Relación con la comunidad
La cárcel como espacio de creación
Dos profesores del Departamento de Plástica desarrollan un taller de “práctica y pensamiento artístico”, en el penal de barrio San Martín de esta ciudad. Imágenes en pequeño formato, arte postal y serigrafía son algunas de las variantes implementadas en el marco de esta experiencia, que ya tiene más de seis años. Los docentes consideran que la cárcel es “un lugar potente” para la generación de “un arte en colectivo”.
Muestra en el CePIA (2004). Foto:
Ana Girardi
Un grupo de alumnos analiza
el concepto de verdad en las obras de Rembrandt y Caravaggio; debate sobre las
características del arte postal; evalúa las posibilidades de construir
objetos artísticos con materiales reciclados y diseña el montaje
de una muestra. En un aula, se los puede observar trabajando con pinturas, tintas
y collages. La escena podría remitir a cualquier espacio de formación
académica tradicional, sin embargo corresponde al taller de “práctica
y pensamiento artístico” que Pablo González Padilla y Carolina
Romano coordinan en el penal de barrio San Martín.
La experiencia surgió en el 2000, a partir de una propuesta que llegó
a una institución privada, donde también trabaja González
Padilla. Rápidamente el proyecto se transformó en un taller de
extensión de las cátedras de Introducción al dibujo y Dibujo
I que dirige en la Escuela de Artes de la UNC y, con este nuevo marco, el espacio
pasó “de cinco a 65 alumnos”. A la propuesta se sumó Carolina
Romano, profesora en Artes Plástica con orientación de Escultura
y magíster en Arte Latinoamericano.
Hasta el momento, más de cuatrocientos internos participaron en las distintas
instancias pedagógicas que se generaron en este taller, con cursos que
alcanzaron a reunir a 60 alumnos por clase. Por otra parte, este es el segundo
año que Romano accede a una beca de extensión de la universidad.
Anteriormente, el espacio se sostuvo con el aporte y la voluntad de los docentes,
quienes reconocen las dificultades que existen al momento de obtener financiamiento
para una actividad dirigida a personas privadas de la libertad.
Desde 2004, este proyecto se enmarca en el Programa Universidad en la Cárcel
(PUC) de la Facultad, pero no responde a la estructura curricular de ninguna
carrera. La pertenencia a este programa -como taller de extensión- permite,
por ejemplo, que los reclusos obtengan a fin de año un certificado de
la universidad que acredita su paso por el espacio.
Un arte
fundamentado
“La propuesta de trabajo fue cambiando con el tiempo; de todos modos, siempre
mantiene ese carácter -que le da el título- de no escindir la
práctica de la reflexión”, comenta Romano. Con un encuentro semanal,
y bajo la metodología de taller, esta experiencia se concibe como “un
espacio donde los saberes se hacen públicos, se historizan y donde el
tiempo de aprendizaje es fundamentalmente lúdico”.
Para Romano, “el trabajo se va pautando entre todos” y si bien hay condiciones
diferentes a las que existen en el ámbito universitario, se establece
un encuadre que es el de proponer “herramientas que también se trabajan
en la facultad; no siempre pensando que son espacios homologables, pero sí
desde ese recorte de posibilidad”. En este sentido, González Padilla
afirma: “No es un espacio de autosatisfacción tranquilo, sino de construcción
de discursos poéticos, complejos y atravesados históricamente”.
El taller, según la concepción de los docentes, se aleja de los
planteos del arte como “abordaje terapéutico” y, en este caso, la situación
de encierro aparece en los trabajos de los reclusos, “pero no de manera explícita”.
“Los alumnos –señala Romano- están todo el tiempo construyendo
propuestas desde un respeto por sus interlocutores que, al menos, implica complejidad
en el lenguaje”.
A modo de ejemplo, los docentes recuerdan el contraste que se generó
durante una muestra organizada en el establecimiento penitenciario, cuando las
maestras que trabajan en la escuela del penal presentaron una serie de imágenes
de angelitos y corazones con la inscripción “paz, amor y amistad” y,
a su lado, aparecían los objetos artísticos producidos en este
taller sobre la temática “sexo disciplinado”. Desde esta perspectiva,
los creadores de la experiencia reafirman su convicción de trabajar con
un lenguaje adulto frente a otros discursos como el escolar que, aún
dentro de la cárcel, ubica al “otro” en un lugar infantil y abstracto.
Muestras
En 2003, el grupo organizó la primera muestra de trabajos en la sala
Casa 13 del Paseo de las Artes, donde se exhibieron trece cuadros. La muestra
de pintura titulada “Catarsis, lo que no se ve” respondía a un montaje
tradicional y planteaba, según González Padilla, “una estética
de la contemplación”.
