Octubre - Noviembre de 2007 | Año 3. Nº 20
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA, Argentina
 


Historias y personajes

La generación del ’80: los centros de estudiantes después de la dictadura

Entre anécdotas, risas y nostalgia, algunos de los miembros de las principales agrupaciones estudiantiles que surgieron con la vuelta de la democracia, recordaron junto a Alfilo cómo era la vida académica y la militancia en ese momento: las formas de resistencia, las luchas, las reivindicaciones y las primeras elecciones.  


Díaz, Hossly, Plaza, Scarafía y Barragán. Reencuentro en Ciudad Universitaria

Algunos pelos menos, algunas arruguitas más. Los recuerdos intactos. Alfilo compartió el reencuentro de varias personas que pertenecieron a las primeras agrupaciones estudiantiles que surgieron con el regreso de la democracia, allá por el año 1983: el GEFYHL (Grupo de Estudiantes de Filosofía y Humanidades por la Liberación) y el GATH (Grupo Autónomo de Trabajo de Humanidades).
Ahí están Silvia Scarafía, Claudio Díaz, Guillermo Hossly, Claudio Barragán (del primer grupo) y Silvia Plaza (en minoría, del segundo). Sentados en una mesa, charlando animadamente, riéndose y poniéndose serios. Recordando las trompadas (aunque el que las recibió se olvidó), las marchas, los cantitos (“Negra Plaza, andate a tu casa”), los lugares donde se juntaban y las requisas de los “milicos”, para darle la bienvenida a la universidad.
En realidad, el GEFYHL y el GATH tienen una historia en común y comienza mucho antes que se llamaran así.
Sabido es que durante la dictadura se prohibió todo tipo de reuniones y agrupamientos políticos y gremiales, entre ellos los centros de estudiantes de las universidades.
Sólo unos pocos centros pudieron sobrevivir a los militares. Quizás, en Medicina o Abogacía pudieron mantenerse porque estaban en poder de la Franja Morada o el MNR. En la Facultad de Filosofía y Humanidades, como en otras, todo fue desarticulado y vedado. No quedaron ni los estatutos del centro de estudiantes, como veremos más adelante.
Silvia Scarafía recuerda claramente esta época, en la que era estudiante de Letras: “Estaba todo prohibido. No había forma que tuvieras acceso a ciertas lecturas o discusiones sino fuera por amigos o parientes, es decir por afuera de la Facultad. Nos pedían los documentos a cada rato. ¡Estaba prohibido hasta leer a Roberto Arlt!”.

Génesis
A fines de la década del ’70, más precisamente en 1978, aparece un grupo de alumnos en lo que ese momento era la Escuela de Psicología, llamado “Psicocor”, que les permitió empezar a juntarse, a hablar de algunas problemáticas y hasta hacer fiestas para recaudar dinero.
Otro antecedente importante en esta historia son las reuniones que se producían en la sede de los salesianos, al frente de la plaza Colón, para formar una comisión pro-centro. Aquí venían personas de varios grupos activos, independientes, de distintas facultades y algunos jóvenes de partidos de izquierda como el PST (Partido Socialista de los Trabajadores) y Política Obrera.
Esto fue alrededor de 1979, pero al año siguiente se rompe por las discusiones que se tenían con respecto al rearmado de los centros de estudiantes, entre los independientes y la gente que respondía a los partidos políticos.
En esa época (1980 – 1981), comienzan a aparecer las primeras organizaciones de estudiantes y se forma la Comisión de Cultura de Filosofía y Humanidades, que se reunía en “El Tambo”, sobre la calle Independencia, y estaba conformada en su mayoría por personas que estudiaban Historia, entre los que se encontraban Adela Ávila, Juan Montserrat, Mónica Gordillo y Oscar Ruibal, entre otros.
Claudio Díaz, que llegó desde Misiones a estudiar Letras Modernas en 1981, fue invitado rápidamente a participar de esta Comisión y señala que sus objetivos “eran generar algún tipo de actividad intelectual diferente de lo que era dominante en la Facultad en ese momento, que era absolutamente chato y mediocre porque estaba casi todo prohibido”. De esta manera, desde la Comisión se organizó una serie de actividades, como ciclos de conferencias con profesores que habían sido cesanteados en la Universidad.

