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Como todos los años desde 2002, la Facultad organizó los paneles de derechos humanos en el marco de los Cursos de Nivelación. En la Sala de las Américas, y con la coordinación de la Decana, Flavia Dezzutto, la historiadora Marta Philp, el filósofo Eduardo Rinesi y el comunicador social Daniel Saur compartieron sus miradas y experiencias con estudiantes y docentes de las ocho carreras.
“Derecho a la educación superior, interpelaciones desde la memoria y desafíos del presente”, fue el título convocante para otra edición de los paneles de derechos humanos, que cada año tienen su espacio en los cursos de nivelación de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Vanesa López, coordinadora del Área de Inclusión Estudiantil a los Estudios Superiores y de los equipos de docentes, fue la encargada de abrir la actividad y de resaltar la importancia institucional de los mismos.
Dirigiéndose a los estudiantes que escuchaban en la Sala de las Américas del Pabellón Argentina, señaló lo que es un rasgo identitario de la Facultad: “Cuando ustedes ingresan a Filo, no solo ingresan a una carrera, pasan también a formar parte de esta comunidad, ‘la comunidad de filo’, de su memoria, de su historia, de su trayectoria, que es una historia de lucha y reivindicación por la garantía de los derechos”.
López recordó que fue después de la crisis económica y social de 2001 cuando la FFyH implementó por primera vez los paneles de derechos humanos en los cursos de nivelación. “Había una necesidad imperiosa de visibilizar y reflexionar desde los campos disciplinares de las humanidades sobre la crisis que habíamos atravesado y abordar los graves problemas que sufría una población altamente fragmentada y profundamente desigual. Por eso digo que cualquier similitud con la realidad actual no es pura coincidencia”.
En un contexto de derechos vulnerados por una administración nacional que ha puesto en jaque a todo el sistema científico y universitario desde lo material, discursivo y simbólico, la Facultad considera fundamental reflexionar sobre derechos que “creíamos conquistados y que hoy están en riesgo, como son el derecho a la educación pública, a la salud, a la identidad, el derecho a la vida”, sostuvo López, quien agregó: “Como espacio de denuncia, de defensa y de resistencia es que nos convocamos una vez más a dialogar de manera colectiva junto a un panel que abordará el derecho a la educación superior desde sus múltiples aristas a partir de las intervenciones de reconocidxs especialistas y profesorxs de la casa”.
La posta la tomó Flavia Dezzutto, Decana de la Facultad, elegida para presentar a la historiadora Marta Philp, el filósofo Eduardo Rinesi y el comunicador Daniel Saur. Además de valorar a lxs panelistas, la Decana compartió algunas reflexiones con lxs ingresantes: “El derecho a la educación superior en la perspectiva de los Derechos Humanos en nuestro país, nos exige historizar el modo en que ese derecho emergió como parte de un largo camino de luchas. Es importante comprender que las notas centrales que hacen a la existencia de la universidad pública como tal, son el fruto de procesos de conciencia y conflictividad protagonizados por las mayorías populares o reivindicados por ellas. La cuestión de la democracia universitaria, de la ciencia libre, de la autonomía de los poderes fácticos como parte constituyente de la Reforma de 1918, se enlaza con el decreto de gratuidad de 1949, que supuso una transformación sustantiva en el acceso de los sectores populares a la educación superior, con la universidad de los años 60 que pudo vincularse con el desarrollo nacional y concebir al saber como un bien social, la de los 70, ubicada en el ancho cauce de las luchas revolucionarias de nuestros pueblos, y la de la recuperación democrática, que propuso el ingreso irrestricto y contribuyó a un acceso más igualitario a las aulas”.
Para la Decana, pensar en la educación superior como un derecho “nos desafía a actualizar estos momentos cruciales de su historia, pero sobre todo plantea la necesidad de tematizar su carácter de derecho en el horizonte de la lucha contra la impunidad, de la construcción de ese inmenso movimiento colectivo por los derechos humanos, con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que politizó a las generaciones que encontraron en la consigna “Memoria, verdad, justicia” la vía para expresar también las aspiraciones de dignidad colectiva y de emancipación social. En esas coordenadas la idea de derecho a la educación superior adquiere un sentido concreto, que involucra a los poderes públicos en su financiamiento y sostenimiento, y en el reconocimiento de las altas exigencias políticas, sociales, simbólicas, culturales que ese experimento colectivo de igualdad y libertad de pensamiento, de enseñanza, de investigación científica, alberga en su seno”.