Al año siguiente, la propuesta se llevó a cabo en el pabellón
CePIA, en la Ciudad Universitaria, y la idea central consistió en generar
un espacio donde las obras de los presos “dialogaran con un artista contemporáneo”.
“Trabajamos con imágenes en pequeño formato y nosotros también
nos involucramos en el montaje de la muestra desde un lugar de artistas”, explica
el docente. En esa oportunidad, invitaron a Gabriel Gutnisky y Cristina Rocca
–reconocidos profesores e investigadores de esta unidad académica- para
que analizaran las obras. Posteriormente, los alumnos vieron en la cárcel
un video con las imágenes de la inauguración, a la vez que leyeron
los textos que presentaron los críticos invitados.
Arte por
correo
Después del motín que se produjo en el penal de San Martín
en febrero de 2005 –uno de los más violentos registrado en la historia
reciente de Córdoba, con cinco reclusos muertos, además de dos
guardiacárceles y un policía- se impusieron mayores controles
y restricciones en los espacios de trabajo colectivo. “Como se hacía
difícil invitar a artistas a la cárcel, entonces planteamos el
proyecto de arte por correo”, indica Romano.
De este modo, se instrumentó el intercambio postal de obras entre los
presos y reconocidos artistas que residen en distintos lugares del país.
Participaron de esta experiencia: Carlos Crespo, Lucas Di Pascuale, León
Ferrari, Pablo Peisino, Nina Molina, Agustina Pesci, Andrea Ruiz, José
Pizarro y Juan Carlos Romero, entre otros.
La respuesta consistía en el envío de otra obra o bien implicaba
la intervención del trabajo remitido por los alumnos. Entre los aspectos
más interesantes, los docentes resaltan: “Su fuerte carácter de
divulgación, la comunicación horizontal y pluridireccional que
implica, la coproducción permanente a la que obliga el intercambio, la
confrontación de los propios enunciados con los del otro”. Asimismo,
destacan las posibilidades que ofrece esta modalidad para que los reclusos puedan
indagar sobre “formas no convencionales de producir y difundir sus producciones”.
Factoría
poética
Una de las áreas más problemáticas del trabajo artístico
en la cárcel, para los coordinadores, está vinculada “con el modo
de producción de las imágenes que, hasta el momento, estuvo anclado
en el concepto de obra única”. En consecuencia, desde comienzos de este
año, el taller está abocado a la creación de obras plásticas,
mediante técnicas de grabado y fotografía que permitan una producción
seriada.
De acuerdo con los lineamientos del proyecto denominado “Factoría poética”
esta modalidad de producción “permitirá la difusión y divulgación
de las imágenes fuera del ámbito penitenciario y constituye una
experiencia piloto con el fin de producir imágenes en serie atendiendo
a la demanda de los internos que quieren capacitarse en dichas técnicas
para poder comercializar sus producciones y con ello autosustentar futuros proyectos
creativos”.
La idea de Romano es contar con un espacio físico en el penal para instalar
un taller de serigrafía y grabado que funcione de manera permanente.
Actualmente, los alumnos están trabajando en la creación de imágenes
que puedan ser impresas con tres tintas sobre objetos transportables. “La propuesta
–sostiene- es que ellos puedan pensar en la reproductibilidad de la imagen para,
entre otras cosas, ampliar la envergadura de la modalidad de arte postal, maximizando
los alcances del diálogo mediante envíos masivos de postales,
sobres intervenidos, tarjetas y sellos”.
Por qué
no en la cárcel
González Padilla afirma que esta experiencia responde a la necesidad
de pensar “un arte en colectivo”: “En la cárcel se genera un espacio
potente, inscripto en una lógica de encuentro paradojal, con momentos
de necesaria escucha, diálogo y producción”. En palabras de su
compañera, este proyecto les permite “re-pensar algunas cuestiones que
aparecen como naturales” y “poner en duda a la academia”. “Ellos (por los presos)
ya saben cosas, lo que uno hace es establecer un diálogo. Sin embargo,
la academia no puede reconocer esos conocimientos porque no están formalizados
ni legitimados”, sintetiza. En este sentido, la propuesta “supone cuestionar
nociones en las que el rol académico se define como un lugar privilegiado
de saber”. En este caso, “la tarea de acompañamiento implica propiciar
espacios de autonomía para que los alumnos tomen decisiones tanto en
lo referido a los procesos de producción de imágenes como en las
instancias de divulgación de las obras producidas”, fundamentan.
Imágenes en pequeños formatos. CePIA (2004). Foto: Ana
Girardi
La creación como un derecho
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