La semilla
Paralelamente a la Comisión de Cultura y a diferencia de ésta, algunos estudiantes le  estaban dando forma a una agrupación que ya tenía un objetivo político definido: la recuperación del centro de estudiantes. Se llamó GTH (Grupo de Trabajo de Humanidades) y congregaba a un amplio número personas, entre las que se encontraban todos los reunidos en el bar de la Facultad para esta nota y algunas otras que actualmente son autoridades, como Patricia Altamirano, decana de Psicología.
Este grupo no era apoyado por ningún partido político. “Por eso éramos tantos”, dice entre risas Silvia Plaza, en ese momento alumna de Psicología, que agrega: “El GTH era una experiencia pluralista y en sus inicios fue activador de agrupamientos de otras facultades, que estaban fuera de lo que en ese momento eran los centros oficiales o lo que había quedado de ellos”.
Scarafía añade que “el GTH también hacía gestos de distinción porque era algo nuevo y diferente” y que la idea “fue hacer un grupo amplio e independiente y que estuviera enlazado con todas las discusiones que había en el momento”.
Alguien dice que era un “grupo participativo” y que las notas se escribían y reescribían innumerables veces, y todos asienten con la cabeza. “La diferencia crucial era que lo que el grupo hacía, era resultado de la discusión. No había nadie que viniera a bajar línea de algo que se había discutido en otro lado”, completa Díaz.
A fines de 1981, se realizó la primera marcha universitaria que congregó a más de 200 personas frente a la Facultad de Derecho. “Estaban los servicios que sacaban fotos y nos tapábamos las caras con las carpetas”, recuerda el hoy psicólogo Claudio Barragán. Las consignas de esa marcha eran “democracia, democracia” y “se va a acabar la dictadura militar”.
También, durante ese año, se empezaron a hacer las reuniones de estudiantes de distintos grupos y facultades en plena peatonal, en Caseros y Obispo Trejo, en la plaza que está al frente de la Iglesia de la Compañía de Jesús. Al lado de Derecho. Ahí fue donde se presentó por primera vez en público el GTH y el orador fue Guillermo Hossly, estudiante de Psicología y actualmente empleado bancario.
Díaz explica que la FUC no los reconocía porque no habían surgido de una elección. “Nosotros decíamos que sí porque hacíamos elecciones de delegados en los cursos, pero tampoco le reconocíamos la legitimidad a ellos, porque habían sido elegidos por estudiantes que ya no lo eran, antes de la dictadura”, dice.

Entrar a los cursos
En aquel tiempo, los jóvenes empezaron a hablar en los cursos para presentarse y organizar actividades. Además, se hicieron las primeras revistas y panfletos estudiantiles.
“Algunos de los alumnos empezamos a reclamar a las autoridades algunas cosas, por ejemplo en Letras formamos un grupo de estudiantes que tratábamos de que algunos de los fondos que la Facultad recaudaba entonces con el arancel, se destinasen a actividades para los alumnos. Una de ellas fue viajar al Congreso de Lingüística de San Juan”, cuenta Scarafía.
Claudio Díaz agrega otras actividades que les permitieron a los estudiantes visitar los cursos en la Escuela de Letras, cosa que hasta ese momento no estaba permitido. Una fue el viaje al Congreso de Literatura Argentina en Tucumán; la segunda fue “Letra Libre” y por último se trató el tema de los apuntes, ya que de la biblioteca habían desaparecido un montón de libros y había que empezar a dotar los apuntes de nuevos textos.
Silvia Scarafía expone la situación que se vivía en ese momento: “La única forma que tenías de hablar con compañeros y avanzar sobre alguna problemática que no fuera específicamente sobre el cursado de la carrera era organizando actividades. Había una autocensura muy grande y muchos resquemores, no era fácil hablar con alguien si no tenías algún grado de amistad. Entonces, lo primero que nos propusimos fue ser buenos alumnos y no dejar de lado la carrera académica. Unos lo cumplían y otros no, pero era una buena puerta de entrada y funcionaba también con las autoridades, porque para que te escucharan y poder gestionar algo tenías que ser buen alumno”.
Además, esto servía con los alumnos que tenían “compromiso con el estudio pero que no tenían participación política”, ya que “se sumaban cuando eran actividades que fueran académicas”, concluye Scarafía.
Cerca de la guerra de Malvinas, el ambiente violento que se respiraba en toda la sociedad ya se había aplacado un poco y estos estudiantes pudieron empezar a reunirse más tranquilos y en la Ciudad Universitaria. Antes no lo podían hacer. Para eso estaba la casa de algún compañero o la verdulería del Toto López, un lugar emblemático que merecería una nota aparte.
Una vez finalizada la aventura militar en las islas del sur, los estudiantes empiezan a reclamar un centro de estudiantes y pedir elecciones. A esto, se le sumaban los eternos pedidos de ingreso irrestricto y la lucha contra el arancel. En ese momento, también se forma un cuerpo de delegados por cursos, que continúa una vez que se elige el centro.


