
Mariana Tello es autora de “Fantasmas de la dictadura. Una etnografía sobre apariciones, espectros y almas en pena”, su nuevo libro que se presentó el jueves 3 de abril en el Museo de Antropologías de la FFyH, acompañada por Eduardo Rinesi, Bernarda Marconetto y Eugenia Almeida.
“Este es un libro de fantasmas. De un tipo de fantasmas particulares. De fantasmas engendrados por el terrorismo de Estado en su inmensa producción de malas muertes, de sufrimiento, de cuerpos insepultos, de terrores. Es, también, un libro que atiende a quienes experiencian y relatan las historias de esas almas en pena, de esos muertos que lejos de permanecer en el descanso que les desea quien es creyente, o de la total inexistencia a la que los confina quien no cree en nada, insisten en volver”, escribe Mariana Tello en la introducción de su último libro “Fantasmas de la dictadura. Una etnografía sobre apariciones, espectros y almas en pena”, que se presentará el jueves 3 de abril, a las 18:30, en el Museo de Antropologías de la FFyH. En el evento, la autora estará acompañada por Eduardo Rinesi, Bernarda Marconetto y Eugenia Almeida.
Lejos de la ficción que suponen la mayoría de los libros sobre entes, sombras, luces que prenden y apagan solas, este es un trabajo excepcional que muestra la crueldad de la última dictadura cívico militar y sus métodos que dejaron 30.0000 desaparecidos que vuelven a aparecer permanentemente, porque como dice Mariana en otro fragmento, “en un país donde los muertos no pueden descansar, los vivos tampoco”.
Todo comenzó entre 2001 y 2002, cuando la antropóloga participó como asistente de investigación en un proyecto sobre las memorias de la represión en Jujuy dirigido por Ludmila Da Silva Catela. “Soy de allí y fue muy crucial para mí. El hecho de volver a ese lugar y mirarlo con otros ojos, de intentar mirarlo con ojos de investigadora en ese momento”, cuenta Mariana. “En ese trabajo de campo en la localidad de Guerrero, a 15 kilómetros de la capital jujeña, ya escuché y anoté, en mi cuaderno relatos sobre fantasmas. Particularmente sobre gritos que venían de unas hosterías donde había funcionado el centro clandestino. De ahí en más, siempre en todos los trabajos que hice aparecían relatos sobre fantasmas en algún momento y eso se intensificó bastante cuando empecé a trabajar en el Espacio para la Memoria La Perla”.
Mariana es Licenciada en Psicología y Doctora en Antropología de Orientación Pública por la Universidad Autónoma de Madrid. Actualmente se desempeña como docente en el Departamento de Antropología de la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC) e investigadora del Conicet, donde se dedica a trabajar la antropología de la violencia, los conflictos sociopolíticos y los derechos humanos, abordando temas como las memorias de la militancia y la “lucha armada” en los 70 en Argentina. Además de su militancia en organismos de Derechos Humanos (Mariana es integrante de H.I.J.O.S. desde sus comienzos), ella tiene un amplio recorrido por instituciones y espacios que trabajan sobre los crímenes de la dictadura. En 2003 colaboró en con el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en el relevamiento de información en el marco de las exhumaciones de fosas comunes en el Cementerio San Vicente de la ciudad de Córdoba); entre 2008 y 2017 trabajó en el área de investigación del Espacio para la Memoria La Perla y, entre 2019 y 2021, se desempeñó como presidenta del Archivo Nacional de la Memoria, que se encuentra en el predio de la ex ESMA.
“En el Espacio para la Memoria La Perla estuve cotidianamente durante 9 años y constantemente visitantes, guardias y hasta nosotros que trabajamos ahí comentamos situaciones de ese tipo. A veces era “vi algo”, “le saqué una foto a un cartel y aparece una figura humana”. No tanto de fantasmas, pero sí hay una suerte de trato con los muertos del lugar, ¿no? Hay una necesidad de generar ciertos rituales para para poder estar en paz con ellos, porque es un lugar que produce muchísimo sobrecogimiento. En general los centros clandestinos de detención son lugares que producen eso. Tampoco es constante, pero hay momentos como el atardecer o la noche cuando vas a cerrar y ya está un poco oscuro. A veces no lo confiesa, pero sí, todos lo hemos sentido alguna vez”, relata Mariana.
