José Haidar es estudiante avanzado de Geografía en la FFyH y uno de los cuatro hijos que tuvo Ricardo René Haidar, militante revolucionario y sobreviviente de la masacre de 1972 junto a Alberto Miguel Camps y María Antonia Berger, que moriría combatiendo a la dictadura diez años después cuando siendo capitán de Montoneros fue secuestrado el 18 de diciembre de 1982 y trasladado a la ESMA, donde fue torturado y desaparecido. Quien lleva un apellido de peso en la historia de esa organización reivindica con orgullo la lucha y la dimensión política de su padre guerrillero y la militancia setentista, y cuestiona la categoría de víctima de quienes fueron represaliados políticos.
“Nací el 26 de octubre de 1980, hasta entonces mi familia era mi mamá María Soledad, mi viejo y dos hermanos más, Andrés y Ricardo, que eran hijos de un matrimonio anterior de mi papá. Ellos eran más grandes, Andrés del 68 y Ricardo del 70. Mi viejo los crio hasta que se conocen con mi vieja en España, creo que en el 79, durante el exilio, y ella asume la crianza cuando mi papá es desaparecido en diciembre del 82. Y en marzo de ese año, unos meses antes de que lo secuestren y lo desaparezcan en la ESMA, nace Marcos”, cuenta José, el tercer hijo de Ricardo René el “Turco” Haidar y el primero con su segunda pareja, María Soledad Martínez. “El Turco”, como se lo conoció, sobrevivió a la masacre de Trelew el 22 de agosto de 1972 y llegó a ser un cuadro importante de inteligencia de Montoneros.
En la misma Facultad que su mamá estudió Psicología una vez retornada la democracia y él está terminando la tesis de la carrera de Geografía, se dispone a hablar de su “viejo” y de la lucha revolucionaria de los 70. Los 50 años de Trelew, ciudad a la que viajó junto a otros familiares para conmemorar un nuevo aniversario de aquellos hechos bisagras en la política argentina, abren la oportunidad para que cuente su historia, hasta ahora casi desconocida: “A mi viejo lo venían siguiendo los servicios de Brasil y cuando entra a la Argentina se contacta con compañeros que estaban dentro del país. Para esa fecha ya mi vieja nos contaba que la voz del otro lado del teléfono no era la de su compañero. El llamaba para reportarse con mi mamá. Luego supimos que lo llevaron a la ESMA y lo tuvieron ahí hasta que desaparece, ya no se hacían vuelos de la muerte en ese centro clandestino, así que supuestamente lo queman”.
Con su papá desaparecido, la familia de José en el exilio mexicano de esos años, que él no recuerda porque apenas tenía dos años, estaba integrada por su mamá, sus hermanos y la abuela Mercedes Camissi de Haidar, que, a diferencia de otras madres y abuelas que no conocían o no compartían la militancia de sus hijxs, ella sí. Incluso vivió junto a la familia en el exilio. “Mi viejo eran cuatro hermanos que nacieron en Santo Domingo y luego se fueron a vivir a San Guillermo, Santa Fe, hasta la adolescencia. Una sola de mis tías no militó y es la que sobrevivió a la dictadura. En cambio, Adriana y Mirta mueren después de un enfrentamiento con las fuerzas represivas, militaban en Quilmes después del golpe del 76. Mi viejo se había ido a estudiar ingeniería química a la Universidad del Litoral y empieza a militar en el Ateneo peronista. Ahí se une a Montoneros a través de la rama más estudiantil. Hasta ese momento, 1970, Montoneros no era una organización, sino distintas células regionales, grupos que fueron surgiendo simultáneamente, con algún tipo de contacto, y a medida que van coincidiendo se va armando la red, que luego del secuestro y muerte de Aramburu se convierte en Montoneros. Esa fue su presentación nacional, pública. Fue un proceso de conformación muy natural, del compromiso de las convicciones. Mi tío, Guillermo “Polo” Martínez, también se sumó, militaba en la Universidad Católica de Córdoba como Mariano Pujadas, uno de los fusilados de Trelew. Las primeras consignas tenían que ver con socialismo, peronismo, lucha armada. Fue un proceso de amalgama generacional, porque después de Trelew está la fusión con las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias)”, explica José.
