Especial FFyH y Movimiento Campesino de Córdoba | Ubicadas en el campo desde 2009 a partir de la demanda del Movimiento Campesino para acceder a educación de nivel medio, funcionan con modalidad semipresencial para permitir el trabajo y la producción familiar. Enfocadas en la agroecología y la relación armoniosa con la Madre Tierra, atraviesan la pandemia con grandes dificultades por la falta de conectividad en las zonas rurales, donde solo hay internet en los edificios escolares. En esta nota, Cecilia Suau y Carlos Julio Sánchez, del MCC, y Carolina Vélez, integrante del Programa de Investigación de Educación de Jóvenes y Adultos y Educación Rural del CIFFyH, reflexionan sobre el valioso camino recorrido y plantean los desafíos de una experiencia educativa fundamental para garantizar el derecho a la educación de campesinxs, jóvenes y adultos.
Las Escuelas Campesinas forman parte del amplio programa de lucha política que el Movimiento Campesino de Córdoba (MCC) lleva adelante en distintos parajes rurales ubicados entre el noreste y el noroeste provincial. Siendo la educación uno de los derechos básicos que se intenta garantizar, la presencia de las escuelas en el campo contribuye a transformar la realidad socio territorial de la región, permitiendo el acceso a condiciones más dignas de vida.
Estas escuelas, que son la única oferta educativa pública de nivel medio en un radio de 50 kilómetros, comienzan a funcionar en el año 2009 a partir de la demanda por escuelas secundarias en el campo que el MCC hace al Ministerio de Educación de la provincia. En ellas tienen lugar programas de terminalidad secundaria para adultos y jóvenes de 14 a 17 años. Como los y las estudiantes trabajan en sus predios familiares, la modalidad escolar es semipresencial, por lo que asisten a la escuela dos o tres días por semana. Y debido a que lo productivo es una gran preocupación, las escuelas asientan su propuesta en la agroecología entendida como ciencia, práctica y modo de vida armoniosa con la Madre Tierra.
Como son escuelas del Estado, uno de los principales desafíos fue diseñar e implementar una propuesta educativa alternativa teniendo en cuenta las reglamentaciones y disposiciones oficiales. Esto suponía adherirse a las condiciones exigidas por el Ministerio para que pudieran acreditarse los conocimientos adquiridos, pero sin que se desdibujaran los principios educativos del movimiento, que también entiende a las escuelas como espacios de formación para la lucha organizada. Las demandas educativas sostenidas por el MCC no solo apuntan a lograr la apertura de escuelas secundarias en los parajes, cerca de dónde la gente vive y trabaja, sino su incorporación a la construcción de políticas públicas orientadas a dar respuesta a las necesidades educativas de la población rural.
Como todo proceso social, lo que sucede al interior de las escuelas es complejo y dinámico. Permanentemente surgen nuevas oportunidades y nuevas dificultades. Por eso es necesario dialogar con la realidad y contar con la flexibilidad suficiente para adaptar contenidos y metodologías a las nuevas situaciones que se presenten.
Entre los múltiples desafíos que atraviesan las escuelas campesinas algunos se vinculan con lo político-organizativo: cómo articular las actividades escolares con otras acciones del MCC; otros con los proyectos de vida de los estudiantes: cómo apoyar la continuidad de trayectos educativos de educación superior o favorecer la inserción de los egresados en actividades laborales y productivas; y otros con los cambios socio-productivos: cómo la migración de jóvenes en los últimos años no ha sido hacia grandes sino a pueblos y ciudades cercanas.
Durante estos once años, distintas situaciones vividas por los y las estudiantes – embarazos, enfermedades, separaciones, construcción de sus viviendas y pérdida de trabajo, entre otras – han generado que la escolaridad se posponga. Decimos que no necesariamente se abandona, sino que se interrumpe. A veces se ausentan unos meses, otras veces pasan años sin continuar y luego se retoma el estudio. Mientras tanto, las escuelas permanecen abiertas y siempre dispuestas a contener este movimiento intermitente que hace posible que se puedan continuar y completar las trayectorias escolares.
Si bien los programas permiten estas dinámicas y estimulan que los y las estudiantes organicen su tiempo y ritmo de estudio, la autonomía necesaria para poder sostener eso es difícil de conseguir, ya que en muchos casos se cuentan con experiencias educativas previas muy frágiles. Por eso, la autonomía no puede pensarse como requisito previo con el que cuentan los alumnos, ni puede pensarse al margen de la intervención del docente. Creemos que desarrollar autonomía para conducir el aprendizaje es una herramienta para la vida adulta, que a su vez permite que el trayecto escolar no se prolongue demasiado, lo que puede desmotivar a los estudiantes. Es por eso que lxs docentes necesitan formarse para acompañar ese proceso de construcción en el cual la autoestima está fuertemente vinculada a la autogestión.