- ¿El libro surge entonces de tu experiencia en el Espacio La Perla?
Mientras estaba trabajando ahí en 2015, o un poco antes, apareció por el Espacio Estela Schindel, una socióloga que estaba trabajando un documental con un grupo de cineastas y me preguntó si alguien había escuchado historias de fantasmas en La Perla, y la mandaron a que hable conmigo. Estela estaba en un en un equipo de investigación en Alemania con una filóloga que se llama Kristen Mhalke, y estaban investigando la figura del fantasma y el fantástico en relación a la dictadura en Argentina, pero desde la literatura.
Ella estaba haciendo un recorrido por muchos sitios de memoria sobre qué historias se contaban, nos pusimos a conversar y me dijo: «vos tenés que escribir sobre esto”. Esta presencia de espectros en los lugares es parte del fenómeno represivo, pero ¿cómo escribo sobre esto? Ahí está la dificultad, cuando desde la antropología la operación epistemológica se basa siempre en lo tangible y en lo comprobable, entonces, ahí tenía un desafío para escribir sobre esto.

Lo primero que escribí fue un paper, alentada por Estela y con muchísimo trabajo, que fue publicado en 2016. Lo importante de ese primer escrito fue que yo tenía cierto temor de que fuera muy criticado académicamente o que también la gente con la que yo había hablado lo sintiera, de alguna manera, como una profanación. Pero no pasó nada de eso. Por un lado, me escribieron un montón de colegas. Sucede que los fantasmas aparecen en todas las investigaciones sobre represión solamente que no son parte de la agenda oficial de investigación, incluso puede vulnerar nuestra legitimidad como científicos. Y por otro lado, otra gente, sobre todo familiares de desaparecidos, empezaron también a mandarme mensajes y a contarme las cosas que había que les habían pasado. A veces hablamos un poco livianamente de terrorismo de estado sin detenernos a pensar cuáles son las formas concretas que adquiere el terror en esa situación.
- Más allá de que sea tu especialidad, ¿por qué elegiste escribirlo desde la etnografía?
Primero porque soy antropóloga y lo que escribo es etnografía. De hecho, a veces intenté pasarlo como una clave de ficción a ver cómo funcionaba el mismo relato y me parece que no tenía la potencia que tenía cuando lo escribía en clave etnográfica. Pero además esto fue otra apuesta. La gente no lo vive como algo ficcional, es una experiencia muy fuerte. De repente, escuchar una voz que te llama desde otro punto del edificio o soñar con tu pariente muerto o desaparecido que te ordena hacer cosas y que tenés toda la sensación de que eso no es un sueño, sino que tiene toda otra textura, todo otro resplandor de realidad, le llama Vinciane Despret. Entonces, me parecía que si lo pasaba a la ficción era porque yo me desentendía de esta cuestión epistemológica, no estaba siendo fiel a lo que realmente pasa en los lugares relacionados con la represión o lo que le pasa a las víctimas. Por eso el libro tiene una parte grande en torno a esta cuestión más epistemológica y al pacto de lectura que propongo, que lo digo muy explícitamente, no es ficcional. No quiero que se suspenda el juicio entre lo que existe y lo que no, sino que quiero ser fiel a cómo las personas viven esa situación y sus vacilaciones, sus balbuceos y sus posteriores búsquedas de explicación, entre comillas, más racional a eso que acaban de vivir.
Además, por el tipo de libro creo que el público no quiere recibir algo lleno de cosas crípticas que dialogan solamente con el campo disciplinar, y quiere tener una lectura amable. Eso se puede lograr y es la apuesta. Entonces, no hay una renuncia al lenguaje académico, pero sí está puesto de una manera que uno pueda leer de corrido, la parte más de la etnografía y la discusión teórica en las notas al pie.
- Algo que llama la atención es que usas varias tesis de Licenciatura como fuentes, ¿te parece que esto habla un poco de la calidad de los trabajos de grado y la formación que reciben en nuestra Facultad?