Un papá “construido”
“No, no tengo recuerdos de mi papa, yo tenía 2 años cuando lo secuestran. Por eso me gusta decir que el amor que tengo por mi viejo es construido”, suelta el entrevistado con sorprendente naturalidad. “Para mis hermanos más grandes, que tenían 12 y 14 años cuando secuestran a mi viejo, su pérdida fue mucho más dolorosa, en cambio yo nací con un padre ausente, el amor, el afecto que podría haber recibido de mi viejo no fue así, por eso la revisión de nuestra historia de clandestinidad y exilio tuvo y tiene un procesamiento diferente en cada uno”.
José y Marcos Haidar son de los últimos hijos de militantes desaparecidos, ya que después de su papá cayeron Raúl Clemente Yager “El Roque”, un cuadro muy importante de Montoneros, que es abatido en un enfrentamiento en barrio Guiñazú, en la periferia de la ciudad de Córdoba, y Cambiasso y Pereyra Rossi, secuestrados en Rosario que aparecen muertos en Zárate, Buenos Aires, en mayo del 83. “Mis viejos entraron al país en marzo del 80, y él ya era una figura pública, identificada por el régimen, sobreviviente de Trelew, el último que quedaba porque Camps cae en 1977 en un enfrentamiento y Berger es desaparecida en 1979. Mi mamá, que era miliciana montonera, estaba embarazada de mí, y mi viejo, como tuvo en la rama sindical también, tenía muchas relaciones con sindicatos de América Latina, ahí es donde lo conoce a Lula, que estaba comenzando su lucha sindical en Brasil”.
La caída y las contraofensivas montoneras
El exilio post 76 llevó a la familia a vivir en España, México, Cuba y Brasil, países desde los cuales “El Turco” Haidar siguió operando. Por eso se lo vincula con las dos contraofensivas llevadas a cabo por Montoneros, una en el 79 y la otra en el 80, cuyo objetivo era mostrar que seguía activa la resistencia armada a la dictadura y enviar señales de fortaleza y esperanza a quienes seguían militando en el país. Pero los resultados militares no fueron los esperados y desde lo político fue muy cuestionado, incluso hacia adentro de la organización, provocando rupturas de cuadros importantes, como Gelman, Bonasso, Galimberti, entro otros. “No sé si mi viejo participa, porque uno de esos operativos fue antes de que él ingrese al país en el 80 y la otra fue después, aunque en el mismo año. Lo concreto es que luego de esas operaciones desde la organización les sugieren a mis padres que no vuelvan al país, pero mi viejo ingresa en noviembre del 82, por Brasil. Nosotros nos quedamos con mi mamá, hermanos y mi abuela Mercedes, que siempre estaba, en México, mientras que mi abuela materna estaba adentro del país y era la que visitaba a mi tío Polo en la cárcel, donde estuvo hasta el 83, 84, de los últimos que salió en libertad”.
Por distintos testimonios y suposiciones de compañeros, se sabe que al Turco Haidar lo secuestran en un departamento de la calle Montevideo, de Buenos Aires. “En teoría el que facilita todo es el portero, lo secuestran y lo llevan a la ESMA. Mi vieja recibió dos llamados con voces que no eran las de él. También está el testimonio de Víctor Basterra, uno de los sobrevivientes de la ESMA y testimonio clave en los futuros juicios, que confirma la existencia de mi viejo ahí. También estaba Lucía Deon, militante montonera, que conocía a la primera mujer de mi papá, y lo había conocido a él en el 72, y estando detenida en la ESMA nos contó que mi viejo estaba muy malherido. Los milicos la llevan donde lo tenían y lo vio todo golpeado, muy mal y cuando ella le dice ‘mirá como estás’, él le responde ‘son las leyes de la guerra’. Esto Lucía lo declaró en el juicio”.