Portada de los cuadernillos de las agrupaciones

La división
Las primeras elecciones para centros de estudiantes en democracia fueron en septiembre de 1983, un mes antes de las nacionales que llevaron a Raúl Alfonsín hacia la Casa Rosada. En la Facultad de Filosofía y Humanidades ganó la Franja Morada por muy pocos votos.
¿Cómo? Si en el GTH confluía la mayoría del estudiantado de la FFyH y llevaba cientos de personas a las marchas. “¡Nosotros hicimos todo y ganó la Franja!”, exclama Silvia Scarafía.
Y bueno, Claudio Díaz  explica lo que pasó: “Nosotros hicimos todo el proceso de construcción como GTH. Cuando llegó el momento en que se venían las elecciones empezamos a discutir la plataforma electoral y aparecieron las diferencias políticas. Muchos de nosotros, que éramos independientes hasta ese entonces, habíamos entrado en partidos políticos. Entonces, cuando hubo que empezar a ponerle contenido político a la propuesta, no nos poníamos de acuerdo. El GTH se divide en dos. Por un lado quedó el GEFYHL (Grupo de Estudiantes de Filosofía y Humanidades por la Liberación) y por el otro el GATH (Grupo Autónomo de Trabajo de Humanidades)”.
Dice Claudio Díaz que la “L” era lo que identificaba su línea política. Ahí había gente de todas las siglas: JP, PI y PC, pero también muchos independientes. “Lo de la liberación en ese momento convocaba a gente de todos los partidos y a los independientes. Generaba identidad para algunos y para otros no, por eso empezó el alejamiento”, resume.
Silvia Plaza, que estaba en el GATH, se diferencia de ellos entre chistes e indica: “Nosotros trabajábamos las ideas de autonomía y cogobierno. Esa fue una de las discusiones que habíamos tenido y era nuestra plataforma básica”.
“Claro –señala Hossly- la autonomía universitaria se pensaba en términos de que si la universidad tenía que ser parte de un proyecto nacional o no”.
Entonces, Díaz explica: “En aquel momento nos inscribíamos en el campo nacional y popular y sosteníamos que tenía que haber un proyecto de país. Nos daba resquemor el concepto de autonomía puro y duro, porque decíamos que la universidad no podía estar aislada de un proyecto nacional liberador”.
Sin embargo, Claudio Barragán es más explícito y lo dice sin pudor: “Esta era una bandera del peronismo y nosotros, como estábamos en la JP, tomábamos todo, obviamente. Me acuerdo en una discusión de política universitaria nuestros documentos eran los de la Juventud Universitaria Peronista del año 74. También había banderas propias, pero era la tradición”.
No obstante, Claudio Díaz aclara que en el GEFYHL había un “contrato” que aseguraba que “nadie estaba en representación de un partido” y que “las discusiones para ver quienes eran los candidatos se hacían entre todos los compañeros y no entre partidos”.
Ejemplos de esta división son los escritos de cada partido, publicados para las elecciones. Dice el manifiesto del GATH, que lleva como título “Por una nueva línea de acción universitaria”: “El GATH se constituyó para luchar en nuestra Universidad por un movimiento estudiantil consagrado a la defensa de sus derechos, a la libertad y a la dignidad humana” y continúa más abajo: “El GATH propugna la formación de un movimiento estudiantil amplio, autónomo y democrático. Vamos a la forja de un movimiento sin injerencias ni consignas externas: AUTONOMO; y donde los acuerdos surjan de las propias bases, sin imposiciones externas: DEMOCRATICO”.
El manifiesto finaliza con la frase “Por una Universidad sin dogmatismo ni autoritarismo!!”.
Mientras tanto, el GEFYHL, que se llamaba a sí mismo “grupo de trabajo unitario, pluralista y democrático”, propugnaba por una universidad “nacional, popular, democrática, y al servicio de la liberación nacional y social”. Ellos, querían construir una “universidad nueva para el hombre nuevo”, porque planteaban que “la universidad no da una respuesta adecuada al pueblo, de donde vienen precisamente los medios para sostenerla” y concluían: “La UNIVERSIDAD ACTUAL se comporta como una CENTRAL de FRUSTRACION PERSONAL y SOCIAL. No es FRAGUA de LIBERACION, sino de ALIENACION Y DEPENDENCIA”. 

