Esteban Torres, docente de la Facultad de Filosofía y Humanidades, fue nombrado investigador permanente en el Instituto de Investigación Social (IfS) de la Universidad de Frankfurt. Esta designación permitirá estrechar los vínculos del IfS con el campo de las ciencias sociales latinoamericanas. En esta entrevista con Alfilo, Torres también reflexiona sobre los debates sociológicos actuales en el país y su relación con los que se dan en el resto del mundo.
Esteban Torres nació en Córdoba en 1976. Se desempeña desde 2019 como Profesor a cargo de la asignatura “Sociología” de la Escuela de Historia de la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC). Realizó su Doctorado a caballo entre la Universitat Autònoma de Barcelona (España) y la Universidad Nacional de la Plata. Desde 2014 es Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Junto a ello, entre 2016 y 2022, Esteban fue coordinador del Grupo de Trabajo de CLACSO “Teoría Social y Realidad Latinoamericana”, y a partir de 2020 se convirtió en Director del Programa de Investigación “Cambio Social Mundial”, junto con Stephan Lessenich, actual director de IfS. Fue justamente esta relación la que permitió su llegada a esta prestigiosa institución alemana.
“En términos formales, me nombraron investigador permanente (permanent fellow) del Instituto de Investigación Social (IfS), el hogar de la mítica ‘Escuela de Frankfurt’. Hasta donde conozco, en su uso tradicional, es un tipo de nombramiento que el IfS se reserva para reconocer trayectorias dilatadas de colegas alemanes, por lo general ligados al Instituto. No se suele otorgar a investigadores jóvenes -o relativamente jóvenes-, ni tampoco a investigadores de otros países, inclusive de otros países europeos. En mi caso particular, el actual director del IfS, Stephan Lessenich, tomó la decisión de otorgarme este estatus como una forma novedosa de incorporación. Para ser más exactos, Lessenich propuso mi candidatura y luego fue el Consejo Directivo del IfS el que la aprobó por unanimidad. La posición de investigador permanente no exige presencialidad en el Instituto. Esta condición es la que me permite estar formalmente ligado al IfS a la distancia, desde Argentina, conservando mi trabajo docente en la Facultad de Filosofía y Humanidades, en la Facultad de Ciencias Sociales y en CONICET. En cualquier caso, este nombramiento seguramente me llevará de visita a Frankfurt cada tanto, para participar de algunas actividades académicas”, cuenta Esteban, que también coordina el Seminario Permanente del Programa de Doctorado en Estudios Sociales de América Latina, radicado en el Centro de Estudios Avanzados de la Facultad de Ciencias Sociales (UNC).
- ¿Cómo va a ser tu participación o función en el Instituto y cómo llegás a formar parte de esta institución?
– En cuanto a mi función concreta en el IfS, en principio estará ligado a dos líneas de trabajo. La primera es la construcción de un proyecto intelectual en conjunto con Stephan Lessenich, orientado a la renovación de la teoría crítica, y más en general de las ciencias sociales críticas. Ello en principio demandará un trabajo de investigación común a largo plazo, así como un plan de publicación conjunto. Posiblemente el obstáculo epistemológico central que ambos detectamos, y que deseamos superar, tiene que ver con la idea restrictiva y antigua de sociedad que las ciencias sociales dominantes continúan empleando -conscientemente o por defecto- para el estudio de las sociedades históricas. Se trata de un tipo de reduccionismo que resulta particularmente dañino para intentar comprender los procesos de cambio social en América Latina. Y el segundo objetivo, algo más práctico, aunque conectado estrechamente con el primero, tiene que ver con mi modesta colaboración para estrechar los vínculos del IfS con el campo de las ciencias sociales latinoamericanas. Esto último se produce en el marco de la decisión de Lessenich de avanzar de forma decidida en la internacionalización del Instituto. Este nuevo espíritu de diálogo mundial se ha trasladado al diseño mismo del nuevo programa de investigación del IfS. Creo que se trata de una apuesta de continuidad pero también de ruptura con la rica tradición frankfurtiana. Para la construcción de este puente internacional será importante contar con el acompañamiento de la FFyH y la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). En cualquier caso, habrá que ir definiendo de a poco, paso a paso, cómo y en qué tiempos iremos avanzando con estos planes.
