Entrevista

“Hay que traer al aula el mundo
de la cultura escrita”

A través de la historia de Ana, una mujer pobre y campesina que siendo adulta aprendió a leer y a escribir, la investigadora mexicana Judith Kalman -premiada por la UNESCO por sus trabajos sobre alfabetización- muestra que la apropiación de la lengua escrita no es un problema de letras y sonidos, sino un mosaico complejo y delicado, muy vinculado con la política cultural. Kalman visitó la FFyH en el marco de las IV Jornadas de Investigadores en Educación que se realizaron el 4 de agosto último, donde brindó una conferencia sobre su especialidad.

Galardonada por la UNESCO con el Premio Internacional de Investigación en Alfabetización, Kalman  propone trabajar con textos completos y complejos.

“La historia de Ana es la historia de una mujer, como hay muchas, millones, que no fue a la escuela de niña, que creció en una zona rural, que a los 17 años emigró a la ciudad de México y que nunca aprendió a leer y escribir, hasta que en un momento de su vida comenzó a enfrentarse a situaciones donde leer y escribir era necesario para poder participar”.

 

Así comienza la investigadora mexicana Judith Kalman el relato de la historia de Ana, a la que apela para mostrar cómo el proceso de alfabetizarse no depende tanto de la apropiación de un código como de la posibilidad de interactuar con otros lectores y escritores, de conocer discursos y versos, y de enfrentar usos y resolver exigencias. Para Kalman “hay que traer al aula el mundo de la cultura escrita”, evitando los textos pobres y restringidos y, en cambio, optando por aquellos complejos y cargados de sentido, capaces de abrir un nuevo universo para los lectores que se inician. También sostiene que “lo más difícil del proceso de alfabetización es que las personas se asuman a sí mismas como lectores y escritores”.

 

Kalman es licenciada en Lenguas Hispanas en la Universidad Nacional Autónoma de México, magíster en Investigación Educativa en el Departamento de Investigaciones Educativas del CINVESTAV, doctora en Educación con especialidad en Lenguaje y Alfabetización en la Graduate School Education University of California, Berkeley (Estados Unidos), y obtuvo el posdoctorado en la National Academy of Education de la Spencer Fundation. Fue jefa del Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (IPN), donde sigue trabajando como profesora. Ha colaborado en la elaboración de varios libros y, según la UNESCO, su investigación titulada “Saber lo que es la letra: vías de acceso a la cultura escrita para un grupo de mujeres de Mixquic” ha ayudado a mejorar los procesos de apropiación de la lengua y a comprender las implicaciones que la lectura y la escritura tienen como herramienta de solidaridad y cambio social.

 

Escribir sobre la propia vida

 

Y la historia de Ana continúa: “Mientras era madre de niños pequeños y su vida transcurría dentro de la casa, todas exigencias sociales de leer y escribir, las resolvía su esposo. Pero cuando su hijo empezó la escuela, ella enfrentó una exigencia directa, que fue la necesidad de ir a la firma de libretas con las otras madres”. Primero Ana resolvió esa exigencia buscando la ayuda de otra madre que firmara por ella, y luego comenzó a asomarse a las clases del Instituto Nacional de Educación de Adultos, donde aprendió las primeras letras y a escribir su nombre.

 

Años más tarde, su cuñada, que tenía una pequeña tienda, decidió dejar el negocio y Ana se hizo cargo de él. “Allí nuevamente empezó a enfrentar situaciones que le exigían saber leer y escribir, como la necesidad de hacer la lista de clientes deudores. Primero se las arregló copiando letras de las etiquetas de los productos, luego le pidió ayuda a su hija y luego se reinsertó en las clases, cuando ya tenía más de 35 años”, relata Kalman, al tiempo que expone la experiencia que ella misma desarrolló con ese grupo de alumnas.

 

“Le sugerí a la alfabetizadora que les lea textos completos en clase, más concretamente, la biografía de Benita Galeana, una mexicana con la cual las mujeres tenían mucha afinidad. El asunto es que ellas se sintieron muy próximas a ese texto y empezaron a elaborar sus respuestas literarias, por escrito”.

 

Todavía conmovida por el resultado de esa experiencia, Kalman intenta dar cuenta de cómo “una persona que se auto denominaba analfabeta, que no hacía más que copiar, cuando se le dio la oportunidad de escribir acerca de su propia vida en consonancia con la vida de Benita, de repente empieza a producir textos... y textos de casi una página; algo muy impresionante”.

 

¿Cuál es la revelación más significativa que aporta la historia de Ana?

