Un equipo de la Secretaría de Extensión de la Facultad de Filosofía y Humanidades desarrolló un proyecto de teatro de títeres en la Escuela Rural “Cornelio Saavedra”, de la localidad de Potrero del Estado. Coordinado por Carlos Szulkin, responsable del Área de Intervención y Acompañamiento Territorial de dicha Secretaría, y Bibiana Amado, docente de la Facultad de Lenguas de la UNC, el resultado fue la producción y puesta en escena de cinco obras que fueron presentadas en Ciudad Universitaria.
La propuesta surge a partir de una demanda del equipo docente de la escuela, quienes manifestaban que sus alumnos/as presentaban dificultades vinculadas, principalmente, con la expresión escrita. Para dar respuesta a la comunidad de la Escuela Rural Cornelio Saavedra de Potrero del Estado, el equipo extensionista se propuso acompañar el proceso de aprendizaje de estos niños y niñas a través del teatro de títeres que –según explican los responsables del proyecto- es un dispositivo que permitió integrar componentes socioculturales de la comunidad a donde los chicos y chicas pertenecen.
Los niños y niñas que asisten a dicha institución provienen, en un sesenta por ciento, de familias bolivianas radicadas en zonas aledañas a la localidad de Bouwer.
“A partir de una perspectiva psicosocial sostenemos que el teatro de títeres puede ser empleado como una tecnología educativa que adquiere una relevancia singular en el aula, puesto que contribuye al desarrollo socio-afectivo del niño y, a la vez, favorece la construcción de un nuevo vínculo docente-alumno”, expresan Szulkin y Amado.
En tal sentido, ambos resaltan la capacidad de los títeres de sombra como un dispositivo que habilita la palabra –de los niños y niñas de la escuela en este caso concreto- y que pone sobre la superficie aquello que se niega, silencia y/o es contradictorio.
“En el caso particular de la enseñanza de la lengua, el desarrollo del taller de títeres permite abordar habilidades propias de la oralidad y de la lectura y la escritura”, sintetiza Amado.
Qué se cuenta
Para llevar a cabo la propuesta, el equipo de extensión visitó la escuela cada semana durante más de cinco meses y de esta manera se pudo organizar el proceso en tres fases: narrativa, plástica y dramática.
La primera etapa comenzó con el relato oral por parte de los niños y niñas en relación a experiencias vividas por ellos/as. A partir de estas anécdotas pudieron identificarse conflictos a través de los cuales las historias fueron tomando cuerpo hasta convertirse en obras de títeres que, “si bien parten de experiencias reales, se construyen con elementos ficticios”, explica Szulkin.
Luego de la instancia de oralidad, los argumentos de cada obra fueron presentados por escrito: “El paso al papel es muy importante porque les brinda a los niños herramientas lingüísticas para poder organizar cohesiva y coherentemente la escritura”, explica Amado.
Durante la fase plástica, se confeccionaron los muñecos que representarían la fisonomía y la psicología de cada personaje. Primero se realizaron los bocetos y luego las plantillas en cartón que fueron revisadas por los niños y niñas con la supervisión de los adultos intervinientes.
Finalmente, la etapa dramática proveyó a los alumnos y alumnas de herramientas corporales y actorales para la puesta en escena desde una perspectiva de juego. En esa línea, Szulkin resalta el carácter lúdico de la propuesta como herramienta de aprendizaje: “Aquí el juego se antepone al aprendizaje. Mientras juegan los chicos incorporan el mundo y elaboran sus tristezas y alegrías”.
Primera y segunda función
Una vez que las obras estuvieron escritas, pulidas y con varias horas de ensayo, los elencos se presentaron en la Facultad de Filosofía y Humanidades en el marco de dos actividades diferentes. La primera presentación fue para el VI Simposio de Literatura Infantil y Juvenil del Mercosur que se desarrolló durante el mes de septiembre. Allí se estrenaron las obras: El perro rabioso, Los peces salvados y el Caballo loco.
Sobre esa experiencia, los y las titiriteras contaron: “El perro rabioso empezó cuando yo iba a la casa de ella y había un perro que nos perseguía. Ahí empezó la historia que cuenta que la mamá la mandó a comprar manteca con cien pesos y el vuelto de chicles, pero ella compró por cien pesos de chicles y le dijo a la mamá que el perro se comió la manteca”, explican Zafira, Yasmín, Lourdes y Camila.
Por su parte, Bruno relata que El caballo loco surgió de una experiencia suya: “A mí el caballo me pateó nomás, pero el profe le hizo modificaciones y quedó graciosa la historia. A mí lo que más me gustó fue hacer reír al público porque se ponen felices”.