Historia y Memoria
De larga trayectoria y producción académica, Philp abrió las exposiciones proponiendo a la Historia y la Memoria como “territorios en disputa”: “En tiempos muy difíciles para las universidades públicas y nuestro país en general, quienes integramos su comunidad pronunciamos nuestras palabras desde un determinado contexto que vincula distintas temporalidades: presente, pasado y futuro, tiempos que nos interpelan a pensar otros futuros posibles”. En este sentido, sostuvo que “como historiadores/as no podemos desatender las distintas dimensiones del tiempo histórico, ya que nos permiten entender la profundidad de los procesos sociales, necesaria para, como cientistas sociales, encontrar y construir explicaciones con la convicción de que tanto las historias como las memorias son territorios en disputa”.
El otro punto abordado giró sobre los cambios en las significaciones que Historia y Memoria fueron teniendo a lo largo del tiempo. “Cuando hablamos de Historia nos referimos a las intervenciones sobre el pasado, a través de operaciones historiográficas que se hacen desde un determinado lugar y con métodos particulares. Cuando hablamos de Memoria, nos referimos a las lecturas del pasado desde el presente. Y entonces, ¿hay diferencia entre ambas? Ya que la Historia también la escribimos desde el presente. En este punto se dividen las interpretaciones, entonces, para simplificar, podemos decir que aún perdura el punto de vista que sostiene que la Historia profesional está separada de la construcción de memorias sociales y colectivas. Pero hay otra posición, dentro de la que me ubico, que sostiene que las/os historiadores profesionales participamos en la construcción de memorias, de sentidos sobre el pasado, a través de las interpretaciones que construimos”.
Desde esa mirada, Philp sostuvo que la Historia está íntimamente ligada la política, “lo que confirma que la Historia es un territorio en disputa. La historia de un país, de una provincia no pertenece a un orden natural, fue escrita y construida por quienes detentaron el poder en el siglo XIX. La historia hegemónica que se enseñó en las escuelas argentinas fue la que escribieron los sectores liberales, fundamentalmente con la producción de Bartolomé Mitre”.
Esa disputa se expresa hoy, cuando resurgen discursos negacionistas de la dictadura genocida, que cuestionan las verdades construidas desde la Historia y la Justicia. Por eso Philp afirmó que “lo que está en juego es nuestro derecho a la Historia y la Memoria. Es un derecho, pero también un deber a ejercer desde los lugares que ocupamos, ya que las políticas de la historia y de la memoria son construcciones que se consolidan en el tiempo y se fundan en nuestras prácticas cotidianas que necesitan de un Estado presente”.
De cara a estudiantes que escuchaban atentamente las exposiciones -hasta algunos tomaban notas-, la historiadora invitó a “pensar colectivamente esos territorios desde las universidades. Le dejamos la palabra a las nuevas generaciones que están ingresando a la UNC; pero también les dejamos un legado que nos pertenece como nación, basado en nuestra historia, nuestra memoria, nuestra identidad, palabras que debemos conjugar en plural”.
La universidad como derecho colectivo
El filósofo y politólogo Eduardo Rinesi planteó que el derecho a la educación superior, que fue un asunto central en las discusiones universitarias y no solo universitarias a comienzos del siglo XXI, hoy está severamente impugnado por el discurso oficial: “El tema del derecho a la educación superior fue un postulado radicalmente novedoso en la historia de una institución casi milenaria que nunca se había pensado a sí misma. Y esto empieza a ser un desafío en América Latina, que busca estar a la altura de semejante exigencia. Tanto, que fue declarado por la Conferencia Regional de Educación Superior de Cartagena de Indias, en 2008, y convertido en parte del plexo normativo del país en la reforma de la Ley de Educación Superior de 2015”.