En la Facultad de Filosofía y Humanidades dirijo un equipo de investigación que se llama “Perspectivas etnográficas sobre la violencia política y la represión en el pasado de reciente. Cuerpos, identidades y territorios”, que está compuesto más o menos por 15 personas que han hecho sus tesis de licenciatura, de doctorado y de maestría en relación a la temática y con quienes tenemos intensísimos diálogos, muy productivos, muy fructíferos, en los cuales a veces aparecen los fantasmas de manera colateral, como es el caso del trabajo final de Licenciatura de Emilia Torres sobre un operativo conocido como “El castillo” o el de Daniela Domínguez sobre el pueblo de Santa Lucía en Tucumán. Otras veces los fantasmas aparecen de manera central, como en el trabajo de Mariana Garcés. Otras veces lo que aparece centralmente son algunos conceptos, como la tesis de doctorado de Lucía Ríos en relación a la visibilidad o invisibilidad del exterminio. Todas esas tesis de grado y de posgrado están gestadas en ese grupo con un enorme compromiso y seriedad en el trabajo y son muy buenas. Están citadas ahí, más allá que algunas cosas no hayan sido publicadas, porque son sustanciales. Con esto quiero decir que son trabajos excelentes, y las y los estudiantes en nuestra Facultad, en la carrera de Antropología y en los grupos de investigación que tenemos generan unas producciones de una calidad altísima.
Volver donde están los fantasmas
Mariana nació en San Salvador de Jujuy en 1975 y vivió el terror de estado en primera persona. Su madre fue asesinada en la ciudad de Tucumán el 12 de julio de 1976. El expediente del juicio que se desarrolló en 2011 contra los represores dice que Margarita Susana Azize Weiss dejó a su niña de 9 meses en la vereda y mientras tenía lugar un forcejeo entre esta y un policía, fue acribillada por otro desde la vereda del frente. Azize fue enterrada como N.N. en un cementerio tucumano. Mariana fue apropiada por un policía. Al tiempo, sus familiares pudieron recuperar el cuerpo de la mujer y a la niña, que fue a vivir con su padre a Jujuy. Hoy los restos de Azize descansan en esa ciudad.
“Entre los familiares, el hallazgo, la identificación de los restos y su posibilidad de sepultura constituyen un hecho crucial: el final de una espera. No ya de modo general, no ya ‘por decreto’, no ya de modo impersonal. Sin embargo, hay rincones de esa experiencia donde la luz nunca llega a penetrar. El hallazgo y —por consiguiente— la certeza permiten descansar de la búsqueda del muerto propio, pero no del horror de los otros miles que continúan insepultos”, escribe Mariana en otro fragmento del libro. Sin embargo, aclara que “los que tienen una mala muerte, los que han sido víctimas de una injusticia, los que no han sido debidamente sepultados, no son propensos a descansar”.
Así, el texto cuenta su propia experiencia en los lugares donde su familia sufrió la dictadura, pero a través del método etnográfico se adentra en otros espacios donde rondó la muerte buscando los fantasmas que los habitan.
“Hay muchas cosas en primera persona porque supone un desafío para la observación participante, que es la técnica de estrella de la antropología y que está basada en la visión, como el sentido del conocimiento y del saber. Entonces la pregunta siempre es ‘¿vos viste un fantasma?’ Eso sería como la prueba testifical antropológica de que lo que estoy diciendo es verdad. Y ahí hubo que hacer otra apuesta en relación a hacer causa común, le llama Avery Gordon que es una de mis principales referencias teóricas con los fantasmas. Es decir, poner las experiencias propias en juego. ¿Cuándo se te ponen los pelos de punta en algún lugar o cuándo sentís determinadas cuestiones? Es necesario también poner el cuerpo en la escritura, otros sentidos que no son necesariamente la vista. De hecho, no vi nunca nada. Pero en el libro está el sentimiento y también un poco de mi piel en relación a lugares que para mí no son tan fáciles de transitar como es Tucumán y volver a un lugar donde están mis fantasmas. Y me parecía que con este tema, sobre todo gran parte de escribir un trabajo sólido, tenía que ver no tanto con el distanciamiento que a veces se nos se nos pide en el trabajo científico o académico, sino con el compromiso también, en este caso, sensorial, no tanto político como ha sido en otras escrituras mías”, relata Mariana a Alfilo.
