Historias y personajes

Leticia Cossettini, la maga de los niños

¿Por qué no sirven las experiencias de los demás para conducir eso a un plano más alto, más acorde con la sociedad y con los hombres? ¿Resulta siempre peligroso abrir los ojos a alguien para que se encuentre con la verdad?
Leticia Cossettini



Fuente: “El monitor de la educación”, revista del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación (Nº 1, octubre 2004).

El 12 de diciembre último, a los 100 años de edad, fallecía en Rosario Leticia Cossettini, una de las figuras más representativas del movimiento Escuela Nueva en la Argentina, maestra y principal colaboradora de su hermana Olga en aquel magnífico ensayo educativo conocido como “la Escuela de la Señorita Olga”.

No es posible hablar de Leticia sin hacer referencia a las experiencias innovadoras que juntas forjaron, desde la Escuela Serena en Rafaela hasta la escuela experimental “Dr. Gabriel Carrasco” en Rosario, entre 1935 y 1950, año en que Olga fuera exonerada por razones políticas.

Ante todo, debemos situar estos ensayos educativos en el contexto de la profunda crisis social, económica y cultural de la época, en el que pensar la reforma era un imperativo para aquellos hombres y mujeres comprometidos en la búsqueda de un imaginario de reconstrucción social, de la que un vasto y heterogéneo movimiento pedagógico renovador fuera una cabal expresión.

La reacción ante la escuela tradicional, positivista e intelectualista llevó a las hermanas Cossettini hacia la filosofía italiana. Olga recordará que “con el nombre de Escuela Serena se distinguieron en Italia las escuelas que siguieron la corriente filosófica de Gentile y Lombardo Radice -con quien ella mantuviera una fluida correspondencia- y a nosotros nos inspiró llamarla así, Celia Ortiz de Montoya”. En estas fuentes las hermanas encontraron el principio neurálgico de la reforma: el concepto de educación como compenetración de almas, donde maestro y alumno constituyen una “unidad espiritual de la cual nace y se forma la cultura”.

Ya en la Escuela de Rosario, bajo la dirección de Olga, estas búsquedas se plasmarán en un extraordinario ensayo escolanovista, recordado por sus alumnos como “aquel lugar privilegiado del mundo de la infancia”. Las publicaciones de ambas, los diarios de clase de los maestros, los cuadernos de los niños, dibujos, acuarelas, cartas, fotografías y videos -preservados en el I.R.I.C.E.- constituyen hoy documentos de un valor inestimable para acceder al conocimiento de ese mundo, para recuperar la construcción cotidiana de ese “hacer la escuela”. Allí encontraremos las imborrables huellas de ese acogedor ambiente escolar; de la estrecha vinculación escuela-barrio; de un currículum integrado en el que el arte ocupó un lugar relevante; de la disciplina por la autodeterminación; de las misiones culturales que retomaban las experiencias realizadas durante la República Española; de los conciertos semanales de la discoteca; de las visitas a exposiciones; de la cooperativa escolar; de la huerta, la granja, el museo y la biblioteca; de las asambleas de los alumnos, verdaderos centros de formación democrática.

Muchos años después, un alumno sintetizaba parte del significado de esa vivencia: “En la vida de todas las personas hay influencias totalmente decisivas, y la influencia de mi escuela primaria tiene ese carácter. Me dio eso que mi casa jamás hubiera podido darme... fue una satisfacción de aprender, de descubrir... Eso hace que en los momentos importantes de mi vida, yo apele siempre a esa experiencia. Encuentro en eso impulsos, definiciones, sostén”. Y en ello mucho tendría que ver la presencia insustituible de “la maga de los niños”, al decir de Delia Etcheverry.

Las creaciones de Leticia contribuyeron a darle una fisonomía propia a la escuela y tuvieron una profunda impronta tanto en la experiencia subjetiva de los alumnos como en sus realizaciones. Podríamos recordar el maravilloso Coro de Pájaros, donde los niños imitaban las aves del campo y de las barrancas del Paraná. “Es digno del Paraíso”, afirmaría Gabriela Mistral al escucharlo.

O podríamos evocar el extraordinario Teatro de Títeres, inspirado en la función que Javier Villafañe diera a los alumnos. En ocasión de una visita, y luego de que los niños representaran su “Platero y Yo”, Juan Ramón Jiménez confesaría: “Pasé en esa escuela uno de los días más bellos de mi vida.

También el Teatro Infantil, que diera cabida tanto a los romances del Siglo de Oro español como a la teatralización de los poemas de los niños. Rondas, danzas, esculturas de chala y hasta “El Libro de mi pueblo” -que redactaran juntos-; todo aquello cobraba dimensiones inimaginables en esa intensa obra cultural que eran las Misiones. La escuela no sólo abría sus puertas: se trasladaba al seno mismo de los barrios, a sus plazas y a sus escuelas.

El énfasis que Leticia pusiera en la libre expresión creadora de los niños -que no le era ajena por su sensibilidad de artista- atrajo la visita de importantes exponentes de la cultura, tanto nacional como internacional. Dado el carácter experimental de la escuela y el pronto reconocimiento que merecería, contaron con la visita frecuente de pedagogos y maestros innovadores, constituyéndose en un nudo fundamental de la red de relaciones que vinculara a figuras relevantes del movimiento de Escuela Nueva en el país, como Luz Vieira Méndez, Celia Ortiz de Montoya, Jesualdo y Luis Iglesias.

En una reflexión sobre los lazos que unieran a algunos de estos ensayos, Iglesias afirmaba: “La nuestra fue una actitud de rebeldía contra un sistema sordo y rutinario que carcomía las más delicadas fuentes de pensamientos y sentimientos de las edades más propicias para aprender a pensar, crear, actuar, sentir, soñar. [...] Nuestros ensayos pedagógicos de Colonia, Rosario y Tristán Suárez nacieron con la esperanza de ayudar a revertir troncalmente aquella realidad de agobio que tanto nos había herido en la escuela, con la esperanza de desencajarla de sus viejos goznes y proponerle nuevas ideas y formas de acción. Ese fue el compromiso tácito y parejamente compartido, del que podrán hallarse huellas testimoniales en los documentos y libros que publicamos, sopesando realidades concretas. Pero también imaginando y soñando”.

Deberemos, entonces, escudriñar en esas huellas, y recrear las claves de una experiencia escolar reformista que hizo suya la defensa de nuestra mejor tradición de escuela pública, una escuela pública transmisora de valores de libertad, solidaridad, cooperación, honestidad, tolerancia, respecto a la diversidad, creatividad y compromiso social.

El mensaje inagotable que Leticia Cossettini nos deja es, entre otros, la incitación a no abandonar las búsquedas: “No hemos querido preconizar qué es lo que puede hacerse. Hemos preferido soñar y hacer.”

Marcela Sosa
(profesora adjunta a cargo de la cátedra de Corrientes Pedagógicas Contemporáneas y docente en la cátedra de Planeamiento Educacional. Escuela de Ciencias de la Educación, FFyH, UNC.) 

Ana María Foglino
(jefe de Trabajos Prácticos en la cátedra de Historia de la Educación Argentina. Escuela de Ciencias de la Educación, FFyH, UNC).

 


Fuentes y referencias utilizadas