Entrevista

 

Pilatowsky: “Auschwitz es
un límite desde el cual pensar”

 

Auschwitz es un momento límite que obliga a pensar en los mecanismos destructivos de la modernidad. Sobre eso disertó el doctor Mauricio Pilatowsky, que en setiembre último visitó la FFyH para dictar el seminario “Filosofía después de Auschwitz”. En esta entrevista señala la necesidad de rescatar la memoria y el testimonio singular de las víctimas como modo de descifrar los ocultamientos que tienen lugar en la cultura occidental, y en Latinoamérica en particular.

 

Mauricio Pilatowsky, en diálogo con Alfilo (foto gentileza de Lucía Ploper, prensa Centro Unión Israelita)

 

“Auschwitz no fue sólo el sistema de campos de concentración creado por los nazis; representa, además, el límite conocido al que podemos llegar si nos permitimos ser conducidos por nuestra razón instrumental y renunciamos a controlarla por medio de la ética”. A partir de esa definición, el doctor Mauricio Pilatowsky propone una filosofía que debe recurrir a la memoria; una memoria que rescate el testimonio singular de cada una de las víctimas ya que en esos testimonios podremos identificar los mecanismos perversos de la modernidad.

Sobre estos temas conversó con Alfilo, en ocasión de su visita a la FFyH, donde dictó el seminario “Filosofía después de Auschwitz”, en el marco del programa de Estudios Judíos que dicta esta unidad académica en conjunto con la Casa de de la Cultura Judía en Córdoba.

Pilatowsky es licenciado en Historia y Filosofía por la Universidad Hebrea de Jerusalén y realizó su doctorado en la Universidad Autónoma de México. Desarrolló su estancia postdoctoral en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid con el proyecto “Filosofía después de Auschwitz”. Actualmente es investigador en la Facultad de Estudios Superiores de Acatlán y profesor de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras; ambas de la UNAM. A su vez, dirige el seminario interacadémico “Filosofía después de Auschwitz en México”.

 

-         ¿Qué significa su proyecto “Filosofía después de Auschwitz”?

 

-         El proyecto es una manera de pararse frente al pasado. “Filosofía después de Auschwitz” es un proyecto filosófico, un desdoblamiento del pensamiento, un cuestionamiento al interior del pensamiento. Un ejemplo concreto: en México estamos dirigiendo un proyecto que se llama “Memoria, poder y olvido, revisión crítica de la historiografía mexicana”. Se basa en la hipótesis de que el trabajo historiográfico va en sentido inverso al testimonial; el trabajo historiográfico trata de revalidar y justificar los mecanismos del poder y trata de justificar mediante el pasado, no solo el presente, sino la forma en que quiere proyectar un supuesto futuro. Entonces hay un proyecto académico concreto. Estamos trabajando con académicos de muchas áreas del saber -lingüistas, historiadores, politólogos, abogados- y la idea es, desde diferentes enfoques metodológicos, contrastar lo que se nos presenta como historiografía clásica con testimonios o con documentos, porque muchos de los testimonios ya no existen... Porque, y esto lo digo entre comillas, el crimen historiográfico siempre deja huellas. Siempre, siempre deja abierta una puerta; en una primera lectura no parecen muy evidentes pero cuando uno mira con cuidado descubre que hay ocultamientos profundos. Entonces al trabajar con documentos, que algunos casos contienen testimonios, el silencio que se oculta en la historiografía de repente se vuelve elocuente.

 

-         Su proyecto no se circunscribe entonces al análisis del Holocausto...

 

-         No. El proyecto tiene que ver con los mecanismos de la modernidad; y en ese sentido estamos hablando de Occidente y de la cosmovisión de Occidente a partir de la Ilustración. En ese plano, se recoge la visión de la Escuela de Frankfurt, sobre todo de Adorno y Horkheimer, en relación a que es la Ilustración la que lleva al genocidio...

 

-         ¿El objetivo de esta propuesta es lograr una caracterización de esos mecanismos perversos de la modernidad?

 

-         Por supuesto, es parte del trabajo. La escuela española, en especial Reyes Mate, ha tomado el pensamiento de Frankurt y lo ha utilizado para repensar Europa y España, en términos de memoria y justicia. Al mismo tiempo, es ineludible que una reflexión sobre España traiga a Latinoamérica, y aquí los latinoamericanos tomamos la estafeta. Somos un grupo de filósofos mexicanos y argentinos, y estamos también invitando a chilenos, para que cada uno en su propia realidad continúe en esta línea de trabajo.

 

-         ¿Cómo se traduce la propuesta “Filosofía después de Auschwitz” en la realidad Latinoamericana?

 

-         En el caso mexicano, la entidad política mexicana -por llamarla de alguna manera- comienza con el encuentro de España con la cultura prehispánica y su sometimiento. El sometimiento incluía una parte política, pero también una religiosa; la evangelización, por ejemplo, que ha sido mostrada siempre como un momento de humanización, de cultura, aquí la estamos leyendo desde el sometimiento. Es decir, la evangelización como forma de someter culturas a partir de una sola lectura de la realidad. Lo importante entonces es descifrar qué se esconde en el proceso de evangelización en Latinoamérica. Ese es un ejemplo concreto. Otro tiene que ver con la consolidación  del Estado – Nación. No es casual que todos los Estados latinoamericanos se crearan con cierta estructura muy similar que responde a estos mecanismos y que además, de alguna forma, benefician a los sistemas de poder. Entonces, las preguntas en el caso de Latinoamérica apuntan a cómo entendemos el mestizaje en el caso de México, o el no mestizaje en la Argentina; cómo entender la religiosidad católica, cómo entender el concepto de Nación moderna o de independencia; cómo entender los procesos revolucionarios, nuestros golpes de Estado o nuestra violencia interna... Parece que Auschwitz no aparece, y sin embargo aparece... ¿por qué? Porque en Auschwitz se manifiesta un límite, un terrible límite, un lugar al que no queremos regresar pero que está siempre abierto.

