En su trabajo final de la Licenciatura en Antropología, Darío Ramirez analizó muestras de sedimentos asociadas a 13 individuos para determinar la presencia de parásitos en sitios arqueológicos de la Provincia. A través de los resultados, se verificó que los seres humanos que habitaron estos territorios hace 2000 años estuvieron expuestos a este tipo de infecciones.
Como casi todos los ingresantes, Darío Ramirez comenzó la carrera de Antropología en 2012 sin saber que le depararía el futuro. A través de la influencia de series y películas, estaba interesado en la antropología forense. Por otro lado, por sus profesores del secundario, le gustaba la temática de género. “En primer año descarté género. Me di cuenta de que interesaba la parte biológica: la bioantropología, pero sin saber mucho cuales eran las especialidades y subdisciplinas”, dice.
Después de cursar “Problemáticas de la Bioantropología” en primer año y “Antropología forense” en segundo, ya estuvo decidido sobre lo que quería hacer. “Desde chico quería estudiar Ciencias Químicas y me interesaba mucho todo lo que tiene que ver con enfermedad y salud. Era el tema que me apasionaba y me gustaba leer, pero al momento de elegir una carrera universitaria me decidí por Antropología porque me costaban mucho los números y sabía que no había forma de estudiar Ciencias Químicas si no era bueno en matemáticas así que no me animé”, cuenta Darío. “Lo que me enganchó de Antropología fue esta diversidad de materias, pero como siempre me gustaron las ciencias naturales y puntualmente lo que tiene que ver con la salud, me interesó la Bioantropología”.
Si bien ambas trabajan con restos humanos, en el caso de la bioarqueología como una subdisciplina dentro la bioantropología, se trata de reconstruir los modos de vida que las personas tuvieron en el pasado. Durante un congreso, Darío se acercó a hablar con Mariana Fabra, docente de la cátedra “Antropología Forense”, para comentarle su interés por esta disciplina y ella lo invitó a participar como ayudante alumno en un proyecto de investigación radicado en el Instituto de Antropología de Córdoba IDACOR-Museo de Antropología de la UNC. “Esa fue mi primera aproximación al trabajo con restos humanos. Fui a algunos rescates arqueológicos, pero desde el principio le había planteado a Mariana que a mí me interesaba la temática de la salud”, continúa Darío.
Mariana, que después fue la directora de su trabajo final de Licenciatura, destaca que Darío siempre se mostró como una persona “muy responsable y muy proactiva”. “Se vinculó a los proyectos que teníamos en marcha y siempre se mostró interesado en estas problemáticas bioarqueológicas. Se sumó al Programa de extensión universitaria sobre Arqueología Pública en Córdoba, dirigido por mí y Mariela Zabala, aprendiendo los primeros análisis sobre el material óseo humano en el laboratorio así como también el trabajo en territorio con las comunidades locales. En esos diálogos y esa formación que parte de su interés, pero también de cómo se fue interiorizando en las líneas de investigación del proyecto, fue formando esa mayor preocupación y voluntad por investigar lo que es la paleoparasitología, que es una de las líneas que como equipo queríamos desarrollar, y que traía de la mano un gran potencial y muy novedosa porque en pocos lugares de la Argentina se han obtenido resultados. Quería que en el proyecto se pudiera desarrollar y Darío tenía todas las condiciones, la voluntad y la responsabilidad de trabajo para dedicarse a ese tema. Fue una apuesta que él para la tesis de grado abordara un tema con la complejidad que requerían los estudios paleoparasitológicos, que el aprendiera de microscopia, a usar microscopio, identificar parásitos en el sedimento, los huevos o las larvas. Requería toda una formación que quizás la carrera no le había dado. Fue un desafío que tratamos de resolver juntos de cómo iba a encarar ese proceso de formación propio. Desde el primer momento se puso a leer, a investigar para formarse por cuenta propia”, relata Fabra.
Deconstruir el sentido común
De esta manera, en 2014, Ramirez comenzó a trabajar en lo que sería el tema de su tesina “Aportes de la Paleoparasitología al estudio de restos humanos provenientes de sitios arqueológicos de la provincia de Córdoba (Holoceno Tardío)”, que finalmente presentó en 2019, dirigida por Fabra y codirigida por Alena Mayo Iñiguez, una especialista cubana que trabaja en el Laboratorio de Biología de Tripanosomatídeos del Instituto Oswaldo Cruz de Rio de Janeiro (Brasil), donde Darío hizo una pasantía durante unos meses y aprendió las técnicas para trabajar con las muestras en el laboratorio.
