Historias y personajes

Artes, de un edificio a otro

Antes de ocupar el actual Pabellón México de la Ciudad Universitaria, la Escuela de Artes funcionó en dos locales céntricos. Eran tiempos en que las carreras dependían de un solo profesor, las artes “populares” se oponían a las “consagradas” y la música se escuchaba en un combinado. El secretario de la Escuela, Oscar Moreschi, repasa la historia, asociando los problemas de falta de espacio con los avatares políticos y sociales de la época.

Pensado como residencia estudiantil, el Pabellón México se convirtió en la sede de Artes.

La Escuela de Artes fue creada como Escuela Superior de Bellas Artes por una ordenanza del Honorable Consejo Universitario (en aquella época no se denominaba como ahora, Honorable Consejo Superior de la UNC) del 3 de diciembre de 1948 , durante el rectorado del doctor José M. Urrutia y en base al proyecto del ingeniero civil y arquitecto Ángel Lo Celso, que en aquel entonces se desempeñaba como decano de la Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales.

La Escuela funcionaría como dependencia directa de dicho Consejo Universitario y originalmente sus planes de estudios solo contemplaban las disciplinas de Plástica, Música y Arte Escénico. Contaba además con organismos anexos como el Cuarteto de Cuerdas, la Pequeña Orquesta de Cámara y el Coro Universitario, y se preveía también el dictado de cursos de Danza.

El plan Lo Celso era breve y en cierta medida aplicable para la época.

Posteriormente, en base al proyecto del profesor Juan Francisco Giacobbe, nuevo director de la Escuela, se aprobará un proyecto de reorganización (19 de diciembre de 1950) que constaba de un voluminoso nuevo plan de estudios que incluía una gran cantidad de escuelas y organismos artísticos todos interrelacionados.

Recordemos que el arquitecto Ángel Lo Celso dirigió la escuela desde el 3 de diciembre de 1948 hasta el 19 de marzo de 1950 (apenas un año y tres meses), sucediéndolo el profesor Giacobbe desde el 20 de marzo de 1950 hasta 1951 (apenas un año). Luego, el profesor y artista plástico grabador Alberto Nicasio, desempeñándose desde 1952 hasta 1955, completó las gestiones directivas de la escuela durante el gobierno de Juan Domingo Perón hasta su caída en septiembre del 55.

El dato es valioso dado que estos tres directores actuaron bajo un gobierno durante el cual el fomento de las artes estuvo teñido de una concepción muy especial, favoreciendo lo que en la época se llamarían las artes populares y tratando de reivindicar las artes aplicadas (como las decorativas, tipográficas, de la propaganda, del hierro forjado, orfebrería, del mueble, cerámica, tejido, lutería y fotografía) que, según se explicita en el proyecto Giacobbe, podrían desaparecer. También se trataba de fomentar las artes consagradas, las artes excelsas de la cultura (como la escultura, la pintura, la escenografía, la música, las danzas académicas y folklóricas), todas enunciadas explícitamente en dicho proyecto.

El problema, como se vería después, era disponer de profesores, equipamientos y espacios físicos adecuados para cumplir con tales ambiciosos proyectos.

De los archivos universitarios surgen datos que hablan de carreras que dependían del ejercicio de un solo profesor (como Arte Escénico), de licitaciones para comprar un piano y un combinado para reproducir música en discos de una sola velocidad, y de los infaltables problemas de adecuación de los locales para el ejercicio de la enseñanza. Entre ellos, se mencionan los problemas del primer local oficial de la Escuela Superior de Bellas Artes, ubicado en la avenida Vélez Sársfield 153 (el teléfono era 99327).

Posteriormente, en mayo de 1953, el entonces director Alberto Nicasio eleva al rector el informe aprobatorio de una comisión de profesores designada para supervisar “el estado y comodidades” y la factibilidad para alquilar el segundo local, en Colón 688 (ésta aparecía simplemente como calle y no como avenida, como la conocemos hoy). Dicha casa, que la Escuela ocupa en setiembre del ’53, había sido ofrecida en alquiler por el señor Mario Remorino, un significativo personaje de la política peronista de la época, y su primer mayordomo fue don Raúl Agapito Córdoba.

