En el 94% de los casos, el saber popular sobre las propiedades medicinales de las plantas no nativas coincide con el conocimiento científico. Así lo determinó un trabajo del Instituto de Antropología de Córdoba – Museo de Antropologías (UNC/Conicet) que indagó los usos curativos y alimenticios de especies foráneas introducidas en comunidades de Catamarca y Córdoba. La incorporación de estas plantas a la vida cotidiana es consecuencia de la disminución de variantes nativas acarreada por el desmonte. Proponen que el saber de las poblaciones sea incluido en futuros lineamientos de conservación ambiental.
Por su relación con las invasiones biológicas, existe una percepción negativa de las plantas exóticas introducidas en ecosistemas locales. Sucede que muchas veces las variables climáticas, sociales y ambientales favorecen su capacidad para colonizar de manera agresiva y muy eficiente el nuevo ambiente. En ocasiones, eso conlleva diversos factores de riesgo.
Pero si las especies foráneas se integran a las comunidades locales sin alterar significativamente su estructura y funcionamiento, su impacto dista de ser negativo. De hecho, distintos trabajos dan cuenta de sus beneficios y usos terapéuticos. «Algunas integran huertos familiares o cultivos de importancia cultural, donde se combinan con especies nativas y terminan conformando ensambles botánicos dinámicos», explica Jessica Manzano García, investigadora del Instituto de Antropología de Córdoba (Idacor – UNC/Conicet) y del Museo de Antropología de la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC)
En la provincia de Córdoba, los vínculos que las comunidades rurales establecen con la flora exótica son consecuencia de los cambios en el paisaje provocados por el desmonte: la cantidad de plantas nativas disminuyó o su acceso se tornó más difícil, según apunta la especialista.
Para conocer el rol que las plantas introducidas desempeñan en los usos medicinales y alimenticios de poblaciones del Chaco Seco argentino, Manzano García realizó un estudio junto a David Jiménez Escobar, Gustavo Martínez y Claudia Luján.
El propósito fue revalorizar la riqueza y la complejidad de los saberes rurales, con vistas a fomentar la implementación del conocimiento local en futuros lineamientos de conservación ambiental para el área de estudio. Para la investigadora, tomar decisiones sobre conservación contemplando solo una perspectiva academicista es insuficiente, sobre todo cuando se trata de recursos que integran la subsistencia de una población.
Los datos analizados pertenecen a un estudio de mayor amplitud, denominado “Proyecto de Etnoecología y Percepción Ambiental”, radicado en el Idacor (UNC/Conicet). Ese trabajo indagó sobre la fauna y la flora de interés rural en localidades del Chaco Seco argentino. Del volumen de información obtenido en ese marco, la investigación de Manzano García y sus colegas se enfocó en los registros de plantas foráneas.
El Chaco Seco es una de las regiones más perjudicadas por el desmonte, producto especialmente de la conversión de ecosistemas naturales en terrenos para cultivos agroindustriales.
El trabajo se desarrolló en localidades de las provincias de Catamarca y Córdoba. En la primera, el área de estudio corresponde al cordón montañoso ubicado en el departamento de Ancasti. En la segunda, abarcó los departamentos de Ischilín, Minas y Tulumba.
La información se obtuvo por medio de entrevistas (semiestructuradas, abiertas, extensas y en profundidad) a habitantes de la región. También se realizaron caminatas guiadas, así como reconocimiento de especies en jardines y huertos peridomésticos, no solo para facilitar la identificación de especies, sino para motivar la participación activa de la población local.
Esa estrategia posibilitó incorporar al registro datos básicos como el nombre común, uso y manejo de diferentes plantas. A su vez, se realizaron registros etnográficos de manifestaciones observacionales, verbales y no verbales.
Una farmacopea vegetal
El estudio registró 53 especies de flora introducida (asociadas a 57 nombres comunes), que corresponden a 47 géneros y 25 familias botánicas.
Más de 40 especies tienen aplicación vinculada a la alimentación, mientras que otras 18 registran uso medicinal. De las últimas, la mitad son aprovechadas en prácticas asociadas al cuidado y bienestar de la salud humana; y el resto tiene indicaciones terapéuticas en animales (etnomedicina veterinaria).
