambos casos uno proyecta. Yo hago lo mismo con la novela: como un dibujito. Explicamos las cosas con un lápiz gordo y llega un momento, cuando uno va y viene, en que hay un click que se produce en el proyecto arquitectónico o en la novela y empieza a cerrarse y termina de construirse.

- Pero escribió poesías, ensayos y novelas. ¿En qué género se siente más cómodo?
- Los géneros literarios son como la ropa que uno usa. Si vas a jugar al tenis, te ponés un equipo de tenis, si vas a trabajar te ponés saco y corbata, aunque yo mucho no lo hago. La poesía para mí tiene que ver con un universo más cercano a la intimidad, la novela y el cuento tienen que ver más con la imaginación, pero también tienen que ver con una construcción que incluye la historia particular de uno o del personaje que uno crea dentro de una historia general, que es la que cuesta aprehender más y el ensayo es la posibilidad de reflexionar en voz alta. En literatura, en todos los géneros, sucede algo que uno lo dice y parece un latiguillo, una frase de circunstancia, pero que es cierto, uno no sabe que va a escribir, lo descubre a medida que lo hace.

- En esos ensayos escribió sobre la historia de los judíos argentinos que, según usted, no es lo mismo que la historia de los judíos en Argentina ¿Por qué hace esa diferencia?
- Esa diferencia vino con la primera edición del libro. Me trajeron la prueba de tapa y decía “Historia de los judíos en Argentina”, entonces le digo al que hacía la tapa: “No Mario, te equivocaste. Es la Historia de los judíos argentinos”. Como a los quince días viene la segunda prueba de tapa y él se volvió a equivocar. “Sabés por qué me equivoco -me dice- porque no entiendo la diferencia”. Y yo le dije que los judíos no somos un pueblo que está en la Argentina, y que un día se toma el barco y se va a otro lado. Los judíos que estamos en Argentina, por los menos los de mi generación, somos argentinos. Sin ninguna diferencia con los argentinos de cualquier otro origen. Entonces, no es que estamos en Argentina. Estar y ser, felizmente, acá se diferencian. Yo soy argentino, no estoy en Argentina, que es una diferencia fundamental.

- ¿Cómo influyeron los atentados en esta vida cotidiana de los judíos argentinos?
- Es muy difícil de contestar brevemente, pero hablo por mí y no por toda la comunidad. En mí influyeron muy especialmente porque mi secretaria murió en el atentado a la Amia, así que la conmoción emocional mía es quizás mucho mayor a la de otro. Desde el punto de vista general, creo que transformó la inseguridad en una esperanza. Yo tenía la absoluta seguridad hasta ese momento que yo era un argentino más, que la comunidad judía estaba totalmente integrada a la Argentina, que ya pasaron cinco generaciones y que somos parte de este país. Soy argentino de primera categoría, si tengo un apellido difícil que aprendan a pronunciarlo. Después de los atentados se dio un fenómeno muy significativo. Para evitar la posibilidad de nuevos atentados, o no sé qué, se colocaron pilotes al frente de los templos y escuelas judías. Pero esos pilotes, si bien brindan seguridad, son absolutamente espantosos, porque están marcando el blanco. Esto ha cambiado la situación y espero que sea coyuntural. Todavía no están dadas las condiciones y crea una cierta dificultad, que no tiene que ver con interrumpir el proceso integracional. Hay una cierta herida que no terminó de cerrar porque no están los culpables presos. Los atentados fueron contra la Argentina y los muertos fueron argentinos, sin embargo la gente lo tiende a ver como que fue un atentado contra los judíos, con algo de razón, porque no atacaron una mutual italiana.