Finalmente, producida la Revolución del ‘55, las autoridades interventoras de la Universidad, ante la necesidad de alojar en un mismo espacio todas sus dependencias dispersas en la ciudad de Córdoba, comenzarán a adjudicar a las diferentes facultades, institutos y escuelas las obras construidas durante el gobierno peronista. Estas obras, planificadas y diseñadas por la dirección de Arquitectura de la Nación (es decir, desde Buenos Aires), estaban originalmente destinadas a viviendas estudiantiles y todavía no se habían iniciado las construcciones de los propios edificios para facultades. En ese reparto, la Escuela de Artes obtendrá el Pabellón México, que hoy mantiene como sede central.

Cabe recordar que aquellas obras construidas para viviendas estudiantiles debieron ser remodeladas para ofrecer actividades de enseñanza. El Pabellón Argentina sufrió, entre los años 56 al 59, varias refacciones destinadas a ampliar habitaciones y construir aulas para las facultades que fueron beneficiadas con su uso (Medicina, Odontología, y el entonces Instituto de Ciencias Químicas). Lo mismo sucedió con el Pabellón Residencial (en los planos de Buenos Aires denominado como Pabellón Presidencial), el Perú (para Medicina), el España (para Historia) y el Francia (para Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación). Eso explica que el Pabellón México conserve no solo los pisos de parquet en sus aulas sino también placares y cerramientos propios de una vivienda que los estudiantes nunca pudieron usar.

Por último, cabe señalar que producido el despertar institucional de la Escuela de Artes con múltiples departamentos y actividades en Música, Plástica, Cine y Teatro -en los inicios de la década del sesenta- sus autoridades obtuvieron otros espacios en antiguos edificios que iban a ser demolidos (como La Cabaña, el Brujas, el Taller Gris y otros) y que dan cuenta de una historia sobre la que pronto volveremos.

Lic. Oscar Moreschi

Secretario de la Escuela de Artes de la FFyH

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María Escudero, la maestra de todos

María Escudero fue, entre muchas otras cosas,  formadora de actores, fundadora del LTL y ex profesora de Teatro de la FFyH. A dos meses de su muerte, en un acto muy emotivo, se le colocó su nombre al Teatrino de la UNC.

María Escudero nació en Cruz del Eje en el año 1926. Era hija de trabajadores ferroviarios y pasó su infancia entre esa ciudad del noroeste  y Jesús María. Muy lejos de sus pagos y del Teatrino, falleció el 2 de abril en Quito, Ecuador. El lugar en el que se exilió a mediados de la década del ’70.

Antes de su último destino, “la María” tuvo una juventud agitada. Trabajó como obrera textil en Buenos Aires, donde, además, hacía teatro con Onofre Lovero. Desde la capital argentina se fue a Francia a probar suerte. En París trabajó como periodista y estudió con Marcel Marceau. Unos años después volvió a Córdoba y se incorporó a la docencia en esta Facultad.  

“La María” y la escena

La historia de “la María” está ligada fuertemente a la de la Escuela de Artes, ya que participó en la fundación del Departamento de Teatro. Después comenzó a dictar las clases de Práctica Escénica I, precisamente en el Teatrino.

En 1969 María fue expulsada de la Facultad, pero bajo sus alas ya se había cobijado un grupo que fue fundamental en la renovación teatral de Córdoba: el Libre Teatro Libre (LTL).

El grupo estaba compuesto por varios de sus alumnos, como Susana Pautasso, Roberto Videla, Graciela Ferrari, Lindor Bressán, Luisa Núñez, Cristina Castrillo, Pepe Robledo y Oscar Rodríguez, entre otros.

Susana Pautasso vivió con ella en Ecuador y ambas compartieron largos almuerzos los domingos con sus hijos. “Éramos como una familia. La recuerdo con un espíritu muy juvenil hasta que lo pudo sostener”, rescató la amiga, al revisar su vida con ella en aquel país.

Antes, le contó a alfilo que  conoció a “la María” en la peluquería de su mamá: “Ella me dijo un día ‘a vos te quedaría bien hacer teatro’. Pasaron varios años y en un momento en que yo estaba mal anímicamente me dije ‘voy a hacer teatro’. Llegué al Teatrino, saludé a María y le dije ‘vengo a hacer teatro’. Me dijo ‘sacate los zapatos’ y me puse a trabajar en ese mismo momento. Eso me cambió la vida completamente”.

