Mauro Orellana es profesor de Técnicas de Estudio y Comprensión de Textos, y de Lingüística, asignaturas de la Licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UNC. Participa en distintos espacios de formación vinculados a la temática de la lectura y la escritura en la universidad. Recientemente conformó el equipo docente que dictó, en el marco del Doctorado en Educación de la FFyH, el Taller de escritura académica. Integra equipos de investigación interesados en las literacidades académicas. Actualmente se encuentra en la etapa final de su Doctorado en Letras en nuestra Facultad, en cuya investigación indaga las prácticas de escritura de estudiantes durante sus procesos de elaboración de los trabajos finales de grado. El Área de Inclusión a los Estudios Superiores (IEES) de la FFyH dialogó con él, y esto nos decía.
- ¿Cuándo empieza el interés por la lectura y la escritura académica?
En Argentina, en los años ochenta del siglo pasado y en el marco del regreso a la democracia, crecen, en algunos casos de manera exponencial, las matrículas en carreras vinculadas en especial a las ciencias sociales y humanas. Se advierte tempranamente que les estudiantes tenían perfiles distintos a los de las décadas anteriores y provenían de desiguales recorridos educativos. De acuerdo a algunas experiencias documentadas tanto en la UBA como en la UNC, se empezaron a desarrollar en los noventa distintos tipos de dispositivos para abordar los textos académicos.
En los primeros años de este siglo se desarrolla un enfoque denominado alfabetización académica, que dio lugar a que les docentes universitaries repensaran sus modos de enseñanza, más específicamente pudieran reflexionar sobre el lugar que ocupa la lectura y la escritura en las asignaturas. Probablemente el movimiento más significativo de esta perspectiva haya sido desplazar el foco puesto en la mirada estigmatizadora en aquello que les estudiantes no saben -es decir, leer y escribir académicamente- para plantear la necesidad de que las instituciones y las cátedras lleven adelante un trabajo de acompañamiento y enculturación en las prácticas letradas propias de las comunidades disciplinares específicas.
- ¿Qué cambios ocurren en las formas de leer y escribir entre la secundaria y la universidad?
Les estudiantes aprendieron durante su recorrido en los niveles previos del sistema educativo el dominio de ciertas formas de lectura y escritura (en general se acostumbraron a leer manuales o compendios de fotocopias y a elaborar textos escritos relativamente breves); sin embargo, en la universidad necesitan aprender otras prácticas discursivas mediante las cuales circula el conocimiento y tienen características específicas. En cada disciplina existen regulaciones sobre las formas esperables de cómo deben leerse y producirse los textos académicos. Propongo un ejemplo: suelo preguntarles a les estudiantes ingresantes a la carrera de Comunicación Social si recuerdan el nombre de les autores de los manuales o del compendio de las fotocopias con las cuales ellos estudiaban y casi de manera unánime señalan que desconocen esos datos. En general, la figura de autor en la escuela secundaria -salvo en el caso de la literatura-, no es un dato central. Es decir, los textos escolares tienen ciertas particularidades que se diferencian de los libros y de las fotocopias universitarias, en especial, en las ciencias sociales y humanas en las cuales la autoría es aspecto fundamental. Recuerdo que una estudiante del primer año de Antropología me comentó, hace varios años atrás, que había desaprobado el examen porque las consignas solicitaban que se respondiera de acuerdo a lo que decían les autores y ella, mientras estudiaba, no había reparado en ese “pequeño detalle».
Entonces, la alfabetización académica, en palabras de Paula Carlino -principal referente de este enfoque-, procura que les docentes enseñen los contenidos de las materias y, paralelamente, enseñen a leer y escribir de acuerdo a las formas valoradas por esas comunidades disciplinares.
- ¿Pueden les docentes, que no se formaron en el campo de los estudios del lenguaje, enseñar a leer y escribir?
Esta pregunta es muy importante porque suele aparecer con cierta frecuencia cuando se plantea que les profesores de las disciplinas se ocupen de la lectura y la escritura en sus asignaturas. Sin dudas es atendible esa observación porque une docente, por ejemplo, especialista en determinada área, no dispone del metalenguaje propio de une docente que se ha formado en el campo de los estudios del lenguaje.
Quizá podríamos plantear la siguiente pregunta: ¿qué atender en un texto tanto cuando se lee como cuando se escribe? Se suele mirar, en general, la dimensión superficial del texto y observar los problemas sobre la no adecuación a las normas ortográficas y sintácticas que deben cumplir los escritos formales. Esto se vuelve ostensible en este tiempo cuando nuestres estudiantes escriben para los trabajos solicitados en la universidad a través de sus celulares y los rasgos escriturales son de una oralidad escrita.
Sin embargo, podemos considerar que todo texto está compuesto de varias dimensiones -podemos imaginar una serie de capas superpuestas- que comprenden diferentes aspectos. Existe una dimensión vinculada a los aspectos léxicos y, en ese sentido, une docente puede atender con les estudiantes cuáles son los conceptos centrales del texto, que en muchos casos se convierten en las categorías que organizan medularmente el programa de la asignatura. Asimismo, se puede mirar cómo se componen esos escritos, cuáles son los rasgos más frecuentes, de qué modo y en qué sentido se emplean recursos gráficos e imágenes, cuál es la lógica argumentativa y/o expositiva, y a través de qué marcas presentes en el texto se manifiestan los matices de la polémica académica. Todas estas dimensiones no exigen el empleo de un metalenguaje y les profesores de las disciplinas son los verdaderos expertos, por su frecuentación con ese tipo de textos, quienes pueden orientar a les estudiantes tanto cuando leen como cuando escriben. Incluso es probable que muches docentes estén realizando ese trabajo en sus aulas.
En los últimos años se han venido ensayando alternativas de trabajo en las universidades, con distinto tipo de alcance institucional, que van desde una tarea colegiada entre docentes de las disciplinas y los docentes del área de lenguaje hasta el asesoramiento de centros y programas de escritura a partir de ciertas demandas planteadas por docentes. Aun se pueden imaginar otras alternativas posibles para garantizar el acceso a la universidad pública e inclusiva y evitar lo que Ana María Ezcurra ha señalado a modo de oxímoron como “la inclusión excluyente”.