“El feminismo nos permite avanzar en el reconocimiento y conquista de nuestros derechos campesinos-indígenas”

Especial FFyH y Movimiento Campesino de Córdoba | Con Ramona Orellano Bustamante como símbolo y bandera por el derecho de las mujeres que habitan y trabajan la tierra desde hace siglos, entrevistamos a cuatro referentes del Movimiento Campesino de Córdoba, quienes plantean las demandas y desafíos que el feminismo campesino, indígena y popular afronta en un universo donde los varones, como en otros ámbitos, se resisten a las transformaciones de un nuevo tiempo. La tenencia de la tierra, su rol de productoras y dirigentes además de sostenes de familia y crianza, los derechos sexuales y reproductivos ante la opresión masculina, la violencia de género en el campo y su simbiótica e irremplazable relación con la Pachamama que alimenta y cura, son parte de los debates que desarrollamos en esta nota.

El grito feminista se escucha fuerte, sacude la tierra, su eco retumba en los montes y es imposible silenciar, las voces se multiplican en esa “sororidad” que han construido a fuerza de pelear por sus derechos, por visibilizar el lugar y el aporte decisivo que han tenido desde siempre en la cultura, el sostén familiar y la producción campesina. Una historia que hombres han buscado ocultar, reprimir, dominar. Pero ya no más. Campesinas, indígenas, mujeres de campo o compañeras de lucha, las mujeres se plantan con la firmeza del quebracho. No van a callarse más, han decidido alzar su voz y ocupar los espacios que haga falta para que se reconozcan sus demandas, sus necesidades, en un mundo que el feminismo ha puesto patas arriba y no tiene vuelta atrás. Si existe una marea que todo lo inunda y lo envuelve, las mujeres de campo y tierra son parte de esa fuerza colectiva y están dispuestas a defenderla con uñas y dientes.

Jessica Otazua, de Cruz del Eje, Andrea Quiroga, de Sebastián Elcano, María Sacco, de Villa de Soto, y Carolina Llorens, de la ciudad de Córdoba, son referentes territoriales e integrantes del Equipo de Feminismo del Movimiento Campesino de Córdoba, y con quienes abordamos en esta nota la situación de las mujeres en la organización provincial y los desafíos que afrontan en un contexto de lucha permanente, hacia adentro y hacia afuera del movimiento:

  • El feminismo está sacudiendo muchas estructuras sociales, políticas, culturales, ¿cómo se vive este proceso, estas luchas, hacia el interior de la vida campesina y del movimiento campesino de Córdoba? ¿Cuáles las demandas más urgentes que aparecen?

Jéssica Otazua, Movimiento Campesino de Córdoba-Cruz del Eje: el feminismo viene sacudiendo estructuras y en ese desparramo nos encontramos con otras y otros para repensarnos y entender cuáles son nuestros espacios y roles que están presentes en nuestras construcciones y luchas, para tejer redes que nos van a sostener en el devenir de otras construcciones, siempre problematizando esas estructuras que son las que históricamente nos han oprimido. Poder hablar de la opresión, y cómo ha estado presente, nos ha permitido entendernos en esta lógica capitalista que ha significado históricamente toda clase de despojos y lo sigue haciendo. Y cómo esa lógica de explotación y subordinación capitalista se ha ido trasladando a nuestros cuerpos. Lo que hace el feminismo es acompañarnos en esa identificación y en desnaturalizar esas prácticas. Nos permite avanzar y reconocer nuestros derechos campesinos-indígenas y en la conquista de los espacios de discusión que principalmente tienen que ver con cuáles son nuestras demandas, que no son otras que las formas de abordar y dar respuestas a las violencias que nos atraviesan cotidianamente. Violencias de todo tipo. La falta en los accesos, no sólo en lo que hace a la estructura de la tenencia de la tierra, que es algo a lo que las mujeres no accedemos o accedemos en un mínimo porcentaje, sino también en lo que hace a las políticas públicas que no tienen vigencia en los territorios o que no se condicen con las dificultades reales, como acceso al agua, a la educación, a la salud, que están ligados a las distancias o que dependen de las voluntades políticas de los gobiernos locales.