Finalmente, respondiendo a la última parte de la pregunta, mi arribo al IfS se explica a partir de mi relación con Stephan Lessenich. Nos conocimos en 2019 en Jena, Alemania, en el marco de un Congreso al que fui invitado por Klaus Dörre. A partir de entonces la relación entre ambos fue prosperando, tanto en un plano intelectual como personal. En este tiempo corto descubrimos con relativo asombro que tenemos intereses de conocimiento muy convergentes. Esta convergencia no debe desdibujar el hecho de que Lessenich es desde hace tiempo un sociólogo consagrado en Alemania, con una obra vasta. Ello explica que sea el actual director del IfS. A modo de ejemplo, su libro “La sociedad de la externalización”, el cual recomiendo, ha sido elogiado públicamente por Habermas. Tuve el gusto de contar con la participación de Lessenich en la presentación pública de mis últimos dos libros. Allí recibí comentarios en exceso elogiosos de su parte. El último encuentro que compartí con él fue en Frankfurt, en el IfS, en diciembre de 2022, en el marco de mi estancia de cinco meses como profesor visitante en el Instituto de Sociología Friedrich-Schiller-Universität Jena.
Además de su estancia en esa universidad alemana, Torres también fue profesor visitante en la Universidad de Nueva York, la Universidad de Wisconsin-Madison, la Universidad de Cambridge y la Universidad Sorbonne Nouvelle-Paris III.
Las publicaciones más recientes de Esteban son “El Cambio social: Teoría, historia y política” (2023) y “Hacia una nueva sociología del capitalismo” (2022). Sus intereses de investigación incluyen la teoría crítica, las teorías del cambio Social, la sociología histórica, la sociología del poder, la sociología crítica de la globalización y el cambio social en América Latina.
- En el marco de este acontecimiento y de lo que me venís comentando, que reflexión hacés sobre la formación en la universidad pública argentina, siempre tan denostada desde algunos sectores.
– Al menos desde la reforma universitaria de 1918 la universidad pública argentina se convirtió en el motor intelectual y científico del país, así como en la principal palanca de ascenso económico del campo popular. A grandes rasgos, nuestro sistema universitario público es un dispositivo traccionado y defendido por las clases medias urbanas para intentar edificar una sociedad pujante de estrato medio, muchas veces olvidando que se trata de una aventura reformista en un país periférico. Si bien ese horizonte de expectativas igualitarias no se realizó en sentido estricto hasta hoy, la universidad pública sigue siendo el activo cultural y científico central del país. En cuanto al desarrollo y a la formación en el ámbito de la sociología y de las ciencias sociales, creo que la universidad pública se viene recuperando lentamente de la destrucción causada por la última dictadura militar. Está mejor que en 1983, y desde ya mejor también que en la despolitizada década del 90. Sobre la accidentada evolución de este proceso intelectual publiqué un libro en 2021, titulado “La gran transformación de la sociología” (CLACSO-FCS), que tuvo una recepción muy generosa en la región, y que está disponible en acceso abierto en la librería de CLACSO.
Creo que es importante tener en cuenta que la evolución económica del país, por un lado, y el devenir intelectual de las diferentes disciplinas en el sistema público universitario, por el otro, son dos procesos concatenados en términos causales pero cuyos determinantes operan en diferentes temporalidades. Con el recambio generacional, con el tipo de politización social y universitaria que primó en los primeros 15 años del siglo XXI, y con la creciente profesionalización de las tareas de investigación en el área, actualmente estamos experimentando la emergencia de una nueva sociología en el país. Esta sociología está dotada de un nivel de creatividad teórica y de conciencia histórica lo suficientemente robusto como para asemejarse a las asombrosas corrientes intelectuales del período 1950-1976, que alimentaron lo que se conoció como la edad de oro de las ciencias sociales latinoamericanas, y que el terrorismo de Estado se encargó de aniquilar. Incluso creo que ahora estamos en condiciones de superar a estas últimas. Pese a la revolución teórica que generaron en su momento a nivel mundial, tales impulsos autonomistas siguieron atrapados en la sofisticada malla europea de la teoría social moderna. La sociología que hoy se enseña en la FFyH experimenta el avance de este mismo proceso de recuperación.