Sin embargo, esas conquistas están hoy en riesgo por un proyecto político-cultural que “rechaza la idea misma de «derecho» como clave de bóveda de un modo democrático de entender la vida colectiva, y por eso me pareció más necesario que nunca insistir sobre él”, destacó Rinesi, quien completó su mirada con gran pasión y gestualidad: “Traté de preguntarme por el sujeto del derecho a la educación superior, de determinar quién es ese sujeto, y sugerí que ese sujeto no es uno, sino que son por lo menos tres: uno, los y las jóvenes que tocan a la puerta de nuestras instituciones en busca de la mejor formación en la profesión que quieren ejercer; dos, el pueblo en su conjunto, que entre otras cosas sostiene, pagando sus impuestos, el trabajo que desarrollamos en nuestras universidades y que tiene que tener el derecho a que estas produzcan para él no solo los profesionales que ese pueblo necesita, sino también los conocimientos que puedan iluminar las políticas públicas, el sistema social y productivo y las conversaciones que sostenemos en el seno de una opinión pública movilizada y crítica; y tres, un sujeto más amplio todavía, al que creo que podemos y debemos llamar con el viejo nombre de «humanidad», que tiene que poder convertirse, en esta hora de peligro en todas partes, en el sujeto colectivo de una conversación en la que las universidades tienen la obligación de intervenir y en la que ese sujeto colectivo pueda definir, de manera deliberativa y activa, su propio futuro”.
Habitar la universidad
Al panel lo cerró Daniel Saur, profesor e investigador del Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, quien buscó transmitir la riqueza que ofrece una universidad pública, gratuita, masiva e inclusiva como es la Universidad Nacional de Córdoba: “Lo primero que querría señalar está relacionado a la importancia de la universidad como lugar de encuentro de la diversidad y de construcción de lo común. La universidad es un lugar de encuentro y convivencia de la heterogeneidad, que no se contempla en rankings ni en ninguna evaluación, pero que hacen a su enorme potencia y riqueza”.
Para el comunicador social, especialista en sociosemiótica y en investigaciones educativas, lo que año tras año distingue a la universidad argentina del resto de las universidades del mundo “es que aquí, sin restricciones de ingreso y sin imposiciones arancelarias, se encuentran y conviven estudiantes de procedencias y trayectorias tan distintas. Más del 60% de las personas que llegan a la puerta de esta institución, que dobla en antigüedad a la misma República, no son de la ciudad de Córdoba”.
En otro pasaje de su intervención, Saur resaltó el desafío que implica estudiar una carrera universitaria en un mundo atravesado casi por completo por el consumo de tecnologías que simplifican todo: “En tiempos de celeridad y gratificación inmediata, creo que ayuda comprender que la educación en general y la universitaria en particular no está vinculada a la “gratificación inmediata” tan presente en el mundo digital y de las redes sociales. Sin dudas está vinculada a una gratificación más lenta, pero también más sostenida y profunda, que acompañará toda la vida”.
En este sentido, alertó que “son muchos los factores que atentan contra el estudio y no está de más recordar que la universidad es una institución de estudio, de reflexión y de procesos que llevan y requieren su tiempo. Aquí cobra importancia evitar la intervención permanente, el carácter lábil y la congestión de información dispersa que intenta imponer lo que podríamos llamar la modalidad dominante de la cultura digital. Me refiero a ese vínculo tecnológico con las interfaces que plantea una intervención permanente de la relación atencional con el objeto de estudio. Se puede estar en un evento, en una conferencia, mirando una película, incluso en clase, sin prestar atención… pero no se puede leer un libro o estudiar sin prestar atención”.
Por eso, convocó a lxs ingresantes a “tomar conciencia y hacer de un recurso fundamental del vínculo con el mundo, con lo/as otro/as y con uno mismo, como es la atención, algo del propio dominio y puesta al servicio del proceso formativo y de sus implicancias éticas y políticas, y no un objeto de control e intervención permanente por parte de las corporaciones tecnológicas y su lógica del control y el dominio económico”.
Texto y fotos: Camilo Ratti