“Guerra civil encubierta e intermitente”
La reivindicación de la lucha armada como forma para tomar el poder en los años 70 en la Argentina es el costado más complejo a la hora de analizar esta historia. Tanto, que muchos de los propios familiares de los muertos y desaparecidos por la represión no lo aceptaban a medida que se iba conociendo la profundidad del horror. El contexto histórico tampoco lo habilitaba. La dimensión política de la lucha, las raíces que la generaron, quedó eclipsada por la monstruosidad de la represión, inédita hasta ese momento incluso en un país con cultura autoritaria, producto de sucesivos golpes de Estado que impactaron en el imaginario y las aspiraciones políticas de una generación que había crecido en ese autoritarismo castrense y la proscripción del peronismo. Generación que no podía valorar una democracia que proscribía a la principal fuerza política y social. Por eso, apenas terminada la dictadura, la militancia represaliada pasó de luchadores populares a solo víctimas, aunque esta discusión, esencialmente política, se tuviera que dar en paralelo a la obligación del estado democrático de investigar y condenar la ilegalidad y brutalidad de las acciones del estado terrorista. Por eso, para el hijo de uno de esos luchadores, lo que vivió la Argentina fue una “guerra civil encubierta, intermitente. Me parece importante analizarlo desde lo político, no solo ideológico, sino fundamentalmente desde lo político, porque si no se desdibuja el enfrentamiento, que puede haber sido injusto, cruel, desigual, contraproducente, peligroso, pero ‘con el diario del lunes’, como se dice, es fácil. En el momento fue la decisión de seres soberanos, de hombres y mujeres muy jóvenes, desde los 16 ya en política, como muestra la noche de los lápices, no eran solo jóvenes que peleaban por el boleto estudiantil, estaban encuadrados en la UES, que era parte de la tendencia del peronismo revolucionario de la época”.
Para Haidar hijo, la lucha revolucionaria fue un “proceso de gran unidad, de gran acción, que tenía que ver no solo con las condiciones de una generación “iluminada” o “maravillosa”, como dijo el general, sino con un contexto de época, nacional e internacional. Estábamos en la Guerra Fría, el mundo bipolar, que definió un montón de aspectos multi escalares que repercutieron a nivel intercontinental. Es el momento en el que se da el proceso de descolonización, Argelia, Vietnam, la propia Cuba que ya había vivido su revolución, en fin…” Esa especie de red internacional revolucionaria es lo que explica para Haidar que “Montoneros, cuando pasa la clandestinidad en el 75, muchos de sus militantes logran exiliarse y militan afuera, tejen vínculos con la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) con la revolución nicaragüense. Hubo una brigada médica montonera que se llamaba Adriana Haidar en honor a mi tía, caída unos años antes”.
Desde la mirada de José, “este tipo de cosas nos ayudan a dimensionar la situación real, aunque algunos no quieran hablar de enfrentamiento armado o de guerra armada, porque era un concepto relacionado al discurso de los militares. Incluso, en alguna época, reconocer como militantes guerrilleros a los luchadores no era conveniente para algunos organismos de derechos humanos, en nuestra familia eso no nos pareció correcto, porque de alguna manera era como volver a desaparecerlos, quitarles su dimensión política. Ponerlos como perejiles. Pibes que los mandaron a morir, y nuestra postura es que lucharon hasta el final, hasta que vuelve la democracia, porque la dictadura no se fue, la echaron la lucha de las organizaciones políticas, sindicales y militares. Eran pibes y pibas que estaban convencidos, que tenían un compromiso político, ideológico, que conlleva dolor, sobre todo a lxs familiares, pero hay que empezar a rescatar el valor de estxs jóvenes no como niños que eran llevados, sino como militantes políticos que optaron por entregar su vida. Eso tiene una carga ética, política y moral que hay que atender, podes estar o no de acuerdo, te puede parecer una aberración, pero hay que dejar hablar a los muertos, aunque suene medio terrible”.
Quien lleva orgulloso la historia de su padre montonero se queja de, “la criminalización que pesa sobre la guerrilla, la lucha armada, que estuvo muy arraigada en algunos espacios de derechos humanos, seguramente por miedo. Aún hoy, después de todo el tiempo transcurrido, hay gente con miedo, y lo entiendo, son procesos psicológicos, humanos, personales que cada uno hace, pero ya es tarea de los hijos, nietos seguir revisando la historia y dejar de lado la lagrima, el llanto, el dolor, y rescatarlos con una sonrisa, con más emoción que llanto. Por eso yo quiero hablar de lo que fueron”.