 

Yo creo que demuestra que la alfabetización no es un problema de letras y sonidos -que son una parte, claro, pero no acaban de explicar el asunto. El proceso de apropiarse de la cultura escrita es un mosaico complejo y delicado, una especie de rompecabezas, que en el caso de Ana tiene que ver con la necesidad de enfrentarse a situaciones y aprender a resolverlas, en condiciones muy precarias en todos los sentidos... Porque no sólo su situación económica es precaria; la educación a la que puede acceder también es precaria... en lugares prestados, con materiales escasos y todo aquello que ya sabemos respecto de la educación pobre para pobres. Esta historia muestra muy claramente cómo el proceso de alfabetizarse tiene que ver con la posibilidad de interactuar con otros lectores y escritores, conocer discursos y versos, enfrentar usos y resolver exigencias y, sobre todo, cómo el centrar toda la atención en la apropiación del código es una estrategia que no nos ha servido. Es una estrategia que hemos escuchado durante décadas, pero sus resultados han dejado mucho que desear y es hora de revisarla con seriedad.

 

Tal vez haya que empezar por capacitar a los alfabetizadores...

 

Por supuesto, ese es un problema de la educación de adultos y de la educación en general. Pero en el caso de esta población creciente de jóvenes y adultos que se forman al margen de la educación formal, uno de los grandes problemas es el de los instructores y el otro es el de la propuesta educativa. Me atrevo a decir que la forma en que hemos venido intentando alfabetizar es un obstáculo para que las personas aprendan a leer y escribir. Me atrevo a decirlo porque creo que les damos (a los adultos) una versión tan restringida y tan fragmentada de lo que es la lengua escrita que no llegan a tener contacto con textos complejos, con objetos culturales completos... Es como no tenerles la suficiente confianza para confiarles un texto más allá de aquellos que se basan en frases artificiales y que se hacen con el propósito de combinar sílabas específicas... Pero si no conocen discursos de manera oral o escrita, cómo van a aprender a usarlos y a entenderlos. Por eso digo que la alfabetización debe incluir necesariamente el contacto con otros lectores y escritores.

 

¿Se podría decir que en esta estrategia educativa existe una subestimación del alumno adulto?

 

Creo que es una premisa implícita. Ninguno de los capacitadores diría de entrada que duda de la capacidad intelectual de sus alumnos. Pero a la hora de ver qué se les ofrece (a los adultos) aparecen ejercicios basados en repetir, copiar y otras actividades mentales mecánicas. También vale aclarar que hay una gran diferencia entre actividad educativa y ejercicio. Tu pregunta es insinuante, pero yo la daría vuelta y diría que debemos buscar formas de explotar la cantidad de conocimientos y la capacidad intelectual que tiene el adulto, y una de ellas es plantear desde el principio la oportunidad de convivir con textos completos. Yo no pienso que la persona que alfabetiza deba ser una súper especialista, sino alguien que lee, que le gusta leer y que se maneja con cierta soltura en la lectura. No hace falta que sea (Gabriel) García Márquez, no? Pongo un ejemplo: si yo no se nada de mecánica automotriz, ¿tú me dejarías arreglar tu coche? Por supuesto que no. Sin embargo, mandamos instructores que no saben de educación y que no saben leer y escribir con fluidez, y que deben alfabetizar a otros. Me parece interesante mencionar que hacemos con las personas lo que no haríamos con nuestro coche.

 

¿Cree que en el proceso de alfabetización influye el placer por la lectura?

 

Yo creo que sí, pero eso no se hace por decreto. No alcanza con decir “escribir y leer es bonito”. Por eso insisto en que la alfabetización es un asunto de convivencia humana. Se trata de convivir alrededor de los textos y de enfrentar las dificultades.

Nosotros sabemos que si encontramos una palabra que no entendemos, no pasa nada y podemos seguir leyendo. Pero un lector qué recién se inicia no sabe eso, y eso puede transformarse en un obstáculo. Entones se trata de hacer visible lo que es la práctica de la lectura. Creo que el disfrute existe en la medida en que entendemos lo que estamos haciendo, de lo contrario se convierte en algo muy frustrante. Lo mismo nos sucede cuando intentamos con un instrumento musical o con la cocina. Leer no causa placer automático. El placer existe porque a los seres humanos nos causa placer comprender. Y también nos engancha enfrentar algo y resolverlo. Eso es emocionante y estimulante. Y los adultos y los jóvenes que van a estas clases se enfrentan todos los días a situaciones que tienen que resolver. El asunto es estallar la práctica y hacerla evidente. Además, uno no se hace lector así nomás... ¿cuántas horas de escolaridad tienes tú? Bueno, yo tengo una cantidad extraordinaria. Lo que quiero decir es que no nos hicimos lectoras en un curso de tres meses, que es otra característica de la escuela pobre para pobres. Lo que nosotros tenemos años y años para construir, le pedimos a otros que lo hagan rapidito. En ese sentido, también la educación es precaria. Lo es en cuanto al contenido, el abordaje y los tiempos que exige.