Por otro lado, las organizaciones estamos en la constante búsqueda de la estrategia que nos permita abordar estas problemáticas o dificultades y poder dar respuestas.

En este sentido, creo que hay una salida institucional y para eso hay que tejer redes en los territorios si queremos que el Estado esté presente y viabilice dispositivos que nos permitan dar respuestas a las demandas que se nos presentan. La que es nuestra bandera, que la salida es colectiva, tiene que ver con las reivindicaciones y las diferentes formas de ocupar los espacios y armar trincheras. La formación es una de las más grandes trincheras. Tomo lo que dice una gran compañera de Nicaragua: la formación es una herramienta de lucha política para resistir a los latifundios del conocimiento. Por ejemplo, cuáles son los saberes ancestrales que tenemos en relación con la tierra, con la semilla o las formas de habitar los territorios, integrarlos a todos los espacios de formación que nos permitan seguir creciendo y construyendo en torno a eso.

  • En relación a los derechos políticos y económicos ¿Cuál es el lugar de las mujeres en la producción y el trabajo, y cuál dentro de la organización campesina?

Jésica Otazua: Las mujeres campesinas e indígenas hemos tenido un lugar histórico en la producción, somos las protagonistas principales en el origen y los primeros pasos de la agricultura, pero son los hombres quienes poseen la tierra. Hay, aquí, una firme invisibilización de los procesos históricos y políticos que tienen que ver con este trabajo y el reconocimiento de la producción y de ese rol. Siempre decimos que la historia es contada por los hombres y principalmente por hombres blancos de la conquista, y las formas de explotación son las de siempre. Las mujeres marcamos un norte en torno a la agricultura familiar y la soberanía alimentaria, entendiendo que esos son los principios de las organizaciones. Por eso, lo que habilita el feminismo es la posibilidad de tener la voz para poder plantear, para poder discutir y ocupar esos espacios de toma de decisiones, que a su vez nos permitan incidir en políticas públicas y tejer redes institucionales para dar respuesta a los problemas históricos. El desafío es poder transversalizar lo que el feminismo campesino-indígena y popular plantea: transformar la explotación de la tierra y de los cuerpos en vínculos de reciprocidad para lograr nuestra emancipación.

En esta construcción del rol de la mujer trabajadora, productora y organizada, también debemos poder sumar lo que ha sido, en el marco de todos estos despojos, el despojo de la soberanía de nuestros cuerpos, de nuestra autonomía sobre nuestros cuerpos. De no ser por eso, las mujeres somos y hemos sido las que inicialmente pensamos la estructura de la alimentación y la posibilidad de la soberanía alimentaria, aunque hoy esté en constante transformación y reinterpretación. El feminismo nos ha permitido sentar las bases sobre las que instalamos el cuidado como núcleo de nuestra familia y de nuestras comunidades, posibilitando trascender ese espacio para instalar la cuestión agraria en la agenda pública. Trascender el espacio de lo privado de la casa a los espacios comunitarios y colectivos de toma de decisiones, siendo protagonista de esos espacios, viene siendo posible por la lucha feminista.

  • El feminismo viene poniendo en tensión los roles en las tareas de cuidado y crianza de la familia, visibilizando las desigualdades que siguen existiendo a favor del varón, más allá de avances que empiezan a verse en sectores sociales urbanos ¿En la cultura campesina cómo se vive esto?

