Sin fronteras

Tres miradas sobre el III Congreso Internacional de la Lengua Española.


Una radiografía del evento, en primera persona

La profesora de Historia de la Lengua Española María Teresa Toniolo representó a la Escuela de Letras en el III Congreso Internacional de la Lengua Española. Y ofrece una crónica del encuentro, enriquecida con el aporte de sus sensaciones y opiniones. La intimidad del evento, día por día.

 Jornadas de fiesta para el intelecto fueron los días del Congreso. Toda Rosario se había preparado para el encuentro. La Capital, diario decano de la prensa argentina, con más de 137 años de vigencia, hablaba de “clima de refundación”. Y los que la recorrimos en esa ocasión nos vimos sorprendidos por su enriquecida vida cultural al margen de la variada propuesta de espectáculos gratuitos y de alta calidad que las acciones coordinadas de la Municipalidad local y el gobierno de Santa Fe programaron.

Especialistas de la lengua española, escritores, premios Cervantes y un premio Nobel – José Saramago – pusieron en ritmo al III Congreso.

De la solemnidad de la sesión inaugural destaco las palabras magistrales de Carlos Fuentes, con las que poéticamente desbarató “la falaz teoría del choque de civilizaciones seguida del peligro hispánico para la integridad blanca, protestante y angloparlante de los Estados Unidos de América”. “Yo creo profundamente – expresó Fuentes – que es la lengua española la que con mayor elocuencia y belleza nos da el repertorio más amplio del alma humana, de la personalidad individual y de su proyección social. No hay lengua más constante y más vocal: escribimos como decimos y decimos como escribimos”.

En la tarde de la primera jornada participé – expectante - de la sesión plenaria, que se inició con la muy cuidada ponencia de Claudio Guillén, hijo del recordado Jorge Guillén, sobre aspectos ideológicos y culturales de la identidad lingüística. Claudio Guillén llamó a la reflexión de escritores y hablantes de nuestra lengua para tomar conciencia verdadera de una integración cultural que supere el concepto obsoleto de literatura nacional y la segregación entre creadores latinoamericanos y creadores ibéricos para constituirse en miembros “de una comunidad basada en una lengua feliz, libre, espontáneamente compartida.”

Recuerdo particularmente, la intervención del filósofo Tomás Abraham, algo heterodoxa y autobiográfica quien capturó con su historia personal acerca de los “efectos que puede tener en una persona el desplazamiento de lenguas en su lengua” – en referencia al órgano retráctil que “habita nuestro paladar” y de cómo su castellano “comenzó a fluir como agua bendita”, superando una prolongada tartamudez que el entrecruzamiento del húngaro, lengua de su madre, lo había bloqueado. Lo anecdotario trascendía en el modo del decir y en las inferencias que, como buen filósofo, derivaba al costal de la configuración de la identidad lingüística.

La segunda jornada nos permitió disfrutar de la excelencia de Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras y del académico chileno, diplomático y Premio Cervantes, Jorge Edwards, quien expuso en el marco de homenaje al cuarto centenario de El Quijote, ponderando las plumas de Cervantes, de Proust, de Borges, de Machado de Assis y del inglés Sterne, jugando a entrelazar sorprendentes coincidencias en fantasía desatada.

El cierre de la segunda mañana tuvo la voz y los conceptos de Don Ernesto Cardenal. Su feliz intervención apuntó a demostrar – apoyándose en teorías del físico inglés Freeman Dyson sobre la capacidad innata para cambiar de lenguaje – que  “la plasticidad y diversidad de las lenguas tuvieron un papel muy importante en la evolución humana”. “No fue un accidente histórico desafortunado el que tuviéramos muchas lenguas. Fue el medio que utilizó la naturaleza para que evolucionáramos rápidamente.” Promedió su ponencia sosteniendo que las culturas, y por ende las lenguas, no deberían cerrarse sobre sí mismas, pues esta actitud de los miembros de ese tipo de comunidades conspira con el empobrecimiento y desaparición de las mismas: “cuando se pierde una lengua es una visión del mundo la que se pierde.”

