Tras el golpe cívico-policial al gobierno de Ricardo Obregón Cano y Atilio López en febrero de 1974 y en particular durante la última dictadura cívico-militar cientos de docentes fueron expulsados de las universidades públicas argentinas. Muchos de ellos fueron asimismo encarcelados, asesinados o desaparecidos; otros obligados al exilio; otros a la vida oculta. Desde la intervención de 1975, la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC (que entonces comprendía además a las actuales facultades de Psicología y Artes) ejerció una encarnizada persecución de trabajadores docentes, no docentes estudiantes y graduados; separó de sus cátedras a sus profesores más comprometidos, destruyó el conocimiento e impuso el autoritarismo y la mediocridad en sus aulas.
Desde la recuperación democrática, la Universidad ha buscado revertir los efectos de esa ominosa imposición de terror, y reparar en cuanto le ha sido posible el daño social y cultural provocado. En 1984 muchos de los profesores que habían sido cesanteados fueron reincorporados -gracias a una juventud movilizada que, desde las aulas y en las calles reclamaba justicia, y por la promulgación de una ley del Congreso- a las cátedras de las que habían sido arrancados. Los memoriosos recordarán una emotiva tarde de reencuentro de muchos de esos docentes en el Teatrino de la Ciudad Universitaria, la intensa ceremonia de restitución y desagravio en la que se acogía a quienes allí estaban y simbólicamente a quienes ya no.
El paciente trabajo de comprensión y memoria emprendido en la Universidad a lo largo de los últimos 30 años ha logrado parcialmente su cometido de construir una cultura académica democrática y de calidad, que sin embargo debe ser sostenida y radicalizada de manera ininterrumpida por las generaciones que pueblan las aulas, donde es necesario recordar antiguas disputas, viejas palabras olvidadas con las que se buscaba interpretar y transformar el mundo, e inventar otras nuevas.
Con ese espíritu de invención y memoria, la Facultad de Filosofía y Humanidades convoca a todos los docentes cesanteados por razones políticas entre 1974 y 1983 a un acto de agradecimiento por parte de quienes actualmente disfrutamos de una universidad democrática (nuevas generaciones de graduados, estudiantes, no docentes y docentes), con la convicción de que sólo el conocimiento y el reconocimiento de la historia protagonizada por las personas y las ideas que nos han traído hasta aquí procura la lucidez necesaria para advertir las tareas que debemos emprender, un trabajo constante de memoria, un diálogo incesante entre la historia y la política, entre el legado de lo que fue y lo que pretendemos para nuestro presente.
La recomposición de esa tradición académica y cultural interrumpida por la prepotencia y por la fuerza es una de esas tareas. Con ello se busca contribuir a una reparación necesaria -que nunca será suficientemente cumplida- pero también iniciar una conversación entre las generaciones y recuperar un legado que permita plantear correctamente la pregunta por la democracia que pretendemos y podemos construir en la Universidad.