Una parte de eso que fueron, y que fue su papá guerrillero, lo descubrió siendo niño: “Tengo un recuerdo que tu pregunta me hizo saltar, nunca lo había pensado así: estaba en un penal y me mostraron un panfletito que decía “Libertad a Firmenich”, era la primera vez que iba a una cárcel, me tocó ir como sobrino, no sé los años que tenía, era un niño, iba a visitar a este “demonio”, el Pepe estuvo preso desde el 84 hasta el 90, que sale con la amnistía. El primer recuerdo fue ese. Por suerte mi vieja desde siempre nos contó la verdad, nunca nos ocultó, pero no siempre pasó eso, muchas veces los familiares no estuvieron de acuerdo con lo que hicieron sus hijos, con los que lucharon y entregaron sus vidas y por eso tuvieron otra campana de la historia. Yo me siento un privilegiado, nada fue tabú, para mi vieja siempre se trató de una lucha digna, por eso mis viejos y mis tías fueron héroes de la resistencia contra la dictadura militar. Yo mamé esta historia así, de manera muy natural, genuina y positiva. A nosotros nos crio ella y mis dos abuelas, que sabían lo que hacían sus hijos. La militancia armada no creía en la violencia porque sí, crecieron y se formaron en una época en la que estaba proscripta la política, había un impedimento, faltaba libertad. Onganía profundizó eso y el Cordobazo se da por eso”, afirma José, quien, a pesar del dolor de la ausencia de su padre desaparecido, siente que lo tiene procesado: “Hoy mismo hay un montón de personas que no tienen a sus padres o madres por causas que no tienen que ver con la violencia política, por ejemplo la violencia de género que sufren muchas mujeres”.
Volver al pago materno
“En el 83 volvemos al país con la democracia porque mi mamá es de Córdoba, su familia vivía en Villa Allende, una familia tradicional, de los Nores Martínez, Martínez Agüero… Luego de años de exilio y clandestinidad, con una mano atrás y otra adelante, quien le consigue una posibilidad de trabajo es Víctor Martínez, vicepresidente de la Nación. Mirá vos lo que son las contradicciones de esta guerra civil intermitente. El vice de Alfonsín, al que tanto cuestionamientos le hicimos desde lo político, le permitió entrar al Banco Social, que fue un banco que luego el radicalismo fundió y mi vieja como bancaria y sindicalista defendió de los saqueos de los poderosos. Se llamaba Social porque le daba créditos a los sectores medios y más humildes, y con la debacle de los 90 fue fundido y mi mamá lo defendió desde lo sindical”.
Para los Haidar-Martínez, volver a Córdoba tuvo que ver con eso, con la familia ensamblada y la posibilidad de retomar los estudios de Psicología en la UNC que habían sido abandonados por la dictadura. “Teníamos un vínculo con Bety, la hermana de mi papá que quedó viva y fallece en 2007, y con mi abuela, que muere en 2001”.
En ese retorno a la universidad, José comparte una anécdota que une su experiencia universitaria con la de su mamá: “En los 80, yo tenía 6,7, 8 años, y mi vieja nos llevaba a la Casa Verde y nos dejaba en el Citroën 3CV amarillo y se iba a averiguar unos trámites, porque era estudiante de Psicología y no sé qué cosa funcionaba ahí. Muchos años después yo estudié Geografía en ese pabellón, por eso es un espacio, un edificio que significa mucho para mí, para mi vida, para la vida de mi familia. Implica habitar un espacio como hijo de una madre virtualmente soltera y estudiante, que había retornado al país y retornado a los estudios, con dos hijos de sangre y dos adoptados de su compañero caído en la dictadura, que se puso al hombro la carrera y se recibe en el 2000. Para mí Casa Verde tiene una significación grata e importante, que hay que saber valorar, la UNC y las universidades públicas son un espacio de lucha, de aprendizaje que la propia historia va dibujando para soñar nuevos horizontes. El conocimiento es poder y las universidades en América Latina son un espacio de ascenso social y la posibilidad de una sociedad más justa”.
Alfonsinismo y menemismo, persecución y traición
La manera en que el alfonsinismo resolvió política y socialmente lo ocurrido en la dictadura se sintetizó en lo que se conoció como “teoría de los dos demonios”: de un lado las fuerzas armadas y del otro las organizaciones guerrilleras. Primero fue el Juicio a las Juntas en 1985 y luego el procesamiento de los jefes guerrilleros, acusados por los efectos de algunas de sus muchas acciones armadas. El gobierno radical instaló esta idea en una sociedad que no se hacía cargo de lo que había pasado pocos años antes. En la que caló hondo el tenebroso y cínico “algo habrán hecho”, “por algo será”. De esta manera quedaban en un mismo rango o nivel de responsabilidades militares y guerrilleros, como si la lucha política de los 70 se pudiera reducir a lo que fue solo una parte de la organización popular. Esa visión despolitizaba la historia al no explicar las razones que habían desembocado en la lucha armada como herramienta para tomar el poder en un país pseudo democrático, donde el partido militar, esa alianza castrense-empresarial-eclesiástica, había decidido la política argentina al margen de la voluntad del pueblo, exceptuando los gobiernos peronistas. “El alfonsinismo, además de continuar la entrega con el Plan Austral y la debacle financiera, criminalizó a la guerrilla con los “dos demonios”, sobre todo a Montoneros. Firmenich se entregó para terminar preso, como otros dirigentes peronistas: Obregón Cano, Bidegain”, recuerda José, que completa su análisis: “Esa teoría es la incapacidad de acepar lo que fue el último atisbo de guerra civil en nuestro país, de su conflicto profundo y lo único que generó fue una mayor división, que puso a la sociedad civil en jaque. Lo que pasó en los 70 y antes también, fue la disputa política por un modelo de nación”.
