Entrevista
“El escepticismo es una condición del mercado”
El filósofo chileno Willy Thayer participó en las jornadas de Filosofía Política que se desarrollaron del 14 al 16 de junio en esta Facultad. Durante un encuentro con Alfilo, el investigador reflexionó sobre los embates del neoliberalismo en el país trasandino, especialmente en el ámbito de la educación. Además, se refirió a las huellas de la política pinochetista y al enfrentamiento de los estudiantes secundarios con Bachelet.
"La facticidad neoliberal funciona con apáticos", dice Thayer.
“Filantropía, misantropía
y apatía” fueron las temáticas propuestas para que expositores
de distintos puntos del país y el extranjero se reunieran a debatir en
las quintas jornadas de Filosofía Política, coorganizadas por
la Escuela de Filosofía de la UNC y el Área de Filosofía
de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
En este marco, el chileno Willy Thayer abordó en su ponencia la “apatía
neoliberal”. Doctor en Filosofía de la Universidad Complutense y profesor
de la Universidad Metropolitana de Santiago de Chile, Thayer se especializa,
por un lado, en el análisis del pensamiento visual y la crítica
de arte y, por otro, en la crisis del discurso filosófico de la universidad
moderna.
En un diálogo que mantuvo con esta revista, el filósofo se explayó
sobre las miserias que acarrea el modelo neoliberal en la actualidad y las particularidades
que adopta en el espacio de la enseñanza universitaria. Con una visión
crítica y desencantada del mundo, Thayer hizo referencia, puntualmente,
a la vigencia del pasado militar en la realidad chilena y la avanzada de los
principios del mercado sobre la educación superior.
- ¿Por
qué vincula la apatía con el neoliberalismo?
- Creo que esto tiene que ver con algunos temas que se están trabajando
especialmente en ciertos ámbitos de la discusión contemporánea.
Estas figuras del ánimo –apatía, filantropía y misantropía-
fueron muy fuertes en el siglo XVII con el surgimiento de la teoría política
moderna, a partir de la creación de los conceptos de soberanía
y sujeto, que actualmente se están re-pensando. Escribí el texto
sobre apatía y neoliberalismo en Santiago de Chile y la escena, en cierta
manera, determina lo que uno escribe. Allí es muy fuerte la avanzada
neoliberal que instaló el gobierno militar. Creo que en Argentina, la
disolución del Estado –como algo que regula el mercado- no fue tan radical
como allá, que lo hizo la dictadura en pleno. Acá el menemismo
tal vez completó lo que de algún modo configuraron las dictaduras
conosureñas con el arribo de la globalización económica.
En esta ponencia, la conexión entre apatía y neoliberalismo tiene
que ver con un texto del filósofo judío-alemán, Max Horkheimer,
que trabaja sobre el escepticismo moderno y establece una relación fuerte
con el liberalismo. Explica cómo el escepticismo es una cierta condición
del mercado. O sea, para decirlo en otras palabras: si tienes muchos principios
reguladores en el intercambio, entonces intercambias menos. Si no hay principios
de regulación, el intercambio no tiene límites. Hay como una especie
de apatía de la facticidad neoliberal que quiere suprimir todos los principios
reguladores del intercambio, justamente, para que el intercambio no tenga reglas.
- ¿Cómo
advierte la aplicación de este principio en la realidad chilena?
- Por ejemplo, en Chile si miramos la educación media y universitaria,
después de la última reforma, la legislación estipula un
mínimo de reglas. Se trata de salvar algo así como los contenidos
mínimos y establecer la mínima regulación del Estado para
que el negocio sea máximo. Entonces, las cuestiones relacionadas con
los programas, contenidos, calidades y acceso a la educación están
desreguladas. La ley reglamenta el acceso y funcionamiento de los sindicatos
y los centros de estudiantes, pero no regula aquello que el Estado tradicionalmente
debe sostener como aparato pedagógico de interés para todos. Desaparece
completamente la educación de las fuerzas productivas o del espíritu
de la Nación. En su lugar, hay fuerzas de trabajo lábiles, no
ideológicas, sin principios de regulación, muy maleables, con
una legislación laboral ausente. En este sentido, creo que la dictadura
chilena hizo un trabajo de instalación completa. Los gobiernos de transición
han podado en parte la garra superestructural del gobierno militar –no hay tortura
ni represión de manera explícita- pero la firma de Pinochet sigue
ahí. Todo está firmado por él. Entonces, por más
que se hayan hecho transformaciones o reformas a la Constitución Nacional,
solamente son “perfeccionamientos de”.
