A más de una década de la sanción de la Ley de Educación Sexual Integral (ESI), todavía resulta complejo hablar con naturalidad de sexualidad en las escuelas. Cambiaron los paradigmas. El lenguaje. Los roles. Las formas de vincularse. También de experimentar. En este diálogo con Alfilo, Eduardo Mattio y Guadalupe Molina abordan la temática sin tapujos. Y explican, además, por qué resulta necesario educar y comprender la importancia de una vida sexualmente plena, tanto en ámbitos personales como educativos.
Alto, delgado y de sonrisa generosa, Eduardo Mattio es todo un referente en temáticas de sexualidad y género. Docente, doctor y licenciado en Filosofía, también es investigador del FemGeS del Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Aunque sin rodeos, se siente mucho más cómodo cuando directamente se presenta como un puto feminista.
En esa misma sintonía, Guadalupe Molina es una mujer feminista, heterosexual, militante de todos los puntos de la ESI. Pero dentro de su recorrido profesional, ella es Magister en Investigación Educativa con orientación socio-antropológica; Doctora en Ciencias de la Educación y autora del libro Género y Sexualidades entre estudiantes secundarios. Un estudio etnográfico en escuelas cordobesas. Docente e investigadora de la UNC, junto a Ariel Aybar, Eduardo Mattio y Marina Tomasini, forma parte del equipo docente del Seminario «Géneros, sexualidades y espacios educativos».
Conscientes de que en Córdoba todavía resultan escasos los espacios de formación sobre este tema, de manera desprejuiciada, Eduardo arranca este diálogo dando algunas claves sobre cuáles son las principales resistencias o dificultades que plantean los propios educadores a la hora de bajar los contenidos de la ESI, en las escuelas de la provincia. «Las resistencias y dificultades son numerosas; muchas de ellas están justificadas. Es habitual que l*s docentes señalen que no pueden implementar la ESI en el ámbito escolar porque no tienen formación al respecto. Eso es una verdad. Pero también es cierto que no son conscientes de que, como ha insistido Graciela Morgade, ell*s mism*s son l*s profesionales que pueden mediar entre el Estado y l*s niñ*s y adolescentes respecto de la satisfacción del derecho de recibir educación sexual integral. La formación que el Estado en sus diversas jurisdicciones ha ofrecido a l*s docentes muchas veces ha sido deficitaria o episódica; el apoyo de directiv*s y supervisor*s no siempre ha sido adecuada. Por otra parte, sigue instalada en muchos espacios escolares la tentación de “tercerizar” la ESI: la imparten ocasionalmente invitad*s especiales (tales como el párroco, l*s médic*s, l*s psicólog*s, etc.), lo cual no sólo reduce la implementación al dictado de ciertos contenidos conceptuales en determinadas ocasiones particulares (dos o tres talleres al año, muchas veces impuestos por las autoridades ministeriales), cuando la ESI involucra la paulatina y cotidiana transformación del espacio escolar, tanto en contenidos, procedimientos y actitudes, en relación a diversas cuestiones de género y sexualidad que nos interpelan personal y socialmente».
«Abrir las aulas a conversaciones sobre el placer»
Sin embargo, pese a todo eso, Mattio explica que «much*s docentes están percibiendo cuánto ganan l*s niñ*s y adolescentes, la escuela y la sociedad cuando se implementa la ESI de manera comprometida, gozosa y colectiva. Es decir, cuánto se gana cuando la ESI se construye en común, cuando se participa de un espacio comunitario en el que directiv*s, docentes y estudiantes (y también las familias) se dejan interpelar en sus experiencias sexuadas y generizadas por los contenidos que la ESI trae a las aulas. Son estas experiencias las que lentamente se van suscitando y las que hay que acompañar desde la formación docente que también somos capaces de compartir y producir desde los espacios de formación continua que la Universidad pública tiene que generar».
- ¿Es muy complejo que los adultos modifiquen o incorporen conceptos nuevos en torno al género y la sexualidad?
