Historias y personajes

Pepe Bellotti, pionero del cine

Apasionado por la imagen, José Antonio “Pepe” Bellotti integró el Grupo Piloto con el cual se inició el departamento de Cine de la Escuela de Artes de la FFyH. Sentó las bases para su creación y participó en la redacción del primer plan de estudios. “Pepe” se formó en los ’50 y se convirtió en un director pionero de programas de televisión, cortos publicitarios y documentales. Tuvo uno de los primeros estudios de cine de Córdoba y fue uno de los fundadores del mítico Cine Club Sombras. En ocasión de su muerte, el 22 de junio último, el secretario de la Escuela de Artes, Oscar Moreschi, lo recuerda como su amigo y lo reivindica como un hacedor.

Pepe Bellotti, con el ojo en la cámara, en sus primeros años como cineasta (Gentileza Oscar Moreschi)

Sobre finales de los ‘50 y luego de haber estudiado unos años en la Facultad de Ingeniería, José Antonio “el Pepe” Bellotti se había dedicado apasionadamente a la fotografía y el cine. Junto a Jorge “Jetón” Bravo y al “Ñato” Páez, habían constituido, en el sótano en un local de la Galería Cóndor, donde se encontraba la confitería Los Barrilitos, frente a Cinerama, un estudio en el que habían comenzado a producir fotografías y cine publicitario en 16 milímetros.

Este reducto luego pasó a una casona remodelada, en la calle Enfermera Clermont esquina Rioja, que fue convertida en estudio de fotografía, cine y video con las instalaciones apropiadas. Con el pasar de los años se convirtió en uno de los estudios más completos en la materia. 

Por ese local desfilaban asiduamente personajes de agencias de publicidad de todo tipo y una fauna de adictos a la comunicación con imágenes fijas y móviles, entre los que se encontraban desde simples interesados en realizar “algo” en la materia hasta funcionarios importantes de los canales de televisión locales que concurrían a contratar producciones.

“El Pepe” Bellotti, como se lo llamaba amigablemente, concurrió para realizar estudios formales de cine en el Instituto de Cine Arte de la Dirección de Cultura de la Provincia, que funcionaba en el cuarto piso del entonces Teatro Rivera Indarte (hoy San Martín). Eso era lo que el Estado provincial ofrecía en Córdoba para el cine cuando a nivel nacional sólo existían la Escuela del Instituto Nacional de Cine en Buenos Aires y el Instituto de Cine Documental de la Universidad de Santa Fe, y cuando las máximas aspiraciones para formarse en la materia se encontraban en lugares inaccesibles como el IDHEC de París o la Escuela de Lost (Polonia).

En ese cuarto piso del teatro, que nos ofrecía la posibilidad de “colarnos” al paraíso para asistir a funciones teatrales o conciertos, quienes compartimos esas experiencias, aprovechamos dos años de muy buenas y ricas relaciones con creativos de la talla de Víctor Iturralde Rúa, Mario Grasso, Jorge Petraglia, Leal Rey, y Rogelio Parolo, entre otros. Al interrumpirse abruptamente la vida de ese instituto por los cambios políticos que siempre marcan a la educación, “Pepe” Bellotti  pasó a integrar con nosotros el Centro de Ex Alumnos de Cine Arte que fuera responsable de la creación del Cine Club Sombras.

“Pepe” Bellotti era un hombre de acción, un autodidacta interesado por todo lo que se refiriera al cine y un apasionado por darles un uso nuevo a las escasas herramientas profesionales de que se disponía en la época. Dotado de una gran capacidad de observación y una especial generosidad para enseñar a hacer, tenía la claridad suficiente como para hacerse entender y era particularmente feliz cuando pasaba de inmediato a la práctica manipulando los elementos con que se debía trabajar.

Cuando se trataba de crear una escenografía o preparar el set de filmación, se movilizaba buscando los útiles apropiados y si no los tenía a mano los inventaba recurriendo a un gran tacho de rezagos disponibles en el fondo de la casa de la Clermont. De allí un chapadur se convertía en la pista de autitos de juguete para simular una carretera donde se filmaba una toma de un film comercial o bien un ventilador despatarrado se convertía en el productor de una brisa para movilizar un barquito de papel.

Es innumerable la cantidad de filmes publicitarios que ideó y produjo a lo largo de su incansable actividad, como así también los documentales sobre importantes sucesos de la vida de Córdoba y el país. Formó parte de los pioneros directores de programas televisión en Canal 10 en los primeros años de su aparición y también colaboró en los canales 8 y 12 con producciones especiales.

