Investigación

La muerte en Córdoba a fines del siglo XIX

La muerte, sus modos, su economía y los discursos que en ella se constituyen son algunos de los tópicos que Liliana Pereyra investigó para la realización de su trabajo final de licenciatura en Historia. Ese trabajo, dirigido por el profesor Arnoldo Rosenfeld, fue publicado como “La Muerte en Córdoba; a fines del siglo XIX” en el marco de la colección Mnemósine de la Editorial Alción. El texto que a continuación se presenta está extraído del capítulo “La muerte propiamente dicha” de esa publicación:  

En los alrededores de la muerte -entendida siempre como un proceso- fueron percibidos algunos momentos específicos a los que denominé: momento pre-mort, muerte propiamente dicha y post mortem. Estas tres instancias conforman lo perimortal.

En el momento de la muerte propiamente dicha y desplazando al discurso jurídico (prevaleciente en la instancia pre-mort) se hacen presentes ciertas voces que reclaman un lugar en el lecho de muerte: discursos médico, del Estado, de la Iglesia.

El discurso del médico actúa en dos planos: uno, casi autónomo, frente a cada muerte, como profesional en ejercicio de su disciplina;  y el otro,  lo ubica frente a todas las muertes desde su creciente inserción en el aparato del Estado.

Es el médico, quien corre con la responsabilidad del dictamen; responsabilidad que es simultáneamente reforzada y limitada por algunas cristalizaciones institucionales, como la confección (según un modelo previsto) del Certificado de Defunción: “Ningún entierro podrá tener lugar sin la presentación previa a la Autoridad competente por parte de la familia o los amigos del muerto, de un certificado de defunción”.

La detección de la muerte, punto de arribo de un importante derrotero seguido por la disciplina,  responde a la necesidad de otorgar a los allegados sobrevivientes, una certeza tranquilizadora y habilita la posibilidad de actuar como mandatarios y representantes del ausente, pero pone de manifiesto al mismo tiempo un logro interno de la medicina: haber podido llegar al descubrimiento de mecanismos que le permitan afirmarse en su decir aseverativo (ya que la medicina asienta su decir en verdades, no en misterios).

Aunque para la ciudad y época considerados en el trabajo las preocupaciones higienistas -lugar de encuentro del los discursos médico y estatal- se inscriben como transiciones y procesos de acomodamiento; numerosos indicios dan cuenta de la vertiginosidad con que estos preceptos van arraigando en las conciencias, acciones y cuerpos cordobeses.

El cuidado de la higiene privada y pública es parte del decálogo moderno, que cristaliza en lo institucional-gubernativo y simultáneamente en la "opinión pública". Sin solución de continuidad se moviliza hasta instalarse en la sociedad como interés común y general (como el Estado, salud en el Estado, salud de estado, Estado de Salud).

El Estado se hace presente organizando la ritualización civil del hecho. Opera como regulador de los tiempos (24 horas mínimas pero suficientes en casi todos los casos) y los servicios, ahora post mortem, que comienzan a regir desde la detección y certificación, necesidad de validación ésta última que signa explícitamente la importancia del hecho, que convierte públicamente a un vivo en muerto. La reglamentación de la necesidad del certificado de defunción, de los plazos para los enterramientos y el propio Reglamento de Cementerios se leen en este sentido. Resulta asimismo evidente la progresiva compulsión de los organismos estatales por  ingresar en la vida privada, cuyos derechos inalienables en la práctica son sorteados no sin antes esgrimir los argumentos que dan la legitimidad o al menos las excusas.

El otro  discurso, fuera del bloque médico-estatal que se hace presente en el momento de la muerte es, por supuesto, el de la religión, que cuenta con el monopolio de saber sobre la vida después de esta vida. Ha sido ella la que con distintas metodologías ha logrado "vencer" a la muerte, en el sentido otorgar una visión consoladora ya que la muerte aparece dentro de su decir como un hecho -no menor pero-  obturador de otro mucho mayor, la vida eterna.

Una característica distintiva de la religión católica, dominante en el ámbito cordobés, fue su propiedad monopólica sobre La Muerte, esto es, la muerte de Jesucristo, la que es utilizada como recurso ejemplificador y prescriptivo, principalmente por sus características de sacrificio recompensado; por su condición de posibilitadota de la nueva vida.

Esta muerte, como las otras, busca ser recordada y vivida socialmente, no en forma individual. Por lo tanto la celebración de la Semana Santa es una ocasión propicia para la ratificación del contrato de la comunidad con su fe.

En las jornadas de Semana Santa y Semana de Difuntos es la iglesia que define los tiempos, la que virtualmente gobierna la ciudad, son probablemente sus días de resurrección, concentración de fuerzas (frente a la amenazante presencia liberal) de la propia iglesia, institución que al mismo tiempo cree y da muestras de su rol central en la “Roma Argentina”.

Habiendo recorrido parte del modo en el que distintos discursos se hacen presentes en el lecho de muerte, podemos decir que la muerte es diagnosticada y certificada por el médico, reglamentada por el Estado y significada por la iglesia.

 

Liliana V. Pereyra

Centro de Investigaciones FFyH “María Saleme de Burnichon”,

Escuela de Historia de la FFyH.