Historias y personajes

Lucía Robledo: una especie en extensión

 

Cuando en la Facultad de Filosofía y Humanidades se habla de extensión universitaria, aparece el nombre de Lucía Robledo. Su trayectoria y experiencia, en eso que ella misma define como sus dos grandes amores: "la literatura infantil y la extensión", la convierten en una figura clave al momento de pensar la actividad extensionista. Desde la creación de la Secretaría de Extensión de la UNC, allá por fines de la década del 60, hasta 1996 cuando se jubiló, Lucía trabajó en numerosos proyectos universitarios  desarrollados en comunidades, barrios y poblaciones de Córdoba y el país. En los últimos tiempos, también se desempeñó, hasta mediados de este año, como consejera por el claustro de egresados en la FFyH. Conocedora de las políticas extensionistas y sus principales transformaciones, Lucía repasa la historia de la extensión universitaria en Córdoba y los desafíos que esta apasionante tarea plantea en el presente. “Creo que habría que rescatar a la extensión de su labilidad institucional”, afirma en una entrevista publicada en el primer número de la revista E+E (Estudios de Extensión en Humanidades)*. Escriben: Silvia Ávila y Santiago Lucero.

 

- ¿Cómo se inicia tu vínculo con la actividad extensionista?
- A fines de la década del '60, empecé a trabajar en la organización de un seminario de literatura infantil y juvenil. Este encuentro fue uno de los primeros movimientos importantes que tuvo la literatura
infantil dentro de la Universidad, promovido por María Luisa Cresta de Leguizamón y organizado por la Secretaría de Extensión de la UNC. Me contrataron para eso y después me fui quedando para otras tareas… y al final me quedé toda la vida.

En aquel momento, sólo el área central de la Universidad contaba con Secretaría de Extensión. "Mucho tiempo después las Facultades comenzaron a crear sus propias áreas", recuerda Lucía. Su inicio en la extensión coincidió con los comienzos de la Secretaría, la cual se había creado alrededor de 1968 con el nombre de Secretaría de Extensión Universitaria y Relaciones con la Comunidad. Funcionaba en un edificio de la calle Corrientes, donde antes estaba la Escuela Manuel Belgrano, y compartía el espacio con la Escuela de Trabajo Social. Años después, la Secretaría fue trasladada al edificio ubicado en la calle Hipólito Irigoyen, donde actualmente se encuentra la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Universidad. Anteriormente existía un Departamento destinado a organizar propuestas de cursos, conferencias y actividades culturales en la capital y el interior provincial. Lucía participó en el proceso de institucionalización de la Secretaría de Extensión de la UNC. "Fui parte de esos primeros ladrillos que se iban poniendo", sintetiza.

- ¿En qué consistían esos seminarios de literatura infantil y juvenil?
- Los seminarios-taller de Literatura Infanto-Juvenil, el primero en 1969... Todavía son muy renombrados: fueron, creo yo, los primeros en el orden nacional sobre este tema; vino gente de otras provincias, como Buenos Aires, Misiones, Neuquén, Mendoza, La Rioja... Estos encuentros son recordados porque en este ámbito se comenzó a ver la problemática de la literatura infantil con ojos nuevos. ¡Muy de los años sesenta y setenta!, es decir, muy en consonancia con las nuevas voces propias de la época. Había una especie de querella entre las corrientes tradicionales y consolidadas en la producción de obras para niños y estos cuestionamientos que se empezaron a oír. A esta tendencia que se insinuaba le puso palabras y la expresó muy bien Laura Devetach (a quien recientemente la UNC ha resuelto otorgarle el título de Doctora Honoris Causa). Fue Laura, que era muy joven, quien enfrentó esas tradiciones en el lenguaje, en la concepción del niño y su realidad, con su obra y su trabajo. Marcó un inicio importante y muchos de los que hoy transitamos este campo reconocemos esa huella que ella empezó a definir en los Seminarios. Después vino el Proceso, la obra de Laura estuvo prohibida pero circuló de alguna manera, clandestinamente, en esos años y, cuando terminó la dictadura, aquellas líneas que había trazado, florecieron. Los Seminarios de la Universidad fueron el punto de partida para esta movida...