- Más allá de las experiencias similares en los distintos puntos del país con los fenómenos “paranormales”, desde tu visión como etnógrafa, ¿ves algunas diferencias en cómo se viven esas experiencias entre el “interior” y Buenos Aires?
Esta pregunta me encanta porque en realidad sí vi que lo que pasa en el plano de la experiencia es que en todos los puntos del país se han dado estas experiencias. Se puede ver claramente eso en el libro. Hay una cosa muy transversal. El tema es qué hace la gente con eso. Ahí entra un discurso que es fundacional en nuestro país, que es el de civilización y barbarie, que tiende a que cuando se busca una explicación eso para pasa el filtro de las cosas dignas de ser contadas. Hay una posición distinta entre la gente de, entre muchísimas comillas, del interior (porque eso es también una categoría muy relacional. El interior es todo lo que está fuera de Buenos Aires, pero el después hay otros interiores). Hay un “otro” que es colocado en el lugar de supersticioso, de la barbarie, de lo primitivo, de la gente que no se rige con los mecanismos de la razón y por lo tanto “cree en esas cosas”, y por eso las experimenta. El lugar en donde nos deja es muy distinto cuando es un niño el que habla de fantasmas que cuando es una persona con una alta jerarquía y debe ser la portadora de la razón y del discurso civilizado de la nación, es muy diferente a alguien que ocupa un lugar periférico dentro de ese discurso. Y eso fue algo muy interesante de analizar. Porque a veces, sobre todo con la gente que habla en Buenos Aires, eso no aparece tanto en otras partes del país. La explicación era esa: Pasó esto terrible y acto seguido decía: «Bueno, pero la persona que me contó esto es del interior”. Ahí vuelve una explicación sarmientina de que hace 200 años que funciona como esquema de interpretación de las diferencias culturales al interior del país, un tema muy antropológico por otro lado.

- Además en la toda historia argentina hay toda una cuestión relacionada entre la política y la muerte (la necropolítica que le llamás). ¿Pensás que la dictadura llegó a un punto culmine de esta relación con la “cuestión” de los desaparecidos o las formas que llevaba a cabo los asesinatos? Pensando en la reivindicación de la dictadura y las políticas negacionistas que hace este gobierno o como hablan algunos de sus funcionarios de “eliminar” al otro que piensa distinto, ¿crees que por ahora es algo sólo discursivo o ves que la sociedad podría soportar otra situación similar a la de los 70?
En la historia argentina hay un papel crucial, no solo de la muerte, sino de los cuerpos muertos en la política nacional. Eso es algo que también trabajo en el libro. No me gusta profetizar, pero se sabe que cuando algo aparece discursivamente hay algún paso, diría que pequeño, hacia el acto, ¿no? Cuando se empieza a hablar de eliminar “zurdos de mierda” y todo este tipo de cosas, evidentemente nos retrotraen a otro momento, que consciente o inconscientemente vive en el terror en nuestros cuerpos. A veces no es una cosa muy consciente y creo que no es una cosa solamente de los que vivimos, fuimos contemporáneos de la dictadura y de ahí que ese terror es algo que resuena constantemente. Entonces, es algo a vigilar, me parece, a no naturalizar, a no banalizar.
En relación al negacionismo, es un intento longevo que está ahí desde el momento en que escondieron esos cuerpos para que no hubiera pruebas. Partieron de una serie de formulaciones cínicas que no hacen más que pivotar sobre sobre una situación que los mismos perpetradores y sus partidarios a lo largo del tiempo han tendido a reforzar, que es que no podamos contar ni nombrar a los muertos. Entonces después dicen que no son 30 000. Ese tipo de cuestiones nunca están garantizadas, van y vuelven todo el tiempo, pero creo que a esta altura hemos tenido juicios, hemos tenido exhumaciones y hay una gran cantidad de pruebas objetivas a disposición que muestran que lo que sucedió es muy grave, el que no quiere ver es porque no quiere.
Por Pablo Giordana
Fotografía de portada: Alejandra López/Penguin Random House
Fotos Espacios de Memoria: P.G.