Andrea Quiroga, Sebastián Elcano: A los roles de cuidado y de crianza de nuestros hijes -lo llevamos a la escuela, a los actos escolares, al médico-, somos las mujeres las que estamos al cuidado de nuestros compañeros, de personas mayores, como padres, abuelos. Eso lo empezamos a debatir porque además de todos esos cuidados, las mujeres tenemos a cargo los cuidados de la producción en los corrales pequeños o de producción más pequeña, como corrales de cabras, de ovejas, mientras que los hombres se dedican más al ganado mayor, como vacas, por lo menos en esta zona. Pero muchas veces hay que darles leche en mamadera a los cabritos cuando sus madres no tienen, sacarle a la vaca para darle a los animales más pequeños, cuidarlos del frío, de enfermedades. Esa producción, que está en la casa o cerca de ella, también requiere de cuidados. Lo mismo la producción de gallinas, que es otra actividad que se suma a las compañeras. Es todo un rol aparte de las mujeres campesinas esto de criar y cuidar la producción más pequeña, que no se visibiliza. Después, cuando viene el cabritero, es el hombre, el varón, el que negocia y se queda con la ganancia económica de esa producción, no la comparte con la mujer. Esta es una de las discusiones más fuertes que se ha empezado a dar entre las mujeres, porque es un rol productivo que no se reconoce como tal. Ni siquiera se considera un trabajo, sino un rol de cuidado más dentro de la casa, aunque esa actividad genere un rédito económico.

Cuando empezamos a trabajar la producción campesina, cuando las mujeres empezamos a reconocer nuestro trabajo, nos damos cuenta que no es un trabajo doméstico, por eso decimos que no somos amas de casa, sino productoras campesinas. Ese paso es fundamental para trabajar lo que es producción y lo que es género y desigualdades en el campo, que siempre se han naturalizado. Esto de reconocerse productoras, que estemos en los corrales, con los huevos, con las ponedoras, es un rol muy activo y siempre invisibilizado. Dar ese paso grande genera tensión con los varones, se empieza a discutir, porque son ellos los que venden esa producción.

  • ¿Cómo están impactando los debates feministas en relación a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres campesinas?

Andrea Quiroga: como organización y Movimiento Campesino de Córdoba hemos trabajado mucho sobre el tema en dos líneas muy fuertes: el autocuidado de las compañeras y los derechos sexuales. En relación a lo primero, por ejemplo, si nos hacemos un PAP, qué es el PAP, para qué sirve, enseñar y aprender cómo tocarnos para saber si hay algún problema en nuestras mamas, cómo gestionar para hacer las mamografías cuando viene el camión al pueblo para hacerlas, cómo garantizar y articular con el hospital y las ginecólogas para trabajar el autocuidado, no solo del campo, sino en los pueblos. El autocuidado es un derecho, y muchas veces hay compañeras que no tienen idea de qué es, o hay miedos producto del desconocimiento. El otro punto de trabajo refiere a nuestros derechos sexuales. Se han dado muchas discusiones y tensiones, porque a lo largo de la historia se sigue pensando que las mujeres tenemos un rol reproductivo, que estamos para tener hijes y para nada más, tener relaciones sexuales solo para eso, y los compañeros en el campo no se quieren cuidar ni que las compañeras se cuiden con métodos anticonceptivos. Lo empezamos a trabajar mucho, porque nosotras tenemos que sentir placer, no solo cuando ellos quieren tener relaciones sexuales. Y el tema del cuidado en la prevención de embarazo también lo estamos trabajando mucho, no puede ser que vengan a escondidas a ponerse una inyección anticonceptiva. Una forma de abordaje es que armamos botiquines feministas, donde no solo hay anticonceptivos para las compañeras, sino pastillas del día después e instrumentos de medicación para que las compañeras se puedan cuidar más allá de que sus compañeros quieran. Tampoco se habla de planificación familiar, las compañeras más jóvenes están más interesadas en cómo se utilizan los chips (implante anticonceptivo) las pastillas…, desde la organización estamos trabajando en esa formación. La sexualidad es un tema muy fuerte y muy difícil a veces, porque en el campo la mujer siempre ha sido para tener hijos, que también es mano de obra para trabajar. Entonces, exigirle a un compañero que use preservativo es muy difícil o casi imposible, y la consecuencia es que vienen las mujeres a escondidas a buscar métodos anticonceptivos.

