Entrevista

Silvio Mattoni: “Escribir es investigarse uno mismo”

El poeta, ensayista y traductor Silvio Mattoni publicará en los próximos meses el libro que realizó en el marco de la prestigiosa beca Guggenheim, que obtuvo en 2004. Es el escritor de poesía más joven que recibió ese reconocimiento. En esta entrevista explica su relación con el género y también habla de su estilo, sus lecturas y su relación con la docencia. Como profesor de Estética en la Escuela de Letras de la FFyH, dice que lo importante es contagiarle a sus alumnos el entusiasmo por el pensamiento.

A los 35 años, Silvio Mattoni se define como poeta antes que como ensayista, crítico o traductor. Dice que en la escritura hay una necesidad de contar y también una vocación por la exactitud, que en su caso se asocia a la vocación por lo narrativo - referencial. Sin embargo, también advierte que está “cansado” de su propio estilo. Asegura, además, que la falta de lectura de la que tanto se habla, es un mito. Y explica que la docencia se parece al psiconanálisis y que su mayor preocupación es trasmitirles a los alumnos “la curiosidad por lo que pasa en todas partes”.

En poesía publicó “El bizantino” (1994), “Tres poemas dramáticos”(1995), “Sagitario” (1998), “Canéforas” (2000), “El país de las larvas”(2001) e “Hilos” (2002). También publicó ensayos en diversas revistas, algunos de los cuales se reunieron en “Koré” (2000), y el libro, también de ensayos, titulado “El cuenco de plata” (2003). En ese mismo año presentó su tesis doctoral sobre “Las formas del ensayo en la Argentina de los años ‘50”. Tradujo, entre otros, a Franceso Nappo, Paul Valéry, Catulo, Francis Ponge,  Henri Michaux, Cesare Pavese, Yves Bonnefoy, Marguerite Duras, Mario Luzi y Robert Marteau, entre otros.

También escribió críticas literarias durante 13 años en La Voz del Interior y dicta clases de Estética en la Escuela de Letras de la FFyH. En 2004 obtuvo la beca Guggenheim, avalado por cuatro escritores de enorme prestigio. En los próximos meses publicará “Poemas sentimentales”, que se editará en Buenos Aires (editorial Siesta) y “Excursiones”.

- ¿Cómo es el libro que estás haciendo en el marco de la beca Guggenheim?

- En realidad estuve trabajando en dos libros. Uno de poemas más autobiográficos y que abarcan toda mi vida, desde recuerdos de infancia hasta el presente, llamado “Poemas sentimentales”. Y otro que es el que propuse en el marco de la beca, que se titula “Excursiones” y trata de distintos paseos urbanos. Son cuatro poemas largos, de unas diez páginas cada uno. En uno cuento un paseo en coche con mi hija bebé, yendo desde mi casa hasta la plaza del barrio, y voy tratando de describir ese paseo, lo que iba viendo yo y lo que iba viendo ella, que no sabía hablar, algo así como omunicaciones un poco telepáticas que íbamos teniendo. Después, un poco por la teoría de las compensaciones paternales, hice otro con mi hija del medio en el que cuento una ida al supermercado, donde también se mezclan unos sueños que ella me había contado. Y con la mayor cuento una ida a la peluquería en que nos cortamos el pelo los dos. Y el cuarto es con mi mujer, que es medio porno...

- Son poemas bastantes realistas...

- Son bien realistas, con cierta regularidad rítmica y un lenguaje bastante directo, tratando de que se entienda bien de qué se trata... Cuando leo poesía y no sé de qué están hablando porque son todas metáforas sin una referencia concreta, me da como un mareo... Yo siempre trato de que haya algún tipo de narratividad, alguna cosa que se cuenta. En mi segundo libro, hace ya como diez años, inventé un poco ese sistema que yo llamo el poema dramático, que tiene una forma más teatral, con varios personajes que van interviniendo como si fuera una obra de teatro. Incluso esos primeros poemas tienen como didascalias, acotaciones que describen el lugar o lo que el personaje hace mientras habla.

- ¿Te considerás básicamente un poeta, antes que ensayista o traductor?

