Entrevista

“El Museo de Antropología está
pensado como un espacio para
democratizar el conocimiento”

 
Mirta Bonnin:
"Todos tenemos derecho al patrimonio"

Mirta Bonnin nació en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, y estudió Antropología en la Universidad Nacional de La Plata. En 1983, dejando atrás los horrores de la dictadura militar, llegó a Córdoba junto a su esposo, Andrés Laguens, también antropólogo, para comenzar una nueva etapa en los albores de la democracia. Desde ese entonces trabaja en el Museo de Antropología de la Facultad, un espacio que tiene inscriptas las marcas del constante crecimiento y la transformación, principal impronta de su gestión como directora. Más de 18 mil personas visitaron el año pasado esta institución, concebida bajo los nuevos paradigmas de la museología. Incansable, Mirta desde hace un año y medio se encuentra trabajando en la creación de la Licenciatura en Antropología. “Me gustaría que antes de jubilarme la carrera esté funcionando”, dice con entusiasmo. 

 - ¿Por qué decidiste estudiar antropología y, especialmente, dedicarte a la arqueología?

- Siempre supe que quería ser arqueóloga, desde chiquita. No veía otra posibilidad. El nombre de mi escuela primaria era el de un historiador que había sido arqueólogo, quizás eso tuvo que ver. También influyó la escuela secundaria a la que fui, que es el Colegio Nacional del Uruguay: el primer secundario no religioso del país, fundado por Urquiza y que además tiene una larga tradición en arqueología y paleontología.  El colegio tenía un museo muy lindo, y yo estaba todo el tiempo ahí.  Por otra parte, mi madre, que se había criado en el campo, siempre nos contaba que cuando era chica caminaba por la costa del río junto a su familia y sacaban esqueletos y piezas arqueológicas, flechas de los indios, y todo eso me quedó. Entonces, nunca pensé en hacer otra cosa y cuando terminé el secundario me fui a La Plata a estudiar Arqueología, que se estudia como parte de la Licenciatura en Antropología. Entré al Conicet antes de recibirme y comencé a trabajar en el Museo de La Plata. Me pareció natural ser arqueóloga, mi mundo es ése, mi vida ha sido más que nada la arqueología, extendida a la antropología, y, desde hace algunos años, la museología.

 - ¿Cuándo y cómo llegaste a trabajar en Córdoba?

- Me vine con un cargo a lo que en ese momento era el Instituto de Antropología. La Facultad tenía además de las escuelas algunos institutos: Americanista, de Antropología, de Filosofía. Entonces vinimos a trabajar en Antropología, a un instituto que había sido fundado en el año ’41 y que tenía un área de investigación –donde yo iba a desempeñarme- además del Museo y la Biblioteca.

 - ¿Ese instituto estaba ubicado detrás del Comedor Universitario?

- Cuando nosotros llegamos, a fines del ’83, ya hacia unos años que el instituto había sido trasladado ahí, donde era la antigua cocina del Comedor Universitario. Cuando llegué, empecé a trabajar en un proyecto de arqueología de Córdoba. Con Andrés (Laguens) comenzamos a dar cursos en la Escuela de Historia para captar estudiantes que tuvieran interés en la arqueología, y de esta manera empezar a formar gente en la disciplina.

 - ¿Qué tareas se pueden hacer en un museo?

- Para mí son fantásticos los museos, aunque fue un descubrimiento tardío, por más que siempre he estado en museos. Casi todos los arqueólogos y antropólogos trabajamos en museos pero nunca, por la misma formación científica, son lugares de donde comunicar, divulgar y cuidar el patrimonio. Para eso hay que hacer un trayecto, y yo lo hice de grande. Por un lado, es importante cuidar el patrimonio para las generaciones que vengan, que tienen ése derecho. Siempre digo que trabajamos para nuestros hijos. Y, por otro lado, está el tema de la difusión y divulgación de la ciencia por todos los caminos posibles, el museo es uno.