Los universitarios y el pueblo
- Antes de la dictadura, ¿cuál era la idea de Extensión más desarrollada en la Universidad?
- Hubo un movimiento latinoamericano respecto de la extensión. La Unión de Universidades de América Latina (UDUAL), con sede en México, realizó en el año 1972 la Segunda Conferencia de Difusión Cultural y Extensión Universitaria. En el período que va desde el año '66 hasta el '73 teníamos gobierno militar -que fue menos brutal que el del '76- y las universidades estaban intervenidas. Con frecuencia cambiaban las autoridades y los secretarios duraban poco tiempo en su cargo. Ya en el año '71 nos enteramos de que se iba a realizar esa conferencia en México. Nos llegó material de difusión del programa, en el que participaban personalidades como Francisco Miró Quesada y Augusto Salazar Bondy de Perú, Darcy Riveiro de Brasil, Ángel Rama de Uruguay, Leopoldo Zea de México, que era el presidente del Consejo Organizador. La primera Conferencia se había realizado unos quince años atrás. Este segundo encuentro marcó algunas líneas que hoy todavía se pueden detectar en las concepciones de la extensión. La universidad era pensada como la productora indiscutida de conocimientos, saberes, tecnologías, etc. Además, se consideraba que había en América Latina un estado tal de injusticia e irracionalidad que la universidad debía contribuir a difundir sus conocimientos, sus ideales, y llevarlos a la comunidad para liberarla de la opresión. El ideal era que todo el mundo tendría que ser universitario para ser feliz y para participar de una sociedad más racional y justa -el ideal, el modelo, era la educación universitaria universal-, pero como eso no era posible en ninguna parte del mundo, la universidad debía acercarse a la comunidad no universitaria, extender sus beneficios hacia ella. Creo que esta concepción de la extensión es la más generalizada, aún en la actualidad: "los universitarios debemos llevar nuestros conocimientos al pueblo ".

- ¿Estas cuestiones se vinculaban con una idea de "Universidad emancipadora", una institución capaz de concientizar a la población sobre determinada situación de opresión?
- Creo que era una forma de concientizar. Como dice nuestro escudo: Ut Portet Nomen Meum Coram Gentibus, “Llevad mi nombre al corazón de la gente”. En ese entonces, en general, las intervenciones de extensión eran diseñadas por las autoridades oficiales, quienes armaban los programas. De todas maneras, ya avanzada la primera parte de la década del '70, aparecen acciones que, en algunos casos, se van hacia la “asistencia”. El asistencialismo tenía por lo menos dos formas: una se relacionaba con asistir a los barrios carenciados a través de, por ejemplo, proyectos de alfabetización, o talleres con madres, niños y jóvenes en parroquias y clubes. Otra forma, que también ha persistido, tiene que ver con abordajes de problemáticas vinculadas con la salud, como campañas de vacunación, atención de niños, prevención, etc. Son distintas concepciones “asistenciales” sobre qué llevar y qué hacer en la comunidad; muchas veces estas acciones parecían suplir lo que no hacían otras jurisdicciones gubernamentales, o sea, no eran funciones propias de la Universidad. Pero también comenzaron en aquel tiempo algunos atisbos -que fueron acallados prontamente- que planteaban que la Universidad, en función de este ir hacia la sociedad, empezara a verse a sí misma… se pusiera un poco entre signos de pregunta. Eso es algo que todavía se está intentando actualmente, pero todavía no es lo corriente. Lo común en el terreno de la extensión es lo que viene de la década del setenta, de una Universidad que no se proponía discutirse a sí misma. Aunque fue en esa época que surgieron -creo que en la Escuela de Artes, la Facultad de Arquitectura y la Escuela de Trabajo Social- propuestas más dialógicas: No es que la universidad sólo va y dice su verdad, sino que también escucha, trae hacia su interior y analiza las experiencias que está haciendo afuera.

