En el marco de los 25 años del Programa Universitario en la Cárcel, lxs adscriptxs y ayudantes Agustina Pastrán, Nahuel Blázquez, Macarena Peric y Florencia Capitaine, entrevistaron a Patricia Mercado, coordinadora del PUC entre 2004 y 2018.
En el marco de la celebración de los 25 años del Programa Universitario en la Cárcel (PUC) de la Facultad de Filosofía y Humanidades, adscriptxs y ayudantxs de este espacio invitamos a Patricia Mercado, una de sus referentes, a conversar con nosotrxs. Quisimos rescatar el contexto de cambio de siglo y preguntar sobre las intenciones, dificultades y (dis)continuidades con la actualidad.
Hay un dato concreto que se impone: en 1999, cuando el PUC desembarcó en las prisiones cordobesas, solo existía el antecedente de UBA XXII de la Universidad de Buenos Aires. Hoy, 34 de 70 universidades nacionales realizan algún tipo de programa educativo en prisiones argentinas, federales o provinciales, destinado a hombres y mujeres privadxs de libertad, e incluso también se han desarrollado propuestas que incluyen otro actor clave como destinatario de propuestas de educación superior: los agentes penitenciarios.
Los vestigios de la pandemia de Covid-19, los embates a nivel nacional sobre las políticas penitenciarias y los sentidos punitivos en boga, sumado a la cúpula local que administra los Servicios Penitenciarios locales (SPC), nos hablan de una mayor o menor porosidad penitenciaria. En ese entramado, la universidad pública, cada vez más maltratada y desfinanciada, debe encontrar estrategias y formas creativas para continuar desarrollando programas educativos con el fin de modificar los territorios carcelarios y permitir que estos también modifiquen la vida universitaria.
El diálogo aquí desplegado es un fragmento de una entrevista más extensa realizada a Patricia Mercado, quien se desempeñó como coordinadora del PUC durante 15 años. Fue realizada de manera presencial en el Pabellón Residencial de la Facultad de Filosofía, donde funciona el PUC. Hemos decidido fusionar en el lugar del entrevistadxr la voz de Agustina, Nahuel, Macarena y Florencia.
- Patricia, nos gustaría comenzar pidiéndote que te presentes.
Patricia Mercado: Yo estudié Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de Córdoba. Soy egresada de la Licenciatura y del Profesorado en dictadura. Más adelante, en democracia, hice una maestría en Planificación y Gestión Educacional.
He trabajado en lugares que se vinculan al PUC por elección, por deseo y porque creo que siguen siendo lugares marginales, lugares no codiciados, donde debemos estar. En aquellos momentos conseguí trabajo en el Consejo del Menor, que reunía instituciones que alojaban desde niños pequeños hasta adolescentes, y también a mayores, de 18 a 21 años, edad en la que dejaban ya de estar allí.
Supongo que así es como se va generando en mí la sensibilidad afectiva y política para que, después en el PUC, entienda que probablemente muchos de quienes estaban presos provenían de esos espacios, espacios de abandono, de pobreza; probablemente fueron niños sacados de la familia por supuestas malas condiciones o situaciones adversas. ¿Por qué digo esto? Era frecuente que después –pero no en relación de causalidad– algunos de aquellos que habitaban las cárceles, proviniesen de esos espacios que generaban las condiciones para la deriva. Muchos de ellos desde niños no tenían una familia que pudiera sostenerlos y carecían de lo que pensamos esencial, no solamente la alimentación, sino la educación, los afectos…
Difícil decir cada palabra, porque estar en los márgenes, estar en estado de situación extrema de carencia, junto a la posibilidad de cometer alguna situación ilegal, sería algo socialmente sancionado y castigado con la cárcel. Ha habido historias de quienes venían de allá, de allá abajo y que después presos, en el caso del PUC, eran postulantes para las carreras universitarias. Historias de dolor… Nos han tocado muy pocos casos de “presos VIP”.
Por caso, en principio y por principios sostenidos, también nos hemos negado a recibir presos por delitos de lesa humanidad; esa decisión fue absolutamente consensuada; no consideramos que sea restringir derechos, entendimos que sus crímenes no prescriben y que todos los derechos los habían tenido. En el marco de la situación que se reedita ahora en Argentina, con el actual gobierno, con la visita y el plan de libertad a genocidas, encuentro necesario sostener estos principios.
- A 25 años de la creación del PUC, ¿nos podes contar cómo fue el proceso de su creación?
PM: El PUC, en su origen, fue propiciado por Ana Correa, psicóloga, profesora de la carrera de Psicología. Es ella quien trajo este movimiento para nosotros y para Córdoba, que ya tenía antecedentes en Buenos Aires. Ana fue referente. La carrera de Psicología no era en ese tiempo Facultad de Psicología, era una Escuela de la FFyH, como la Escuela de Artes (que luego pasó también a ser Facultad). Desde este lugar, como decana de Filosofía (período 1996-1999) y luego como vicedecana (1999-2002), Ana estuvo en el origen del PUC. De ella surge la idea compartida de sostener este programa inscripto en la función del vicedecano.