En 1964 integró por concurso (realizado con un jurado integrado por cineastas de Buenos Aires como Víctor Iturralde Rúa, el crítico Fernando Chao y un representante del Instituto Nacional de Cine: José Tapia) el Grupo Piloto de Cine, primera experiencia cinematográfica en la Escuela de Artes de la Universidad Nacional, en la que desarrolló tareas de camarógrafo de documentales, entre los que se destacan “El hacer artístico en la Universidad” (documental sobre las actividades de la Escuela de Artes de la UNC; 1964) y “Difunta Correa” (documental sobre ese fenómeno social de las creencias populares en San Juan; 1965).

En ese Grupo Piloto, durante los años 1964 y 65, colaboró para sentar las bases para la creación del Departamento de Cine en dicha Escuela, participando además en el dictado de cursos de iniciación al cine y en la redacción del primer plan de estudios aprobado por el Consejo Superior en 1966.

A pesar de su distanciamiento de la Universidad para dedicarse a la actividad privada en su firma “Páez,  Bellotti y Asociados”, participó como asesor del equipo docente estudiantil encargado de producir materiales audiovisuales -videos y programas de televisión abierta de Canal 10, SRT- para la implementación del curso de educación a distancia del curso de nivelación para los estudiantes de Ciencias Económicas, año lectivo 1994.

Ante su reciente desaparición cabe decir que aunque en la historia audiovisual cordobesa -para la gente del oficio- figure como un incansable realizador en el pleno sentido de la palabra, quienes tuvieron la fortuna de conocerlo y trabajar con él lo van a llevar en la memoria como aquel amigo audaz e imaginativo en lo creativo, sereno y preciso en la reflexión, compañero fiel en las buenas y en las malas y, en especial, dueño de un espíritu generoso y paciente de quien no sabemos cuanto recibió pero sí todo lo que fue capaz de dar.

Lic. Oscar Moreschi

Secretario de la Escuela de Artes de la FFyH

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“La Leo”, una estirpe escasa

 

La Escuela de Ciencias de la Educación despidió en setiembre último a Leonor Biasutti de Richelli; la secretaria técnica que construyó, enseñó y legó un modo de ser y hacer en esa institución, dejó su histórico reducto en el pabellón Francia para acogerse a la jubilación. Después de 28 años de trabajo, “la Leo” se retiró, aunque, como dicen todos aquellos que la conocieron, “ella seguirá presente en la ausencia”… Por su compromiso obsesivo con la tarea, por su oído atento a las necesidades de todos, y por su manera de ser eficiente, confiable y solidaria, su despedida fue también un reconocimiento. Para explicar quién es y qué significa “la Leo” en esa Escuela, tres compañeros y amigos reconstruyeron su historia y describieron su persona. Las profesoras Graciela Gerrera de Bett y Gloria Edelstein y el no docente Roberto Paoletti la homenajearon con estas palabras:

 

“La celebración de haberte conocido”

Hace un tiempo me invitaste gentilmente a que te acompañara en tu decisión de jubileo, y en ese entonces casi me convenciste, aunque en este momento piense lo contrario.

Es un gusto especial para mí participar del ritual de despedirte, pues en este caso además de los significados profundos que actualiza todo ritual, esta reunión se convierte realmente en una celebración por haberte conocido y también haber compartido un tiempo importante de nuestras vidas.

Sentimientos, razones y momentos de humor, se nos presentan muy mezclados cuando pensamos en vos, en tu trayectoria, en tu presencia: trabajo, afecto, firmeza, serenidad, “mando”, entre tantas otras cosas… Por ejemplo, tu cuerpo de amazona cuando ponés las botamangas de tus pantalones adentro de las botas, o cuando lucís tus sutiles tejidos de habilidosas manos femeninas.

Pero hay más que esto, sin dudas, en los fragmentos de cuerpos, objetos y sentidos con los que se va tramando el cotidiano vivir de las instituciones... Quiero decirte en mi nombre y en el de mis compañeras-colegas, como un sentir general: el apoyo, el respaldo que fuiste para nosotros/as como profes, o circunstancialmente como responsables de la conducción de la escuela, por tu eficiencia, tus condiciones de archivo mental y real, proporcionando el dato certero, el papel escurridizo, la resolución traspapelada que por “magia” de la Leo, aparecía... aparecía por tu obsesiva manía de ordenar… ¡qué buena cosa!.

