Entrevista realizada a María Saleme de Burnichon en junio de 1996 y publicada en el suplemento digital de la revista “La Educación en nuestras manos” (N° 23; septiembre de 2005), del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de la Provincia de Buenos Aires.

“Enseñar es aprender a escuchar”

“Cuando era estudiante universitaria en Tucumán, mi provincia de origen, trabajé en una fábrica de fósforos, alfabetizando obreros. Ahí ya me di cuenta que al estudiar Educación había cosas que no se decían”.

Periodista: María, ¿cómo llega a la docencia?
María Saleme: Siempre hay una historia de vida, siempre. Yo provengo de una familia acomodada, con una casa muy grande, una casa de campo, hacia el Aconquija, con mucho personal de servicio. Yo era la menor de todos y andaba mucho entre el personal de servicio. Allí tomé contacto con todo lo fantasmagórico, los cuentos, todo eso que no estaba en la mesa familiar  Yo conocí ahí lo que es el trasfondo de una sociedad. Después en la Universidad, formando parte del Centro decidí entrar a trabajar, a alfabetizar,  para ver qué decía esa gente. En mis 18 años yo salía asombrada de que esas mujeres obreras del fósforo, en su analfabetismo, sabían más que yo con mi universidad. También tuvo que ver que en la Escuela Sarmiento donde estudié de maestra, tuve una excelente profesora de prácticas, Clotilde Alfonso Bañate, que miraba la educación desde la educación misma y no desde ella. Creo que eso me decidió. He recorrido todos los niveles. Como maestra primaria, luego pasé por Media, por Adultos y finalmente llegué a la Universidad de Córdoba, donde aún estoy.

P.: ¿Qué cosas o experiencias la fueron marcando en todo este proceso?
M S.: Muy joven, tenía 20 años, fui a trabajar en Media. Como era un bachillerato de chicos repetidores, había algunos que eran mayores que yo. Conversando con ellos me dí cuenta qué poco les daba la escuela. El requerimiento de ellos era por ellos mismos, por saber quiénes eran, qué podían hacer. El Sistema en cambio les daba lo que desde la norma, desde la autoridad, consideraba que era lo que ellos necesitaban. Nunca les preguntó. Esto creo que marcó toda mi carrera posterior.
Cuando al quedar cesante en la Universidad en el 68 llego a México, tengo que armar el Centro de Investigaciones de la Universidad Veracruzana. Eso me lleva a tomar contacto con todo Veracruz: un estado multifacético, tanto desde lo étnico como lo económico. Con diferencias profundísimas, desde la riqueza a la pobreza extrema e incluso el desvalimiento.
Ahí fue el segundo golpazo que tuve. Descubrí a mi país en ese país. Yo había salido de una Universidad muy enclavada en sus propias categorías de centro del saber. Con muchos profesores buenísimos como Luzuriaga, Pandolfi y otros que también habían llegado exiliados. Nos habíamos beneficiado con la Segunda Guerra Mundial pero era entonces, una universidad europea. Cuando llego a México descubro que lo que la Universidad me había enseñado como Ciencias de la Educación no era la Educación que había. Que había otros saberes anclados en una experiencia casi ancestral.  Me dije: de qué país vengo que yo creo que sé de educación y aquí me doy contra la pared. Me di cuenta que tenía que recuperar- yo soy montañesa- el valor del silencio. Porque el silencio me dice cosas que no me dice la palabra.
Cuando volví al país fui directamente a trabajar a la frontera, en Salta. Ahí me di cuenta  que ese era mi país. Con los chiriguanos vi que no me servían las cartillas hechas en Buenos Aires para alfabetizar. No podía empezar por MAMA, por caso; tenía que empezar por AGUA. Porque agua es la palabra vital para el chiriguano, hombre de río. Quise trabajar agua con el campesino del Valle Calchaquí (dueño viejísimo de esa tierra pero hoy peón de los dueños reales, la  familia Michel Torino) pero allí la palabra era TIERRA. Tierra como el asentamiento y LECHE como la necesidad. ¡Qué lejos está de la realidad, de lo que se mueve, de lo que cambia, el saber que se sistematiza como saber que debe ser sabido!