Uno de los programas que surgió en el '71 en la Secretaría de Extensión fue el que se realizó de manera conjunta entre la Universidad y los municipios del interior provincial. Era secretario de Extensión el Lic. Surdo, psicólogo. La idea era relevar en las comunidades cuáles eran sus necesidades y procurar que los municipios pudieran demandar o solicitar a la Universidad lo que les interesara. “Como en materia de conocimientos la Universidad tiene todo, o casi todo, para responder”, dice Lucía, “se organizaban actividades artísticas, asesoramientos, cursos, conferencias, talleres, etc. sobre las temáticas más variadas”. No obstante, ella no olvida la complejidad de estos procesos: “Por ahí nos dábamos cuenta de que había cosas que no funcionaban... ellos pedían una cosa, y vaya a saber qué es lo que esperaban. Nosotros mandábamos otra. La cuestión del lenguaje de la extensión es un tema clave al que debiera atender la universidad”, asevera con una cuota de ironía.
Luego llegó la dictadura militar. La Secretaría de Extensión desapareció como tal y se convirtió en Dirección. Lucía recuerda esa etapa como un período oscuro, en el que algunas formas de la actividad extensionista fueron miradas como “peligrosas”. “Sólo en un país como éste se podía aceptar que hubiera en la Universidad rectores y decanos militares”, apunta. La extensión, por otra parte, tenía "una labilidad institucional” -que, según Lucía, de algún modo persiste que facilitó que se redujeran muchas actividades (las de los barrios, ¡por cierto!).

La extensión y su labilidad institucional
- La actividad extensionista, muchas veces, tensiona los límites de la institución y se lleva a cabo en unos márgenes difíciles de definir institucionalmente, ¿pensás que eso es una limitación o una potencialidad de la extensión?
- Tengo la idea de que si a la extensión se la define y se la encorseta demasiado puede perder la potencialidad creativa que la caracteriza, pero sí, es necesario redefinirla y comenzar a discutir sobre la extensión en toda la Universidad. Es decir, algunas de aquellas concepciones de la extensión de los años setenta son todavía moneda corriente en la Universidad. En la FFyH, en los últimos períodos, nos hemos puesto a reflexionar sobre la extensión y a tratar de darle un sentido en tanto una de las tres misiones básicas de la Universidad, pero en otros espacios no ocurre lo mismo. Además, hay muchos extensionistas “anónimos” que realizan su trabajo por fuera de las secretarías, o que son voluntarios en distintos proyectos sin que nadie los reconozca. Creo que habría que rescatar a la extensión de su labilidad institucional.

Para Lucía, el Estatuto Universitario marca una concepción de la extensión que hoy debe ser revisada. En su artículo segundo, Misión de la Universidad, el Estatuto sostiene como sus fines primordiales ”la difusión del saber superior entre todas las capas de la población mediante adecuados programas de extensión cultural”. Y más adelante: “... objeto preferente de esta acción serán los jóvenes que no siguen estudios regulares, sobre quienes deben proyectarse, a través de todos los medios disponibles, los beneficios del saber y las otras manifestaciones superiores del espíritu”. “Anacronismos... Para cambiar estas definiciones de la extensión en el Estatuto -asegura Lucía- se necesitaría reunir a la Asamblea y eso requiere una amplia y profunda discusión previa. Creo que es la única salida que tiene la extensión”.

El programa de becas
Con el fin de la dictadura y la recuperación de la democracia, Lucía dice que a pesar de las inmensas expectativas, en los inicios “no todas fueron flores” para la extensión. Durante dos años, ella se asiló en la Facultad de Arquitectura, que fue una de las primeras unidades académicas que organizó su propia Secretaría. Regresó luego al área central, en el período en el que el arquitecto Luis Rébora era rector y el arquitecto Mariano Faraci, secretario de Extensión Universitaria. “En esa etapa surgieron las becas de extensión”, comenta. Además, se puso en marcha un programa de capacitación no docente, organizado por la Secretaría de Extensión y la Gremial San Martín. “Fue la primera vez que la Universidad pensó en sus no docentes, en términos reales de capacitación”, relata.

