Ricardo René Haidar fue fusilado junto a otrxs 18 compañerxs en la Base Almirante Zar, de Trelew, a las 3.30 del 22 de agosto de 1972. Los fusiles de la Armada eran la respuesta criminal y desesperada de la dictadura de Lanusse para vengar la cinematográfica fuga de presos políticos ocurrida solo una semana antes en la cárcel de Rawson, el lugar elegido por los dictadores argentinos para desterrar a la militancia revolucionaria de sus lugares de acción y desarticularla del pueblo que peleaba por el socialismo.
Marxista para unos, nacional para quienes se identificaban o se sentían parte del movimiento peronista. Ricardo René estaba entre estos, había ingresado a Montoneros en 1970 como parte de una generación de altísimo compromiso, organización y conciencia política, dispuesta a dar vuelta la tortilla, a cambiar las reglas del juego y terminar de una vez y para siempre con el capitalismo oligárquico que había truncado el desarrollo nacional y la distribución de la riqueza en un país que tenía mucho para repartir. Hombres y mujeres dispuestxs a jugarse la vida para barrer de la escena a ese partido militar integrado también por el empresariado concentrado que había masacrado obreros y pueblos originarios a principios del siglo XX, bombardeado al pueblo en la Plaza de Mayo en junio del 55, y decretado la proscripción del líder político más influyente del siglo XX, quien desde su exilio madrileño alentaba la lucha armada para erosionar a la dictadura y volver al poder.
Ricardo René fue parte del grupo que por desencuentros operativos no pudo llegar ni subir al avión que trasladó desde Trelew hasta Santiago de Chile a las cabezas del ERP, Montoneros y FAR: Roby Santucho, Domingo Menna, Enrique Gorriarán Merlo, Fernando Vaca Narvaja, Marcos Osatinsky y Roberto Quieto. El “Turco”, como le decían sus compañerxs, fue uno de lxs 19 que a la vista de jueces, periodistas y autoridades militares negoció la entrega pacífica del aeropuerto a cambio de volver a la prisión donde los esperaban otro centenar de compañerxs revolucionarixs que tampoco pudieron escaparse de Rawson. Pero al igual que el Teniente Coronel Varela en Santa Cruz en 1921 frente a líderes obreros cuyas vidas prometió respetar a cambio de que levantaran la huelga contra estancieros explotadores -en su mayoría extranjeros-, las palabras del Capitán Sosa fueron un engaño más: lxs guerrillerxs fueron trasladados a la base de la Marina y acribilladxs a balazos en la madrugada del 22. El “Turco” se salvó, de milagro, como Alberto Miguel Camps y María Antonia Berger, quienes quedaron gravemente heridxs en las celdas de ese desolado predio militar. Como Livraga, el “fusilado que habla” de la magistral Operación Masacre que Rodolfo Walsh escribió sobre los fusilamientos ilegales de José León Suárez en 1956, fueron los testimonios de Haidar, Berger y Camps los que permitieron que esta historia pudiera ser revelada en el libro La Patria Fusilada, de Paco Urondo, la pieza testimonial que desarmó la mentira oficial sobre los hechos que en agosto de 1972 pusieron punto final a las fantasías políticas de Lanusse y aceleraron con poderosa intensidad la dinámica de la lucha revolucionaria en Argentina. Revolución a la que Haidar, Camps y Berger retomaron con pasión ni bien Cámpora firmó el decreto que liberó a los presos políticos de todo el país el 25 de mayo de 1973. Y si bien la primavera camporista duró un suspiro, después de Trelew, con la campaña “Luche y Vuelve” en sus espaldas, Montoneros tuvo un crecimiento exponencial en esos años, a pesar de Ezeiza, de aquel fatídico 1 de mayo del 74 cuando el General los trató de “imberbes” y los jóvenes “maravillosos” abandonaron en masa la Plaza, y de sus cada vez más frecuentes y públicos enfrentamientos con Perón y la derecha del movimiento. A pesar de todo eso, fueron años de masivas movilizaciones de la JP y de no menos espectaculares operativos armados, que fueron disminuyendo a medida que el lopezrreguismo empezó la cacería de militantes de izquierda (marxista y peronista) y fue haciendo el trabajo sucio que al año siguiente llevarían a la perfección los mejores alumnos de la Escuela Francesa desde meses antes del 24 de marzo de 1976, cuando la vida del Turco y sus compañerxs cambió para siempre.
Con exilios intercalados entre México, Brasil y Europa, Ricardo René siguió combatiendo a la dictadura genocida desde el exterior y todas las veces que ingresó clandestinamente al país en diferentes acciones armadas. Contra las advertencias de familiares e incluso de jefes guerrilleros, cruzó a la Argentina desde Brasil para seguir actuando, confiado en que la dictadura se caería a pedazos después de Malvinas. Pero la fragilidad operativa de Montoneros era alarmante, por lo que el entonces jefe de inteligencia fue secuestrado el 18 de diciembre de 1982 y llevado a la ESMA. Como una maldición del destino, diez años después la Marina se cobraba la factura con un “héroe de Trelew”, aunque para esa fecha las patotas de Massera y compañía no solo fusilaban prisioneros indefensos, la destrucción humana alcanzaba ribetes científicos. Según testimonios de sobrevivientes, ni los infiernos de ese campo de concentración pudieron derrotar ideológicamente al Turco Haidar, como no pudieron con la inmensa mayoría de prisioneros. El hijo de doña Mercedes Camissi de Haidar asumía con dignidad militante el posible destino de un soldado de la revolución. “Son las leyes de la guerra”, respondió todo moreteado a una compañera que años después confirmaría su paso por uno de los templos del horror argentino y mundial, y que las políticas de Memoria, Verdad y Justicia habilitarían para condenar a los responsables de sus tormentos en la causa ESMA II.
Aunque los expertos del terror intentaron borrar todo rastro de Ricardo Rene “El Turco” Haidar desapareciendo su cuerpo entre las llamas, no pudieron quemar sus historias y mucho menos las memorias de él y de tantos compañerxs que tenemos la posibilidad de recuperar y multiplicar para hacer nuestras propias revoluciones.
Por Camilo Ratti
Área de Comunicación – FFyH – UNC
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