Otro problema es que hay poco hay acceso a estos métodos en los puestos sanitarios, o les da vergüenza ir a un Centro de Integración Comunitaria (CIC) para acceder a la pastilla del día después u otros métodos. La función reproductora de la mujer es muy profunda, por eso trabajamos mucho en los autocuidados y en los métodos anticonceptivos, lo que ha generado mucha tensión. El acompañamiento de profesionales que trabajan la temática nos ha ayudado mucho. También el trabajo que hacemos en las escuelas rurales sobre derechos sexuales y reproductivos, algunas somos docentes y podemos trabajar la Educación Sexual Integral (ESI) en ese ámbito. Por eso les niñes y adolescentes están teniendo otra mirada sobre la sexualidad en relación a compañeras y compañeros de mayor edad, eso está bueno.

IVE, tabú y gran desafío

Andrea Quiroga cuenta que el tema de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, o la legalización del aborto, “no se ha trabajado en el campo, sí un poco en el pueblo, pero en el campo no lo hemos trabajando colectivamente. Ha habido compañeras que sí lo hicieron desde lo individual porque se practicado un aborto con métodos totalmente inseguros, pero estamos empezando a meter en el campo la discusión del aborto legal para no morir, pero bueno, es una discusión muy fuerte, la iglesia pesa mucho en esto. Por eso, reconoce que “hoy no es un tema que lo estemos discutiendo en profundidad, más allá de que algunas compañeras nos han pedido ayuda para poder abortar de manera segura”.

Carolina Llorens: en tema IVE hemos ido interviniendo en todo el territorio del movimiento campesino de diferentes maneras, en los pueblos y en el campo con diferentes estrategias. La aprobación de la ley da una herramienta mucho más poderosa para trabajar. En las comunidades estamos diseñando en este momento una estrategia de trabajo a través de las escuelas campesinas, de reuniones pequeñas en comunidades para difundir la ley, asesoramiento para que lleguen a los profesionales que en los territorios realizan Interrupciones Voluntarias de Embarazo o ILE. Hemos hecho un mapeo de cuales son los lugares o instituciones que son afines a realizar esas prácticas de IVE y vamos articulando con la Red de Profesionales por el Derecho a Decidir diferentes acciones para garantizar que realmente la ley de IVE llegue a las comunidades campesinas.

  • La violencia de género sigue cobrándose vidas de mujeres a lo largo y ancho del país, ¿cómo es la situación en el ambiente campesino?

María Sacco, Villa de Soto: en las zonas campesinas la violencia es dura porque está desprotegida, las instituciones del estado en la mayoría de las zonas no llegan y cuando llegan es más por el compromiso de las trabajadoras que están cumpliendo esa tarea, no hay una política estatal pensada en el marco de lo rural. Ante una situación de violencia estás muy sola, inclusive físicamente porque los vecinos o vecinas están a varios kilómetros, los caminos están en mal estado, no hay transporte público y hay que sumar la falta de señal, ya que muchos lugares no tienen señal telefónica, entonces no tenés cómo pedir ayuda. El botón antipánico, por ejemplo, si no hay señal no funciona, y así una sumatoria de cosas.

Nosotras sostenemos que una manera de cuidarnos es que haya promotoras formadas en todo el territorio, parte de nuestra tarea es ofrecer espacios de formación o aprovechar espacios que nos ofrecen, como la diplomatura de acompañantes que hizo la Provincia. Ahora, para eso después tenés que tener las condiciones para que estas promotoras cumplan su tarea, me refiero a un reconocimiento económico, porque es tiempo, esfuerzo y muchas veces es poner plata del bolsillo propio y el auto para llevar a una compañera. También garantizar la conectividad, tener puntos seguros en el campo con señal de teléfono. Compañeras que puedan activar redes para contener y que esas redes estén, que sean suficientes. En el departamento Cruz del Eje existe el Polo de la Mujer, pero en otros lugares, como Sebastián Elcano, no hay nada, aun habiendo promotoras, haciendo todo lo que podes, siempre se necesita la pata del Estado. Y hacia ahí vamos, porque en el mientras tanto la violencia está en el campo como en todas partes, y, más allá de algunas voluntades para resolverlo, no alcanza.