Casi al término de su exposición afirmó que la principal identidad es inmutable y, deteniéndose en el autor de Rayuela cerró su participación de este modo: “Y qué bien suena el español en Cortázar: ‘Tomá, mirá lo que me prestó la Chola...’.” Su hazaña que debe ser la de todos nosotros, fue la de mantener la unidad de la lengua en su diversidad, esto es mantener su identidad.

En la tarde del jueves, tanto como en la del viernes, hubo que optar entre las diversas comisiones programadas Así escogí el panel “Migraciones, lengua e identidad”, excelentemente coordinado por el mexicano José Moreno de Alba.

Recuerdo y pondero las intervenciones de José Blecua, del costarricense Adolfo Constela y su ponencia sobre las lenguas indígenas de A. Central, la comunicación de Amparo Morales sobre la permanente situación de adstrato entre el inglés y el español.

Esta investigadora expuso que, si bien “el español es un valor no negociable para el pueblo”, la situación política del país ha obligado a los puertorriqueños a hacer muchas concesiones, por ejemplo, dejar sin efecto la ley que eliminaba el inglés como lengua oficial, vigente desde 1991 a 1993 y continuar con el español junto al inglés como oficiales, tal como sucedía desde 1902. La ponencia de Morales fue muy didáctica, apoyada estadísticamente y, dejó en claro que en la isla de Puerto Rico, el español encuentra la mayor privación especialmente en los registros administrativos formales de la lengua escrita.

En este mismo panel expuso el doctor César Quiroga Salcedo sobre “Migraciones, Lengua e identidad en la zona andino cuyana de Argentina”. Desde el huarpe y el cacán, lengua de los primitivos pobladores de la zona, describió y analizó las migraciones en los distintos períodos históricos de nuestro país -colonial, republicano- . En su ponencia tuvo lugar destacado, el análisis de la Ley 1420, como niveladora cultural y  lingüística, que impuso la enseñanza pública, gratuita, laica y obligatoria. Fue, al decir de Quiroga, “una ley de aceleración civilizadora y de consolidación del español en nuestro país”. Cerró su exposición con las propuestas de impulsar: a) una Filología amerindia dedicada al análisis de las culturas étnicas americanas y b) una  reflexión profunda que se comprenda como de interés nacional “el valor e importancia de la lengua en los medios de comunicación” y, finalizó expresando que “nuestra acción reside en promover las voces regionales de mayor altura.”

En relación a la ponencia del doctor Quiroga también pude asistir, a la intervención de la doctora Rojas Meyer sobre “El español y las comunidades indígenas del norte argentino en el nuevo siglo”, en la que expuso sobre las lenguas amerindias que perduran – el quichua, el wichí – y las alteraciones que las mismas sufrieron en contacto con el español.

En la jornada del viernes 19, quiero destacar la ponencia de Juan Luis Cebrián sobre el “extraordinario crecimiento del español en la primera potencia militar y económica del mundo.” Informativo y detallado trabajo que nos puso en conocimiento de los 40 periódicos diarios y más de 300 semanarios editados en castellano en los Estados Unidos de América, “amén de tres cadenas de televisión y miles de estaciones de radio”. En el transcurso de su exposición avanzó en interesantes y discutibles argumentos tales como: “en el año 2050 el castellano superará al inglés (lo hablará el seis por ciento de la población mundial frente a un cinco por ciento del último)”; “el español es hoy y, desde hace mucho tiempo, fundamentalmente americano”; “el castellano del siglo XXI será lo que Latinoamérica decida”.

Roberto Fontanarrosa participó de la misma mesa redonda de J. L. Cebrián, hablando de las malas palabras ¿Por qué son malas? ¿Qué lo determina? ¿Quién las condena? Terminó pidiendo una amnistía para ellas y divirtiendo a la concurrencia y a los panelistas que lo acompañaban.

Por la tarde asistí a un interesantísimo encuentro sobre “El español estándar y sus variedades en los medios de comunicación”, en el cual intervinieron destacados editores de revistas y periódicos internacionales,  William Restrepo, de radio Caracol de Miami y Alicia María Zorrilla de nuestra Academia de Letras. Razones de tiempo me impiden explayarme sobre cada uno de ellos, pero bien merecerían que accedamos a sus trabajos (dejo un CD con algunas ponencias y conferencias a disposición de colegas y alumnos, en la Escuela de Letras). De este panel recomiendo acercarse al ejercicio semántico de Alicia Zorrilla acerca de “La lengua como espectáculo: entre la crónica deportiva y la noticia policial”.

