Galería de Imágenes
Los artefactos para ver,
de José Luis Quinteros
La muestra de José Luis Quinteros que se exhibió en el CePIA, bajo la mirada del profesor de Plástica, Gabriel Gutnisky.
Se argumenta que vivimos en una época en que prevalece la imagen. Sin embargo, y paradójicamente, en el arte contemporáneo poco escapa a la esfera de lo escrito. Palabras que muchas veces se interponen como un prejuicio que impide reconocer la validez estética sino a través de la letra impresa : el concepto parece haber vencido al objeto.
No fue el caso, afortunadamente, de la muestra de José Luis Quinteros que se realizó en las salas del CePIA. Fundamentalmente, porque los objetos que la conformaban -extraños artefactos realizados en madera y tela- resultaron uno de los más acabados ejemplos de la reivindicación de la obra en lo que ella posee de cosa acabada, perfección técnica y designio poético. Una obra destinada a ser percibida -en el más profundo sentido del término- y a la que las palabras no le hacen justicia, obrando aquí sólo como testimonio para aquellos que no tuvieron la oportunidad de visitar personalmente la muestra.
Notablemente autorreferenciales, estos curiosos artefactos desbordan toda posible descripción porque formaron parte de una experiencia que en realidad es intransferible. Gracias al registro fotográfico sólo tenemos un vaga aproximación a la imagen. La experiencia física directa, el valor de una configuración estética en el espacio -y no otro tipo de traducción- son las que nos han conquistado.
Un desafío que en el caso de Quinteros responde a una lógica que no puede anticiparse, que escapa al efecto de reconocimiento prematuro que identifica a gran parte de la producción emergente, donde bajo diferente apariencia aparece un razonamiento que tiende machaconamente a repetirse. En la obra de Quinteros -por el contrario- las sorpresivas alteraciones en la esfera de lo formal acordaban una tensión entre mundos antes separados.
Se trataba, repetimos, de una serie de artefactos en madera y tela que, por un lado, imprimían al espectador una idea o criterio constructivo relacionado -entre otras cosas- con la esfera del trabajo masculino, de la carpintería, de lo sólido de un mueble, de lo estable, etcétera, y por otro, contrastaban con una mención al mundo de las supuestas tareas femeninas, de la costura, de lo grácil de un volado, del adorno. Diferencias de naturaleza material que producían efectos que no eran circunscribibles a esas dos únicas dimensiones (masculino-femenino), porque se tornaban reveladoras de otras tantas interpretaciones.
Por distintas vías se percibía, por ejemplo, el entre juego con la idea de que estos artefactos constituían imágenes de esquema zoomórfico: parecían versiones diferidas de una serie de animales gigantes. Pero alejado de estas configuraciones surgía también un posible comentario de la relación entre naturaleza y cultura. No era gratuito reconocer en estos extraños dispositivos una mención corporizada de los intrincados y detallistas esquemas con que Leonardo Da Vinci especificaba sus invenciones. Invenciones que por otra parte o en gran medida eran producto de la observación de la naturaleza, de las aves para volar, de los anfibios para sumergirse, etcétera. Dispositivos cuyo examen nos ha permitido -en el caso de Quinteros- ponderar en plenitud la articulación tan singular entre técnicas, medios y contenidos que poseen las artes en el espacio.
Arq. Gabriel Gutnisky,
Profesor en el Departamento de Plástica
de la Escuela de Artes, FFyH (UNC)