El cuadro de impunidad que había comenzado con las leyes de “Punto Final” y “Obediencia debida”, arrancadas por los militares con el levantamiento de Semana Santa en 1987, lo completó Menem con los indultos a los comandantes militares y, para compensar y lograr la publicitada “reconciliación nacional”, firmó la amnistía a los jefes guerrilleros, entre ellos Firmenich y Gorriarán Merlo. “El menemismo fue la traición, porque Montoneros en democracia acompañó a Menem y apenas asumió equiparó y continuó la teoría de dos demonios. La traición continuó con el propio proyecto político y económico con los Alsogaray haciéndose cargo de la economía, terminando de destruir los restos del estado de bienestar e instalando el neoliberalismo de Martínez de Hoz. Claramente esta democracia no es lo que nuestros compañeros de los 70 buscaban”.
Tomar la posta
Las diferencias de miradas con los organismos de derechos humanos sobre ese pasado de violencias, llevó a José a transitar otros caminos de participación: “Después del 2001 empecé a militar políticamente, con compañeros del peronismo revolucionario, que era la organización que contó con el apoyo y acompañamiento de Firmenich cuando estuvo en la cárcel en los años 80. Marcelo Echenique y Pablo Charras eran y son los referentes de la lucha política de esa década, donde hubo mucha militancia juvenil. Todo lo que tuviera que ver con Montoneros era demonizado y sufrieron una persecución muy grande de Alfonsín”.
Ya con 20 años y un país incendiado por más de dos décadas de neoliberalismo, José se sumó a una lucha mas de base luego del estallido del 2001: “A partir del 2010 hicimos un trabajo grande en Alberdi y tuve vinculado con el Frente Popular Darío Santillán. En un momento rescatamos el nombre de Montoneros, no la lucha armada, porque es otro contexto. Además, cuando hay un conflicto político, la manera de llevar a cabo la lucha no lo define una persona o dos, hay fuerzas sociales que van conduciendo hacia un determinado lugar. Nuestra idea era rescatar una identidad que fue negada, criminalizada, sin la idea de violencia política, pero sí retomar el proyecto político que buscaba superar al peronismo. Fue la disputa de Montoneros y Perón, que además tenía una cuestión generacional. La herencia de Cooke y Alicia Eguren, que expresan ese peronismo revolucionario que sigo reivindicando en la Agrupación Montoneros Córdoba, aunque ya no estoy yendo a los barrios ni participando de cuestiones organizativas”.
En un análisis más general de la política, entiende que “el peronismo de hoy no es el del estado de bienestar, está atravesado por la lógica liberal de la época, vivimos una democracia formal, hay que construir otras dinámicas del hacer político para trascender las mezquindades y el reparto de cargos. Por eso no estamos en el espacio peronista de Córdoba”.