 

-         ¿Auschwitz representa un límite en términos de perversidad?

 

-         Auschwitz representa una situación que no podemos explicar porque nuestras capacidades argumentativas no nos dan para explicarla. Auschwitz nos dice que no debemos pretender explicar lo inexplicable. Pero, como dice Mate, es algo impensable que da para pensar, y eso se vuelve central en este tipo de proyecto. Ya no cabe caer en la especulación y preguntarse “qué podría suceder si...”; lo que podía suceder ya sucedió. Tenemos el límite en nuestra memoria y no tenemos que invocar a la especulación; nada más tenemos que asomarnos y ver qué somos capaces de hacer como cultura. Y es tan obvio lo que voy a decir, pero a veces hay que recordarlo... Auschwitz no se produce en el margen de la sociedad de Occidente, sino en su mero corazón. Es un superávit de cultura; gracias a que había mucha cultura, se produce Auschwitz. Estoy diciendo algo que puede parecer extraño pero es así. La barbarie regresa en la cultura. Como decía Freud, es la cultura la que recoge la barbarie. Entonces ahora que estamos con estos apóstoles del progreso neoliberal en Latinoamérica, ahora que esta economía, entre comillas, logró imponerse sobre las otras y que además se receta como una evangelización inevitable, debemos recordar, recordarnos, el precio de ese progreso.

 

-         Usted señala la conveniencia de rescatar el testimonio singular de las víctimas para identificar los mecanismos perversos de la modernidad... ¿Qué significa eso exactamente? ¿Y a qué testimonios se refiere?

 

-         Primero tendríamos que ubicar qué entendemos por víctima, de quién o de qué estamos hablando. Auschwitz, por caso, representa un momento de la modernidad, pero también un proceso de la modernidad. Entonces lo que la víctima va a testimoniar es referido a los efectos que los mecanismos de la modernidad causan en su vida particular. La víctima no va a hablar filosóficamente ni mucho menos, sino que va a contar una experiencia concreta, desde su lugar. Eso es importante porque se confronta el discurso de la víctima con el discurso del sistema que la colocó en la situación de víctima. La diferencia es que el sistema, como se construye sobre una organización argumentativa -desde una racionalidad instrumental- se encarga de cerrar las brechas; se encarga de mostrar las cosas desde una perspectiva que no da lugar a esos espacios del sufrimiento.

 

-         Usted plantea que el discurso singular de la víctima sirve para desenmascarar al victimario...

 

-         Concretamente, para no hacerlo tan abstracto, cuando nos hablan de progreso y nos dicen que una determinada política de gobierno es conveniente porque todos vamos a progresar, y nos convencen además de que es necesario ciertos sacrificios pero que estos sacrificios finalmente son menores porque las ventajas de la mayoría se impondrán sobre el sufrimiento de una pequeña minoría... Cuando nos hablan en esos términos, desde el lado de la reflexión tratamos de contestar a ese discurso con un discurso paralelo, que tiene la misma lógica argumentativa y se cierra sobre sí mismo. El testimonio de la víctima, en cambio, nos abre un significado existencial profundo y singular de lo que representa ese sacrificio; de lo que representa el precio. Y de pronto lo pone en una dimensión completamente distinta.

 

-         El testimonio de la víctima, entonces, al ser de otra naturaleza, no necesita cuestionar la lógica argumentativa del sistema...

 

-         Pensemos en lo que sucede cuando oímos el relato de alguien que estuvo ahí, en ese momento, que  puede ser Auschwitz, la dictadura argentina, o el mismo México... vemos exactamente qué significa el sufrimiento y entendemos qué significa el precio. Entonces tenemos un material distinto al argumentativo para contrarrestar al discurso del progreso, por ejemplo. En eso consiste la singularidad de la experiencia de la víctima. Curiosamente, el testimonio, en términos jurídicos o en cuestiones religiosas tiene una función muy relevante, indiscutible; sin embargo, cuando hablamos de historia o de memoria, se desprecia el testimonio singular. En función de apelar a la objetividad o al saber científico, lo que hacemos finalmente es cerrarnos a la posibilidad de una crítica que venga desde lo particular y lo singular.

 

-         Desde esa perspectiva, el testimonio aparece como algo inapelable, incuestionable...

 

-         En cierta medida sí. Y si se busca traducir lo testimonial en categorías, destruimos el testimonio. Por eso tiene un peso muy específico. Escuchamos al testigo, y ante el testigo no cabe más que reconocer la pobreza de nuestros argumentos. No hay más que decir. Ese es el punto.

 

-         ¿Todos los testimonios gozan de la misma fuerza, el mismo valor?

 

-         Hay que tener mucho cuidado, porque los mecanismos de transvaloración son muy eficientes. Entonces durante mucho tiempo se ha buscado es silenciar mediante el descrédito academicista. Y ahora, ante la contundencia de esta fuerza testimonial, el nuevo mecanismo de silenciamiento es la banalización del testimonio, y ante eso hay que estar muy atentos. De pronto, nos atiborran de testimonios completamente superficiales, tratando de tapizar todo con banalidades, con relatos anecdóticos de la vida cotidiana, para que se pierda la voz del testimonio de la víctima. Lo digo para entender dos puntos centrales: no estamos hablando de cualquier testimonio, sino del testimonio de aquel que pagó el precio, porque de otra manera no funciona.