La Paleoparasitología es una disciplina relativamente nueva, que se empezó a ejercer en nuestro país con investigaciones entre 2004 y 2005 en sitios de Patagonia. En ese sentido, la tesina de Ramirez tenía dos novedades: en Córdoba todavía no se había desarrollado este tema teóricamente y no había ningún trabajo con muestras de la Provincia, y se realizó un abordaje experimental que permitió explicar la escasez de hallazgos paleoparasitológicos en ciertos contextos arqueológicos. “Comencé con el análisis de las muestras arqueológicas, a analizar el sedimento de la cavidad pélvica de los esqueletos y hubo otra parte experimental para evaluar la pérdida de parásitos en muestras modernas”, comenta Darío.
Por otra parte, la Bioarqueología se encarga de abordar el estudio de los restos dentales y óseos de poblaciones humanas del pasado desde una perspectiva que vincula la biología y la cultura, con el objetivo de reconstruir los escenarios ambientales y culturales bajo los cuales esas poblaciones vivieron. “La Bioarqueología es una disciplina que se nutre de distintas ciencias, en este caso de los aportes de la Paleoparasitología. Cada una de las líneas del proyecto está a cargo de un tesista de grado o posgrado y la Paleoparasitología fue una de las líneas. Fue un desafío que un alumno de grado tomara esa línea”, agrega Fabra.
Para el trabajo final, se analizaron muestras de sedimentos de 13 individuos. Nueve procedían de un sitio ubicado en la costa sur de la Laguna Mar Chiquita (El Diquecito) y cuatro de sitios ubicados en la región serrana de Córdoba (El Vado, Loteo 5 y Guasmara). En todos los casos, los individuos fueron recuperados mediante tareas de arqueología de rescate realizadas por el Equipo de Arqueología de Rescate del Museo de Antropología o por medio del convenio firmado entre el Poder Judicial de la Provincia de Córdoba, el Museo de Antropología y el Equipo Argentino de Antropología Forense.
“En El Diquecito, originalmente había 12 individuos de los cuales nueve tenían cavidad pélvica, que permitía recuperar estos sedimentos que se analizaban. Pero como están en la costa de la Mar Chiquita el agua lava constantemente esos restos y es difícil encontrar los microorganismos, entonces decidimos sumar individuos de otros sitios, y comparar la región de llanura con la región de sierras tratando también de cubrir cierto rango temporal: el individuo más reciente tiene 500 años y el más antiguo 2500”, explica Darío.
Así, el estudio reveló, a través de análisis paleoparasitológicos, la detección de estructuras parasitarias en cuatro sitios arqueológicos de la provincia de Córdoba. Puntualmente, se encontraron huevos de las superfamilias Heterakoidea y Ascaridoidea, así como huevos y larvas de nemátodos no identificados, en muestras de sedimentos asociados a restos óseos humanos. Esto, indicaría que las poblaciones que habitaron estos territorios en el pasado estuvieron expuestas a infecciones parasitarias, hace al menos 2000 años.
“El estudio de la salud o de la enfermedad en el pasado es útil porque nos permite deconstruir las creencias que uno tiene por sentido común. Saber que enfermedades tenían o de que se morían nuestros antepasados. Se asume a veces que hay ciertas enfermedades que son producto de las sociedades modernas. Se cree que hay parásitos, virus, hongos o bacterias que aparecieron en los últimos años, que se deben a ciertos procesos socioeconómicos actuales y la paleoparasitología en ese sentido ha permitido demostrar todo lo opuesto”, señala Darío y agrega: “Por otro lado, nos permite conocer cómo vivían esas personas. También se cree muchas veces que los grupos prehispánicos vivían en ciertas condiciones que eran de paz y armonía porque no había conflictos, y la arqueología y la bioarqueología han demostrado que no es así. En este caso, con la salud también. La paleoparasitología y la paleomicrobioogía permiten echar luz en este aspecto y demostrar que había ciertas enfermedades que ya afectaban a nuestros antepasados. A veces tener un parásito en el cuerpo no significa que la persona estaba enferma necesariamente, pero sí que estas infecciones posiblemente estaban asociadas con las prácticas culturales que tenían estas personas”.