- Otro concepto interesante que trabaja en algunas de sus obras es el mestizaje judeo-latinoamericano. ¿A qué se refiere con esto?
- Argentina es un país de inmigración o por lo menos de una inmigración muy numerosa. El libro que se publicó hace poco, Vida cotidiana de los judíos, es la historia de lo particular inscripto en lo general, de cómo las acciones de los hombres y las mujeres judías se inscriben en la historia. Lo que motivó esta historia es que yo quiero entender quién soy; porqué estoy acá; porqué mi papá nació en Polonia y yo acá y no en Francia, en Inglaterra, en Rusia o en Estados Unidos. Eso tiene que ver con esta “inseguridad” de los argentinos descendientes de inmigrantes que somos la gran mayoría, sobre el sentimiento de pertenencia. Entonces, entendiendo esta situación en que yo llego a escribir de los judíos. Entiendo por qué los judíos llegan a la Argentina. Entiendo por qué los inmigrantes italianos, españoles, rusos, franceses, etcétera, llegaron a la Argentina. Y dentro de esa historia general escribo mi propia historia. Trajeron a los inmigrantes porque había que trabajar la tierra, pero esa tierra ya tenía dueño y tantos fueron los que se quedaron, que en el año 1900 en Buenos Aires había más extranjeros que argentinos nativos. Esto, en un plano cultural, generó una movilización terrible. Ahí es cuando surge la reacción xenófoba, de los que dicen “nosotros somos los argentinos de siempre, qué vienen estos italianos, rusos, españoles, a cambiar nuestras costumbres”. Entonces, nace un enfrentamiento cultural. Pero la cultura argentina es un mestizaje de las diferentes inmigraciones que fueron mezclándose a lo largo de tres o cuatro generaciones, para concluir en una cultura argentina que es tan rica, justamente por la mezcla. No hay otra alternativa en el siglo XXI que mezclarse. No existen sociedades puras y así va a ser en el futuro. Porque si vos tenés millones de turcos en Alemania, millones de árabes en Francia, millones de marroquíes en España, millones de paquistaníes en Inglaterra o latinos en Estado Unidos, no podés echarlos. Tenés que integrarlos como parte de tu cultura. Entonces, este mestizaje es la única posibilidad de salvación frente a la xenofobia.

- Pero también en casi todos sus textos hay una gran apelación a las raíces del pueblo...
- El primer punto que diría, es que hay una diferencia que viene de 20 siglos. No hubo italianos o franceses que vivieran en guetos, que los quemaran en una hoguera pública o que los echaran del país. Que fueran a la escuela, como me pasó a mí, y no sepan pronunciar tu apellido, que a vos te llamaran por el nombre y a todos los demás por el apellido. Es algo que marca a un chico muy tempranamente. Usted sabe pronunciar García pero no Feierstein, porque toda su vida pronunció García. Si viviera en Alemania, Feierstein es como García acá. Lo que no saben escribir es García.
El segundo punto es que hay una necesidad de transmisión generacional a partir de la diferencia, que en los judíos está muy imbuido desde el nacimiento, por la minoridad numérica. Si no hay una transmisión cercana es muy complicado. Y el tercer punto, que me interesa más, es que muchos escritores argentinos, de cualquier origen, durante la dictadura militar, se exilian. Cuando vienen se ponen a escribir la historia de sus familias, como que el exilio propio revaloriza o pone en cuestión el origen o inmigración de los padres. De pronto el vivir en otro lado, te descubre antecedentes que tenías borrados.

De los guetos a los countries
El primer gueto se instauró en Venecia el 29 de marzo de 1516 y la idea de su creación era la misma que tuvo hasta la Segunda Guerra Mundial: se delimita una parte de la ciudad donde se obliga a residir a los judíos.  “El gueto es esa configuración particular que hace que se reserve un sector en el cual todo el grupo está obligado a vivir dentro de ese barrio. Se sale del lugar para ofrecer sus servicios económicos pero al final del día vuelve a su barrio que está cerrado por un muro”, explicaba el sociólogo francés Loïc Wacquant a la revista Ñ, en su número 212.
Feierstein, en su último libro colocó un subtítulo muy llamativo: “Del gueto al country”. Los dos son lugares cerrados, de poco acceso público, en los cuales en uno entra por obligación y en el otro por elección. “En Argentina no hubo guetos como en Europa por obligación, sino por necesidad”, señala el escritor. “La primera generación que llegó tenía una idea de comunidad, entonces era un gueto voluntario, porque uno prefería estar en la zona donde se hablaba en idish, que era un reflejo análogo al gueto europeo, que era obligatorio. Después de 100 años se genera un fenómeno muy similar, se juntan en un country, donde en algunos la mayoría de sus habitantes son judíos, donde uno está otra vez como en su tribu, por los sentimientos de pertenencia y demás. La diferencia es que este country se parece más al gueto europeo que al argentino de los inmigrantes. Físicamente, porque es un lugar cerrado, rodeado por un alambrado y con guardias de seguridad que, teóricamente, cuidan a los que está adentro. Con lo cual, con la intención de aislarse para tener más seguridad se convirtió casi en un gueto europeo”.

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