Las elecciones
Volviendo a septiembre del 83. Los dos grupos pensaban que se iban a disputar el centro. El ganador iba a ser uno o el otro. No había dudas. Gran parte de lo que decían y escribían sólo era para pelearse entre ellos. Obviamente, sin llegar a mayores. Simples chicanas.
Resulta que, para las elecciones, aparece como candidata la Franja Morada, que hasta ese momento no tenía presencia en la Facultad. Fue todo armado de un momento para otro y como postulantes estaban los hijos de dirigentes radicales. Con el envión del alfonsinismo gana las elecciones y Héctor Scavino se convirtió en el primer presidente del Centro de estudiantes en democracia.
El resultado fue muy acotado y no lo recuerdan con exactitud, pero dicen que fue por cuatro o cinco votos los tres lugares en que quedaron, respectivamente, la Franja Morada, el GEFYHL y el GATH.
Una anécdota que se cuela es que en medio del escrutinio un miembro del GATH fue con la gente del GEFYHL y pidió una alianza, para retener el centro. Esto, por supuesto, fue rechazado.
Ahora bien, había un problema mayor para cualquiera de los grupos. No existía ningún estatuto. Estaba todo por construirse y cada agrupación hizo propuestas para su contenido. “Se aprobó un estatuto que era muy participativo”, dicen.
Además, Scarafía agrega que, si bien ganó la Franja Morada, “la gestión fue muy compartida”. “En realidad, si sumábamos los dos grupos teníamos mayoría y casi siempre coincidíamos en todo”, remata Díaz.
Al año siguiente, el GEFYHL ganó las elecciones y Guillermo Hossly fue el presidente. En 1985 se repite el resultado y Hossly continúa en la presidencia. Ya en 1986 el GEFYHL había desaparecido y Guillermo no acepta ser candidato para otra agrupación, después de una reunión de 15 horas para tratar de convencerlo.
Curiosamente, Hossly fue el único de todos los que están reunidos que no terminó su carrera universitaria, pero se dedicó a la actividad gremial en su trabajo, donde también ocupó importantes lugares. Sus ex compañeros de la Facultad, ya sin que escuche, dicen que el GEFYHL no hubiera ganado sino fuera por él. Que era un “líder natural” y que tenía una gran capacidad de entenderse con los demás y crear rápidamente consenso.

Las luchas

“El centro somos todos, participemos”.
“Por un centro único, organizado y movilizado que de respuestas a las necesidades del estudiantado

Una vez constituido el Centro de estudiantes, había que empezar a realizar actividades y sentar posturas. Según una cartilla realizada por la secretaría gremial, el centro era “una instancia de organización superior de la que disponen los estudiantes. Es un instrumento que en manos de sus legítimos dueños, los estudiantes, les sirve para comunicarse y llegar a niveles de integración cada vez mayores, para canalizar sus inquietudes y coordinar tareas, para tomar decisiones y expresarlas, y fundamentalmente para defender sus intereses y derechos”.
A su vez, el Centro estaba dirigido, representado y administrado por una Comisión Ejecutiva compuesta por el Presidente y las secretarías General, Gremial, de Cultura, de Prensa y difusión, de Estudios y proyectos, de Relaciones públicas, de Bienestar estudiantil, de Apoyo didáctico, de Finanzas, de Deportes y recreación y de Derechos Humanos.
Entre los planes para llevar adelante, estaba la creación de la primera cantina del Centro, una bolsa de trabajo, un mejor servicio de apuntes y una guardería infantil “para hijos de estudiantes, no docentes, y docentes”, con un costo mensual de cuatro australes.
Además, proponían la derogación del plan ’78 y la aprobación de nuevos planes de estudio. También planteaban su intervención en un cogobierno, “con una participación igualitaria de los claustros en los distintos niveles de discusión y decisión”.
Algo de lo que todavía están orgullosos, y se nota en sus rostros, es haber impedido el “proceso de normalización” que se quería hacer a las apuradas en la Facultad. “La maniobra del decano normalizador era hacer una presentación al Consejo Superior diciendo que la Facultad estaba en condiciones de ser normalizada y nosotros hicimos una gran movilización planteando todo lo contrario y lo impedimos”, apunta Hossly.  “Uno de los argumentos que esgrimíamos era que no había un porcentaje suficiente de cargos concursados como para que se normalice. Era sólo el 20 por ciento de la planta docente, porque muchos profesores habían sido echados y otros cesanteados durante la dictadura y se habían concursado los cargos de prepo”, amplía Claudio Díaz. También pedían la reincorporación de estos docentes y la realización de nuevos concursos.
Otras propuestas del Centro de estudiantes fueron realizar ciclos de teatro, música o cine y promocionar la participación de los alumnos a través de grupos de investigación, charlas y muestras.
Así, se organizó un ciclo de música, el 22 de junio de 1984, llamado “Por la unidad, el trabajo y la cultura”, en el que participaron, entre otros, Gonzalo Biffarella, Bernardo Illeri y Oscar Bazán. Fue en el Aula Magna de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Estaba auspiciado por la librería y discoteca Olocco y El Politécnico y Cía.
Por otro lado, se llevó a cabo un ciclo de conferencias con profesores cesanteados en la dictadura titulado “Problemática de la ciencia y la cultura”, organizado por la Secretaría de Cultura del Centro. En el Aula 2 de Casa Verde tuvieron lugar las charlas “El exilio de la razón”, a cargo de Osvaldo Ardiles; “El pensamiento social, ciencia e ideología”, por Iván Baigorria; “Ideología y ciencia”, a cargo de Aldo Soria y “Algunos aspectos de la crisis del pensamiento actual”, con  Oscar del Barco.