En ese sentido, se encontró que los parásitos hallados en los restos no pertenecen a las especies propias del ser humano, sino que infectan usualmente a animales silvestres. De manera que estos hallazgos sugieren casos de falso parasitismo o parasitismo accidental. “Por ejemplo, el uso de la materia fecal como fertilizante entre las personas que tenían prácticas horticultoras, los exponía a ciertas parasitosis o infecciones bacterianas, virus y demás. La cercanía o consumo de nuevos animales también los exponía a otras especies de parásitos y microorganismos que posiblemente respecto a periodos anteriores no se encontraban justamente porque las prácticas cambiaban. En ese sentido, creo que estas disciplinas o líneas lo que permiten es aportar al conocimiento de los modos de vida de estas poblaciones y de la relación tan cercana que hay entre naturaleza y cultura. Cómo la alimentación, que se puede tomar como algo puramente biológico en realidad es una práctica social o cultural, y está sumamente vinculada no sólo a satisfacer las necesidades nutricionales de una persona sino que nos expone a ciertas condiciones que pueden terminar en problemas de salud”, explica Ramirez.
Por su parte, Fabra afirma que “además de brindar información sobre las condiciones de salud a las que estuvieron expuestas estas poblaciones, nos permitió conocer parásitos asociados a los restos humanos como una parasitosis falsa, es decir que no hubieran generado una enfermedad parasitaria en el hombre si no que hubieran entrado a través de la ingesta de animales que estuvieran contaminados, y esto nos hace pensar en qué animales están presentes estos parásitos y qué contacto tenían con estos animales, a través del consumo o la convivencia cercana, como eran los espacios donde habitaban estas poblaciones. La investigación brindó información que no teníamos y que no podemos tener a través del análisis de otras evidencias”.
En definitiva, el aporte de este trabajo permitió, por un lado, detectar por primera vez la presencia de parásitos en muestras arqueológicas de la provincia de Córdoba, contribuyendo tanto al conocimiento de la distribución de las parasitosis en poblaciones prehispánicas de Argentina, como al conocimiento general de sus modos de vida. “Lo que se ve en los restos humanos estudiados es que en la incorporación paulatina de prácticas horticultoras y mayor sedentarismo estacional, hace unos 1200 años, habría expuesto a estas poblaciones a infecciones parasitarias”, revela Darío. Por otro lado, el trabajo brindó información novedosa sobre la acción de los procesos tafonómicos o post-depositacionales en la conservación de los restos parasitarios de la región, lo que permitió explicar el bajo número de parásitos hallados, en comparación con otras regiones del país y el mundo.
Sigue tu camino
Actualmente, Darío Ramirez continúa con su tesis de Doctorado en Ciencias Antropológicas con una beca doctoral de CONICET dirigida por Darío Demarchi, con lugar de trabajo en el IDACOR-Museo de Antropología, ampliando y profundizando el estudio realizado en la tesina de Licenciatura., Forma parte de los proyectos “Poblaciones originarias del centro de Argentina: aportes para su estudio desde la Bioarqueología, la Arqueogenética y la Genética del paisaje” y “Aportes de la Paleogenética y la Arqueología al estudio de las poblaciones humanas de las Sierras de Córdoba durante el Holoceno tardío” financiados por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Técnica, y la Secretaría de Ciencia y Técnica de la UNC, y dirigidos por Mariana Fabra y Rodrigo Nores, respectivamente. También continúa vinculado al Programa de Arqueología Pública, participando en trabajos que requieran la intervención de bioarqueólogos y antropólogos forenses ante el hallazgo de restos óseos, y el posterior trabajo con las comunidades locales e indígenas de Córdoba.
En ese marco, Darío participa en la línea de investigación conocida como Paleogenética, liderada por Rodrigo Nores en el IDACOR-Museo de Antropología, dedicada a la recuperación y análisis de “ADN antiguo”, es decir, el material genético conservado en muestras de origen arqueológico. En el Laboratorio de Bioantropología, se desarrollan actualmente dos líneas dentro de la Paleogenética: una orientada al estudio de la historia evolutiva de las poblaciones humanas desde una perspectiva que permite estimar su diversidad genética, los vínculos que pudieron haber tenido estas poblaciones con otras del país y la reconstrucción de la historia poblacional de Argentina, y otra enfocada en el estudio de la evidencia genética sobre salud y enfermedad en el pasado. Hoy, ellos están trabajando con muestras de sedimentos del siglo XIX tomadas de pozos negros de casonas antiguas de la ciudad de Córdoba y otras vinculadas a entierros de la quinta pandemia de cólera en Argentina, que se dio entre los años 1886-1887.
Por Pablo Giordana
Fotografías: gentileza Darío Ramirez