Creo que la complejidad radica en que las transformaciones que supone la implementación de la ESI no sólo traen consigo la modificación o incorporación de “nuevos” conceptos acerca del género y de la sexualidad. En algunos casos, no creo que se necesite saber muchas cosas nuevas. Es decir, aunque es preciso que haya una mejor formación de l*s docentes en estos temas, creo que lo fundamental es una suerte de disposición ética que muchas veces implica aceptar no saber, asumir que no se puede saber todo y que ese no saber es una buena plataforma desde donde construir otras maneras de concebir y realizar nuestra experiencia sexo-generizada. Se trata de caer en la cuenta de que muchas cuestiones que tienen que ver con la propia condición sexuada, no se pueden codificar en un protocolo que sirva para todo espacio y lugar. Lo importante tal vez sería que cada docente (en el trabajo con otr*s colegas, con l*s estudiantes y l*s padres) pueda encontrarse a sí mism* como sujeto sexuad* y generizad* al momento de implementar la ESI. Es decir, que no sienta que puede abordar la ESI “a distancia” o desde una pura ajenidad, sin dejarse transformar o interpelar por otras experiencias del género y de la sexualidad que circulan socialmente. Cuando falta esa flexibilidad en l*s adult*s para acoger otras formas de vida u otras narraciones no creo que sea posible producir implementaciones genuinamente transformadoras.
- ¿Cuáles son los beneficios de educar para una vida sexual plena?
Entiendo que los beneficios son muchos. No sólo en términos preventivos o anti-discriminatorios, sino también respecto de la construcción colectiva de otras gramáticas de la sexualidad. Lo importante es que, como much*s autor*s feministas y sexo-disidentes han propuesto, salgamos de la encerrona que supone pensar la ESI desde una pedagogía “incluyente” (aquella que integra a “l*s otr*s” dentro de los límites estrechos de nuestro “nosotr*s”), para proponer una pedagogía crítica que ponga en discusión con es*s otr*s las experiencias muchas veces pobres y limitadas que nuestro nosotr*s (misógino, heterocentrado, cisexista) tiene del género y la sexualidad. Si esto se tiene presente, la implementación de la ESI será una oportunidad para que en los espacios educativos no sólo se encare la educación sexual desde una perspectiva “higiénica” (respecto del HIV-Sida y otras ITS, del embarazo adolescente, de la violencia de género en el noviazgo, etc.), sino para que la ESI sea un ámbito en el que l*s niñ*s y adolescentes puedan explorar/ensayar otras narraciones posibles acerca de nuestra experiencia sexo-generizada. Es decir, será la oportunidad para abrir las aulas a conversaciones sobre el placer, sobre la autonomía sexual, sobre los temores que tenemos a exponernos, sobre las prácticas sexuales que podemos disfrutar, aprender e inventar para así poder tener vidas sexo-generizadas más plenas y satisfactorias. De este modo, creo, se puede apostar a largo plazo, a construir una comunidad democrática más respetuosa de las diferencias, que celebre las variaciones corporales, identitarias y afectivas que seamos capaces de actuar e imaginar personal y colectivamente.
Escuela y sexualidad
Para Guadalupe Molina son numerosos los aportes que brinda la ESI en la formación de niñ*s y adolescentes dentro de las escuela secundarias. Sobre todo aquellos vinculados al reconocimiento de los derechos de niños, niñas y adolescentes. En este sentido, Molina señala que “la ESI posibilita que la escuela y sus docentes se cuestionen acerca de los marcos hegemónicos desde los cuales pre-juzgamos las diversas maneras de vivir el género y la sexualidad. La Ley habilita y da fuerza a quienes, incluso mucho antes de 2006, desarrollan propuestas de educación sexual, la Ley reconfigura el panorama desde el cual y con el cual abordar crítica y reflexivamente el género y la sexualidad. La Ley genera interesantes réplicas discursivas en torno a las definiciones sobre lo que puede ser dicho y pensado, como también sobre quién, cuándo, dónde y con qué autoridad poder hablar de diversas temáticas de género y sexualidad».
Y agrega que «la ESI cambia las posibilidades que tenemos de pensar de otra manera en la escuela sobre las identidades sexuales, el erotismo, feminidades, masculinidades, embarazo, maternidad y paternidad adolescente, entre otros tópicos. Como dice S. Ball las políticas como discurso puede tener el efecto de ‘redistribución de la voz’ y, en este sentido, es que digo que da respaldo a equipos directivos y docentes que llevan a cabo propuestas de diferente impronta hoy en las escuelas. Además, los aportes de esta normativa para la formación de las jóvenes generaciones se juegan en un terreno de disputa política donde requerimos que el Estado acompañe procesos de implementación de propuestas de educación sexual y fortalezca las condiciones que habilitan la expansión de su sentido democratizador hacia todo el sistema educativo. Una ley por sí sola no produce cambios, requiere de condiciones políticas que la hagan posible; condiciones que hoy se ven fuertemente retraídas”.