En esta línea, un gran acierto de las escuelas ha sido proponer el aprendizaje a partir de núcleos conceptuales, es decir, organizar los contenidos en torno a ejes temáticos como identidad y territorio; comunidad, participación y derechos; modelos productivos, reforma agraria, soberanía alimentaria, producción campesina y agroecología; bienes naturales y energías; trabajo y educación y proyecto de vida. Estos contenidos se abordan al tiempo que se desarrollan las capacidades prioritarias educativas que propone el Ministerio de Educación de Córdoba: comprensión y producción oral, lectura y escritura; abordaje y resolución de situaciones problemáticas; pensamiento crítico y creativo; trabajo en colaboración para aprender a relacionarse e interactuar.
Si bien la cantidad de egresados y egresadas es un indicador de los buenos resultados del Programa, no es el único y nos animamos a decir que tampoco es el más importante. Nos parece que habría que valorar también otros aspectos que van dando identidad a los procesos de la escuela:
La presencia de los saberes previos como punto de partida para avanzar desde lo que ya se sabe hacia nuevos conocimientos.
Los conocimientos adquiridos en la escuela que se utilizan en las actividades productivas. Esto permite articular conocimientos técnicos con conocimientos prácticos y alternar el espacio áulico con espacios de trabajo, como pueden ser el corral o la chacra.
La posibilidad de acompañar la escolaridad de hijos e hijas
Los nuevos intereses que el paso por la escuela despierta: nuevas lecturas, la curiosidad por conocer sobre distintos temas; y el deseo de continuar formándose sobre lo que genera interés.
Nuevas formas de participar en los espacios colectivos que se proponen dentro y fuera de la escuela. Los nuevos roles que se asumen en la comunidad y en las instituciones de las que se forma parte como cooperativas, cooperadoras y comisiones de trabajo.
Como es de esperar, la situación de pandemia instalada desde el año pasado ha tenido un gran impacto en los procesos escolares de las Escuelas. Una de las mayores dificultades ha sido que la conectividad en la zona rural es casi nula, salvo en los edificios escolares. Si bien casi todas las familias del campo cuentan con celulares, se detectan muchas dificultades para descargar, ver y utilizar los materiales que se envían. Por lo que se hace necesario contar con un mejor acceso a internet y dispositivos digitales que permitan trabajar mejor, como tablets, ya que las pantallas de los celulares son demasiado pequeñas para leer.
Para los jóvenes y adultos que dejaron sus estudios, poder continuar estudiando se relaciona con poder concluir “algo” que había quedado pendiente, “un sueño postergado”, “un gusto”, “un tiempo para mí”. Por eso mismo, en este contexto particular, el avance escolar se ve condicionado por las nuevas necesidades que emergen en tiempo de pandemia. La prioridad ha sido adaptarse a una situación sorpresiva y de gran incertidumbre, en la que era necesario garantizar la educación de hijos e hijas, hermanos y hermanas, niños, niñas o adolescentes. Y ahí están concentrando lo mejor de sus energías. Así lo expresa una de las estudiantes, de 39 años: “Acá a full con tareas de mis hijos, esta nueva forma me lleva mucha atención para con ellos… pero voy a ir viendo lo mío apenas pueda, porque se me hace imposible por ahora. Pero voy a hacerme un tiempo para mí”.
Estamos ante un escenario que nos interpela y nos presenta la posibilidad de ser estudiantes y docentes de otras formas, que nos hace ensayar también otros modos de ser escuela. En ese marco, hemos descubierto que la continuidad del equipo docente, el registro y el seguimiento de los y las estudiantes, facilitan el trabajo escolar.
Al comenzar la presencialidad en 2021 fue una hermosa sorpresa encontrarnos con una gran cantidad de nuevxs estudiantes y el retorno de varixs que no habían avanzado nada en los últimos años. La pandemia, parece, motivó a seguir. Sigue siendo difícil lograr la autonomía, pero este año tenemos, tanto estudiantes como docentes, un poco menos de desconcierto para intentar encontrar una forma de aprender bajo estas nuevas circunstancias.
Compartiendo con toda la humanidad esta enorme tragedia de la pandemia, sentimos que también compartimos el desafío de hacer cambios a un sistema, el educativo, que tanta influencia tiene en la vida de las sociedades y las culturas. Como Movimiento que convoca y organiza a un sector que está recuperando protagonismo en estos tiempos en los que los alimentos y la relación con la Madre Tierra vuelven al centro de la escena, nos sentimos interpelados a profundizar los caminos iniciados, a aprender permanentemente y a ofrecer estos aportes para los cambios necesarios al sistema educativo. Y al mismo tiempo, continuar exigiendo el cumplimiento efectivo del derecho a la educación de campesinas y campesinos, jóvenes y adultxs.
Por Cecilia Suau y Carlos Julio Sanchez del MCC y Carolina Velez, integrante del Programa de Investigación de Educación de Jóvenes y Adultos y Educación Rural del CIFFyH.
Ilustraciones: Carlos Julio Sánchez