Jugando con los ajustados tiempos y a continuación, me acerqué a escuchar a la doctora Magdalena Viramontre de Ávalos sobre “La enseñanza de la lengua española en el sistema escolar de Argentina así como de la lengua española como lengua extranjera”. La única expositora cordobesa resumió didácticamente y en visión histórica, los trayectos y cambios que la enseñanza de la lengua atravesó a lo largo del siglo XX en nuestro país, y la implicancia de maestros y profesores en los mismos.

Y llegó el sábado de la clausura. Y el homenaje a Don Ernesto: querida persona y excelso escritor. El teatro y el público nos emocionamos ante las palabras de Saramago, las anécdotas de sus encuentros con Sabato y la presencia frágil y vulnerable de nuestro Premio Cervantes. Un teatro, una platea y un pueblo, esperando por verlo en las calles aledañas, rindieron su tributo de afecto, de respeto y de admiración.  

Quiero clausurar estos comentarios –absolutamente borradores– con palabras del académico Juan Luis Cebrián:

“La internacionalización del español precisa combinar la inevitable paradoja de abrir las fronteras de nuestro idioma, al tiempo que somos capaces de fijar la norma (...) Unitas in pluribis, unidad en la diversidad, es también el futuro de nuestro idioma, patria común de nuestros sueños, nuestras razones y nuestros sentimientos.”

María Teresa Toniolo
Profesora de Historia de la Lengua Española
Congresista invitada en representación de la Escuela de Letras de la FFyH (UNC)

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Unidad y diversidad en tensión

Unidad y diversidad en tensión

 Al finalizar el encuentro, los representantes de la Real Academia Española propusieron: “Unidad en la diversidad”. Pero no se preguntaron los renombrados intelectuales cómo conservar la diversidad, sino que más bien se preocuparon por la manera de implementar políticas concretas de unificación, para dar batalla, como un solo idioma, frente al pujante inglés. Por eso cabe preguntarse qué proyectan sobre la lengua española los que detentan su patria potestad y cómo afectan esos proyectos a sus hablantes.

En el III Congreso Internacional de la Lengua Española que se realizó en noviembre último participaron lingüistas y escritores de diferentes países hispanohablantes que, empleando un español “neutro” pero teñido por los distintos acentos locales, disertaron sobre aspectos ideológicos y sociales de la identidad lingüística, identidad y lengua en la creación literaria e internacionalización del español.

Los temas, de aguda importancia para nosotros, fueron tratados con la ligereza a la que obligaba el escaso límite de diez minutos por ponencia y en un ámbito en el que se destacaron el acuerdo, las opiniones comunes y el aplauso indistinto ante todas las propuestas.

Por esto, el “postcongreso” invita a la reflexión, ya que, además, en aquel espacio, se discutió poco, los juicios encontrados fueron escasos y, cuando alguna divergencia colocaba el panel, al borde de perder el tono general de concordia (a veces, monocorde), la misma se disolvía rápidamente en algún chiste o la palabra concluyente de quien fuera presidente de la mesa (un académico, por supuesto). Este “detalle” está íntimamente relacionado con la propuesta del Congreso: unidad de lengua, unidad de cultura, unidad de identidad.

Los representantes de la Real Academia Española, al finalizar el Congreso, propusieron: “Unidad en la diversidad”. Tal par de antónimos formaron parte de la misma estructura sintáctica sin generar mayores inconvenientes. Pero no se preguntaron los renombrados intelectuales cómo conservar la diversidad, sino que más bien se preocuparon por la manera de implementar políticas concretas de unificación, para dar batalla, como un solo idioma, frente al pujante inglés.

Hace ya poco más de cinco siglos, Antonio de Nebrija pareció entender mejor estas cuestiones (en realidad, no es que ahora no se comprendan sino que quizás no se exponen tan abiertamente), y las resumió en la frase: “Siempre la lengua fue compañera del imperio”. El letrado hizo manifiesto un objetivo sin ocultarlo (por supuesto, el prólogo de su Gramática se dirigía a la Reina y no a los súbditos hablantes de “peregrinas lenguas”).