- ¿La concepción actual del Museo de Antropología se contrapone a la idea tradicional de museo?

- Claro, intencionalmente. Porque en ese camino que hice pude darme cuenta que tenía la responsabilidad de hacer algo para compartir esto y que no alcanzaba con hacer una carrera. También como universitaria me parece que una de las tareas más importante es llegar a las miles de personas que no están y nunca van a estar en la universidad, precisamente, por las desigualdades sociales que existen histórica o coyunturalmente. Entonces, el Museo de Antropología está pensado como un espacio para democratizar lo más que se pueda el conocimiento, tomando en serio esto de la pluriculturaridad. Todos tenemos derecho al patrimonio, que es un servicio público y una de las tareas fuertes que tiene que desarrollar la universidad. El concepto tradicional del museo es elitista, hay que desarmar esa idea, hacer autocrítica, formar equipos nuevos y pelear para que los museos estén permanente tratando de ver qué pasa afuera, cuáles son las demandas de la sociedad, qué opina la gente. Es un trabajo diario. Los museos más tradicionales son para unos pocos, hay que conocer los códigos para entenderlos, son como templos y son más mausoleos que museos.  En realidad, la universidad es una privilegiada porque todo lo que tiene es óptimo para desarrollar un nuevo concepto de museo. Aparte, creo que los museos son divertidos y afrontar la tarea de gestionarlos es muy entretenido.

 - ¿El museo también está pensado como un espacio para la diversidad, donde conviven diferentes líneas de trabajo, áreas temáticas, disciplinas?

- En toda escala tiene que verse la pluralidad. Así como los visitantes tienen diferentes capacidades de entendimiento e intereses, el museo es un microcosmos que tiene que estar representando al macrocosmos, a lo que nos rodea. No puede ser que sólo sea hecho por y para antropólogos, científicos y técnicos. Debemos tratar de contemplar las distintas edades, experiencias y formaciones. Es muy difícil,  igual que los múltiples aspectos que se pueden abordar en todas las comunidades posibles que integran la sociedad. Como hay tantas comunidades y grupos interesados en cosas diferentes, tiene sentido hacer antropología forense, estudiar a los croatas, trabajar con niños de jardín de infantes, hacer programas especiales con niños ciegos, trabajar con colegios privados o públicos, porque todos -con distintos intereses- forman parte de la sociedad.

 -¿Por qué crearon un espacio especial para los niños dentro del museo?

- Muchos de los resultados que se ven en el museo no son fáciles de relatar en un proceso lineal. No es que un día nos juntamos y dijimos vamos a hacer una sala para niños, sino que analizamos cuestionarios, relatos de experiencias en otros lugares y, de este modo, fuimos componiendo el nuevo modelo de museo. Nos dimos cuenta que hacía falta un espacio destinado a los niños. A partir de la idea de que el museo debía ser leído y vivido por distinta gente, fue surgiendo la propuesta de abrir esta sala. Sin embargo no somos los únicos, cada vez hay más museos que creen que los niños son un público que hay que considerar. No se empobrece el discurso, sino que la forma en que se trabaja con los niños es distinta. Se utilizan otros recursos. El desafío es conseguir que ése público distinto no sólo venga la primera vez, sino que se haga habitué, que le guste. En realidad, más que de captación de público, se trata de formación de público; hay que formar al visitante del museo, y el niño es fundamental.

 

- ¿Cuáles son la ventajas que tiene para un museo pertenecer a la Universidad?