- Lo que más me interesa hacer y seguir haciendo es poesía. Los ensayos son casi como un trabajo, que a veces están mezclados con encargos o algo parecido... Aunque por supuesto muchas veces escribo ensayos porque me interesa pensar. También a veces elijo qué traducir y eso me permite aprender cosas, flexibilidades del idioma que me quedan pegadas. Pero, en general, traducir o dar clases en la Facultad son cosas que hago porque de algo tengo que vivir...

- ¿Cuándo y cómo comenzaste a escribir?

- La poesía es lo que empecé a hacer antes, siendo muy chico. Ya tenía unos cuantos poemas reunidos a los 13 o un poco antes. Después escribí en toda la adolescencia, aunque todo eso lo descarté. El primer libro lo empecé a hacer cuando iba a la Facultad, o sea como a los 18, y lo tuve medio terminado como a los 20.

- ¿Sobre qué escribías a los 13 años?

- Era muy angustiante... no era muy temático, más bien tenía un mitología propia. Leía mucha literatura antigua, William Blake, Dylan Thomas , ese tipo de cosas. Claro que escribía muchos cuentos también. A los 23 escribí una novela que nunca se publicó, y después abandoné la narrativa porque me cansaba el trabajo y no me gustaban los resultados.

- ¿No te sentías cómodo con la prosa? 

- Tenía muy claros los efectos que producía con mi poemas y no con la novela. Yo les mostraba mis poemas a escritores o a amigos y había una fascinación fuerte. Y la novela estaba bien, pero no era gran cosa, no provocaba ese impacto... Ya había tenido un indicio objetivo de eso en 1992 cuando mandé un conjunto de poemas y un cuento a un concurso de la UBA y saqué el primer premio de poesía, mientras que en cuento no obtuve ni una mención. En la prosa me cuesta mucho no ser irónico. Tiendo a pensar mucho sobre lo que se está representando y entonces se produce como una distancia mayor... A ese elemento reflexivo yo lo llamo irónico. Por eso en la prosa me siento más cómodo haciendo ensayos, trabajando con ideas y desentendiéndome del estilo.

- Entonces es la poesía lo que te resulta más natural...

- Algo así, porque incluso los ensayos se combinan con la poesía. Puedo escribir un libro de poemas sobre los entierros y los velorios y, al mismo tiempo, voy pensando un ensayo sobre la muerte y el duelo. Puedo ir trabajando las dos cosas al mismo tiempo. En realidad, casi todos los temas de mis poemas podrían ser relatos... Pero cuando me pongo a escribir pienso en forma de poema. Además, cuando un poema sale mal lo tirás y perdiste 15 minutos. Pero si te pusiste tres meses a escribir una novela o un cuento largo... Es otra temporalidad y yo escribo durante muy poco tiempo. No puedo ponerme cuatro horas, como un obrero...

- Y a futuro, ¿la novela está descartada?

- A los 10 años yo escribía cuentos porque la poesía me aburría terriblemente... (se ríe) Tengo la idea de que podría escribir una novela en algún momento, pero no inventar personajes y esa cosa de artificio, sino algo más autobiográfico. Algo que esté más cerca de lo que hago en la poesía.

- ¿Cómo fue tu experiencia durante 13 años escribiendo críticas en La Voz?

- En el ’91 me pidieron algo sobre Borges y quien era director en esa época me propuso hacer críticas de libros. En esa época pagaban mucho más que ahora, y yo estaba en la Facultad y me gustaba escribir ensayos... Me resultaba muy fácil y además no tenía otra cosa que hacer. Me ayudaba a leer mucho sin tener que comprar los libros y me generaba una gimnasia de escritura. Y otra cosa que me dio mucha disciplina para escribir es la traducción. Además, traducir da mucho vocabulario y mucha flexibilidad para el desarrollo argumentativo.

- ¿Qué fue lo que más disfrutaste al traducir?

- Lo que más me gustó fueron dos tomos de George Bataille que seleccioné yo. Lo propuse porque me interesaba mucho. También una antología poética de Henri Michaux, que siempre me gustó. Si los textos me gustan también les escribo el prólogo y me compenetro bastante... Es como que aprendo mucho, porque una cosa que nunca termino de aprender es ser un poco más libre para escribir. Justamente esta cuestión de la referencia, de la narratividad en el poema, a veces me hace ser muy restrictivo... Y algunas traducciones me ayudan a hacer poemas que no sean tan calculados.

