Carta abierta a la sociedad

Niños y jóvenes en la mira del autoritarismo

Docentes - investigadores de la Facultad de Filosofía y Humanidades advierten sobre las consecuencias del discurso predominante respecto de la inseguridad y sus posibles efectos en el desarrollo de las políticas de Estado. Un documento aprobado por el Consejo Directivo y avalado por otras instituciones.



A partir de la presencia reiterada en Córdoba de Juan Carlos Blumberg, las tratativas con el Manhattan Institute y las declaraciones de Carlos Medina, el discurso público acerca de la problemática de la “seguridad” ha tomado cauces alarmantes y el pensamiento de la sociedad tiende a polarizarse. Voces diversas se han pronunciado en su contra, mientras que algunos sectores de la opinión pública parecen acoger las definiciones que ponen en la mira de la “tolerancia cero” a los más desprotegidos, confundiendo la pobreza con el delito. Como ciudadanos, como universitarios y como educadores nos sentimos en la obligación de contribuir a despejar y combatir las sospechas instaladas particularmente sobre los niños y los jóvenes, y es a la sociedad a quien dirigimos nuestro mensaje.

La infancia y la juventud requieren hoy de una mirada contundentemente comprometida que cierre el paso a cualquier intento de acrecentar las múltiples violencias a que se encuentran expuestas. La mayoría de los niños y adolescentes sufren cotidianamente necesidades, desilusiones, riesgos y discriminaciones diversas ligadas a su condición etaria y social, y encaran la búsqueda de alternativas de vida en condiciones de fuerte adversidad. En ocasiones abandonados a su suerte, deben abrirse paso e través de redes plagadas de presiones y disyuntivas que su corta edad y las penurias por las que pasan, vuelven difíciles de discernir y sortear, corriendo el riesgo de convertirse en el último y más fino eslabón de cadenas delictivas o corruptas.

Las escuelas a las que asisten se encuentran sometidas a graves procesos de deterioro institucional acumulado, producto de la crisis social y las políticas de los últimos años, con numerosas horas sin clases, en las que directivos y docentes empiezan y terminan cada día exhaustos a causa de la multiplicidad de cuestiones que deben atender. Escuelas que, sin embargo, constituyen frecuentemente los únicos lugares donde encuentran adultos dispuestos a escucharlos y trabajar para revertir las realidades más difíciles. Por su parte, los padres afrontan con angustia las dificultades que la problemática social les plantea en la crianza de sus hijos y las tensiones que supone ayudarlos a construir un proyecto de futuro en estas condiciones.

Constatamos estas situaciones en nuestros trabajos de investigación y extensión, en nuestros recorridos por las instituciones educativas, por las organizaciones comunitarias y los barrios, lo que nos permite sostener la urgencia de reorientar la mirada hacia los verdaderos entramados que arrinconan y clausuran la experiencia vital de nuestros chicos y los llevan no sólo a postergar toda clase expectativas y a vaciar sus días de sentidos y deseos sino también a ser señalados como objeto de sospecha. Son ellos los que deben ser protegidos y ayudados, no estigmatizados. Son otros los que tejen las redes del delito, las drogas, las complicidades y los clientelismos y deben ser identificados y sometidos a la Justicia.

Muchos de estos niños y jóvenes, sus padres y sus docentes, se esfuerzan por construir variadas y creativas estrategias para luchar contra la adversidad, apostando a vislumbrar un futuro distinto. Somos testigos del trabajo que desarrollan establecimientos escolares, organizaciones sociales, centros vecinales y grupos comunitarios, para generar espacios de encuentro social y producción de nuevos sentidos y prácticas. Junto a nuestros estudiantes, participamos con ellos en algunas de estas iniciativas y búsquedas, como parte de los procesos formativos que nos competen.

Sin embargo, es necesario advertir que los conceptos con que designamos la realidad contribuyen a perfilarla. El término “terrorista” capitaliza miedos actuales y pasados, alimenta temores colectivos y favorece el despliegue de prácticas sociales autoritarias. Recordamos que justificándose en la “lucha contra el terrorismo” la dictadura militar terminó por instaurar el terrorismo de estado más sangriento de la historia argentina. Acusar de ejercer el “terror” a aquellos que cotidianamente enfrentan el mayor de los desamparos no puede menos que considerarse un acto perverso y resulta igualmente inadmisible que la pauperización generada por las políticas neoliberales y la supremacía de los intereses económicos sectoriales pretenda ser aprovechada como herramienta de criminalización.

Nuestra historia demuestra que las tragedias nacionales han sido precedidas por la construcción de similares modos de pensar e interpretar la realidad, que abonaron y dieron sustento social al abuso de poder. Atentos a estas lecciones, sentimos la urgencia de sumar nuestra voz y convocarnos junto a los jóvenes, a los padres, a los docentes, a los profesionales, a nuestros egresados y estudiantes, a los pobladores de los barrios y el conjunto de la sociedad para impedir que los niños y jóvenes sean el blanco de ideologías represivas. Tenemos un lamentable pasado de destrucción generacional: la generación que hoy nos toca construir colectivamente, la de nuestros alumnos en las escuelas, la de las calles, la de los barrios, en fin la de nuestros hijos, no puede ser una más. La sociedad dispone todavía de hombres y mujeres capaces de asumir el protagonismo de lo social y es allí donde los discursos totalitarios encuentran las barreras más efectivas.

Área Educación del Centro de Investigaciones “María Saleme de Burnichón” de la FFyH.
Centro de Investigaciones “María Saleme de Burnichón” de la FFyH.
Escuela de Ciencias de la Educación de la FFyH.
Secretaría de Extensión de la FFyH.
Honorable Consejo Directivo de la FFyH.

 

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