Junio - Julio 2007 | Año 3. Nº 18
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA, Argentina
 


Editorial

Córdoba cultural: violencia y tradición

Los acontecimientos ocurridos en el ámbito artístico respecto de una muestra plástica y la intervención de un grupo de personas que impidieron tal evento y destrozaron obras nos plantea como miembros de la comunidad artística proponer una reflexión más seria y profunda que el comentario específico sobre ese hecho [1]. No es un problema nuevo, no hay una sola mirada sobre el mismo y no se valoran de la misma manera los elementos que están en juego. Primero es importante, a la hora de acercarse a los fenómenos acaecidos, tomar en cuenta el contexto (y su historia), o sea  el campo social donde se desenvuelve la realidad artística local.   
Córdoba es un espacio donde hace más de 100 años que se desarrolla en forma sistemática y académica la formación, producción y exhibición de obras de arte. No por acumulación de años encontramos un campo maduro, sólido, dinámico. Casi todo lo contrario. Tenemos un campo conservador, bastante fragmentado, tendiente al elitismo en el marco de un mercado inexistente (o casi). Todas estas debilidades condicionan inevitablemente su dinámica, algunas de ellas son históricas, como expresara Waldo Ansaldi (Córdoba, 100 años de pintura), “Córdoba es moderna pero no modernista”; le alcanza, no le sobra ni le rebalsa. Esa era su impronta a principios de siglo cuando liberales y conservadores disputaban la conformación del ejido urbano. La reforma no implicó una renovación de aires en el campo del arte. Resulta llamativo el hecho de que fuese aquí que se comprase para integrar el patrimonio una obra de Pettoruti durante la década del 20 (gobierno de Cárcano), lo que no resultó llamativo fue el tratamiento de la prensa local acusando al gobierno de “comprar un pedazo de futurismo”.
Siguiendo en el plano histórico, se puede afirmar que Córdoba se despierta en el arte contemporáneo en los sesenta a partir de los Premios y Bienales IKA Sería sano ejercitar la memoria de nuestro campo y recordar que no fueron estas bienales hechos del todo felices; al contrario, en muchos casos la violencia circunscribía las manifestaciones del público (docentes y alumnos impugnaban a los autores nuevos y a los estilos que escapaban a los “cánones” académicos, por ejemplo). Ni hablar de la mítica “Antibienal” cuya prohibición parece un sello que todavía deja marca en los viejos maestros y no es otra cosa que el estigma de la moral que en algunos sectores dominantes de esta “docta” sociedad se impone.