Estrechar lazos
El Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Frankfurt fue fundado en 1923 e inaugurado en 1924. Desde entonces, ha sido un lugar importante a nivel internacional para la teoría social crítica. Nació como un instituto para recrear la teoría y la historia del socialismo, con vistas a empoderar al movimiento obrero, y luego su enfoque se reorientó bajo la dirección de Max Horkheimer hacia un programa de análisis social en torno al cual se reunió un gran número de importantes intelectuales, y que todavía se conoce hoy como la “Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt”. El IfS fue cerrado en 1933 y se trasladó a la Universidad de Columbia en Nueva York, donde continuó funcionando como el «Instituto de Investigación Social». Finalmente, en 1951 volvió a Frankfurt.
Su actual director es Stephan Lessenich, quien asumió en 2021 la Cátedra de Teoría social e Investigación social en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Goethe, y la dirección del instituto.
- Dada tu incorporación al IfS, y ligada a la pregunta anterior, ¿nos podés compartir una reflexión sobre los debates sociológicos actuales en el país, y sobre la relación que estos últimos tendrían con las discusiones que se desarrollan en Europa y en el resto de Latinoamérica?
– Haré un breve rodeo para responderte. Si esbozamos una arqueología de las humanidades y de las ciencias sociales de cualquier localización de la sociedad mundial es posible detectar una correspondencia entre el estado de los debates intelectuales y los procesos de cambio y de reproducción estructural de esas mismas sociedades. Me imagino que tal correspondencia se puede acentuar en el caso de la sociología, porque tiene –o al menos debería tener- a su sociedad histórica contemporánea como objeto de estudio. Por lo general, cuando las sociedades experimentan grandes catástrofes, su población y su sociología acusan el golpe inmediatamente. Lo hace primero en el cuerpo de los/as propios/as sociólogos/as. Es lo que pasó con la dictadura militar. Y luego, cuando las sociedades consiguen avanzar, lo cual por lo general ocurre de forma gradual y trabajosa por más ímpetu revolucionario que tengan sus promotores, su sociología también tiende a hacerlo, aunque con una lentitud por momentos exasperante. Simplificando bastante, podríamos decir que esto último es lo que pasó con los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo a mediados del siglo XX, y, en un plano nacional, con los gobiernos kirchneristas en el siglo XXI. De este modo, cuando hablamos de debates en la sociología, siempre debemos hacer el ejercicio de situarnos en una historia localizada de la propia sociología, irremediablemente incrustada en una historia profunda de las respectivas sociedades. De nuestras sociedades.
Yendo al punto de mi respuesta, hoy vivimos en sociedades nacionales en las cuales la mayoría de los individuos de cada estrato social está tomando conciencia de su pertenencia a una sociedad mundial. Y lo están haciendo porque los principales problemas que experimenta cada sociedad histórica, las del centro y las de la periferia del mundo, trascienden con creces, cada vez más, y cada vez más rápido, las fronteras territoriales vigentes, que fijaron la mayoría de los Estados en los siglos XIX y XX. La pandemia del Covid-19, los procesos de concentración de poder económico, las múltiples guerras en simultáneo entre múltiples países, la crisis ecológica planetaria, el formateo cultural de las grandes empresas tecnológicas, los procesos de macroendeudamiento de los Estados, son sólo algunos ejemplos. Eso por un lado: el reescalamiento creciente de los problemas sociales de cada país y de sus marcos de resolución. Luego está el hecho de que las sociedades nacionales son crecientemente interdependientes, más allá de los proteccionismos económicos que proliferan por estos tiempos, y que tienden a reforzar el comercio al interior de los bloques regionales. Lo que algunos llaman erróneamente “desglobalización”. Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con la sociología? ¿Qué sucede con la sociología y con sus debates? Aunque parezca increíble, ¡la sociología aún no terminó de acusar recibo del avance de este proceso de mundialización! O sea, la sociología no está tomando seriamente en cuenta las transformaciones efectivas de las sociedades que sostienen y financian la disciplina. Es como si el sentido común de la gente, incluso el de los propias/os sociólogos/as, estuviese por delante de la propia sociología como constructo intelectual. La sociología dominante en todo el mundo occidental sigue estudiando su realidad social dinámica a partir de una idea de sociedad nacional antiquísima, eurocéntrica, bien restrictiva. Este localismo secular se podría resumir en la siguiente frase: “Yo pertenezco a mi sociedad, que es una sociedad nacional, y ella define el marco total de mi existencia social problemática”. Sin resultar del todo plausible, esta premisa tuvo una conexión efectiva con la realidad en la Europa Imperial, hasta antes de las guerras mundiales, porque dicha sociedad europeizó el mundo. Fue precisamente esa sociedad europea, en ese momento de máximo poderío global, la que creó el dispositivo intelectual moderno.