- A pesar del crónico caso de la falta de presupuesto y que la cultura es subvalorada, pertenecer a la Universidad tiene grandes ventajas, sobre todo en lo que se refiere a recursos humanos, trayectorias, bibliotecas y también en relación a las formas de trabajo, ya que hay un compromiso muy fuerte de la gente. Además es de destacar la poca burocracia, sobre todo en nuestra Facultad, donde las cosas se solucionan rápidamente y ha habido, por lo menos desde que yo estoy de directora, una fuerte voluntad política de acompañar y apoyar. Eso es importante. Lo único que desearía que tuviera la Universidad es que contemple a la cultura y a la divulgación científica como uno de sus reales objetivos. La Universidad tiene actualmente 16 museos, ahora, si le preguntáramos a los universitarios dónde están esos museos, muchos no sabrían qué contestar. Porque en realidad han sido instituciones que surgieron como consecuencia de algo y muy pocos han sido creados especialmente como museos con vocación de servicio público. Para poder resignificarlos, tiene que haber esa voluntad de transformación. En nuestro caso somos privilegiados, porque la Facultad nos ha apoyado siempre, por eso tenemos esta hermosa casa.

 - ¿El Museo cuenta además con recursos que provienen de organismos extrauniversitarios?

- Si, tenemos que buscar todo el tiempo financiación a través de proyectos. En este sentido hemos tenido mucha suerte y muchos subsidios para hacer las muestras, mantener los depósitos, adquirir equipamientos, casi todo con aportes de afuera de la Universidad. Y, además, están los recursos propios que ingresan a través de la venta de entradas, de productos de la tienda y por los servicios. El Museo tiene muchas aristas en el aspecto financiero.

 - ¿Esto tiene que ver con una concepción particular de la gestión?

- Sí, yo particularmente tengo una concepción de la gestión que parte de una planificación estratégica, por lo tanto hay que tener claros los objetivos, las actividades que vamos a realizar para conseguir esos objetivos y sobre todo medir lo que vamos haciendo para saber si está bien o mal. Evaluar periódicamente las acciones, tener la capacidad de replantearlas y cambiar de rumbo es algo necesario. Todo eso se puede hacer si se entienden las condiciones del entorno. Nosotros trabajamos con un plan institucional trianual, aparte informamos anualmente a la Facultad sobre lo que hacemos. Trabajamos con resultados medibles, entonces, hay una manera de controlar. Esta es una concepción de la gestión porque, si no, sería imposible funcionar bajo el viejo esquema de la Universidad. Por supuesto que la Facultad aporta la mayor parte de los recursos necesarios para el funcionamiento del museo, como servicios y algunos sueldos. Actualmente somos 67 personas trabajando aquí y muchas tienen becas de Conicet, de la Agencia Nacional y de la Secretaría de Ciencia y Tecnología. Pero la gestión tiene que ser así de amplia. Por supuesto que siempre existe una delgada línea, y hay que tener muy claros los principios para no mercantilizar el trabajo y el espacio.

 - ¿El Museo es también tu casa?

- Para todos es como nuestra casa, nos sentimos muy cómodos. En realidad diría que todos tenemos compromisos y que lo queremos al Museo.

 

Un espacio pluridimensional

El Museo posee cinco áreas: conservación, documentación, investigación, museografía y educación y difusión. Las dos primeras, conservación y documentación, funcionan en los depósitos que se encuentran en el Pabellón Argentina, en la Ciudad Universitaria. Allí se lleva a cabo tareas de registro, documentación, fotografiado, conservación y cuidado de las colecciones del Museo, integradas por más de 60 mil piezas arqueológicas, etnográficas y bioantropológicas.

En el terreno de la investigación, el trabajo se desarrolla en tres subáreas: antropología social, arqueología y en bioantropología. Las investigaciones incluyen una diversidad de programas y proyectos como los realizados por  el Equipo Argentino de Antropología Forense para la identificación de cuerpos enterrados clandestinamente durante la última dictadura militar; el relevamiento de plantas medicinales de los Tobas o los trabajos desarrollados por el equipo de antropología social y violencia, desde donde también se brinda un espacio de contención y trabajo para los tesistas de la Maestría en Antropología.

El área de Museografía se encarga del diseño, construcción, montaje y mantenimiento de las muestras estables; en tanto que el área de Educación y Difusión está a cargo de la atención al público, las visitas guiadas, la biblioteca y del programa virtual Educación y Museos.

Para obtener más información sobre el Museo de Antropología: www.ffyh.unc.edu.ar