- ¿Podrías contarnos sobre el inicio del Programa de Becas de Extensión de la UNC?
- Me entusiasmé mucho con ese proyecto. Estuve tantos años trabajando en el desorden, en ese “espotaneísmo” propio de la extensión, que necesitaba poner “las cosas en caja”, como para que
se pudieran manejar. Las becas surgieron en la democracia, durante el rectorado del arquitecto Rébora, y el primer reglamento de este programa fue realizado por el equipo del doctor Rubén Alonso, que fue el secretario de Extensión que sucedió al arquitecto Faraci. Se buscaba darle un espacio y un consenso a estas becas por parte de toda la Universidad. Hasta ese momento, las becas universitarias eran prioritariamente para proyectos de investigación. Este programa fue un modelo para otras universidades. Cuando empezó la institucionalización de las becas y se reglamentaron, asumió el rectorado el doctor Francisco Delich, y como secretario de Extensión, el doctor Marún, una persona muy activa y dispuesta para manejar la Secretaría. En ese período,
a fines de la década del '80, nos trasladamos a la Ciudad Universitaria. Creció mucho la extensión institucionalmente, y también el programa de becas. Comenzaron a funcionar el área de teleconferencias, se formalizó la relación de la UNC con la Asociación de Televisión Educativa Iberoamericana (ATEI), y se pusieron en funcionamiento las salas del Pabellón Argentina con todo su equipamiento y una programación bastante sistematizada. En esa etapa peleamos mucho por las becas de extensión, en tanto proyectos de investigación aplicada. Marún las peleaba en la superestructura y yo en la baja, con los contadores de la Dirección General de Administración. Era una pelea a muerte porque se demoraban los pagos y no las querían equiparar con las otras becas.

- Este programa de becas logró tener continuidad hasta la actualidad, a pesar de los distintos gobiernos que pasaron por la Universidad, ¿qué condiciones y aspectos permitieron convertir al programa en una política de extensión a largo plazo?
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Siempre lo llamé el “sistema de becas de extensión”. Creo que contribuyó de manera importante para que las facultades tuvieran sus propias secretarías de Extensión. Aunque a veces sea sólo un techo, un escritorio, un sello y una silla para el secretario. En ese momento, adjudicar las becas era casi una responsabilidad exclusiva de la Secretaría central, hasta que se fueron consolidando las de las facultades;fueron peleando su espacio, sus becarios, proyectos y directores. El programa de becas fue un principio de sistematización de una idea de extensión.

Lucía también recuerda los “Encuentros de Becarios de Extensión”, que constituyeron un aspecto importante del programa de becas. “Los becarios de distintas Facultades y áreas mostraban sus trabajos, intercambiaban experiencias y se daba la posibilidad de conocer la diversidad de proyectos”, explica y continúa: “Esos encuentros fueron una de las actividades en las que más me impliqué”.

El huevo de la serpiente
Cuando se le consulta a Lucía sobre el concepto de “transferencia” vinculado con la extensión universitaria, ella responde: “Eso es muy de los años noventa. En algún momento dije que la palabra tenía sus bemoles. La “transferencia” se transformó en un negocio, al igual que las pasantías. Eso venía de un mandato del neoliberalismo que atravesó toda América Latina. Eran innovaciones surgidas a partir de propuestas interesantes -como el decreto de creación de las pasantías y ciertos desarrollos vinculados a la idea de transferencia- pero tenían en sí mismas el huevo de la serpiente. Después fueron destinadas a otros fines”.

- En este caso, la Universidad se concebía como una institución que ofrecía servicios y, a través de la extensión, se acercaba más a las empresas y al mercado…
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Creo que la definición de extensión en ese momento fue la correcta, porque sostenía la existencia de una universidad que crea y elabora conocimientos en ciencia, tecnología y arte, y los transfiere a la sociedad; en función de esa transferencia, los universitarios ponen a prueba sus conocimientos y tienen la posibilidad de reflexionar y reorientar sus prácticas en docencia e investigación en contacto con los reales requerimientos sociales. Pero prontamente estas ideas fueron absorbidas por las políticas de los años noventa: la destrucción del Estado y su desentendimiento de las universidades, nos llevó a buscar financiamientos externos, muchas veces sin medir las consecuencias para la especificidad de lo universitario, y con el riesgo de quedar entrampados en las lógicas del mercado.