Vida de estudiantes
“No teníamos un mango y armábamos los cigarrillos con tabaco Mariposa o fumábamos los Achalay, que venían sin filtro”, dicen sonrientes. Pero no sólo eso ha cambiado. También les llama la atención que los lugares ya no son los mismos. De hecho, el bar donde están sentados no existía. Había garitas con militares armados en toda la Ciudad Universitaria y una de ellas se encontraba al frente del Pabellón Residencial.
No podían usar barba y debían tener el pelo muy corto. Sin embargo, para poder usar barba, algunos le hacían firmar a algún amigo médico un certificado de “foliculitis”. También estaban prohibidas las zapatillas. Silvia Plaza cuenta: “Una de las formas de resistencia era meternos en las aulas con zapatillas y había no docentes que nos ayudaban a entrar. Uno era don Gea. Siempre nos íbamos a un sucucho que tenía en el Pabellón Francia y nos daba mates. El otro era Hugo, que nos sacó de más de una”.
Ahora, Claudio Díaz recuerda el primer día que llegó a la Casa de Trejo: “El cursillo de ingreso era en el Pabellón Argentina y mi primer contacto con la Universidad fue que los milicos me pusieran contra la pared antes de entrar, me palparan de armas y me revisaran el bolso”.
Un lugar especial para juntarse era en el Parque Sarmiento, ahí pasaban largas horas todos juntos, charlando. Sin dudas, había lazos de amistad (y algo más) muy fuertes. “Leíamos determinados autores, escuchábamos la misma música. En esta construcción del equipo de trabajo había una identidad. Éramos jóvenes y esa era nuestra cotidianeidad: bailábamos, guitarreábamos. Además del interés de reconstruir el centro, teníamos otros lazos, por donde pasaba la cultura, los intereses políticos o afectivos. Teníamos ese apetito de jóvenes que habían sido censurados. La Facultad no nos proveyó lo que queríamos estudiar, entonces había una avidez que se canalizaba por otros vínculos”, relata Scarafía.
Por otro lado, no existía relación con los profesores más allá de la clase. “No te hablaban, te daban clases y punto”, señala Silvia Plaza. “No había instancias de articulación, diálogo o investigación”, agrega Claudio Díaz. Es que, los estudiantes no tenían ningún grado de participación académica porque no existían las ayudantías, ni las adscripciones, ni las becas.

Épocas de militancia
En esa época, la vida de estudiantes universitarios también se confundía con la militancia y por eso estaban convencidos que las soluciones venían con la participación y la apertura política. Hoy, dice Díaz, “hay una decepción y una privatización de la vida que nosotros no teníamos, los fracasos se los achacábamos a los otros”.
“Otra diferencia con los militantes estudiantiles contemporáneos es la despreocupación por la opinión del conjunto”, continúa Díaz. Los planteos y consignas eran reales y se discutían en los cursos. En este sentido, por las características del momento en que se vivía y por la forma de entender la política,  tener delegados por cursos era muy importante para ellos.
Guillermo Hossly señala que su militancia tuvo riesgos y dificultades, pero que era “más fácil” hacerlo en aquellos años. “Había muchas cosas que eran más claras y un clima especial, por eso nos juntábamos todos aquellos que teníamos ganas de cambiar algo”, apunta Hossly.
Todos opinan también que había más participación del estudiantado en las elecciones. “Son diferentes condiciones para la militancia, pero creo que ya no existe el deseo de encontrarse con alguien para hacer algo. O bien el deseo ha cambiado. Nosotros como estudiantes vivíamos la vida universitaria de forma permanente”, expresa Silvia Plaza.
Al mismo tiempo, señala que no todos estaban de acuerdo con ellos, pero todo el tiempo iban por los cursos y que estaban comprometidos con sus ideas. “Aún en las diferencias podíamos hacer cosas juntos”, finaliza Plaza.