A 40 años del fin de la dictadura genocida y ante un nuevo proceso electoral que incluye proyectos negacionistas y hasta justificadores de aquella barbarie, la historiadora Carol Solis propone una mirada audaz y lúcida sobre los sentidos de un sistema que si bien no ha logrado resolver estructuralmente los problemas económicos y sociales de las grandes mayorías, es la acción política y ciudadana la que permitió conquistar derechos y la que hará que la democracia sea “siempre más, nunca menos”.
Podría iniciar esta columna con una batería conceptual experta sobre democracia y democratización, pero prefiero entrar por otro lado, más por las experiencias subjetivas de la democracia.
En los años noventa cuando éramos estudiantes de esta Facultad no hablábamos de democracia, tal vez porque la que entonces teníamos era una muy menguada.
Sí sabíamos que eso no era la dictadura, pero teníamos una gran disconformidad con lo que sucedía, porque la democracia era regresiva, la democracia desigualaba. Sufríamos los efectos de las políticas de la democracia menemista que además garantizaba la impunidad de los represores. Quizás por eso tampoco creíamos en los partidos, porque los veíamos alejados de las necesidades reales y en la disputa por su reparto de posiciones privilegiadas. Nos sentíamos más identificados con los movimientos sociales y experiencias políticas novedosas como el zapatismo.
Ahora siento que para muchos argentinos y argentinas pasa algo parecido. Estamos en democracia pero para algunas/os parece que no se nota, hay de nuevo una baja estima por la democracia y no creo que sea tanto porque no conocen la dictadura, sino porque esta democracia les está muy en falta. No se me escapa que estas subjetividades están igualmente moldeadas o al menos acicateadas por un sinfín de mensajes culturales, sociales y políticos que van en ese sentido de descreimiento de la democracia. Pero no es solo un problema de mensajes en disponibilidad sino también de escucha, de condiciones de escucha, de cómo se vuelve verosímil, creíble un cierto discurso y no otro ¿es solo por reiteración que la gota orada la piedra? ¿o hay algo más de las experiencias cotidianas donde la subjetividad neoliberal se capilariza y desde ahí ayuda a esa verosimilitud?
Pero el paisaje nunca es monocromático, junto con estas expresiones descreídas todavía hay una fuerte insistencia en que la democracia puede ser más, no menos. ¿Por qué? Porque la democracia es el proyecto político en el que puede desplegarse el derecho básico a la justificación, que está en el núcleo de la discusión por los derechos humanos. Ese derecho refiere a la posibilidad (para todas, todos y todes), de exigir y dar razones sobre el orden de las cosas, es decir a que en cada comunidad se despliegue la pregunta por parte de aquelles que por mucho tiempo se sienten injustamente tratados y merecededores de algo. Ese es el sentido de la democracia que me interesa, el que posibilita y no el que disciplina.
Si algo ha demostrado la democracia es que para modificar la vida de quienes más lo merecen, la democracia es el único sistema que puede hacerlo. En todo caso, con nuestras palabras y acciones políticas podemos ensanchar la democracia por arriba, por abajo y por los costados.
Avances y retrocesos
Para pensar en los avances y retrocesos de derechos habría que considerar al menos tres dinámicas: la distribución, el reconocimiento y la exigibilidad. Si la primera se asoció históricamente a la lucha de clases y la segunda a la luchas por la identidad, es claro que en sociedades con amplias desigualdades persistentes, distribución y reconocimiento son parte de las luchas sociales actuales. Y la exigibilidad es un componente clave del universo de los derechos, porque su institucionalización no es traducible en todo momento como cumplimiento efectivo. Evidentemente, ha habido momentos de mayor cumplimiento y otros de fuerte demanda de exigibilidad.
Una mirada de conjunto podría partir de una constatación básica. Claramente en 40 años de democracia hemos avanzado en las tres dinámicas, pero también hemos visto que se puede retroceder en todas. Quizás un problema común ahora es más la exigibilidad de derechos que el reconocimiento.
Hay avances significativos en las demandas de memoria, verdad y justicia, por eso se las ataca, porque se han convertido en un piso común y lo que más enoja es cómo ese avance es obvio que fue posible porque el Estado las convirtió en política pública.
En 40 años se ha legislado por la ampliación de derechos de manera significativa: ley de divorcio, ley de identidad de género, ley de inserción laboral trans, ley de IVE, la AUH, etc.
¿Cuáles serían los desafíos de esta democracia?
El principal desafío es igualar, una democracia regresiva es aquella que pone en primer plano la libertad pero se olvida estratégicamente de la igualdad. La igualdad es lo único que permite poner en discusión las posiciones materiales y simbólicas de jerarquía y subordinación.
El segundo desafío es que abandonemos la comodidad, lo digo como universitaria, no porque no crea que merecemos lo que tenemos como trabajadores de la educación pública, sino porque lo que arrecia es la generalización de formas de producción y legitimación académica de fuerte sesgo reproductivista y extractivista. En la medida en que en la universidad nos sigamos autopercibiendo como una comunidad igual aunque no es, nosotros también tenemos un enorme desafío para con esta democracia. Sobre todo porque me pregunto cuánto de esto que discutimos, publicamos, enseñamos, realmente tiene alguna incidencia más allá del aula o la acreditación. Por momentos no nos convencemos ni entre nosotros, entonces cada día me pregunto más por el efecto de lo que la universidad produce.
Por Carol Solís
Docente de la Escuela de Historia de la FFyH e investigadora del CIFFyH