- ¿Qué importancia cobra e la escuela secundaria como territorio de iniciación en las relaciones sexuales?
Yo diría que la escuela es el espacio privilegiado de encuentro entre pares. Es un lugar de socialización y de sociabilidad juvenil que permite explorar la sexualidad y las relaciones sexuales en diversas direcciones. Y cuando pienso en relaciones sexuales no lo hago en términos reduccionistas ligados a la genitalidad, sino en términos de relaciones sociales y construcción de experiencias escolares.
En mi tesis de doctorado, doy cuenta de cómo las y los adolescentes encuentran márgenes de expresión de sus sexualidades en la escuela que a veces no logran vivenciar en otros espacios, por ejemplo, en la familia. Las relaciones entre pares son muy complejas, se juegan allí procesos de alianzas y solidaridades como de fuertes disputas y discriminaciones; y son los cruces con las relaciones intergeneracionales y el mundo adulto lo que permite (o debería permitir) tangentes por donde dirimir procesos conflictivos. Las y los adolescentes interpelan significativamente concepciones y prácticas sexo-genéricas del mundo adulto. Es cierto que no tod*s l*s docentes dan cabida del mismo modo a dichas interpelaciones, pero en el caso de aquell*s que sostienen una genuina preocupación por construir un diálogo con las jóvenes generaciones, se producen procesos de reflexividad sumamente interesantes.
La ley 26150 ha habilitado un espacio de trabajo desde donde definir/disputar nuevos márgenes de enunciación, dando más lugar a quienes hace poco años atrás se mantenían a las sombras de modelos hegemónicos. No es que éstos hayan desaparecido pero se ha reconfigurado el entramado institucional y político desde donde perfilar escuelas más vivibles.
- En cuanto a la diversidad de género, l*s adolescentes ¿hablan de sexo con menor nivel de prejuicios?
Creo que ha habido avances y retrocesos. Si vinculamos la ESI con otras normativas dadas en los últimos tiempos (como Ley de Matrimonio Igualitario y Ley de Identidad de género) y con movimientos como el de Ni una menos, podemos decir que se ha generado un clima propicio para el cuestionamiento de parámetros opresivos. Incluso desde antes de ello, movimientos feministas y de la disidencia sexual han sostenido luchas, a veces injustamente poco visibilizadas, que han propiciado mayores márgenes de expresión de identidades sexo-genéricas no heteronormadas.
En este marco, las nuevas generaciones se animan a explorar con menos mochilas, con menos cargas y tradiciones sus sexualidades, incluso con otras formas y dispositivos como por ejemplo las redes sociales.
Pero no podemos generalizar, cada contexto sociocultural condiciona la vida de es*s jóvenes de manera distinta, incluso son muy variadas las tramas institucionales según se traten de escuelas de gestión pública o privada, confesionales o no confesionales, de zonas urbanas, peri urbanas o rurales, etc.
A su vez, pienso que también hay retrocesos porque, en el actual contexto de arremetida de una derecha elitista y xenófoba (en el sentido de negación de lo extranjero, lo foráneo, lo otro), los racismos y los procesos de discriminación recrudecen y están a la orden del día. Los contextos institucionales están muy álgidos, y a la vez sensibles, es como si esos márgenes de reconocimiento de derechos producidos a comienzos del siglo XXI se vieran hoy fuertemente afectados, más que nunca debemos redoblar la creatividad y el trabajo colectivo para sostener la perspectiva de los derechos humanos, entre ellos de construcción y expresión, sin riesgo de daño, de las identidades sexo-genéricas disidentes.
En este sentido, creo que l*s estudiantes adolescentes son grandes alid*s y en muchos casos aportan
claridad sobre los procesos actuales que nos ayudan a vislumbrar salidas conjuntas a algunas encerronas. Es más, hace tiempo que estoy planteando la posibilidad de que participen en la formulación de propuestas de ESI a nivel institucional. Ello implica un cambio significativo sobre el que debemos conversar, ¿por qué no incorporar a estudiantes adolescentes en las discusiones sobre la definición de un currículum con perspectiva de género?