Además de actuar como titiriteros y titiriteras, los chicos y chicas de la Escuela Cornelio Saavedra hicieron una recorrida que incluyó la visita a la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades, al Pabellón Residencial -donde los recibió el decano Juan Pablo Abratte- y finalizó con almuerzo en un bar de Ciudad Universitaria.
“Pensé que la Universidad iba a ser una mansión grande. Me gustó donde estaba el decano porque nos hicieron sentar y había un balcón. La biblioteca es aburrida por el silencio que hay”, dice Bruno sobre la visita.
Axel, Johny y Daniel también pensaban que en la Universidad “había una sola casa”. “Estábamos entusiasmados para venir. Nos gustan mucho los títeres”. “Cuando termine la secundaria voy a ir a la universidad”. “Voy a venir a ser periodista, ingeniero y arquitecto”. “Yo voy a ser agricultor”. “Yo conductor de remis”, proyectan.
La segunda visita fue en el marco de la presentación del séptimo número de la revista E+E: estudios de extensión en humanidades, el 7 de noviembre de 2018. En esta oportunidad se estrenaron las obras Casa quemada y La chanchada. Para ambas presentaciones los chicos y chicas asistieron acompañados por docentes y mamás, quienes también contaron sobre el proceso de sus hijos/as y alumnos/as: “Esta experiencia favoreció mucho la expresión oral. A mí me sorprendió que contaran sus historias y la forma en que lo hicieron. No titubearon, no hubo ningún problema con el lenguaje. Yo creo que eso tiene que ver con la libertad de contar sus propias experiencias. Esa libertad hace que disfruten más que si tuvieran un guión preestablecido”, dice María Teresa Destéfanis, directora y maestra de tercero y cuarto grado.Para Celia, la mamá de Yasmín, fue una gran sorpresa ver la obra en la que participó su hija, no sólo porque no sabía de qué se trataría la propuesta, sino porque “sólo había visto títeres por la tele, pero nunca así. Fue muy lindo reconocer la voz de mi hija detrás de los títeres”, manifiesta.
En el mismo sentido se expresa Mónica, la mamá de Dilan y Axel, quienes la anotaron al viaje sin avisarle para que los viera actuar: “Ellos me contaban que estaban haciendo una obra y yo los veía muy entusiasmados, pero no sabía que era esta clase de títeres. Me gustaron mucho las obras y los chicos se desenvolvieron muy bien”.
Además del recorrido por Ciudad Universitaria -con concierto de piano incluido en el Pabellón Argentina-, los elencos que realizaron la segunda visita tuvieron la oportunidad de visitar el Centro de Interpretación Científica Plaza Cielo Tierra ubicada en el Parque de las Tejas, donde, según cuentan, les encantó el planetario.
Productores culturales
Para los responsables del proyecto lo más importante del proceso creativo puede sintetizarse en que los niños y niñas visten a los títeres como los sienten, les ponen sus propias voces y sus formas de nombrar al mundo: “Las historias producidas en el taller les permiten representar, en términos simbólicos, el mundo que los rodea. Los niños y las niñas no sólo comunican dónde viven y cómo viven, sino también cómo les gustaría vivir, es decir que las historias los ubican como sujetos deseantes. Esta representación simbólica del mundo, que el/la niño/a pone en juego en su historia, les permite hacer comunicable su modo social de organizar y significar su realidad. Aquí pueden manifestar sin inhibiciones sus experiencias, sensaciones, emociones y pensamientos, lo que contribuye al desarrollo de sus procesos subjetivos”.Más allá de producir historias a partir de relatos reales, cada una de las obras interpela instituciones como son el cuidado, la educación o la naturaleza, que de otra forma sería muy difícil poner en cuestión. “En Casa quemada por ejemplo, se muestra -desde el humor- la realidad de una mamá sola que tiene que salir a trabajar y que también tiene que ocuparse de la crianza de sus hijos”, explica Carlos, quien resalta otro elemento importante en este contexto, como es la vinculación con Bolivia. “En La chanchada puede verse claramente la necesidad de seguir relacionados con ese país en el que nacieron sus padres o ellos mismos, según el caso”.
Para finalizar, Szulkin y Amado ponen el foco en la importancia de pensar a los niños y niñas como “productores culturales”, ya que la cultura como derecho es pensada, la mayoría de las veces, en términos de consumo/acceso. Sin embargo, ellos entienden que lo interesante de este proyecto es que se complementan ambos aspectos: “El rol de los niños como consumidores, pero también como productores de cultura”.
Texto: Georgina Ricardi
Fotos: Georgina Ricardi, Marcela Carignano, Carlos Szulkin.