Así con todas las vicedecanas y un vicedecano (uno solo, Carlos Longhini) fueron creados, en el despacho de Decanato, nuestros encuentros de PUC. La organización, toda la tramitación, incluso lo que se denominaba institucionalmente las “reuniones de Comisión Mixta”. Allí concurría el representante del Servicio Penitenciario para compartir temas, encuadres, reclamos, discutir la propuesta de enseñanza, la demanda de aprendizajes, e incluso, a veces, para debatir sentidos contrapuestos, porque la lógica del encierro primó siempre por encima de nuestra tarea o la lógica de la apertura. Con lógica de apertura no me refiero a la apertura de la cárcel, sino a la apertura de pensamiento y mente, y de la posibilidad de ingresar a esos espacios con educación, nada más que con eso, no íbamos con herramientas de subversión ni a provocar rebeliones o que se desaten desmanes.
El PUC se crea en 1999, pero en 2004, en la gestión de Carolina Scotto como decana y de Mónica Gordillo como vice, se convoca a la Coordinación del PUC con la noticia de haber logrado una partida para un cargo de Coordinador. Se realiza entonces una selección interna, solo para la Facultad de Filosofía. Allí me presento con una propuesta, plan de trabajo y cronograma. Había requisitos, condiciones y una entrevista personal. Así ingresé a ese espacio.
Todos los decanatos han apostado, sostenido, defendido el Programa y han sido las autoridades quienes han puesto cuerpo y voz cuando nuestros reclamos nunca llegaban a ningún lado, porque el modo de pensar del SPC es sostener la lógica del encierro. Mientras más aislados y encerrados, menos problemas supuestamente para la sociedad habría. En la gestión de Beatriz Bixio se logra una potencia de energía e impulso que reposiciona al PUC en su contenido y prácticas académicas, tanto en el marco de la UNC como en los establecimientos penitenciarios de la provincia.
- Ese momento, ¿cómo se materializó el primer paso con el Servicio Penitenciario? ¿Existía una demanda de parte de la población penitenciaria?
PM: Contábamos con antecedentes en Buenos Aires, de un programa de la UBA que llevaba adelante Alcira Daroqui: UBA XXII. Nosotros éramos PUC y después del PUC se creó el PUSyC. Esos antecedentes nos apoyaron en cómo pensar e hipotetizar el Programa, eran excelentes profesores y profesoras, gente muy comprometida, en el marco de una militancia por derechos humanos, que no tiene que ver con liberar al preso ni desestimar su condena frente a un delito. No se iba por eso, sino para que el tiempo que estuviera allí según su condena, también pudiera ser un tiempo de desarrollo, no solo personal, sino también de desarrollo de pensamiento, de conocimiento, de responsabilidad y estudio.
Nosotros queríamos abrir un aula universitaria, inaugurar un aula donde los traslados fuesen específicamente para cursar materias de la Facultad, lo que significaba todo un movimiento no deseado en términos de orden carcelario. Por ejemplo, así como había un horario de comida, horario para los médicos, visitas, exigíamos un tiempo y un espacio para el PUC.
Las escuelas primaria y secundaria ya existían, o sea eso bastaba como antecedente. Todos los establecimientos tenían una escuela primaria, secundaria, entonces nuestra batalla era plantear ¿por qué no la universidad? Además, no abarcaba todo el universo de carreras, ni carreras que no estuvieran al alcance de la posibilidad material que requiriese. Abogacía era muy deseada por ellos.
Así por nuestra Facultad propusimos las carreras de Letras, Bibliotecología, Historia, Artes, Filosofía y Ciencias de la Educación, porque también habíamos logrado incorporar algunos talleres previamente; por ejemplo, el Taller de Arte de Pablo González Padilla y Carolina Romano que fue maravilloso. Fuimos también a los espacios donde estaban alojadas las mujeres, lo que suma valor a la tarea educativa en la cárcel de San Martín donde estaban los condenados varones, como así también a la cárcel de semilibertad en Monte Cristo, espacio de presalida. Con los equipos docentes y de talleres de extensión, hemos viajado muchísimo. Ha sido compleja esa participación porque San Martín era muy cerca para todos, los colectivos llegaban…. pero cuando fue el traslado a Bouwer posmotín en muchos casos pasó a ser “no puedo”, “no tengo tiempo”, “no llego” de parte de los profesores. Por esto también, y como buena medida, el SPC ofreció un colectivo que salía a una hora determinada para todos los equipos.
Se trató de que todos los equipos que tenían tareas de tutorías pudieran compartir el mismo horario de ida y vuelta. Hubo mucho que coordinar, sobre todo actividades que debían compartir logística, pero también otras cuestiones del orden de lo cotidiano, de lo material, de «¡no tengo plata!». Logramos que para los más jovencitos, para los ayudantes alumnos, estudiantes sobre todo, hubiera una especie de remuneración por su trabajo, al menos los pasajes. En un momento se decide el pago de $4 por persona que fuera para el traslado, ¡imagínense lo que era esa época!
- ¿Podrías reponer momentos o situaciones difíciles que atravesó el programa?