Para exponer con más claridad las diferencias entre esta idea de la extensión y otras que se habían planteado con anterioridad, Lucía recupera nuevamente los debates que se generaron en la reunión de la UDUAL en México en 1972. “En aquel entonces, en las universidades se buscaba la racionalidad, el ideal de vida racional, la justicia social; pero cabía también la posibilidad de que, a través de sus programas de extensión, ofreciendo los avances de la ciencia y la tecnología, distribuyera sus beneficios sólo entre sus pares -los egresados, los profesionales-, incrementando la injusticia social y las diferencias de clase entre los trabajadores y los que los mandaban”, explica. “Eso en los noventa sucedió al revés: se ofrecía mano de obra barata, la Universidad brindaba sus especialistas, laboratorios y equipamiento trabajosamente construidos a cambio de obtener unos pocos pesos para poder realizar investigaciones y mantener su patrimonio. En definitiva, fue realmente nefasto que aparecieran esas figuras legales y que la Universidad se metiera por esos atajos... más que por falta de ética universitaria, seguramente sucedió por no tener bien centrado el eje en lo que es la universidad pública”.

La hermana menor
- La extensión es ubicada, muchas veces, en un lugar de inferioridad con respecto a las otras funciones de la Universidad, como son la docencia y la investigación ¿Cómo se podría revertir esa situación?
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Pareciera que la extensión no está en ningún lugar. Tengo la imagen de que la investigación y la docencia están en su lugar, pero la extensión no está encuadrada, no tiene marco... es como que hay más extensionistas que políticas de extensión. Creo que se necesita generar una discusión horizontal, entre las facultades y con el área central, sobre la extensión.

Sin dudas, para poder llevar adelante algunas políticas se necesitan recursos, algo que Lucía señala como un déficit en materia de extensión, si se la compara con las áreas académicas y de investigación. “La extensión siempre es la más carenciada y falta de crédito”, sostiene. Esto conduce a que las experiencias en el terreno de la extensión aparezcan asociadas al “voluntarismo” o sujetas a la “vocación universitaria”. Por el contrario, ella explica que la impronta que desde la FFyH se pretende dar a la extensión “tiene que ver con realimentar al grado a partir de los aprendizajes de la intervención extensionista y articularse desde su especificidad con el área de investigación. Es decir, integrar las tres funciones, como dice el Estatuto y como se pregona en los discursos”.
Además, Lucía considera que la extensión, a diferencia de la investigación y la docencia, es un lugar “de menos certezas”. Y, precisamente, en eso radica su potencialidad. “Hay muchos programas de extensión que vuelven al grado y plantean algunas incertidumbres sobre lo que estamos enseñando”, confirma.

- Este año se cumplen noventa años de la Reforma Universitaria, y la extensión siempre fue considerada como una de las conquistas de esa gesta estudiantil, ¿qué balance se puede hacer después de estos años transcurridos?
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La Reforma Universitaria me atrae mucho por su impacto. Creo que, como el Mayo francés del '68, fue un formidable acontecimiento revolucionario protagonizado por los estudiantes; pero hoy necesita una mirada actualizada, sobre todo en materia de extensión. La idea de difusión cultural y la concepción de extensión como algo unidireccional, 'desde la Universidad hacia el pueblo no universitario', creo que viene de aquella época. Aquellos jóvenes derribaron los muros, se ex-claustraron, y desde las calles saludaron “a los compañeros de la América toda” y les incitaron a “colaborar en la obra de libertad...”. Fue muy importante esa lúcida fogosidad que tuvo la Reforma, que se irradió por Latinoamérica, contagiando a otras universidades e inspirando otros movimientos; pero también me parece que hay que leer entre líneas el mensaje del Manifiesto, a la luz de las cuestiones actuales, porque las condiciones son absolutamente distintas.

