Por las escuelas
Tercer Coloquio Spinoza
Durante los días dos, tres y cuatro de noviembre, el equipo de investigación dirigido por Diego Tatián perteneciente al Centro de Investigaciones de esta Facultad, y con el auspicio del Círculo Spinoziano de la Argentina, la Revista Nombres, la Casa de la Cultura Judía y el Centro Franco-Argentino, organizó el Tercer Coloquio Spinoza. Esta actividad que convoca anualmente a especialistas y curiosos en la figura y la herencia del filósofo judío-holandés contó en esta oportunidad con la presencia de expositores de diferentes puntos del planeta (Miriam van Reijen de Holanda; C. Bali Akal de Turquía; Chantal Jaquet de Francia y estudiantes y profesores de Brasil, Chile y México) y de Argentina (Ivonne Bordelois; Gregorio Kaminski; Diana Cohen, Diana Sperling y estudiantes y profesores de diferentes universidades argentinas). La lecturas giraron fundamentalmente en torno a las nociones de libertad, pasiones, democracia, cuerpo, imaginación, método, derecho, deseo, palabras; en torno a los antecedentes inmediatos y a algunas recepciones de Spinoza en los siglos siguientes y mostraron un cuidadoso y genuino trabajo e investigación.
Los padres de Spinoza según Ivonne Bordelois
Spinoza no desciende del vacío. Hijo expulsado de su
propia familia, lleva algunos de sus caracteres inscriptos en su propio perfil
y en su destino. Hereje y contestatario, no deja de ser el hijo del Parnassim
Spinoza, y el heredero más conspicuo de la controvertida y excepcional
comunidad sefardí de Amsterdam (Ivonne Bordelois)
La lectura de Ivonne Bordelois fue, sin lugar a dudas, la que
más convocó a la intriga de los oyentes, aparte de su amenidad,
que hizo reír a muchos durante su transcurso. La exposición se
detuvo en la vida, costumbres, virtudes y vicios de la comunidad judía
sefardí que dio a luz, por un lado, y excomulgó por otro, a Baruch
Spinoza. Su tesis es que, a pesar de la enemistad explícita y mutua entre
el filósofo y su comunidad de nacimiento -que dio lugar a que alguna
crítica posterior los desvinculara desde la raíz-, ciertos hábitos
culturales fundamentales de esta última se expresaron en la forma de
vida y en la opciones teóricas de nuestro filósofo. Más
aún, que B. Spinoza no habría sido jamás quién fue
de no haber sido heredero (¿inconsciente?) de sus padres, por tradición
familiar.
Bordelois nos recuerda que la comunidad que expulsa a Spinoza y que, por esta
razón, se nos aparece poco dispuesta a poner en entredicho su reputación
ante el público calvinista holandés y a aceptar diferencias en
su interior, es la hija de los sefardíes marranos de Portugal, que arriesgaron
sus vidas para instalarse en Amsterdam y gozar de una vida religiosa y económica
más libre. Así, la primera característica común
que presenta la escritora entre Spinoza y su comunidad es la capacidad de
idear, afrontar y aceptar las consecuencias de una ruptura difícil, peligrosa
y costosa, tanto en lo político como en lo personal.
Además, Bordelois indica que las inclinaciones intelectuales de Spinoza,
especialmente el estudio del latín y su dedicación a obras humanistas
en general vinculadas a la tradición católica, las cuales, por
lo tanto, no podían ser vistas con buenos ojos por las autoridades políticas
de Amsterdam, son paralelas a las tendencias y preocupaciones literarias de
la comunidad sefardí que trasladó las obras de los grandes autores
españoles, muy pocos populares en Holanda después de la guerra
de los 80 años. Así, la segunda característica común
que se presenta, según la autora, es una gran aptitud para encarar
y disfrutar el pluralismo cultural disponible en la época, lo cual revela
un considerable espíritu de independencia.
En tercer lugar, en correspondencia con una de las lecciones principales del
Tratado Teológico Político, la composición de
la comunidad sefardí de Amsterdam instituía, según la escritora,
una suerte de preminencia del poder civil sobre el religioso. Así,
en la Sinagoga, los asientos de los rabinos se ubicaban por debajo de los de
los Parnassim o líderes de la comunidad, quienes asimismo distribuían
los lugares más preciados entre los rabinos más leales a la conducción
política del grupo.
Hay dos principios prácticos que, según el acuerdo de todos sus
biógrafos y a pesar de ser difícilmente conciliables, se destacan
en la personalidad de Spinoza: la audacia y la cautela. Así,
Bordelois ejemplifica aquella primera virtud con la osadía con la que
Spinoza se paseaba por las calles de su país con figuras poco gratas
desde el punto de vista político –colegiantes y menonitas-. Por otro
lado, la intrepidez de la comunidad sefardí de Amsterdam quedaba confirmada
por la publicidad de ciertas prácticas sexuales, religiosas y económicas
que podían indignar a los calvinistas: los sefardíes convivían
con sus sirvientas cristianas, levantaban tumbas de mármol con representaciones
antropomórficas (según el uso de los católicos de la península
Ibérica) y ostentaban lujos inconsistentes desde todo punto de vista
con la austeridad practicada por el mundo calvinista.
En contraste con esta audacia expresiva de una conciencia libre, Spinoza y su
comunidad de origen se inclinaron hacia la cautela en las circunstancias que
así lo exigían. La escritora destaca que Spinoza publicó
lo menos posible y en latín, rechazó el cargo que le ofreció
la universidad de Heidelberg, y llevaba siempre consigo un anillo cuyo lado
interior llevaba la inscripción Caute. La cautela de la comunidad
sefardí, por otro lado, se expresaba, por ejemplo, en la rapidez con
la que la conducción de la comunidad censuraba a aquellos miembros cuyos
actos públicos ponían en peligro el orden y la estabilidad de
la misma frente al gobierno holandés.
Pero lo que más vincula a Spinoza con su comunidad, según la escritora,
es la categórica negativa a autorepresentarse como víctimas.
Ni menciona Spinoza en su obra el herem que lo desterraba según la letra
de toda comunidad humana y lo condenaba al suplicio eterno, ni alude nunca la
comunidad judía de Amsterdam a las humillaciones a la que había
sido sometida en la Península Ibérica a causa de las persecuciones
religiosas y la exigencia de conversión. En esta actitud compartida se
dejaba ver un deseo de afirmación o de “perseverancia en su ser” en ambos
casos: en palabras de Bordelois, “un saludable mirar para adelante en estas
difíciles circunstancias” - y agrega que la impresión que se tiene
es que “el rencor o el resentimiento están lejos de habitar la conciencia
de Spinoza o la de sus cofrades”.
¿Es el origen siempre destino? ¿Es posible para los hombres rechazar
su herencia? Bordelois omite explicitar una respuesta a preguntas tan generales.
Su convicción está asentada en una relación particular
entre un hombre y una comunidad. Y quizás contrariando a lo que el filósofo
hubiera querido o podido reconocer, sostiene que el más célebre
de los hombres desterrados de una de las comunidades más afamadas de
Europa, nacida a partir de una exclusión, es su hijo más preciado.
Natalia Lerussi (FFyH, UNC)
Para preguntas y consultas, comunicarse a coloquiospinoza@yahoo.com.ar
Ivonne Bordelois
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