Por una fraternidad continental

18La ciudad universitaria es una agregación continua de construcciones de distintas épocas en las cuales han sido dichas miles de palabras que transmiten en este caso el conocimiento y la voluntad de cambiar el mundo; viejos edificios con una larga memoria y nuevas casas de estudio forman de algún modo un palimpsesto, un conjunto de capas superpuestas de significados culturales que conserva las huellas y las voluntades de las generaciones que poblaron sus aulas.

El internacionalismo es el espíritu bajo el que en los años 50 fue construida y por ello sus pabellones llevan nombres como México, España, Chile, Perú, Francia… Y si bien la manera de nombrar los lugares en los que albergamos nuestras rutinas de trabajo y de estudio establecen siempre una marca política que varía entre las distintas épocas y de generación en generación, en nuestro caso ese espíritu internacionalista persiste y adopta ahora una dirección latinoamericanista.

¿Y esto por qué? Porque tal vez por primera vez en su historia muchas naciones latinoamericanas han encontrado el camino de la integración, y ofrecen de ese modo a la humanidad una gran contribución cultural, social, económica y política. La integración latinoamericana no quiere ser una clausura ni una identidad cerrada sino un diálogo con la humanidad; procura un lugar en la conversación de las humanidades para preservar habitable el mundo y para obtener el buen vivir de todos los seres humanos que moran en él. Esto es para mí pensar a Latinoamérica no como una sociedad de consumo, sino como una sociedad de la abundancia en la que todas las personas puedan obtener los bienes materiales y culturales necesarios para llevar una vida plena, en la que no falte nada, en la que no sobre nada, y en la que no sobre nadie. Adoptar la vieja consigna libertaria: “el que está aquí, es de aquí” y definir la pertenencia no tanto por el territorio en el que tuvo lugar el azar del nacimiento, como por el trabajo, por los afectos, por la militancia política, por el derecho humano a elegir el lugar donde vivir simplemente por considerar que allí va a ser más feliz. Peruanos, chilenos, bolivianos, paraguayos que con su trabajo y su aporte cultural hacen día a día de este país un país mejor son tan imprescindibles como quienes lo hacen habiendo nacido aquí.

La revolución en la colonia caribeña Saint-Dominique (luego llamada República de Haití) fue no solamente la primera revolución independentista de América Latina sino también la más radical. La revolución haitiana (no una revuelta o rebelión sino una revolución en sentido pleno) es la única revolución triunfante hecha por esclavos en la historia de la humanidad. Esa revolución (que se extendió entre 1791 y 1804) contra el sistema esclavista, tan importante para Latinoamérica y para el mundo, fue sometida a un nada inocente olvido durante decenios y siglos (algunos estudiosos hablan de “la revolución olvidada”). Creo que la revolución haitiana debe ser hoy invocada y recordada como el inicio y el emblema de un camino que Latinoamérica ha decidido continuar desde hace algunos años.

Haití y Venezuela enuncian los dos extremos de un arco de tiempo demasiado largo en el que nuestros países han vivido bajo el signo del colonialismo y el saqueo. En el inicio de una Latinoamérica libre está Haití, la potencia simbólica que ese nombre encierra en cuanto fue la primera y más radical de las revoluciones independentistas que se sucederían desde 1810. En el otro extremo de ese tiempo, es decir en este tiempo, Venezuela y el Presidente Chávez -cuyo nombre lleva este auditorio desde hoy- son de alguna manera el símbolo de la unidad continental que muchos presidentes están sosteniendo quizás por primera vez de manera efectiva; en Venezuela se juega hoy gran parte del destino Latinoamericano.

Pero además lo que sucede en Venezuela no sólo nos hace sentir a los argentinos un poco más latinoamericanos; nos hace sentir también a los latinoamericanos un poco más venezolanos y haitianos y bolivianos y paraguayos… Por ello, la solidaridad continental es nuestra vía política. Lo que le suceda a nuestros hermanos haitianos y venezolanos y peruanos o ecuatorianos nos sucede a todos. No habrá emancipación política y económica en un solo país. No habrá democracia duradera en un solo país. Sólo vamos a poder transitar con éxito un camino hacia la igualdad si lo hacemos todos juntos.

Esta designación con el nombre de Haití y Venezuela a dos edificios de nuestra Universidad no es solo un reconocimiento a la historia y el presente de dos países hermanos sino también la expresión de un deseo nuestro, y de cada vez más argentinos que nos sentimos también venezolanos y haitianos y chilenos y brasileños. Por encima de las ciudadanías formales, sobre ese deseo de ser haitianos y venezolanos y colombianos y mexicanos puede abrirse paso la construcción de una fraternidad continental, que tiene en la revolución haitiana y en la revolución bolivariana dos de sus más importantes acontecimientos –que muchos argentinos hoy queremos hacer propios.

Por Diego Tatián (*)

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(*)Texto leído el 21 de agosto de 2013, por el decano Diego Tatián, durante la ceremonia en donde la Facultad de Filosofía y Humanidades designó «República Bolivariana de Venezuela» a la Casa Roja y nombró a su auditorio «Presidente Hugo Chávez». En idéntico sentido, la Facultad de Artes renombró al pabellón Francia Anexo como «República de Haití».

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