 

Estamos conversando sobre Ana y otras mujeres como ella... ¿cree que el tema del género tiene relación con esta problemática?

 

Yo creo que sí. Sabemos que cuando los recursos son escasos, es a los hijos varones que se les da prioridad; sabemos que hay ciertos prejuicios respecto de que las niñas vayan a la escuela porque pueden estar en contacto con varones; sabemos que hay creencias de que la escuela no sirve para trabajar o que la escuela vuelve flojos a los niños. El mismo marido de Ana no quería que ella fuera a la escuela porque perdía el tiempo... Creo que hay más restricciones para las mujeres, que no siempre son dueñas de su tiempo.

 

¿Y se podría decir que existen diferencias de género a la hora de aprender?

 

No sé si puedo contestar esa pregunta. Pero creo que los seres humanos básicamente aprendemos de la misma manera; chicos, medianos y grandes. La diferencia está en la historia que cada uno tiene...

 

¿Qué disparadores o estímulos son determinantes para que un adulto quiera o pueda aprender a leer y a escribir? ¿Siempre responde a una cuestión de necesidad?

 

Sí y no. Claro que hay situaciones de necesidad concreta, pero creo que hay una generalización de nuestra parte al pensar sólo en el aspecto instrumental. En una clase, una alfabetizadora les preguntó (a sus alumnos) por qué querían aprender a leer y a escribir. Y además de las respuestas instrumentales, hubo una señora, llamada Chabela, que respondió: “Yo sé que los libros guardan cosas muy bonitas y yo quiero saber cuáles son”. Ella tenía muy claro que hay todo un mundo por descubrir... Entonces esa idea de que lo instrumental es lo único que cuenta es una construcción de los educadores, no necesariamente de los educandos. Deberíamos plantearnos que las necesidades básicas no son sólo las tangibles; también hay necesidades intelectuales, hay interés estético, hay curiosidad simplemente por saber qué hay en ese mundo del que yo no participo. Es correcto pensar en que hay cosas inmediatas y otras no tan inmediatas. Y creo que el gran reto de la educación es cómo empezar con lo inmediato y luego despertar el interés de tal manera que se pueda ir un poco más allá de eso.

 

En ese sentido, el contacto con el objeto libro parece fundamental...

 

Claro, pero también es cierto que la posibilidad de explorar está limitada por la disponibilidad material de las cosas. Hay bibliotecas públicas, pero la práctica de ir a la biblioteca es muy limitada y muchas veces éstas están desabastecidas o reciben donaciones de libros que otros descartan. Aún así sería interesante dar las clases de alfabetización en las bibliotecas, que además dan la posibilidad de buscar otras respuestas y de enseñar cómo funcionan... Evidentemente, la alfabetización como tal requiere ser acompañada de una conceptualización más amplia, y entender que no hay alfabetización y pos alfabetización sino que estamos hablando de un proceso que tiene inicio pero no tiene fin y que no se puede alfabetizar fuera del uso de la lengua escrita. La alfabetización está vinculada al uso, a la comprensión y a los modos de interpretación de la lengua escrita, entonces cualquier esfuerzo educativo debería estar muy cercanamente vinculado con una política cultural.

 

¿Qué tipo de acciones de política cultural pueden ayudar al proceso de educación formal?

 

Acciones que ayuden a crear ambiente letrados, que ayuden a hacer accesibles los materiales, que ayuden a crear oportunidades de socialización alrededor de la cultura escrita. Eso puede incluir desde el fomento de las bibliotecas públicas hasta la creación de producciones de teatro o de boletines locales. Hay que pensar en políticas culturales que pongan la cultura escrita al alcance de la población. No sé cómo funciona en la Argentina, pero en México comprar un libro no es cualquier cosa; una familia de escasos recursos no tiene los libros entre sus prioridades y si los tuviera no sabría qué libros comprar, no conoce ese universo de posibilidades.

 

¿Qué universos se abren para un adulto cuando aprende a leer y escribir?

 

Creo que las oportunidades de aprendizaje no son procesos directos. “Yo te enseño esto, tú lo aprendes”; no funciona así. La alfabetización les abre oportunidades de diálogo y de expresión. En un contexto de bajo riesgo -que es importantísimo, sobre todo para las mujeres- comprenden que pueden decir lo que piensan y que no pasa nada. Y lo que dicen no sólo tiene importancia sino que además se les reconoce por eso. Creo que les da confianza para participar de otras situaciones sociales, en otros contextos. Y a su vez puede despertarles el interés y la curiosidad para asomarse a otro tipo de textos, para tomar pequeñas iniciativas en la producción de nuevos textos -desde listas hasta recados- o también pueden empezar a comparar y darse cuenta de que los textos puedan hablarse entre ellos (intertextualidad).