  • Existe en la cultura campesina e indígena de América Latina un vínculo muy fuerte entre mujeres y Madre Tierra en torno a cuidados de la tierra y saberes alimentarios y medicinales que produce o genera la Pachamama ¿Es así? ¿se valoran esos saberes?

María Sacco: Sí, el vínculo de las mujeres y la tierra está. Nosotras valoramos los saberes y desde el Movimiento Campesino intentamos poner eso en valor. Son un montón de generaciones que vienen sufriendo el ninguneo y desvalorización del monte, sus usos y sus cuidados. Y de a poco se va viendo lo importante que es ese conocimiento. Todo lo que sabemos y que tenemos y se ha perdido mucho, entonces es un desafío que se respete y se enseñe a lxs más jóvenes. Las mujeres siempre han usado los yuyos para curar a todxs, la salud campesina no es solo el acceso a la atención profesional, sino también el reconocimiento del uso de las prácticas ancestrales. También el cuidado de las semillas, la selección, tareas tan necesarias. Y ante la llegada al campo de la avalancha de ultraprocesados y productos que no tienen nada que ver con las costumbres del lugar, el saber hacer uso de lo que el monte te da y seguir haciéndolo, es importantísimo. Ojalá se empiece a hacer porque es mucho más que juntar un poco de algarroba o una mujer que prepara mazamorra para alimentar a su hijito. Es recuperar conocimiento, es soberanía alimentaria, y todavía falta un camino largo para que se visibilice, pero en eso estamos.

Por Camilo Ratti
Fotografías: Equipo de Feminismo del Movimiento Campesino de Córdoba


Invisibles en los registros

La titularidad de la tierra es un problema que golpea a todxs lxs campesinxs e indígenas en Argentina. Pero en ese drama las mujeres se llevan, como en casi todo, la peor parte, ya que aunque viven, trabajan y sostienen la vida doméstica en el campo, en un porcentaje muy bajo son “dueñas” de sus tierras y de los animales que crían. Sin embargo, a pesar de carecer los censos agropecuarios de datos oficiales sobre la realidad campesina, el equipo de feminismo del Movimiento Nacional Campesino Indígena Sin Tierra (MNCI ST) con el apoyo de la Fundación Rosa de Luxemburgo ha desarrollado a nivel nacional la campaña “Fuera de Registro”, para denunciar esa invisibilizacion.

En Córdoba tampoco hay datos concretos y las organizaciones realizaron una aproximación a través de un relevamiento propio, cargando información en lo que se conoce como Buenas Prácticas Agropecuarias (BPA) y a través de Ley de Bosques. “Faltaría profundizar en el registro de poseedores”, señala Carolina Moyano, de Villa Las Rosas, integrante del Equipo de Feminismo del Movimiento Campesino de Córdoba. Sin embargo, las BPA registran la titularidad de la actividad productiva, no de la tierra.

La Ley de Bosques registra la titularidad de quien es dueño de la tierra en la que se encuentran los bosques, y las mujeres aparecen con un 33%, ya que principalmente son varones quienes reciben la titularidad por documentaciones. Incluso no es la totalidad definitiva y segura, porque la precariedad de los títulos de las tierras campesinas es la regla general.

Lo mismo ocurre en relación a la producción y los animales, que se registran en Senasa. Aquí, la participación a nivel provincial de mujeres fue del 20% según las BPA, cifra que se duplica según el Movimiento Campesino de Córdoba, que ha participado de esas prácticas.

“Nuestro trabajo desde el feminismo campesino popular indígena empieza por fortalecer la identidad de sujetas productoras, ya que es una invisibilzación hacia el interior de las comunidades también. Las mujeres somos “amas de casa” cuando la productividad de las mujeres, como indica la referente feminista boliviana Adriana Guzmán, “es la productividad de la crianza, la productividad de la reproducción cotidiana doméstica, y la productividad de la producción de alimentos, estamos hablando de una triple o cuatriple “productividad” en las horas trabajadas”.