- Hablando de aprender a escribir, ¿los estudiantes de Letras, en promedio, procuran ser escritores?

- Siempre hay algunos, aunque generalmente los aspirantes a escritores se van apenas entran. Yo creo que los aspirantes a escritores tienen que leer por otro lado, otro tipo de cosas que no se leen en la Facultad. Yo cuando ingresé ya escribía y ya leía muchas cosas que no eran simplemente ficción, sino ciencias sociales, filosofía, antropología... Ya leí a Foucault cuando estaba en el secundario. En la Facultad no aprendí demasiado, pero tampoco me quitó nada. En todo caso, me sirvió para conocer gente a la que le gustaba leer, que no es fácil encontrar en el mundo exterior, y también gente con la que intercambiar textos y ese tipo de cosas. Pero no creo que la formación académica aporte demasiado para la escritura.

- ¿Podría decirse entonces que la academia y la escritura no van de la mano?

- Creo que la gente que se acerca a Letras deja de escribir. Casi todos han escrito en algún momento, incluso los titulares de cátedra. Más bien sucede que empiezan a ver de una manera más crítica lo que producen. Además, la escritura se distrae, es un fenómeno muy curioso que me pasó también cuando empecé a escribir en el diario. Uno tiene una pulsión de escritura que le da tantas veces por semana y si uno la usa en escribir artículos o papers, esa pulsión descansa ahí... Si yo escribía tres o cuatro artículos por mes, no hacía poesía.

- ¿Para escribir bien es necesario leer mucho?

- No me parece que se pueda escribir ingenuamente, no se puede escribir sin leer filosofía o ciencias sociales; no se puede leer sólo novelas y poemas. Hay que tener un universo de referencia. De todos modos, leer mucho no garantiza nada. Hay un montón de gente que lee mucho y no puede escribir.

- ¿La escritura entonces depende más del talento o del deseo?

- Quién sabe... es difícil. Las calidades de los escritores no dependen de un saber o de una cosa que se pueda trasmitir, y muchas veces tienen que ver con una especie de trauma... En mi caso tuve una familia muy instruida, con mucha biblioteca y leí desde chico. Pero hay un montón de escritores, y a veces los  mejores, que vienen de lugares de no lectura o de clases bajas y que acceden a la escritura y son geniales. No creo que sea algo trasmisible... Más bien tiene que ver con una cierta necesariedad; no es algo que uno pueda hacer sólo porque se tiene ganas.

- ¿El ejercicio ayuda a mejor el estilo?

- A veces uno mejora con el ejercicio. Uno puede corregir cosas, pero el problema del estilo es que uno está condenado a ser el que es, ya lo decía Borges. Por más que uno varíe de género o de tema, siempre termina siendo la misma cosa. Es como dar clases, hay un ejercicio, pero también hay una especie de pasión por la trasmisión. Y creo que en la literatura también. Uno tiene que tener como una necesidad de decir la cosa y también una vocación de exactitud en lo que quiere decir o presentar. Hay cosas que se eligen, lo decía Barthes, una posición que uno asume -estar en cierto registro y no en otro, en un género y no en otro-, pero el estilo es una cosa como inescrutable.

- Suena un poco frustrante y fascinante a la vez...

- Eso es lo que me interesa de la poesía o de la literatura, sino me dedicaría a ser una especie de filósofo. Escribir es investigarse uno mismo; uno mismo no sabe qué es lo que pasa, qué es lo que se escribe ahí. Oscar Del Barco escribió hace mucho que el poeta no es el autor, sino el primer lector de lo que se escribe solo en la página. Es como si el autor fuera como un espía de algo que se está produciendo sin su intervención, como una enajenación, como salirse un poco del lugar. Por eso me gusta más escribir que hablar. Y por eso me interesa de la poesía; al tener que aplicar un ritmo, uno se corre de la lengua natural o de la comunicacion normal y entonces se produce una salida de la forma de lenguaje que uno tiene en la cabeza y que es prosa de la más insorportable, a veces.

- ¿Te parece que se lee poca poesía?

