Recuerdo

La naturaleza de “trabajador público”

 

A una semana del fallecimiento de Roberto Paoletti, su ausencia física es difícil de asimilar. La cantidad de personas de la comunidad universitaria que se acercaron a despedirlo el pasado 20 de septiembre, cuando se realizó el funeral, da cuenta de su entrañable personalidad. A continuación, se incluye uno de los tantos mensajes que llegaron al Área de Comunicación de la FFyH recordando a Roberto. El texto pertenece a Fabián Mié, docente de la Escuela de Filosofía.

Roberto Paoletti me parece que es un personaje que habita aún las oficinas, despachos y pasillos de nuestra universidad, y de nuestras oficinas públicas, en general, que pertenece a una especie en franco proceso de extinción. No me propongo hacer un elogio de su persona, en este caso. Hay mucha gente que conocía personalmente a Roberto mucho mejor que yo. Sobre sus habilidades laborales específicas hablan sobrada y justamente sus compañeros de años. A lo que me atrevo a referirme aquí es a la naturaleza de “trabajador público”, que cuadraba a Roberto, que laburaba como un tipo del todo ajeno a la creciente y humanamente cruel conversión de los empleados públicos en “agentes” o “prestadores de servicios”. Felizmente para quienes no hemos sido formateados por el glamour de las chicas lindas y el atractivo de los rostros felices, a los que perversamente recurre la ingeniería laboral para hacernos sentir acogidos en las mesas de recepción, u otras muchas vilezas del tipo, que todos padecemos (desde “rubias” atendiendo en las estaciones de servicios hasta niñas encorsetadas en apretados pantaloncitos repartiendo boletines de alguna gomería, o rostros “barbies” en las fotos de promoción de bancos, empresas o cualquier entidad pública privada o estatal); Roberto exhibía sus modales sin cuidado de marketing alguno, mostraba su malhumor abiertamente o refunfuñaba fastidioso por las numerosas dificultades burocráticas que tenía que afrontar diariamente en su oficina y en el seguramente arduo trato con el docente universitario. En fin, un tipo que no estaba hecho para ser vendido o alquilado por rasgos fashion, sin corbata al tono ni distintivo con su nombre adherido a la camisa. Con sus aciertos y errores, fortalezas y debilidades, sencillamente humanas, perteneció a esa clase de “personal” que hacía lo que quería (no siempre lo que le gustaba o deseaba), que tenía la cabeza y el cuerpo en una institución, que pertenecía a ella sin calcular que la vida laboral es una cuestión de escalar o pisotear. Roberto se me ocurre ahora casi un personaje de literatura, o quizá, más justamente, un retoño de una época en que la Argentina dio lugar a su mejor tradición social, al trato ameno, a la confianza, al humor y a la ironía inteligente, al privilegio de la idoneidad y a las ganas de forjar un lugar donde habitar y permanecer.

Al compañero Roberto, un abrazo

Fabián Mié
(docente de Filosofía Antigua)

volver