Editorial
La fuerza del acontecimiento

Nuevamente Córdoba, como en otros momentos históricos, dio un ejemplo al resto del país. Recuperó su más genuina tradición de autonomía y de democracia de base, manifestada tantas veces en el pasado por sus trabajadores, esta vez frente a grupos autoritarios que buscaban imponer la decisión de minorías ajenas a la voluntad de la mayoría de la comunidad universitaria.


Decanos, docentes, estudiantes y no docentes en la noche previa a la asamblea.

Los universitarios cordobeses mostraron que pueden modificar el orden de cosas existente y desterrar a los que sólo conciben la política como el ejercicio de la violencia, la defensa de intereses particulares, la corrupción y la impunidad. El 15 y 16 de diciembre de 2006 se inscriben en los mejores hitos de la historia local, como en 1918, con la reforma universitaria, en 1966 frente a la dictadura de Onganía cuando, juntamente con otras universidades nacionales los universitarios defendieron su autonomía y en esa defensa perdió la vida en Córdoba el estudiante trabajador Santiago Pampillón o como en 1969, cuando en el “cordobazo” salieron a la calle junto a otros trabajadores pronunciándose contra ese régimen. Con la fuerza de la convicción que da la construcción colectiva, con el compromiso auténticamente democrático, de manera absolutamente pacífica, despojados de todo recurso material, poniendo el cuerpo y los aprendizajes construidos en tantos años de resistencia, lograron develar a los verdaderos adversarios de la democratización.

La noche del 15 y el 16 de diciembre se escribió una nueva página en la historia de la Universidad Nacional de Córdoba. A veinte años de su normalización, con la acción y con el discurso, los universitarios recuperaron protagonismo. Se unieron contra las fuerzas del conservadurismo, aquellos que no quieren cambiar el status quo del que tantos beneficios obtuvieron, y contra los violentos de derecha y de una izquierda autoritaria que con el discurso de la destrucción del orden imperante se convierten en funcionales a que ese orden que critican se mantenga. Unos defendiendo intereses personales y, los otros, por subestimar la capacidad de acción de los genuinos universitarios creyendo que, como iluminados advenedizos, podían trasladar en ómnibus desde la Capital la receta de la revolución. Como si los cordobeses no supiéramos de estas cosas.

Como en 1918, 1966 y 1969 los estudiantes se convirtieron en movimiento estudiantil, es decir en un actor, en un colectivo. Más allá de las diferencias existentes mostraron que frente a tanta injusticia podían construir un nombre, una identificación por encima de las divergencias: el de estudiantes universitarios promotores de una efectiva democratización y, como tales, convertirse en agente de los cambios. Estos estudiantes, que contaban con la legitimidad conseguida por el voto de sus pares, demostraron a las minorías reaccionarias que intentaron impedir la realización de la asamblea que no hay nada más contrario a la democracia que imponerla por la fuerza, que ésta no puede ser patrimonio de un grupo, que se construye con la representación y aportes de las mayorías respetando a las minorías, con los consensos y disensos. Como en 1966 y 1969, los estudiantes con los trabajadores de la universidad se opusieron a las imposiciones autoritarias, defendieron la iniciativa política y la educación pública. Lo hicieron con los docentes que priorizan como función suprema la de construir el conocimiento, los que consideran a la educación como un bien social, como un derecho humano inalienable, y con los egresados, forjados en esa tradición y dispuestos a defenderla y recuperarla de la mercantilización que se ha venido haciendo de ella.

La ausencia del Estado, tanto nacional como provincial, convirtió a la ciudad universitaria en zona liberada y fue una clara manifestación de los intereses que protegen nuestros gobernantes, más preocupados por un crimen mediático que por el resguardo de una institución que, como la Universidad Nacional de Córdoba, alberga a miles de personas, despojando a sus ciudadanos de la protección que como garantes de los bienes públicos y vidas humanas debieron asumir.

El 15 y 16 de diciembre los universitarios, con el solo apoyo de los sectores democráticos de la sociedad cordobesa que acercaron su adhesión -organizaciones gremiales, de derechos humanos, del campo cultural y periodístico- hicieron efectiva la autonomía, preservaron la Asamblea Universitaria para que la voluntad de sus representantes pudiera ejercerse, pero sosteniéndola con la asamblea de los universitarios, la que en la calle sin distinciones de claustros, como una verdadera esfera pública de iguales, la defendió con sus cuerpos, con su sola presencia, respondiendo a las agresiones con la palabra.

Por eso lo que ocurrió en Córdoba fue un acontecimiento, se impuso con la fuerza del acto disruptivo, pero asentado en raíces profundas, aquellas que día a día, de manera acumulativa, fue sedimentando la construcción colectiva. Por eso la Asamblea Universitaria fue ejemplar, muy diferente a la que vimos en la UBA, dado que si bien ésta logró el objetivo de la institucionalización, los medios utilizados seguramente se convertirán en una pesada carga para la legitimidad futura de sus autoridades. Carolina Scotto y Gerardo Fidelio, en cambio, cuentan con una profunda e incuestionable legitimidad, la que surge no sólo de sus propias trayectorias y de la forma en que se construyó el espacio político que representan sino, además, porque la forma de elección fue impecable, todos – en especial los opositores a esta candidatura e, incluso, los que querían impedir la realización de la asamblea - tuvieron la oportunidad de expresarse; las voluntades se contaron una por una en un acto caracterizado por su transparencia, como máximo ejemplo de cultura política democrática.

A casi diez años del abrazo realizado al Colegio Monserrat por los sectores retrógrados que querían evitar el ingreso de mujeres a un espacio de la universidad pública -olvidando que por ser un colegio universitario era justamente público y libre de cualquier discriminación- el triunfo de Carolina y de Gerardo muestra cómo lo mejor de nuestra generación, la que padeció en carne propia el transitar la universidad en los años más oscuros del terrorismo de Estado, aprendió de la propia experiencia y, como hijos de ese tiempo, tienen la autoridad moral para decir hoy nunca más al autoritarismo, nunca más a la violencia, nunca más a la corrupción, nunca más a la impunidad.

Por Mónica B. Gordillo