- Desde tu experiencia en las escuelas secundarias, ¿cuáles son los signos distintivos de los noviazgos o los vínculos que se generan en la adolescencia actual?
En principio, no es posible generalizar. Hay tantas experiencias como grupos de adolescentes. De todas maneras, arriesgaría algunas puntas para pensar. El lugar de las mujeres se ha transformado, acompasando procesos socio-históricos de cambios en las relaciones de género. Es posible encontrar más estudiantes mujeres que exploran vínculos erótico afectivo de manera más abierta y libre; a riesgo de ser objeto de descalificaciones, arremeten con sus posibilidades de elegir y reclaman más claramente su derecho a ser respetadas. He podido registrar estas situaciones desde mucho antes que inicie Ni una menos. Las chicas ocultan menos que antes sus opciones sexo-genéricas, sus exploraciones eróticas, sus deseos, incluso lo comparten abiertamente en el espacio escolar, en el encuentro con pares y docentes. Segundo, generalmente pensamos en noviazgos y en noviazgos heterosexuales, aquellos que son visibles e identificables fácilmente en el marco de ciertos estereotipos. Debemos preguntarnos cuáles son los márgenes de expresión erótico-afectivas de sexualidades no heterosexuales; de identidades gays;de lesbianas y trans en la escuela. En unos y otros casos debemos poder cuestionar violencias y maltratos entre quienes sostienen una relación y hacia quienes sostienen una relación. Y debemos preguntarnos también por otros tipos de vínculos, definidos de diferentes maneras por l*s sujetos que los habitan, se abre un mundo sumamente rico y variado de formas de relación cuando nos corremos de pensar en términos de noviazgos monógamos, hetero, durables en el tiempo, ligados al amor y la familia. Generalmente esas otras relaciones disputan sentidos a la idea de noviazgo y son generalmente poco exploradas o conocidas.
Creo importante además que, aunque se produzca de menara incipiente aún, algún*s docentes se animen a compartir situaciones poco visibilizadas: profes no heterosexuales que no ocultan sus opciones, profes trans dando clases o alguna docente que se anima a compartir con colegas y estudiantes que fue víctimas de violencia de género. Estas cosas también ocurren hoy en las escuelas de Córdoba, los movimientos de disputa de sentidos y prácticas están dentro y fuera de la escuela, es propicio borronear las fronteras que desde ciertos discursos se sostienen. La vida de la escuela es fundamentalmente vida política y terreno fértil para reivindicar cotidianamente y defender a cada paso los derechos humanos.
- ¿Cuáles son los beneficios de haber sido educad* para una vida sexual plena, libre de violencias?
Esta pregunta plantea una utopía. Una aspiración a la que debemos tender o aspirar. Y la ESI es una herramienta fundamental para ello, siempre y cuando se conciba como un espacio de trabajo colectivo, interdisciplinario e interinstitucional que ponga en relación a distintos profesionales ligados a la vida de la escuela y l*s niñ*s, adolescentes y jóvenes que transiten por ella. Creo que la mayoría, acordaríamos con una educación que tienda a una vida sexual plena y libre de violencias, pero me cuesta pensar en finalidades sin pensar en escuelas, docentes, estudiantes y familias situadas en contextos socioculturales particulares, sin un conjunto de disputas políticas a transitar de manera consciente y reflexiva, sin acuerdos de trabajo discutidos y compartidos entre quienes habitamos espacios educativos y trabajamos en torno a la ESI de manera cotidiana. Cómo lograr una vida sexual plena y libre de violencias, esa es la cuestión, qué entendemos por ello, con qué recursos contamos, desde qué posicionamientos vamos a construir escuelas y mundos más vivibles.
Género y Sexualidad: Espacios de formación en la UNC
Mattio comenta que, desde hace varios años, la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, al igual que en otras pocas unidades académicas de la UNC, existen algun*s docentes de diversas carreras que han ofrecido seminarios optativos para la formación de grado sobre cuestiones vinculadas al género y la sexualidad. “No sin esfuerzo, esos espacios han mantenido una variada oferta de formación (muchas veces muy específica) que han servido para completar las lagunas que las carreras de nuestra universidad tienen respecto de tales áreas de conocimiento”.