- ¿En
qué sentido este sistema es capaz de “tolerar todo”?
- Estas formas de los estados de ánimo, del “pathos” -como son lo filantrópico,
lo misantrópico o lo apático- han sido ya completamente desheuratizadas
por ciertas máquinas que funcionan autónomamente de lo humano.
Puedes estar instalado en posiciones muy distintas y el neoliberalismo lo tolera
todo. La facticidad neoliberal funciona con apáticos, con fanáticos,
con dictadores, con prisiones como Guantánamo, con cárceles privadas
como en Corea, con campos de concentración. En ese sentido, hay una “apatía”
de la facticidad misma neoliberal. Una indolencia que va más allá
de las personas. Es como el mercado de las pasiones.
- ¿Por
qué sostiene que nada es esencial al neoliberalismo?
- No como ideología. Lo digo pensando que el liberalismo clásico
tenía ciertos límites que el neoliberalismo hoy no tiene. Y lo
sorprendente es que funciona. Es una maquinaria que justamente para su funcionamiento
exige siempre una desregulación. Para el neoliberalismo es indiferente
lo que ocurre en Chile, Argentina o en Bolivia; más allá de que
uno pueda pensar que hay fuerzas económicas muy pragmáticas en
cada lugar. Son núcleos o centros no solamente empresariales sino también
vinculados a actividades militares. Está todo ensamblado. Esto me recuerda
un texto que justamente hace una reflexión a propósito de la invasión
norteamericana a Afganistán y el bombardeo a Bagdad, y plantea que hay
una total invaginación entre guerra, destrucción, ruina, museo,
turismo. A esta lista uno puede seguir introduciéndole cosas.
- ¿Cuáles
son los riesgos para una sociedad que sólo se basa en la subsistencia
y reduce la vida a una serie de estímulos?
- En algún punto esto remite a una experiencia que es muy común,
incluso en la vida universitaria. En Santiago este trabajo está totalmente
proletarizado, cuando ya la concepción de proletariado no envuelve ningún
tipo de promesa. Somos jornaleros de la universidad, donde la cantidad de cosmética
que se requiere para subsistir es impresionante. Si cambias de una universidad
a otra en un mismo día, no puedes trabajar el mismo tipo de cosas con
la misma sensibilidad; porque cambian los públicos y el marco en el cual
se inscribe cada universidad. Pero actualmente todo está generalizado;
no hay cómo substraerse a esta cotidianeidad. También tiene que
ver con la falta de legislación laboral. El tipo de legislación
que existe no está hecha para que haya un trabajador que sea ciudadano,
sino que para proteger los intereses de las empresas. Al mismo tiempo, hay otra
dimensión donde la condición política actúa. Más
allá de que el neoliberalismo funciona con cualquier cosa, en la vida
cotidiana de cada uno nada es indiferente, todo es absolutamente significativo.
Pareciera que hay una mirada apática, pero visto desde la cotidianeidad
todo cobra una gran diferencialidad. El punto es cómo incluir eso en
una política general, porque ahí entran en juego las singularidades
y es donde comienzan los problemas. La demanda de una micropolítica -de
una política en cada caso- es lo que también te instala en un
nuevo escenario de la condición política. Y, por supuesto, que
uno sigue teniendo una dimensión representacional en lo que hace. Tenemos
ciertos enunciados generales: “estamos contra esto y a favor de lo otro”, pero
a la hora de funcionar políticamente en algún lugar, tienes que
atenerte a la singularidad de la situación.
Los
jóvenes y la vuelta de la política |