P.: ¿Qué es entonces enseñar?
M S.: Escuchar, tal vez. El valor del silencio en la enseñanza lo he recuperado desde México. Hay que escuchar mucho. Porque hay cosas que no se dicen,  hay lenguajes a los que nosotros con nuestra oralidad le hemos quitado el peso vital que tienen, el peso comunicacional.
Después de los años que estuve nuevamente fuera de la Universidad por el Proceso, cuando vuelvo  a Córdoba me encuentro como que no hubiera pasado nada. ¿Por qué las Universidades guardaron su sitio sobre otros silencios que no es el que yo busco,  y sobre la ambigüedad? No se dice PROCESO, no se dice DESAPARECIDO. Se dice: “Y bueno, habrá que ver... Somos tan rigurosos en la ciencia, que no podemos adelantar un juicio, habrá que esperar...” La gente desapareció porque fue necesario que desapareciera. ¿Por qué no se dicen las cosas?
Por eso digo que enseñar es estar atento al gesto del otro. El Proceso también me enseñó mucho. He sufrido la Dictadura en mi propia familia Esos silencios de entonces, que eran mandar a guardarse ¡no es posible imaginarse lo que decían!. Y yo no me dí cuenta pero fue una cosa que capitalicé para cuando volví a hacerme cargo de mis cátedras. Me costó. Una vez una alumna me dice en nombre de todos: María ¿por qué no nos da la bibliografía al día?” Yo no entendía a qué venía eso y entonces después de un rato me dice: “Es que usted siempre nos dice que pensemos”. ¡Claro que les digo siempre eso! Porque estoy harta de que en la Universidad nos amparemos en la autoridad. El discurso nuestro es antiautoritario, pero pensamos que si no decimos lo que dice Fulano, Sultano o Mengano, popes en la literatura específica universal, no estamos seguros de que estemos diciendo algo que valga. Ellos para decir lo que dicen con autoridad estoy segura de que se han dado muchas veces de narices, han errado muchas veces. ¿Por qué no nosotros? Por eso digo: piensen, piensen, vayan errando hasta que encuentren el camino. No es fácil ser profesor.

P.: ¿Cómo ve al maestro hoy?
M S.: Yo estoy trabajando mucho con los maestros a partir de este tema de la Ley Federal de Educación y la Ley de Educación Superior. Estoy insistiendo en que recuperen la capacidad de pensar y pensarse. ¿Qué hay por debajo de lo que se les ofrece? Hay una máscara y detrás de esa máscara hay una intencionalidad puesta en lo pedagógico, en lo político, en lo ideológico y en el manejo de la persona. Les digo que empleen un poquito la desconfianza y vayan a ver qué hay detrás de esa máscara. Y que se animen. por ejemplo a escribir. Porque creo que el maestro ha sido despojado de la escritura. Y tiene muy anclada dentro suyo esa representación de sí mismo que le han dado, que le impide verse, hablar de sí mismo. Yo les estoy insistiendo en que se animen a ver las contradicciones, a analizarlas, se animen a decir:  “esto no, pero voy a hacer esto”. En este sentido creo que la publicación de ustedes puede servir.

P.: Usted está actualmente trabajando en Adultos ¿cuál es su visión de este campo de la educación?
M S.: En Adultos está subiendo el número de analfabetos funcionales. El analfabeto neto, que es propiamente el campesino, desgraciadamente ha asumido un poco el destino de pobre: “Soy pobre, no se leer, bueno paciencia, que mi hijo aprenda”.
Pero el funcional es el que tiene memoria de una escuela que hizo, que no pudo seguir haciendo (y a pesar de todo la disculpa y dice “Yo no fui porque era un sinvergüenza o faltaba o era una burra”.
¿Qué significa que el número de analfabetos funcionales esté creciendo? Que en este país tenemos un porcentaje de población en aumento que es población de descarte. Entonces, ¿qué significa eso que nos dicen de “integrarse” a una sociedad, al mundo del trabajo? Creo que esta educación que nos están ofreciendo, nos pide integrarnos en el sentido de que digamos: “Señores, pónganme la escafandra que ustedes necesitan”. Hay que crear una capacidad para encontrar salidas, para encontrar una alternativa. No creo en los intersticios, porque ellos aprendieron mucho más de lo que nosotros creemos. Pero creo que las posibilidades de la Educación son amplísimas. Tiene muchísimas puntas sueltas. ¿por qué no vamos a poder tomarlas y armar una propuesta viable de Educación que no sea ésta?

María Inés Lucca
Héctor González

¿Quién es María?

En su reciente paso por Buenos Aires, y sabiendo que María había sido su maestra, le pedimos a Justa Ezpeleta que nos hablara de ella. Justa es una investigadora argentina radicada en México y trabaja en la Dirección de Investigaciones Educativas de ese país.