Cuando un proyecto se expresa claramente, uno puede disentir, cuestionar la propuesta - porque sabe, acerca de los medios que conducen hacia ese fin: consolidar la unidad cuando un Estado avanza sobre un nuevo territorio, por ejemplo)- y leerla de modo crítico. Del mismo modo habría que operar con los discursos que se presentaron en el III Congreso, ya que, por debajo de la fina retórica, de la excelencia académica, del grueso currículum, no son menores las cuestiones ideológicas en disputa, que se velan o apenas se vislumbran como tales.

Aquel gramático concebía a la lengua como una entidad que “comienza, crece, florece y cae”. Recordemos también la imagen del “organismo” propia del positivismo, que acompañaba a la idea moderna de progreso.

No obstante, más allá de esos pensamientos de época, hoy no podemos concebir al lenguaje como una criatura que actúa sola, como una esencia que se desplaza autónomamente por el universo e ignorar que las lenguas existen porque hay personas que las hablan, que los sujetos constituyen comunidades o sociedades civiles, que la contracara de éstas son los Estados, que los Estados no están exentos de la “noción” de poder. No podemos ignorar tampoco, que el poder del Estado es político, y que detrás o al lado del poder político está el económico. Tampoco puede desconocerse que Sociedad civil, Estado y Poder son construidos históricamente.

No cabe utilizar hoy “inocentemente” la metáfora de la lengua como un ser independiente que nace, camina, se enferma o se muere sola; en todo caso, ampliemos la alegoría e indaguemos acerca de sus “padres” -quiénes la han concebido como tal, o sea, cuando se habla de una lengua o idioma -, qué protegen cuando la cuidan, qué proyectan sobre ella los que detentan su patria potestad y cómo afectan esos proyectos a sus hablantes, que son los principales protagonistas -ya sean agentes o pacientes- de las políticas lingüísticas, pero que se diluyen si la lengua se piensa como una realidad abstracta desprendida de ellos.

Precisamente, no es posible hablar vagamente de, por ejemplo, una nueva “orientación” o “actitud panhispánica”: existen instituciones, como la RAE, ligadas a la tradición de un Estado, que no tienen sentimientos ni actitudes, sino que las personas que las dirigen toman posturas, deciden y llevan a cabo acciones que son, concretamente, políticas. No ignoramos que el sustantivo “política” figura en la propuesta de la Academia; pero habrá que tener en cuenta todas sus connotaciones e ir aun más allá y revisar qué implica hablar de “panhispánico” y qué excluye esta expresión.

Mencionamos ya que durante el Congreso no se promovió la discusión. Quizás los organizadores no lo pensaron como ámbito adecuado para ello. Por supuesto, esto no impide ni nos exime de ubicar nuevamente sobre el tapete, pues allí están, como hace cinco siglos, cuestiones que, sin lugar a dudas, no se resolverán pacíficamente, como algunos podrían pretender: ¿Qué ocurre, cuando una lengua está en expansión, con las lenguas de las minorías (que son lenguas)?; ¿qué implicancias económicas existen detrás de una política de unificación y, por ende, qué intereses de mercado están presentes?; ¿puede, acaso, ser coordinadora una institución central, europea, frente a una realidad política, económica, social y cultural tan disímil y variada como la latinoamericana?; ¿no será que esas realidades, más allá de la lingüística, son las que impiden que se resuelva la tensión entre unidad y diversidad?; ¿será viable una mirada armónica sobre una historia que surge y se desarrolla sobre el conflicto entre culturas?; ¿qué representaría para Latinoamérica constituirse en portavoz de la segunda lengua polo de la globalización si se enfrenta a una tecnología de la cual no logrará ser agente mientras queden por resolver cuestiones sociales y económicas elementales?; ¿acaso sólo la posición de nuestra lengua (¿su “unidad básica”?) en ese proceso nos salvará como por arte de magia de problemas de tal índole?

