Por Victoria Chabrando | Las conmemoraciones, las efemérides nos interpelan sobre determinados acontecimientos, nos conducen a nuevos interrogantes. En esta conmemoración a 70 años del decreto de gratuidad universitaria impulsado por el entonces presidente Juan Domingo Perón, una de las cuestiones centrales es preguntarnos acerca de la mitologización -¿o cabe decir demonización?- en torno a la relación entre Universidad y Peronismo.
El Peronismo recogió un modo de concebir a la educación a partir de un programa integral de desarrollo basado en la formación de una mano de obra experta para incorporarla al mercado de trabajo en un proceso de industrialización exitoso y nuestra Universidad Nacional no estuvo exenta de estas políticas.
La matriz productivista fue el eje que vertebró las políticas del primer peronismo y el decreto de gratuidad -al igual que otras iniciativas- está ligado principalmente a este objetivo.
La creación de la Universidad Obrera Nacional posibilitó la apertura de carreras de aplicación las cuales en sus planes de estudios, la otorgación de becas y la organización de horarios de cursado contenían como prioritario la atención de diversas necesidades laborales de estados provinciales, del estado nacional y la producción regional.
Ahora bien, tal como leemos en el decreto 29.337, había una preocupación particular en la formación integral de la juventud retomando algunos de los ideales modernos de progreso, la importancia de la ciencia y las artes, instalando asimismo premisas que en décadas posteriores serán el eje programático de las juventudes políticas como la noción de liberación.
“son las universidades especialmente las encargadas de difundir la cultura y formar la juventud; por ello debe ser primordial preocupación del Estado disponer de todos los medios a su alcance para cimentar las bases del saber, fomentando las ciencias, las artes y la técnica en todas sus manifestaciones”.
Un año antes de la firma del decreto, precisamente el 3 de diciembre de 1948 en la Universidad Nacional de Córdoba bajo el rectorado de José Urrutia, se creó la Escuela Superior de Bellas Artes.
Un par de meses antes, desde el 15 al 21 de septiembre de 1948, la Universidad Nacional de Córdoba, fue sede de la Primera Olimpiada Inter Universitaria Argentina organizada por el Comité de la Confederación General Universitaria, en la cual participaban estudiantes de cada una de las federaciones gremiales de universidades del país y contaban con el apoyo del gobierno y de otras instituciones del Estado.
Sumado a ello, en nuestra ciudad para profundizar estrategias destinadas al perfeccionamiento de programas educativos, a través de la Fundación Eva Perón, comenzaron a construir Ciudad Universitaria con el objetivo de edificar institutos de investigación y estudio como así también viviendas para estudiantes y docentes.
El decreto de gratuidad da cuenta de la culminación y la reapertura de un proceso democratizador iniciado en los albores del siglo XX, no sin conflictividades, claro está.
Juan Carlos Portantiero en mayo de 1969, en “estudiantes y populismo” refiriéndose a los problemas entre reformismo y peronismo sostuvo que “únicamente en 1945 el movimiento universitario argentino volvería a ser uno de los principales protagonistas en la lucha política del país” siendo estas tensiones las que, en definitiva, dan cuentan de democratizaciones donde los principales protagonistas fueron jóvenes estudiantes.
Con la supresión de los aranceles para la educación superior, el peronismo inauguró una nueva época de trastocamiento real de los privilegios a través del ingreso masivo de trabajadores y particularmente de las mujeres al ámbito académico y consecuentemente al laboral. El impacto del decreto en el ingreso a la Universidad es contundente, en 1947 las Universidades nacionales contaban con 51.272 estudiantes y en menos de diez años el número de futuros profesionales creció a 143.542.
En esta clave, los procesos de movilización política y social, el acrecentamiento del mundo de la política, la prolífica circulación de bienes culturales como discos, revistas, libros (la producción total de libros creció de 22 millones que circulaban a principios del año 1940 a 283 millones para finales del año 1950), la habilitación de espacios de participación y discusión para los jóvenes son incomprensibles – o llegamos a comprender una parcialidad- si no tenemos en cuenta el impacto estructural del documento firmado el 22 de noviembre de 1949.
Durante muchos años, el supuesto posicionamiento anti intelectual del Peronismo, se constituyó como mito demonizador de esta fuerza política bajo la afirmación «alpargatas si, libros no», un canto creado en un clima de disputas de sentidos. Ahora, si tenemos en cuenta la firma de este decreto en el marco de diversas políticas de estado sumado al impacto del mismo, este como otros mitos o demonizaciones se desvanecen a la luz de la historia.