“María es un regalo de la vida”, dijo Justa. Y continuó:
Se cruzó con mi generación y con varias otras en la Facultad de Filosofía de Córdoba. En la Universidad, empezó por enseñarnos a leer. En ese lugar tan vulnerable al exceso con las palabras, María nos enseñó a respetar la palabra. A calibrar su peso, a buscar sus sentidos. Por eso digo que nos enseñó a leer.
Con ella aprendimos a escuchar, a dialogar, a jerarquizar ideas. Cosas tan elementales y a menudo tan olvidadas por la educación.
Cuando íbamos a ella buscando “la” respuesta, María se las arreglaba para armar un diálogo que te multiplicaba las preguntas. En el comienzo de la vida universitaria eso era el desconcierto total. En poco tiempo entendimos que lo que hacía era ayudarte a ordenar las dudas, o a pensar en orden, y que las preguntas multiplicadas eran los hitos para que cada uno encontrara sus respuestas. De ese modo nos enseñó a preguntar, y de paso a reconocer el instrumento que es la pregunta para tratar de comprender.
Tenía el hábito de mandarnos a las fuentes. Por ejemplo, leíamos a Comenio. Nuestra lectura ingenua seguramente no hubiera pasado a confirmar el cliché de “padre de la escuela tradicional”. Pero María agregaba el contexto histórico, nos presentaba a sus interlocutores y de pronto entendías a un Comenio enfrentado al poder de su época, al crítico implacable que estaba sentando las bases de la educación popular. De este tipo de cosas hablo cuando digo darle peso a las palabras.
María es una intelectual en el más plano sentido del término. Pertenece a esa rara especie de intelectuales que como parte de su ser intelectual es maestra. Combina un pensamiento siempre alerta y ajeno a todo conformismo, con una generosidad sin límites. Y pienso que es la ética, su vida que es lo mismo que su sentido de la ética, la que enlaza esas cosas. Ella entrega, facilita, respeta y exige. La tienes cerca y siempre está mirando lejos. Porque todo sigue y ella siempre anda construyendo caminos. Y como nunca deja de agrandar fronteras, también, por suerte, su pensamiento y sus alumnos se multiplican. La educación de este país le debe mucho.”

 

El compromiso, su mayor enseñanza

* El siguiente texto corresponde al discurso que leyeron los estudiantes de la FFyH durante el acto en el que se le impuso el nombre “María Saleme de Burnichon” al Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades.

En el marco de una sociedad tan compleja como la nuestra, en un contexto donde creemos que el cambio social no puede ser pensado al margen de profundas transformaciones en las costumbres, en las instituciones, en las herrumbradas líneas de tradición; y específicamente en el contexto de una Universidad tan vaciada de toda discusión, tan academicista, tan olvidada de que el conocimiento no es neutro sino político; quienes trabajamos a diario desde lo estudiantil en pro de una lenta pero cierta recuperación política de una Universidad Pública, no podemos menos que reivindicar la labor política con la cultura, y rescatar entonces la figura de María Saleme de Burnichon cuya vida significó una constante militancia más allá de toda filiación partidaria, más allá de todo signo político, con un profundo convencimiento en la importancia específica del trabajo intelectual en la acción transformadora.

Desde su temprana labor de alfabetización como maestra de obreras en la fábrica de fósforos de Tucumán  hasta su más reciente trabajo en la apertura y funcionamiento del Centro de Investigaciones de esta Facultad, María fue asumiendo un compromiso cada vez mayor ante diversas problemáticas sociales y ejerció una ininterrumpida labor política desde la docencia y la investigación. Compromiso de formar y comunicar, trabajó en pos de una investigación comprometida, una investigación que más allá de la academia sirva para transformar realidades, para buscar salidas, una investigación que no sólo descubra, que no complejice el análisis gratuitamente, una investigación cuyo objetivo sea el preguntarse desde y sobre una realidad a la que es necesario responder.

Se interesó en la construcción del sujeto político, el sujeto pensante y participante, sujeto en crisis constante; en los sujetos frente a las reiteradas embestidas del fantasma del olvido y los fragmentos de memoria, sujetos productos de la pérdida de los sentidos y las ideas políticas luego de los ’70. Preocupada por los efectos sociales que la represión había tenido en nuestro país, trabajó incansablemente buscando respuestas y formulando interrogantes, porque sabía que faltaba una generación y creía que alguien debía realizar esa labor. Desarrolló un gran trabajo de documentación y organización de archivos junto al Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, poniendo sus conocimientos al servicio de una actividad que, si bien no era estrictamente pedagógica, ella entendía tenía que ver con su formación y su compromiso. Se distanció del rumbo que tomó la Universidad en los ’80, se mostró disconforme ante la aparatosa mercantilización de la enseñanza, nos enseñó que había otras formas de hacer las cosas, de trabajar, de superar aquellas decisiones siempre externas que nada tenían y nada tienen que ver con nuestros problemas; nuevas formas más autónomas de pensar la enseñanza y la investigación públicas. Concibió al CIFFyH como un espacio que respondiera a la necesidad de reflexionar sobre ciertas carencias presentes aún en la Argentina de la democracia.

Esa es la María que los estudiantes queremos recuperar en este acto; porque entendemos, como ella nos demostró a través de una vida de trabajo, que la militancia, la labor política que nos compete, nuestra tarea como investigadores, docentes, intelectuales, estudiantes, debe recuperarse a partir de constantes búsquedas de nuevos perfiles de un trabajo intelectual comprometido con la sociedad en que se desarrolla, mediante la construcción de puentes entre nuestra acción social específica, que es la producción del conocimiento, y las problemáticas políticas generales que nos afectan como sociedad.

En este sentido, principalmente en este sentido, y más allá de todo homenaje, creemos que María nos enseña aún y nos seguirá enseñando. Y que comprometernos a seguir aprendiendo, seguir aprendiendo a comprometernos, es nuestro mejor homenaje.

Centro de Estudiantes de Filosofía y Humanidades

(Conducción alefh)