Cuando teníamos que compartir alguna tramitación con otra institución, buscando o perdiendo las pistas para seguir el camino, reclamábamos diciendo: “Pero si en la Escuela figura que la nota, el expediente... acá está el dato comprobante”. “Bueno -nos contestaban- pero ustedes la tienen a la Leo... a Leonor”.

Eficiente, confiable, solidaria, atenta a las cuestiones del trabajo, pero también a las personas; preguntando por nuestras vidas, familias, colegas... Cuidadosa con la gente por diversos motivos,  en especial con María Burnichon, a la que le dedicaste un cuidado particular.

Cariñosa y a la vez estricta con horarios, mesas de exámenes y también, olímpicamente abridora de puertas en reuniones pequeñas, amplias o medianas, con algún comentario pertinente o pariente de los temas que se trataban ... Bueno, es la Leo, nos decíamos con una mezcla de impaciencia y humor, porque en el fondo reconocíamos entonces, como hoy, la confianza que nos merecías y el respeto ante el compromiso y la evidencia de la tarea responsable.

En otras historias y detalles de tu persona, nos entregaste solidaridad y escucha para compartir venturas y desventuras. Poniendo la oreja, en el mejor sentido, ya fuese a cuestiones personales o institucionales. Otro aspecto que nos enseñaste fue el coraje y la energía para el mundo de la vida, de ser la inclaudicable compañera de José y la incansable seguidora de Luciano y Cecilia, a los que esperabas a la salida del Suzuki, después de las horas de trabajo en la escuela.

Ya son muchas palabras Leonor... Gracias por todo, te vamos a extrañar y ya no diremos entre nos “fulano/a en la dirección; la Leo, directora”. Leonor, te llevas nuestro cariño y el de los maridos que te trataron... hasta siempre.

Lic. Graciela Herrera de Bett

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“Una gran dama”

Leo. Voy a permitirme transgredir en un sentido tu pedido en cuanto al carácter informal que querías se le asignara a este momento. Espero no contradecir tu deseo al procurar respetar -desde mi lugar- la idea de acto-encuentro entre compañeros/as y amigos/as. Espero no traicionarte. En algún punto sé que no voy a hacerlo. No te gustaban las improvisaciones. Y si en algo no se puede improvisar es cuando están en juego, como en este caso, los sentimientos. 

Tomar la palabra hoy, en esta particular circunstancia, no resulta para mí una tarea sencilla. Se trata de una de esas ocasiones, en las que la emoción puede jugarle a uno una mala pasada. Es que más allá de todo esfuerzo por lograr con-postura, despedirte querida Leo me deja medio sin-postura, al menos la que puede pensarse o imaginarse adecuada cuando de una ceremonia pública se trata. Quizás por eso, en lugar del libre discurrir de la palabra -desde la oralidad desencarnada de otro soporte que las ideas e imágenes enlazadas espontánea y naturalmente-, por ser parte de una historia de vínculos muy profundos, escribir unas líneas para ser leídas resulte una buena protección. Tomar distancia de los cuerpos, los rostros, las miradas, para sostenerme en las grafías delineadas y sin embargo no soslayar el intento de dar lugar a una narrativa que permita transmitir, compartir en plenitud las propias vivencias, esperando en algún punto y sin ninguna pretensión omnipotente, poder “decir” algo de lo que otros quizás hubieran querido decir.

En realidad, resulta imposible erigirse en representante en este acto. Haber aceptado el envite no significa arrogarme tal derecho. Tratándose de alguien como vos Leo, estoy segura que cada quien tendría algo para decir y quizás el mejor sentido que puedan tener mis palabras sea el de invitar a otros a tomar también luego la palabra, a sumar sus voces en esta merecida celebración.

Desde estas reservas, con estos recaudos, me permito entonces expresar con cierta libertad mi propio sentir. Eso sí, voy a hacerlo en una suerte de colage procurando superponer versiones y diversiones, comentarios serios con anécdotas de diferente tenor aunque por momentos, quizás, la diferencia entre unas y otras resulte imperceptible. Colage al fin…Como caleidoscopio de la memoria, en el que podamos o no reconocerte, agudizando los recuerdos como buscando asir pedacitos de historias compartidas.

Decir entonces, que no será fácil llegar por el primer piso del Francia sin encontrarte.