Susana reconoce a “la María” como su maestra “porque, más allá de lo que me pudo haber enseñado en cuanto a técnicas, me inyectó el teatro”.

Sin embargo, Lindor Bressán, ahora director teatral, recuerda que María “era una persona contradictoria, dura y terrible. Sus críticas eran despiadadas. Tenía estos dos aspectos y enseñaba tanto de una forma como de la otra”.

Libre Teatro Libre

Con el LTL recorrió todos los escenarios de Latinoamérica. Viajó a Chile, Bolivia, Perú, Colombia y Venezuela. “Pudimos abrir ese vientre oculto del teatro europeo y norteamericano y hacer el nuestro”, le dijo María a Silvia Villegas, docente del Departamento de Teatro, un día de enero de 1998.

“Nuestro” teatro era “la creación colectiva”. Una forma nueva de experimentar arriba del escenario. Susana Pautasso recuerda que “el LTL surge de alguna manera en las clases del Teatrino, pero en realidad nace cuando nos echaron de la escuela y empezamos a juntarnos en la casa de María a ensayar. Fue un fenómeno que estaba protagonizando un tiempo histórico, pero no teníamos conciencia de eso. No teníamos conciencia de que éramos protagonistas de toda una generación en el espacio del teatro. En ese momento simplemente lo vivíamos, experimentábamos, disfrutábamos y creábamos. El grupo era lo más importante que teníamos en la mano”.

Para Lindor Bressán, “la experiencia del LTL fue un cambio de vida; es más, fue descubrir la vida. Fue una época iniciática en todos los sentidos: político, teatral y vivencial. Era la primera vez que tenía un grupo de pertenencia en el cual éramos iguales y podíamos descubrir Latinoamérica, descubrir el hecho político y social. Nos hizo creer que éramos dueños de todo y que con nosotros se acababa el mundo”.

El trabajo del grupo concluyó en 1975, cuando la represión empezó a recrudecer y muchos integrantes del LTL, entre ellos María, tuvieron que exiliarse.

En Ecuador, su destino, María participó de la creación de grupos de teatro y desarrolló un proyecto de trabajo con mujeres de sectores populares. Fiel a sus convicciones siempre impulsó un teatro militante y comprometido con la liberación y la justicia social. También obtuvo reconocimientos en ese país. El 8 de marzo de 2004 fue la última vez que subió a un escenario, esta vez a recibir el premio “Manuela Espejo”, otorgado por el Municipio de Quito.

Los reconocimientos en Córdoba

“La María” volvió a su casa, es decir, al Teatrino en 1999. En ese momento se le entregó el título de Doctora Honoris Causa y la entonces decana Ana Alderete le pidió disculpas en nombre de la Facultad por la expulsión registrada tres décadas antes.

También se llevó a cabo un festival llamado “El LTL, María Escudero y la Creación Colectiva Hoy” en el que se reencontraron los antiguos integrantes del grupo y se desarrollaron muchas obras.

El 1 de junio de 2005, a dos meses de su muerte, el Teatrino recobró una identidad diluida por el paso del tiempo. Hoy lleva el nombre de María Escudero y las generaciones venideras dispondrán de un espacio clásico que ha sido refaccionado.

“Creo que es un acto de justicia en un tiempo donde se olvidan este tipo de personas. Es una manera de que un espacio histórico como es el Teatrino vuelva a ser lo que era, pero ahora con personalidades nuevas que somos nosotros”, dijo a alfilo Lorena Balarino, alumna de tercer año de Teatro, a la salida del acto.

Sin duda fue un acto muy emotivo y que quedará en la memoria de todos los asistentes por mucho tiempo. Ninguno de los oradores -autoridades, ex compañeros y ex alumnos- ahorró palabras de elogio para María. Y todos coincidieron en destacar su principal cualidad: haber sido una “maestra”.

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Cecilia Braslavsky, un aporte ineludible

Foto extraida del sitio oficial de la UNESCO.

“...Me animo a decir que actualmente la mayor parte de los educadores y pedagogos argentinos y latinoamericanos vivimos en un estado de ánimo transitado por la ambigüedad. Sentimos que algo se rompe y se desmorona en nuestro mundo externo y en nuestras certezas interiores. Las normas y teorías que supimos aprender y utilizar son cuestionadas y, en muchos casos, cambiadas. Los espacios institucionales -sistemas y escuelas- en los que trabajamos durante décadas son reconfigurados.