 

Todo depende entonces de que el adulto se “familiarice” con los textos...

 

Se trata de perderles un poco miedo. Ellas (las alumnas) cuando empiezan dicen mucho cosas como “esto no es para mí”. Tienen una noción de distancia con la cultura escrita y pareciera que las personas que pueden leer son otras. Incluso hay quien ha dicho “Dios no me ha dado licencia para aprender a escribir”, tratando de explicar su no lectura desde una capacidad que supuestamente no tiene... Y eso es lo más difícil del proceso de alfabetización, que las personas se asuman a sí mismas como lectores y escritores.

 

Se ha dicho que en sus investigaciones la palabra escrita aparece como herramienta para el cambio social, ¿en qué sentido la palabra puede aportar al cambio?

 

Cuando hablamos de cambio social no hay que pensar en grandes movimientos sino en cambios más pequeños; aquellos cambios que influyen e impactan en la forma en que las personas interactúan... como la señora que antes no participaba de las  reuniones de su comunidad porque no se sentía en condiciones de expresarse y ahora participa.

 

¿Cuál es el panorama de la alfabetización hoy en América Latina?

 

Más allá de las cifras, que pueden variar según quién las maneje y según con qué criterio  se hagan, lo cierto es que la distribución de la educación es como el de cualquier otro bien social; es decir, muy desigual. Entonces lo interesante es cómo empezar a nivelar y lograr una distribución más equitativa. De ahí surge el planteo de que promover un acceso a través de textos muy controlados, muy acotados, sin sentido, es un obstáculo. Se da acceso a una manipulación de la lengua escrita muy reducida, que funciona para participar en las clases pero no fuera de ellas. Entonces hay que traer al aula el mundo de la cultura escrita, el mundo impreso que está ahí afuera...

 

¿Cómo se traduce este debate en las políticas educativas concretas que promueven los Estados?

 

Creo que hay una serie de contradicciones interesantísimas. Desde 1997 hay todo un  planteamiento sobre alfabetización y a nivel de discurso hay muchas cosas que ya se empiezan a ver. Pero cuando uno baja a la práctica y se detiene en las interacciones en el aula o en la producción de materiales, sigue permaneciendo aquella visión restringida. Hay grandes contradicciones entre lo que se dice y lo que se hace. Y hay una distorsión entre lo que sucede a nivel de la investigación académica, donde tratamos de rescatar estos procesos de aprendizaje y darles nombre, y el aporte real de esa investigación a la política educativa que deriva en acciones concretas. También, en el marco del discurso de la globalización y de la sociedad del conocimiento, hay por un lado un reconocimiento de la importancia de la educación de adultos como una estrategia inclusive económica y, por otro, no existe financiamiento para garantizar esa educación de adultos. Hasta donde yo puedo ver, no hay voluntad política de formar a educadores en serio, y no estoy hablando de una capacitación de un mes, sino de formar personas especializadas para educar. Claro que no se puede generalizar; de hecho, hay personas muy valiosas trabajando en esto con mucha claridad y aquí mismo en Córdoba se están haciendo trabajos muy interesantes, pero lo cierto es que la alfabetización es un tema relegado inclusive en el ámbito de la investigación; como si fuera de poco prestigio. Empujar así no es fácil. Primero hay que entender que existe un sector enorme de adultos y jóvenes que salieron del sistema a una temprana edad -en gran medida porque el sistema los expulsa- que son rescatables en términos educativos y que hoy no hay caminos claros para regresar al sistema.

 

¿Qué papel les cabe a las nuevas tecnologías de la información en la alfabetización?

 

Ahora hay una moda muy fuerte de introducir el uso de tecnología. En el Instituto Nacional de Educación de Adultos están subiendo materiales a la red para que se utilice la herramienta, pero sin modelos de uso; es decir, sin una propuesta pedagógica que sostenga esa iniciativa. Es lo mismo que crear libros impresos y simplemente distribuirlos, no? El uso de tecnología puede ser muy interesante, pero no creo que desplegar en la pantalla lo que puedes ver en un libro sea un uso inteligente de la tecnología. Y tampoco pienso que la herramienta tenga una cobertura universal ya que no todos pueden acceder. En verdad creo que estamos en pañales. Si bien las agencias de financiamiento están promoviendo una política fuerte en América Latina para surtirla de tecnología, se está dedicando muy poco tiempo a saber para qué.