Porque allí no sólo estabas presente, tenías presencia. Suena casi a “tu” lugar, espacio que habitaste tantos años, escenario donde desplegaste tu peculiar manera de trabajar resolviendo puntillosamente los problemas y, en simultáneo, atendiendo a la gente. Atendiendo, más allá de todo deseo de evasión. No con el mismo humor siempre. Pero en todo caso, quién tiene ese poder?

Y digo lugar. Eso fue por muchos años… Ya en los últimos, en realidad habría que decir lugares pues con la retirada de los psicólogos (por fin, aunque fueran tus amigos!) la arquitectura de tu espacio comenzó a expandirse, es claro, casi sin que lo quisieras. Bueno es reconocerlo, pasaste prontamente del más puro artesanado a la tecnología de punta. Y tus resistencias iniciales a la tecno-secretaria se disiparon rápidamente. De telefonista apresada en la rutina de informar a cada quien de todo un poco, “cualquier cosa” según el pedido de ocasión, pasaste a moverte con los aparatos y relajarte con el contestador que te permitía, por supuesto, atender a quien querías y en el horario que disponías. También, es de admitir; hay voces y voces y momentos y momentos!… Si en la Universidad hay libertad de cátedra, por qué no de Secretaría?

En ella (la Secretaría), microespacio singular y privilegiado, de alto valor simbólico,  ámbito de encuentro en la Escuela, territorio de identidad para muchos, nativos o extranjeros, no puedo dejar de decir que en él te movías como una gran dama. Cómo obviar la altura con la que sobrellevaste en el cotidiano la inusitada combinatoria de Secretaría con baño en suite y a la vez una suerte de kichenette?

Y más allá de esto, que podría parecer un “detalle”, desde una lectura en proximidad, simplemente con otro alcance,  cabe reconocer la feliz combinación que lograste entre la eficiencia técnica necesaria, diría imprescindible en toda administración, y la apertura a la dimensión de lo humano. Conociste grandezas y debilidades, fortalezas y fragilidades de tantos, y eso fue posible desde el registro silencioso, agudo, atento y a la vez respetuoso; también desde el diálogo improvisado, cómplice y necesario. Contar lo tuyo y escuchar a otros era parte de “la salsa” de la Secretaría. No dejar la vida afuera. No podías dejarla. Sabías de la entrega sin retaceos. La dureza de los golpes no te espantaba. Por eso podías ayudar a otros a no espantarse.

Es claro que tenías tus preferencias… ¿Quién no las tiene? En ese plano parecías inimputable. Pero, ¿sabés qué era lo bueno?  No dejabas dudas al respecto. Y algo creo reconocer como indicio de tus elecciones que valoré siempre mucho. No se fundaban en preconceptos ni prejuicios, en valoraciones arbitrarias, tampoco en cuestiones secundarias y por tanto banales. Había un principio inexorable en la base de tus juicios y creo no equivocarme cuando pienso que se trataba de reconocer en el otro un valor prioritario en tu vida: la responsabilidad y el compromiso en el trabajo institucional. Autorizabas desde allí y por cierto eso te autorizaba particularmente.  Eso sí, cuando no la veías cómo costaba cambiar tus razones! Ojo con pretender zafar de una mesa de examen, entregar tarde papelería, anotarse fuera de fecha para lo que fuera, pretender escabullir las correlatividades. Profes o alumnos… no importaba. Pero siempre había un punto sensible para encontrarle la vuelta si uno lograba, con paciencia y artillería argumentativa mediante, que reconocieras motivos justos en un pedido fuera de la regla. Lo aprobó, acordó “la Leo”, era como decir palabra santa, palabra legítima.

Y hablando de palabra legítima, otro dato. Cuando había rumor de paro hasta hace muy poco, muchos docentes de la Escuela nos enterábamos de qué se trataba,  cuáles eran los reclamos, las propuestas y las medidas de lucha por “la Leo”, informante clave.

Eso sí, que no tocara un concurso. Allí no había paro que valga. Vigilia permanente siguiendo los pasos, sufriendo en cada instancia hasta los resultados finales. Esas eran circunstancias siempre especiales. Le quitabas el costado amargo a los rituales de evaluación desplazándote desde el “aguante” en la Secretaría, junto a los concursantes, a la sala de concurso, bandeja mediante, para atender como anfitriona excepcional a los jurados. ¿Cómo no ponerle la mejor onda hasta a las situaciones más difíciles? Y lo mismo para las defensas de tesis o coloquios finales.