* Artículo publicado en la sección “Entrevista” de la revista E+E (Estudios de Extensión en Humanidades) Nº 1, volumen I, realizada por la Secretaría de Extensión de la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC), octubre de 2008.

Palabras para Lucía
Por Santiago Lucero (un admirador)

Tengo los mejores recuerdos y también presentes sobre Lucía, una luchadora incansable. Con ella compartimos proyectos de extensión y otros que se vinculaban con su tarea como militante (quizá esta palabra ya no se use) de la Asociación Gremial San Martín. En esta última tarea, recuerdo que nos pasábamos hasta altas horas de la noche proyectando, planificando y por qué no decirlo, construyendo utopías, por supuesto “regadas” con algún vaso de buen vino. Admiraba y admiro su pasión, quizá por eso  se mantiene joven y creo que aún las canas no aparecieron. En esas des-horas a que hacía referencia, construimos un espacio, junto con otros gremios, que se dio en llamar, “La Intersindical de Cultura”.  Realizamos varios eventos recuperando prácticas y expresiones culturales de los trabajadores, como teatro, música, etc. Yo como joven que era en aquellos tiempos me sorprendía de lo incansable que era Lucía, casi no le podía llevar el ritmo y creo que ahora menos. Sé que está viajando por esos lugares en los que sólo Lucía sabe moverse; llevando y trayendo cultura, palabras, gestos, ideas que sólo una extensionista y luchadora de verdad puede hacer.
Estos recuerdos son sólo una ínfima parte de lo que compartí y sigo compartiendo con Lucía.

Una no docente todo terreno
Con ojos de becaria
Por Olga Silvia Ávila
Secretaria de Extensión – FFyH (UNC)
Conocí a Lucía en épocas en que trabajaba en la Secretaría de Extensión Universitaria y tenía a su cargo el Programa de Becas de Extensión, en cuya gestación había tenido un protagonismo central. Los becarios recurríamos al primer piso del Pabellón Argentina para todo, pues era allí dónde se atendían nuestras preocupaciones, dudas, iniciativas y aspiraciones. Le llevábamos a Lucía toda clase de ideas descabelladas y ella escuchaba paciente y solidariamente, enganchándose a veces en algunas; esto era lo que me deslumbraba, no había cosas imposibles para esta no docente, todo era escuchable.
Entre tantas idas y vueltas, se fue enterando del proyecto que estaba desarrollando con la Escuela de la Familia Agrícola (EFA) de Colonia Caroya con María Burnichón, de nuestros recorridos por la zona y de nuestros planes de organizar un encuentro nacional para revisar junto a todas las EFAs del país, los procesos que habían incidido en las instituciones durante la dictadura y los inicios de la democracia. La modalidad particular de estas escuelas, de orientación progresista y comunitaria, había sufrido el embate de esos tiempos y nuestro proyecto tenía por objetivo colaborar en la resignificación de su experiencia pedagógica y social.
Recibimos un apoyo extraordinario, para una actividad difícil de concretar por la escasez de recursos de esas instituciones y por la envergadura que había adquirido, como aspiración de un becario novato. Hubo que hacer mil gestiones para conseguir el espacio, los elementos técnicos, tramitar certificaciones y sobre todo hacer creíble para las instituciones que la Universidad era capaz de comprometerse en un proyecto de esa naturaleza con esos actores, campesinos y docentes rurales.
Llegó el día del evento organizado finalmente en un colegio de Jesús María que contaba con espacio para alojar a los más de cien asistentes; estábamos por comenzar cuando la vimos aparecer, con la sonrisa pícara que la caracteriza, con los certificados y con la Secretaría de Extensión de la Universidad; nosotras quedamos felizmente sorprendidas, pero mucho más aquellos docentes y padres campesinos, que habían viajado desde Misiones, Chaco, Santa Fé, Entre Ríos, Corrientes, Formosa, Buenos Aires:  “…Así que la Universidad se vino para acá? ¿.. por nosotros..?”.
Creo que gracias a esas experiencias nunca me alejé de la extensión.

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