Fotografía gentileza La Voz del Interior

Tampoco se debería olvidar que el campo sufrió una “reconstrucción” a partir de la vuelta a la democracia, y reconstrucción es un concepto preciso ya que la dictadura no sólo opacó el desarrollo de la producción de disciplinas como la música, la danza y la plástica sino que, en el caso de otras directamente suprimió su enseñanza (como es el caso de los departamentos de Cine y Tv y Teatro de la UNC). En este campo existen muchos espacios vacíos, o mal llenados; sus instituciones públicas sirven de muletas no de resortes que lo impulsen y el aporte privado no existe (o casi). Tiene más de diez años de renovación a cuestas, donde los protagonistas han sido los artistas jóvenes (o emergentes) y los espacios independientes, pero no han coagulado del todo hacia adentro de la disciplina y no consiguen calar en el conjunto social.
La rotura de una obra ha conmovido a numerosas personas del ámbito de la cultura y los medios de comunicación, pero más allá de la inmediatez del hecho son pocos los que se han interesado en reflexionar sobre los aspectos notablemente violentos que subyacen en la cultura cordobesa. Esos que se manifiestan en el silencio de sus instituciones, en la superficialidad de sus análisis y sobre todo en lo acusatorio de sus preguntas y sus respuestas: ¿es arte?, ¿no debería respetar el arte la fe de otros?
No pienso preguntarme tales cosas, ni mucho menos responderlas. Sería inútil ya que no sólo se mezclan criterios subjetivos sino también acervos del público. Entre los intelectuales universitarios hay una amplia mayoría que desconoce y/o no comprende obras de arte moderno que están por cumplir 100 años (como las del dadaísmo). ¿Qué podemos pretender que interpreten los medios de comunicación y el público general, si las propias comunidades intelectuales están escindidas de muchas de las prácticas artísticas locales? (el consumo de los estudiantes universitarios es un indicador al respecto).
Claro está que las disciplinas artísticas cuanto más competitivas más dinamismo aportan al campo en un contexto determinado, pero aquí la competitividad es competencia descarnada por la miseria que se pone en juego. El respaldo es poco, la contención ínfima y el respeto por la creación, y por ende su libre manifestación, está en un jaque crónico en una cultura donde imperan todavía las tradiciones represivas.  
En síntesis, nuestra ciudad tiene más historia de tradición que de ruptura y eso es central en esta sociedad que se precia de abierta, universitaria, “docta”; ya que muestra la contradicción entre la imagen que tiene de sí misma y sus prácticas sociales.   
Considerar estas características poco alentadoras en nuestra realidad artística a la hora de aproximarse a una reflexión sobre lo ocurrido en el Centro Cultural España Córdoba  no debe desalentarnos, sino más bien alertarnos. Alertarnos sobre el rol de cada uno en este juego, el compromiso real como artistas en una disciplina que tiene sus propias formas de legitimarse y que no necesita que le digan qué puede o no puede expresar (a modo de listado de lo permitido y lo prohibido). Nos debe servir para observar mejor la actuación de las instituciones (como conjunto) y en particular las implicadas en éste y otros hechos similares, y analizar cuáles son sus respuestas: ¿estuvieron a la altura de las circunstancias?, ¿y sus funcionarios? (los cargos políticos y los de planta). Y sobre todo nos debe llamar la atención la dificultad que implica “intentar” un mayor grado de integración e intercambio entre quienes estamos en este juego, apelar a un sentido de grupo que permita mayor defensa de ataques (aunque patéticos en este caso) de cualquier índole. La segmentación y compartimentación de los grupos que producen y exhiben, el aislamiento, el hermetismo y los círculos sólo garantizan la supervivencia de prácticas que ayudan a la injerencia de otros actores (políticos, iglesia, medios de comunicación) en el ejercicio de la violencia simbólica legítima, esa que dirime el capital que aquí se juega.
 El arte implica ejercicio del poder, implica artefactos culturales (afirmativos o no, apocalípticos o integrados), de gran valor en el ejercicio de la hegemonía cultural y la ideología. Es por ello la necesidad de contemplar lo ocurrido desde un foco que mire el campo y su relación con la sociedad donde se desenvuelve. Es ahí donde encontraremos divergencias entre la ley (Art. 16 y 19 de la Constitución Nacional)y la libertad de expresión practicada en Córdoba.
Cualquiera opina sobre arte, pero no cualquiera sabe sobre arte. Es importante defender su especificidad como campo del conocimiento, hacer valer su historia y sus mecanismos propios de legitimación, sus periferias y sus centros.       
A esa problemática de la idiosincrasia local hay que sumarle la falta de solidaridad cultural que es propia de una sociedad fragmentada, consecuencia negativa de fenómenos que abarcan varias franjas de la sociedad.
La necesidad de diálogo entre artistas (diálogos realmente abiertos) quizás consiga matizar los prejuicios y las tensiones que, a pesar de ser propias de este campo de egos, no colaboran en fortalecer la acción de los mismos ni amplía las miradas sobre nuestras producciones. Estas miradas nuevas (nuevas por ampliación de criterios y de espectadores) son más que necesarias para generar consensos y legitimidades (técnicas y temáticas) fuera del campo artístico. En este sentido, es invalorable la acción de los últimos diez años de artistas que se han atrevido a más y que han apostado a la diversidad de opciones para garantizar su producción; pero está lejos de llegar a un final feliz, apenas es el comienzo. Es necesario que la interacción, el diálogo y la constante reflexión los mantenga despiertos.

Emiliano Arias
Licenciado en Pintura. Consiliario por el claustro de egresados del Consejo Superior (UNC)

[1] El hecho  refiere a lo que sucedió en el Centro Cultural España Córdoba el pasado 6 de junio, cuando alrededor de veinte personas impidieron por la fuerza el ingreso del público y los medios de comunicación a la presentación del libro y una selección de obras en exposición de Alfonso Barbieri. En esa ocasión, un grupo de manifestantes enrolados en la corriente lefebvrista y encabezado por el religioso Julián Espina, ingresaron al Centro Cultural y, tras impedir por dos horas la salida de todas las personas presentes, destruyeron las obras del artista.