Junto a Ariel Aybar, Guadalupe Molina y Marina Tomasini (y otr*s docentes y egresad*s) coordinan una propuesta de formación de grado introductoria sobre género y sexualidad que durante los dos primeros años contó con el apoyo de la Subsecretaría de Inclusión y Ciudadanía Estudiantil de la SAE UNC, a cargo, en ese momento, de Eliana López. “Con la actual gestión rectoral, señala Mattio, ese vínculo se cortó, pero seguimos contando con el apoyo entusiasta de la Secretaría Académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades, hasta hace poco a cargo del actual decano, Juan Pablo Abratte».
Guadalupe Molina añade un elemento a tener en cuenta: «Hasta el momento la universidad pública es la única porción del sistema educativo nacional que no está incluida en la Ley 26150. Sin embargo, las problemáticas referidas a género y sexualidad atraviesan la universidad significativamente por lo menos en dos sentidos. En primer lugar, en relación a la formación de profesorados: la Facultad de Filosofía y Humanidades, y la UNC en general, no puede quedar excluida de estas discusiones ya que forman parte de las problemáticas que cotidianamente tramitan las instituciones de los diversos niveles del sistema educativo donde nuestr*s egresad*s irán a desempeñarse.
Si bien la Ley 26.150, excluye a las universidades de las instituciones educativas que deben implementar el Programa de Educación Sexual Integral, es importante pensarse como parte de una sociedad y un sistema educativo que se encuentran fuertemente movilizados por la violencia de género, el derecho la diversidad sexual, la salud sexual y (no) reproductiva y sus posibles modos de abordaje. Y en segundo lugar, somos también una institución educativa y las diversas problemáticas vinculadas al género y la sexualidad nos atraviesan e interpelan en nuestras aulas».
Otra experiencia interesante es un curso de capacitación docente denominado “Educación sexual y escuela secundaria: Desafíos de la ESI», ofrecido desde el equipo de investigación que dirige Molina en articulación con la Secretaría de Extensión de la FFyH, destinado a personal docente de nivel secundario (profesor*s, coordinador*s de curso, preceptor*s, directivos) interesado en problemáticas que vinculen género, sexualidades, educación sexual, escuela, adolescentes y jóvenes. Acaba de terminar una edición de ese seminario en el Ipem 20 Rodolfo Walsh para escuelas de esa zona y se dictará desde el 5 de octubre en la FFyH. «Las escuelas están ávidas de encontrar con quienes formarse y conversar sobre la ESI y valoran muy positivamente las propuestas que realiza la Universidad en ese sentido», dice Guadalupe.
Seminario: «Géneros, sexualidades y espacios educativos»
El Seminario optativo de grado, titulado “Géneros, sexualidades y espacios educativos”, se encuentra abierto a todas las carreras de la Facultad de Filosofía y Humanidades, a la Facultad de Artes y a la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC. También está dirigido a estudiantes vocacionales de otras unidades académicas.
Mattio explica que su objetivo central «es brindar a l*s estudiantes de grado, sobre todo a l*s futur*s educador*s, no sólo elementos que les permitan implementar la ESI cuando ingresen al sistema educativo como docentes de nivel primario, medio, terciario y universitario ; sino además, el Seminario pretende ser un espacio de intercambio interdisciplinario en el que docentes, estudiantes, egresad*s y divers*s invitad*s puedan problematizar nuestra condición sexo-generizada, las prácticas institucionales y sociales, que se vinculan con el género y la sexualidad. También los desafíos sexo-genéricos que nos interpelan personal y colectivamente, entre muchas otras cosas que “nos pasan” a lo largo de ese proceso. Es decir, el seminario considera muy importante pensarnos a nosotr*s mism*s como universitari*s (estudiantes, docentes, no-docentes, egresad*s) y la complejidad de prácticas sexo-genéricas imbricadas en nuestros quehaceres cotidianos. Esperamos con entusiasmo que el trabajo que venimos realizando se potencie aún más y siga permitiendo un abordaje inicial a aquellas cuestiones que la ESI nos invita a dejar entrar al espacio educativo».
Texto: Irina Morán
Fotografías: Irina Morán, Cristina Smargiassi y Seminario de Géneros, sexualidades y espacios educativos