- La poesía se escribe más de lo que se lee. Por un lado, creo que hay una cosa que dice Soler, sobre la oscuridad del poema; en realidad, es el lector el que se niega a leer, porque lo que se presenta como lenguaje salido fuera del sujeto es la propia oscuridad del que lee. Cualquier texto es entendible en alguna medida, y el que no entiende es porque se enfrenta a su propio carácter oscuro. Y, por otro lado, es un problema de tradiciones; el tipo de poesía... que siempre viene como atrasada. Lo que le hacen leer a la gente en las escuelas o en las facultades es como anacrónico. Si uno lleva a los colegios secundarios poemas de los chicos porteños de los 90, que escriben sobre la cumbia, los recitales y otras cosas del orden de la experiencia inmediata y llenas de términos de la jerga, seguro que se enganchan porque eso está más cerca de las letras de rock que de Quevedo o de Alfonsina Storni... Es complicado explicar por qué no se lee poesía...

- Pero creés que la educación formal tiene su responsabilidad en esa distancia...

- Sí, porque pone a la poesía en un lugar como demasiado inaccesible, con recursos retóricos y métricos que ya no corresponden a la época y entonces se ven como distancias.

- ¿Cómo y cuanto leés? ¿Tu biblioteca es enorme?

- No, tengo una biblioteca más o menos. Y no soy compulsivo para comprar, a veces pasan años que no compro ningún libro. En una época leía mucho de la biblioteca de la Facultad, y también uso bastante la biblioteca de mis padres, que es más grande que la mía. Leo muchísimo pero no compro mucho... Leo unos tres o cuatro libros por semana, aunque hay libros y libros, no?

- ¿Compartís la idea de que se lee menos en general, más allá de los géneros?

- Son todos mitos. Si uno piensa en la época de Dante, eran todos analfabetos. Sólo leían cinco curas, tres Médicis y no sé quién más... los demás eran analfabetos y eso no afectaba la circulación de la cultura para nada. Al contrario, creo que ahora justamente no se lee el libro como objeto, pero se lee gran cantidad de texo en Internet. Por ahí son lecturas de otro formato, claro.

- ¿Y cuál será tu próximo libro?

- Tengo algunos esbozos de algo, pero no sabría decirte qué. Estoy un poco cansado de mi propio estilo... Por ahí hay ciertos procedimientos que me parece que ya tendría que abandonar. Además, me cuesta ponerme a escribir hasta que no se publican los libros y me los saco de encima.

- ¿Cuál es tu “sueño del pibe” como poeta... que traduzcan tu obra a varios idiomas, por ejemplo?

- Que me den el premio Nobel cuando sea viejo (se ríe a carcajadas). Ya cuando iba al secundario tenía pensado el discurso para el premio Nobel y lo practicaba...

- Ningún problema con la autoestima entonces... 

- No, para nada. Un exceso de autoestima... En serio, yo pienso en más de diez tipos leyendo mis libros y me parece un exceso. Michaux publicada sus libros de poesía, unos mil ejemplares, y no los vendía. Yo creo que eso les hace mal a los novelistas, el mercado les carcome la cabeza, incluso en el momento de producir el libro. Últimamente, salvo César Aira y Enrique Fogwill, lo que se está escribiendo en la Argentina en materia de novela me aburre mucho y no lo puedo leer. Me aburre que me cuenten pavadas.

- ¿Y te gusta la docencia?

- Cuando empecé no me gustaba nada, incluso me dio como una gastritis porque me parecía que no podía llenar las horas. Pero de a poco agarré como una práctica y ahora casi que lo disfruto. Ya me acostumbré al papel del sabihondo que habla todo el tiempo. Dar clase es como ir al psiconoalista; el psicoanalista es el alumno y el paciente es el docente, que habla, hace su síntoma y asocia.

- ¿Hay algo en especial que te preocupe trasmitirles a tus alumnos?

-  Sí, pero nada que sea del orden saber. Me interesa trasmitirles una especie de ansiedad o de compulsión, que se trasmite con el ejemplo y no con lo que uno dice. Poner mucho entusiasmo en las cosas que a uno le entusiasman y trasmitir eso; después, el objeto del entusiasmo, es libre... No me gusta que la gente se aburra cuando me escucha porque yo me aburrí mucho en la Facultad. No me gusta decir lo mismo dos veces ni dar el mismo programa dos años. Quiero trasmitir un entusiasmo por el pensamiento y por el leer; una curiosidad por lo que pasa en todas partes. Y eso no es un objeto del programa, sino una actitud. Y es lo que a la larga funciona.