Después de escuchar un relato verborrágico, casi catártico de quien sentía la necesidad de decir lo suyo, de contar su verdad, el entrevistado aceptó el desafío mayor: ¿quién fue para vos Ricardo René Haidar, tu papá?: “Un héroe, un héroe de una de las tantas luchas que se eslabonan a lo largo de la historia. Esta mirada histórica del proceso como guerra civil intermitente, que parece militarista, tiene para mí antecedentes en otros hechos históricos, como unitarios y federales, anarquistas y conservadores, peronistas y antiperonistas, y, ya en los 60-70, pueblo y oligarquía. Para mí esos son los eslabones que me dan las coordenadas filosóficas, éticas y políticas, y ubico a mis familiares caídos en esa dinámica de lucha. Puedo achacarles errores, reclamos, quejas, pero siempre con `el diario del lunes´. Hablar de víctimas o mártires es la retórica de algunos sectores de derechos humanos que antes me chocaba un poco, hoy la respeto. Yo quiero desligarme de la figura de ´víctimas’, más allá de los juicios. Mi viejo no luchó para que hoy se lo recuerde con tristeza, con angustia. Si él pretendiera que lo rescatara hoy, es para continuar su lucha, tomar sus banderas, aunque no me considere a su altura. Mi viejo y mi vieja no luchaban solo por sus hijos, mi papá no dio la vida por su familia, la dio por su pueblo, por los que pasaban hambre en su época y hoy son el 40% de la sociedad, esa es tarea nuestra. Más que nunca hay que pensar de qué manera nos hemos permitido dividirnos, fragmentarnos, hay que recuperar un valor que en aquella época era vital: la solidaridad. Está lleno de anécdotas de solidaridad de vecinos ayudando a los que luchaban y eran perseguidos. Hoy esa solidaridad no la veo, hay un racismo entre vecinos impresionante, una criminalización entre los propios sectores populares. De enfrentamientos de más pobres contra menos pobres, me parece que esa es la gran derrota, que no fue militar, ni política, sino más bien ideológica y cultural. Va a costar todavía más que aquella generación, porque ellos tenían el amparo de un Mao, de un Che, de un Perón, de un Ho Chi Min, de un Giap, en cambio hoy hay una cierta orfandad, aunque no es excusa. Ahí está la tarea nuestra”.
Texto y fotos: Camilo Ratti
Trelew, símbolo de unidad
Recién regresado de Trelew por las conmemoraciones del 50 aniversario, José asegura que la operación que tuvo a su papá como protagonista fue “un triunfo, un logro y es también la convicción de que una guerrilla pueda acertar en su acción política. No tengo dudas que es un símbolo histórico, político y hasta ideológico de la unidad. Fueron tres organizaciones armadas las que planearon y ejecutaron la fuga, decenas de militantes, incluso había sindicalistas como Tosco que colaboraron. Trelew no es solo la masacre, los fusilamientos o hasta donde pudo ir una dictadura en América Latina. Es la fuga, la capacidad organizativa y logística de los jóvenes de aquella generación y que en Argentina eso puede existir. También es justamente el reflejo del compromiso por zafar de las garras del enemigo y seguir luchando en pos de sus convicciones, ideales. Tanto la fuga como la masacre fueron de los hechos mediáticos más importantes de nuestra historia, que expusieron la debilidad e incapacidad de una dictadura de someter a un pueblo. El libro de Paco Urondo, La Patria Fusilada, demostró la farsa de la dictadura y el apoyo que estas organizaciones del campo popular lograron en la sociedad, que se reflejaría en el Trelewazo. En lo personal es la posibilidad de seguir encontrándome con otras personas que nos une ese hecho del pasado, con la idea de construir un futuro de unidad, con todo lo que significa ese concepto en la Argentina de hoy”.
La relación con el “Pepe” Firmenich
“No militamos en los derechos humanos porque había un gran rechazo a la cúpula montonera y nosotros éramos familiares. Esto tenía que ver con compañerxs que se habían distanciado de la organización o que desde la cárcel veían la situación de otra manera, y cuando salieron en libertad se expresaron esas diferencias. Como dicen, la victoria tiene muchos padres y la derrota uno solo, y Firmenich fue el gran chivo expiatorio, mas allá de que podría haber tenido otro manejo público, con críticas acertadas hacia él, pero también con otras aberraciones, como que era un doble agente, asesino de jóvenes…Firmenich es una figura mítica y nos costó eso, fuimos la oveja negra dentro de los Hijos y Familiares, porque además no podíamos rescatar a nuestros familiares como simples víctimas, para nosotros eran militantes montoneros”.
José cuenta que el vínculo de su mamá con Firmenich era de muchos años por razones familiares y políticas, y que con su papá por lo menos desde el 73, aunque no puede precisar el momento exacto: “Estando en Argentina mi vieja fue la responsable de sacar a la hija del Pepe hacia Cuba, ella es su madrina, además Firmenich se casó con mi tía Elpidia Martínez, antes del Golpe del 76. También me gustaría decir, por todas las versiones que circulan, que no fue cierto eso del exilio dorado, la magnitud de la resistencia fue grande”.
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