PM: Lo más terrible fue el motín en la Cárcel de San Martín en 2005. A nosotros no nos tocó estar adentro, ni supimos nada antes. Fue terrible e inmediatamente se suspendió todo; por lo tanto, no teníamos ni siquiera posibilidad de comunicación para saber de ellos, quiénes estaban afectados, de qué manera… Y, además, en muchos de los profesores, o en nosotros, apareció el miedo, que antes no estaba. Por decisión de encuadre de trabajo para nosotros no era necesario saber la causa por la que ellos estaban ahí.
- Eso siempre fue algo que ustedes establecieron como principio desde los inicios.
PM: No preguntar a nadie la causa. Porque ellos estaban en el PUC en calidad de alumnos y su lugar era el de estudiante, nosotros de profesores. Por supuesto que podíamos hablar de cosas de la vida, de acontecimientos, pero no de por qué se estaba preso.
En algunos casos entre ellos mismos podía ocurrir que refirieran al otro por lo que había hecho. También sabíamos de otros casos resonantes porque en las noticias daban sus nombres. La mayoría estaba preso por delitos menores, dado que sabíamos el tiempo de condena, eso nos lo decían. Presos de lesa humanidad no aceptamos.
- ¿Podrías compartirnos algunas particularidades de la relación con el servicio?
PM: En la Comisión Mixta teníamos reuniones periódicas con las autoridades del SPC y siempre fue batallar, porque la pertenencia era en campos de trabajo totalmente contrapuestos. Ellos argumentaban el tema de la seguridad, no importaba en absoluto si estudiaban o no estudiaban. Nosotros, por nuestra parte, defendíamos la libertad de estudiar. Pero también entendíamos que trasladar a 15 personas de Bouwer para San Martín en un colectivo era todo un problema.
Los jefes del SPC han sido durísimos siempre. No así el ministro de Justicia que en esa época fue Angulo, a través de él pudimos lograr avances en relación a esto que se llamaba “el tratamiento penitenciario”. Porque de nada sirve cuidar el encierro solamente para que no se escapen, sino hacer algo adentro de ese encierro para que puedan también pensarse como sujetos. Sujetos que no sólo delinquieron, cometieron un delito, sino que también pueden pensar, sostenerse en su condición humana.
- La siguiente pregunta tiene que ver con las tres funciones de la universidad; docencia, extensión e investigación. En el presente, la investigación en contexto de encierro está siendo cada vez más imposibilitada. ¿Esta misma realidad vivieron ustedes?, ¿qué estrategias utilizaron para publicar y dar a conocer los efectos del encierro?
PM: Llegamos a la investigación, a trabajar con proyectos acreditados por SecyT, por ejemplo. Pudimos ser parte también del proyecto de Ana Correa, en el marco del PUSyC (Programa Universidad Sociedad y Cárcel), de otra jerarquía institucional, a nivel de rectorado. Desde allí se miraba en panorámica todas las propuestas en la cárcel, no solo la nuestra de la FFyH. Así se pudo cumplir con las tres funciones de la universidad.
- ¿Ustedes nunca tuvieron que empujar el límite con el servicio para que haya investigación?
PM: Imaginemos que la palabra sola, la palabra “investigar” y “en la cárcel”, significaba toda una tarea que no nos correspondía a nosotros. Supondrían del interés de investigar las causas, los motivos de la persona que llevaron a cometer un delito, pero nada más más lejos de eso.
Creo que todo trabajo en o de la cárcel, pero también más allá de la cárcel, debe estar acreditado y cumplir con normativas rigurosas. Existe y rige en la universidad una normativa que se llama Resguardo de Datos Sensibles.
En las reuniones de Comisión Mixta, que eran mensuales en aquel tiempo y de las cuales participábamos los representantes de la Facultad y los del SPC, poníamos en debate y consideración los temas necesarios y urgentes de tratar. Casi siempre nuestros reclamos eran sostenidos en la lógica del acceso a derechos y sus respuestas sostenidas en la lógica de la seguridad. Exigíamos justificaciones por inasistencias, no traslados, suspensiones de tutorías, como así también explicaciones por el guardia en la puerta o parado dentro del aula porque supuestamente tenía que cuidar era el aula y “también a nosotros”, según decía cuidarnos a nosotros. No renunciábamos, sin embargo, a invitarlo también a participar de la clase; le decíamos “siéntese”, porque también pensábamos necesario humanizar allí a ese a ese rol.
- Patricia, nos gustaría que cierres vos, con la forma que vos quieras.
PM: Solo quisiera agregar sobre el proyecto de investigación. Quisimos indagar sobre las representaciones sociales sobre escuelas y aprendizajes de estudiantes de los CENMA en contexto carcelario, luego en los docentes. Para el sistema penitenciario ir a la escuela suma puntos para la reducción de la condena, si pensamos así nuestra investigación, se caería la pregunta. Tuvimos que trabajar mucho nuestras propias representaciones, nuestros supuestos, sobre todo ¿por qué ir a la cárcel?
Un registro dice “acá me siento libre, acá aprendí a hablar”, “pasamos el portón y somos libres”, al referirse a la escuela. Otro registro planteaba: “en la escuela somos alumnos y no presos”.
Fotografía de portada: emma song