Y así podría seguir entrelazando anécdotas, reconstruyendo imágenes, reviviendo experiencias. Pero no quiero abusarme. Corro el riesgo de cansarlos, de cansarte… Sólo me resta decir que vuelvo a admirarte en la firmeza y la serenidad con que tomaste la decisión de retirarte. La misma quizás de otras decisiones importantes en tu vida. Admiro la manera en que resolviste que había llegado el tiempo de asumir tu cansancio, de renovar tus energías en otros escenarios, en otros menesteres, seguramente dando un espacio a sueños postergados, quizás también para dar curso a nuevos proyectos.

¿Cómo se poblaran tus días? Eso sí, más allá del tiempo con José, tu compañero de toda la vida, ni te sueñes que te librarás tan fácilmente de nosotros. ¿Qué haremos? Tenerte presente en la ausencia. Como pedacitos de historia.  Maneras de preservar la memoria que inauguraste otorgando valor a ciertos símbolos disímiles y a la vez consustancialmente necesarios para sostener como colectivo la identidad de nuestra querida Escuela.

Un hacer memoria que nos recuerde, en el tráfago diario, más allá de las múltiples exigencias y urgencias, que en este territorio de trabajo que habitamos hay seres humanos que piensan y sienten, que producen, luchan, sueñan y que a eso vale la pena compartirlo, charla mediante, mejor si hay un mate o un cafecito de por medio.

Septiembre, mes de las/os secretarias/os; de los maestros/as y profesores/as; de la llegada de la primavera. Sería más que suficiente para convidarnos y reunirnos en son de fiesta… Que cada Septiembre agregue desde hoy, para vos, para nosotros/as otro motivo, una cita para renovarnos en el encuentro. Entonces querida amiga, simplemente hasta siempre. Con todo mi cariño.  

Lic. Gloria Edelstein

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“Una estirpe escasa y necesaria”

Leonor: A pedido de tu querida Escuela y, con gran satisfacción de mi parte, voy a saludarte en nombre de los no docentes de la Facultad. Lo haré con decir sencillo pero sinceramente cargado de afecto. 

Nada es ajeno a nosotros, tus compañeros, sobre tu desempeño como Secretaria: preocupación, eficiencia, solidaridad y tantas otras virtudes demostradas. Me atrevo a decir que vos perteneces a esa estirpe, escasa por cierto, que consideramos siempre necesaria.

Leo, para nosotros sos: el caminito que va del Francia al Residencial (con tu andar pausado de ida y vuelta), el teléfono que suena para averiguar “Carlitos ¿se aprobó la licencia de fulana?”, o “¿salió la reconversión pedida por la Escuela?”, “Roberto ¿puedo avisarle a Sultano que se aprobó su designación para que se acerque a lo de Kuky a llenar los papeles?”; la visita para reclamar algún asunto sobre el que yo, particularmente, debo reconocerlo, siempre tenías razón; sos la concurrente a la Mesa de Entradas, al Despacho Alumnos, al Área Operativa y a Profesorado y Concursos; sos la del comentario ineludible sobre tu familia -con la preocupación por José, el aguante por Luciano y la satisfacción por los logros de la Ceci (es imposible olvidar la expresión de tu rostro en ocasión de la colación de grados); sos la que hace ya veinte y pico de años yo esperaba encontrar en la Escuela para que, con su sonrisa afable, me solucionara algún problema cuando incursioné en las pedagógicas ¿olvidaste acaso la visita de la profe proveniente de la ex-Rodhesia?; sos la abanderada del imborrable cuarteto del Francia -Donda-Burba-Klimovsky-Richelli-; la de las mateadas con el Pepe Gea, la firme colaboradora de Alicia -es difícil no recordar las trasnochadas habidas con motivo de aquellos concursos de la normalización, acompañadas de tus Fontanares o tus cigarrillos armados; sos la mano derecha de Gloria, de Silvia, de la otra Alicia, de Marcela, de Gladys (sepan disculpar si olvidé a alguien); y sos Leo, en fin, “la Escuela de Ciencias de la Educación”.

Vos estás, no te fuiste. El beneficio de la jubilación (según el léxico administrativo) no te separa de nosotros; permaneces en esta Facultad y con toda mi voz tengo que decirte: ¡Arriba Leo, sos presencia viva!

                   Roberto Paoletti