En oposición a ello, lo que necesitamos hoy como punto de partida es una nueva idea de sociedad, en la cual cada individuo, cada país y cada región pueda encontrar su lugar singular y diferenciado, para a partir de allí poder detectar, dimensionar y abordar sus principales problemas. Y esa nueva idea de sociedad no puede ser otra que una idea de sociedad mundial. Lo que demando es muy básico: ¡volver al sentido común, para romper nuevamente con él! Se trata de una humilde operación de retorno muy resistida por el etapismo racionalista de la tradición sociológica moderna. Hoy es necesario avanzar en el reconocimiento de las percepciones sociales que proliferan por doquier, en los medios, en los discursos periodísticos, en los bares, en los movimientos sociales, las cuales están viendo que las causas y las posibles soluciones de los problemas argentinos desbordan como nunca nuestras fronteras. Debemos fijar tal registro popular como punto de partida para una reconstrucción sociológica. Hay que elaborar un nuevo paradigma que oriente a la sociología y a otras ciencias sociales hacia el conocimiento y la resolución de los grandes problemas de nuestro tiempo histórico. Y ese paradigma debe situar al mundo, a la sociedad mundial, en el centro, como su unidad última de transformación. Aquí no estoy llamando a la abolición “en la teoría” de las sociedades nacionales en su especificidad estructural, y menos aún en nombre de un globalismo uniformizante. Muy por el contrario. Estoy invitando a que tomemos conciencia de la pertenencia de cada esfera nacional a una esfera regional y a una esfera global. A esto yo le llamo “intersociedad”. Cada sociedad es una intersociedad, una entidad histórica interdependiente, antes que una sociedad nacional autodeterminada. Y luego debemos desarrollar teorías acordes a ese nuevo marco de interconexión ampliado, que es muchísimo más real, y en particular debemos producir teorías que puedan explicar las complejas transformaciones que estamos experimentando desde cada localización y desde cada historia de la sociedad mundial.
Este desafío de renovación intelectual es planetario y es completamente urgente. Tan urgente como la necesidad de solucionar los problemas dramáticos que padecemos desde cada sociedad, pero que en su mayoría son comunes a todo el planeta. La cuestión es la siguiente: ¿esto lo hacemos con la sociología o lo hacemos sin ella? La sociología más fecunda que desarrolló América Latina fue aquella que dijo “yo me hago cargo de los principales problemas de mi sociedad”. Lo mismo hizo Wright Mills, cuando llamó a terminar con la investigación fundamentada en “preferencias privadas”. En lo personal, creo que una sociología renovada, dotada de un proyecto intelectual mundialista, tendría bastante para decir sobre el modo en que actualmente funcionan nuestras sociedades, y por lo tanto podría aportar a la resolución de los problemas críticos que las propias sociedades continúan creando o reproduciendo. Y este asunto capital, tal como lo esbozo aquí, debería movilizar los debates sociológicos de Argentina, de América Latina, de Alemania, de China, de Singapur, de Cuba, y de cualquier campo académico nacional de este lastimado planeta. Por el momento, esta discusión, que tiene una dimensión moral y una dimensión política inocultable, está algo más avanzada en Alemania que en Argentina, pero al parecer sigue estando en pañales en ambos países. Y es precisamente este desafío, algo titánico, el que pretendemos encarar con Stephan Lessenich desde el IfS Frankfurt, hacia al interior de Alemania y de Europa, y desde la UNC y desde CLACSO, al interior de las ciencias sociales de América Latina. Hace décadas las diferentes ciencias vienen insistiendo con la idea de que ningún individuo, ningún país y ninguna región se podrán salvar solos en este mundo. Pero esta premisa hoy es más real y más palpable que nunca. O bien nos salvamos todos/as, como sociedad mundial, o vamos hacia una extinción turbulenta y escalonada de la especie humana, en la cual primero desaparecerán los campos populares de los países periféricos.
Por Pablo Giordana
Fotografía: gentileza Facultad de Ciencias Sociales, UNC