Uno dato distintivo de la investigación fue corroborar que las propiedades curativas asignadas a partir del conocimiento local coinciden, en un 94% de los casos, con las señaladas en la literatura académica.
“Tal es el caso de los principios activos o la composición química de las plantas capaces de generar cambios o efectos benéficos en términos fisiológicos. La descripción de estos efectos por parte de la comunidad entrevistada coincide con la información teórica sobre esas plantas”, señala el informe del estudio.
Para los tratamientos medicinales, las partes más usadas de las plantas son las hojas y los frutos. En los preparados suministrados a personas, la infusión es el método predominante para extraer los agentes curativos. «Observamos que las mayores frecuencias de aplicaciones y tratamientos se relacionan con trastornos digestivos y respiratorios», comenta Manzano García.
Entre las especies introducidas más empleadas en la medicina humana se ubica la ruda, que generalmente se frota junto al alcanfor para tratar la artralgia y la artritis. Este uso coincide con la literatura académica, que asocia esa planta con efectos antirreumáticos, antiespasmódicos y antiinflamatorios.
El aloe vera es otra exótica que se halla entre las más populares. Se recomienda para trastornos digestivos y afecciones en la piel. En el campo científico se le conocen beneficios digestivos, cicatrizantes (heridas, úlceras, quemaduras) y como protector cutáneo de amplio espectro.
En medicina veterinaria, en tanto, la tuna –también conocida como penca– se provee para trastornos digestivos y sus efectos curativos se describen –en términos teórico-científicos– como neutracéutico y digestivo.
El estudio, por otra parte, señala que la incorporación de plantas a un sistema socio-ecológico es un proceso dinámico, basado en la necesidad de llenar vacíos en el sistema o enriquecerlo en alternativas.
“Es común que las especies exóticas presenten un rango amplio de versatilidad. En nuestro estudio, el 35% de las plantas introducidas con propiedades medicinales poseen más de una aplicación terapéutica», señala Manzano García.
Finalmente, se encontraron 40 especies vinculadas a prácticas alimenticias. Las más comunes dentro de las unidades domésticas son las herbáceas que se emplean como condimento (ajo, orégano, albahaca) y los árboles frutales (mandarino, naranjo, olivo).
Saberes populares y dependencia de la naturaleza
El uso de plantas introducidas es una de las tantas formas en que las comunidades rurales se vinculan con la naturaleza, entretejiendo saberes y prácticas transmitidas generalmente a través de la historia oral de cada grupo cultural.
La investigación de Manzano García muestra que las diversas formas en que las poblaciones se vinculan con el paisaje es producto de saberes, vivencias y adaptaciones a las variaciones ambientales. El aprovechamiento de recursos naturales es amplio y depende de las condiciones del entorno de quienes habitan el espacio rural.
«No solo aprovechan los bienes y servicios naturales, sino que a su vez manejan el paisaje de manera que se mantienen y favorecen características ambientales como la heterogeneidad espacial y la biodiversidad, generados a través de los usos múltiples», destaca Manzano García.
Las prácticas culturales que caracterizan a la población rural comprenden una dependencia directa de los recursos naturales, por lo que el aprovechamiento de la flora es independiente a su origen botánico, prevaleciendo las actividades de subsistencia.
“En este caso en particular, debido al origen exótico de las especies, más allá de pensar en el manejo de la diversidad de estas desde un absolutismo académico, se hace necesario considerar en las políticas ambientales, acciones que involucren a todos los actores sociales. Esto con la finalidad de optimizar el hábitat natural y, a su vez, empoderar a las comunidades como parte de procesos de co-manejo sustentables, resolución de conflictos y conservación ambiental, desde una perspectiva biocultural”, concluye Manzano García.
Texto: Eliana Piemonte – Área de Comunicación – Museo de Antropologías
Fotos: Eliana Piemonte (portada) – Jessica Manzano García (campo)
Nota publicada de manera conjunta con el Museo de Antropologías de la FFyH