Nuevamente, Nebrija consideraba su siglo como momento oportuno para fijar la lengua mediante una gramática porque se daba (¿para todos?) una época de esplendor y paz en el Imperio (en el suyo). ¿Se vive en cada país de Latinoamérica un tiempo tal como para secundar una empresa semejante?; más allá del número ¿podemos considerarnos la segunda voz de (es decir, perteneciente a) “Occidente”, sin que se renueven viejas heridas?; ¿son de ignorar las exclusiones que implica hacia adentro de nuestros propios países la homogeneización, riesgo latente aunque hablemos en términos de “unidad” como palabra estética y políticamente más aceptable?

Si no nos quedamos encerrados en “El Círculo” de la propuesta académica, el Congreso resulta valioso en tanto nos hace repensar estas cuestiones y exponerlas para la discusión, sin permitir que las ideas circulen ligeras ni que se hable de nosotros sin que sepamos qué. Simplemente, terminamos citando a Ernesto Cardenal, académico que se declaró antiacademicista, quien en su ponencia expuso: “Cuando se pierde una lengua es una visión del mundo la que se pierde… La principal identidad cultural es la del lenguaje, pero ninguna identidad es inmutable”.

Por Liliana Gazulla y Clara Cacciavillani
Alumnas de la Escuela de Letras, asistentes becadas.

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LaS lenguaS: el encuentro que no trascendió

Dicen que tiene siete lenguas la boca del dragón. Yo no sé. Pero me consta que muchas más lenguas tiene la boca del mundo, y el fuego de sus lenguas nos abriga. Será siempre poco cuanto se haga para defenderlas del desprecio y el exterminio”.

Eduardo Galeano, para el I Congreso de laS lenguaS

 

Del 15 al 20 de noviembre Rosario fue sede del I Congreso de laS lenguaS, al que se convocó no como el “contra congreso” del patrocinado por la Real Academia Española sino como un espacio de reconocimiento de una Iberoamérica pluricultural y multilingüe. Se lo denominó también “el Congreso paralelo”.

Aunque no participé del congreso oficial, caminando las calles de Rosario pasé varias veces por el Teatro El Círculo, donde la ciudad ostentaba su retocada fisonomía: despliegue de policías, banderas enarboladas desde los balcones, periodistas corriendo, credenciales (sí, las veía desde varios metros antes), tacos altos sorteándose entre adoquines y la presencia de empresas auspiciantes como si la cita hubiese sido para hablar por teléfono, mirar Los Roldán o viajar al extranjero en vez de intercambiar opiniones y saberes.

Para poder acceder al Congreso oficial se debía abonar un arancel (una suma de dinero digamos que importante) e inscribirse con varios meses de anticipación. En el Congreso Paralelo la entrada era gratuita. Esto lo hizo accesible para todos: tuvo su sede en casonas e institutos culturales.

El Congreso de laS lenguaS apostó a la construcción desde colectivo, porque la pluralidad marca la diferencia. Lo esencialmente ideológico. El reaseguro de la alteridad. Del saber a los saberes. Del poder a los poderes. Del yo al nosotros. De lo uno a lo múltiple. De la realidad a las realidades. De la cultura a las culturas. De la globalización a los mundos posibles. De la lengua a laS lenguaS.

En este encuentro se compartieron experiencias de labores cotidianas que llevan a cabo movimientos sociales, grupos independientes, comunidades aborígenes, profesionales comprometidos, estudiantes, artistas: todos trabajando para que la sociedad no se niegue a oír las innumerables voces que tejen la trama del pasado y el presente de esta región. Para reencendernos los fueguitos y saber y sentir que tenemos que ir todos: los intelectuales, los locos, los rebeldes y los oprimidos.Viajé sola a compartir, escuchar y aprender sobre las lenguas. En realidad nunca me sentí sola, sino que me encontré con caminantes de la misma utopía, porque estamos convencidos de que el cambio es posible, desde los detalles y lo cotidiano. Porque nos sentimos parte de lo mismo, se borran las fronteras de lo individual y somos todos, porque se rompen los espejos al verme reflejada en el otro. Paradójicamente, después de esta experiencia, me he quedado sin palabras.

Betiana Vasallo
Alumna de la Escuela de Letras

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