...Nada mejor en momentos de crisis y cambios que dirigir la mirada simultáneamente hacia la mayor cantidad de tiempos que podamos, hacia el futuro y hacia el pasado. Pero ocurre que al futuro no lo vemos, lo construimos en contextos de incertidumbre y con pocas certezas. En eso somos bien diferentes a nuestros antecesores. Al pasado en cambio, lo podemos deconstruir y reconstruir a partir de indicios más firmes.

En el caso de la educación se trata hoy de comprender mejor qué se derrumba para distinguir, entre los escombros, aquello que se desea conservar...”

“...Toda pedagogía es una apuesta al conocimiento, a la comunicación y a la voluntad...”

Cecilia Braslavsky

(Presentación del libro “La escuela como máquina de educar”, de Pineau, P; Dussel, I; y Caruso, M . Paidós, 2001).

Cecilia Braslavsky murió el 2 de junio último en Ginebra, donde dirigía la Oficina Internacional de Educación de la UNESCO, cargo al que accedió por concurso. Tenía sólo 53 años. Había egresado de la Universidad Nacional de Buenos Aires como licenciada en Educación y había cursado el doctorado en Leipzig, Alemania.

Braslavsky desarrolló una amplísima labor en el campo educativo. La docencia, la investigación y la producción constituyeron su modo de transitar en diversos ámbitos. Coordinó equipos e instituciones del más alto nivel académico, contribuyendo a formar profesionales en la región y en otras geografías.

Fue docente de maestrías y doctorados, profesora titular por concurso de la cátedra Historia General de la Educación en la UBA; dirigió la sede Buenos Aires de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y, en carácter de tal, la publicación de la entidad, la revista “Propuesta Educativa”; fue consultora y posteriormente coordinadora del Programa Nacional de Contenidos Básicos Comunes del ministerio de Educación de la Nación.

La labor de Braslavsky produjo un giro en el ámbito de la investigación educativa en nuestro país. Tal vez uno de los aportes más significativos haya sido instalar la problemática del papel del Estado y de los aparatos estatales en las discusiones sobre la educación, en la etapa de recuperación democrática del país.

Trabajos reveladores

En trabajos que hoy ya se consideraran materiales clásicos e ineludibles otorgó visibilidad a los procesos de segmentación educativa, contribuyendo a develar los complejos mecanismos de discriminación y de conformación de circuitos diferenciados dentro del sistema educativo argentino.

Entre estos trabajos, merecen citarse “La discriminación educativa en Argentina” y “El proyecto educativo autoritario 1976-1982” (cuya autoría comparte con Alberto Carciofi y Juan Carlos Tedesco). Estos materiales resultan insoslayables para comprender este giro en la producción que posibilitó la incorporación de nuevas perspectivas, incluyendo el papel de la burocracia y de los organismos de conducción educativa en la dinámica de los sistemas educativos. Produjo individualmente o en colaboración con otros colegas también destacados una lista muy extensa de trabajos que fueron publicados por editoriales locales y de otros países, y en revistas internacionales.

Recientemente había obtenido el premio “Andrés Bello” al mejor ensayo en Educación en América Latina por su libro “Rehaciendo escuelas - Hacia un nuevo paradigma en la educación latinoamericana”.

Brillante y polémica

Pocas personalidades en el pensamiento educativo argentino de las últimas décadas pueden considerarse simultáneamente tan brillantes y polémicas como Braslavsky, quien era una apasionada por su tarea. Por su compromiso con la educación pública, a la par de su trabajo académico y de investigación participó en numerosos proyectos e iniciativas, entre ellos, varios programas emprendidos por el ministerio de Educación de la Nación, antes y durante la transformación educativa de los ‘90. Su implicación en esta reforma, cuestionada en aquel momento y en la actualidad por sectores sociales, gremiales y académicos, la hicieron objeto de severas críticas.

Quienes han seguido su producción con cierto detenimiento quedan con la seguridad de que su labor quedó inconclusa. Quedan afortunadamente sus trabajos y su trayectoria académica y pública para el debate, el estudio y la reflexión.

 

Escuela de Ciencias de la Educación