Daniela Spósito
Texto completo: SPÓSITO_Reseñas
Juan Filloy, papeles sueltos, compilado por una de las principales referentes en la investigación de su obra, Candelaria de Olmos, y por Juan Manuel Conforte, reúne escritos del único reformista que había sido editado aún por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Se trata de una coedición junto a la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC), que forma parte de la colección Cultura de la Reforma de la UNC y, también, de la colección Juan Filloy de UniRío de la UNRC, editorial que está publicando parte de la obra de este “raro”, como lo ha ordenado en sus catálogos la Biblioteca Nacional.
Pueden trazarse tres vías contingentes de acercamiento a estos papeles sueltos que navegan por la vida universitaria y cultural de Córdoba y de Río Cuarto del siglo pasado: la que vincula al escritor de manera directa, aunque periférica, con la Reforma del 18; la que lo conecta con la vida universitaria en general y la que hace públicas sus relaciones con otras formas del arte, en particular, la pintura.
No es casual que estos papeles se hayan presentado por primera vez en forma de libro en la Biblioteca Popular Vélez Sarsfield de barrio General Paz. La casona de Lima al 900 constituyó un sitio determinante para la trayectoria futura de aquel niño proveniente de un hogar sin mayores estímulos intelectuales. Filloy pasó su niñez en ese barrio. Al lado de su casa, su padre, un inmigrante de Pontevedra que era analfabeto, tenía un almacén de ramos generales, tienda, ropería y despacho de bebidas. El escritor contaba que jamás le había visto un libro entre sus manos. Y que la biblioteca barrial había conjurado dicha falta: funcionó como espacio iniciático del pequeño, quien pasaba horas al cobijo de inmensos anaqueles de madera revisando diarios y revistas, leyendo con avidez sus primeros libros. Fue bibliotecario ad honorem, luego socio honorario, secretario y creador de la biblioteca infantil. Esos salones albergan hoy no solo sus relatos sino también atesoran algunos de sus dibujos, que dan cuenta de la extensión inclasificable de su pasión artística.
Años más tarde, otros espacios públicos como las aulas de la escuela normal Alejandro Carbó, del Colegio Nacional de Monserrat, la Biblioteca Mayor y la Facultad de Derecho de la UNC, constituirán nuevos ámbitos políticos y literarios que influenciarán de manera determinante al estudiante de Derecho que, una vez recibido, desarrollará en Río Cuarto su profesión de asesor letrado y juez, y su carrera literaria.
¿Qué clase de (des)orden es el que guía la conformación de este conjunto de piezas sueltas y su puesta en circulación? La particular conjunción que yuxtapone esta reunión impugna todo encasillamiento e invita a la invención de una región en la cual se imbrican estéticas diversas en un estilo singular. Inscripto en el género misceláneo tan caro al ubicuo y prolífico escritor, Filloy, Papeles sueltos compone materias dispersas hilvanadas en el cuidado atento de los compiladores que dan lugar a una mixtura extraña en la cual conviven fragmentos heterotópicos del humanista cuyo lema obstinado y perseverante fue “ni un día sin una línea” y entre los que se destacan algunos inéditos.
En esta taxonomía, los compiladores dieron lugar a textos publicados en la revista de la UNC y al discurso que pronunció Filloy a finales de los ochenta cuando recibió el título Honoris Causa por parte de la UNRC, un formidable ensayo sobre el paso del tiempo sobre el propio cuerpo, su cuerpo. Dijo en dicha oportunidad:
Avizorando ya los noventa y seis años de edad, noto el ámbito espiritual que habito cenitalmente iluminado. Estoy seguro en él. Gozo sus aires y su aura impolutos. Pero algo comienza a mermar… Ya no me imagino invulnerable al tiempo. He vivido siembre dentro y fuera de mí, con despejo y aplomo. Sin demasías. Encuadrada la circunspección en claro entendimiento. Pero algo comienza a mermar… Ya no me imagino invulnerable al tiempo (De Olmos y Conforte, 2017: 148).
También se dan a conocer sus escritos sobre música y sobre plástica y fotografías estereoscópicas inéditas del primer viaje por Europa de un Filloy quizá fotógrafo. Una preciosa rareza de este libro es la reproducción de sus dibujos, algunos realizados para la Biblioteca y otros para el club Talleres, del cual fue uno de los socios fundadores.
A un siglo de la Reforma Universitaria del 18, cobra especial relevancia la difusión de una entrevista que recoge sus memorias del acontecimiento en el cual participó cuando estudiante y su testimonio crítico décadas después. En dicha nota, realizada a ochenta años del movimiento reformista y publicada en la revista Voces de la UNRC, Filloy se asume como el único testigo directo vivo de la Reforma. Allí hace referencia al ambiente apasionado de una Córdoba universitaria que quiso hacer, para decirlo en sus palabras, una “Revolución Estudiantil Revolucionaria” (42).
No solo testigo, Filloy enfatiza:
Yo fui partícipe directo y estuve en los actos insurreccionales que se operaron cuando las manifestaciones estudiantiles invadieron la Casa de Trejo y Sanabria. Invadimos -y entro en el plural, porque si bien yo no fui dirigente, fui activista en el sentido actual de la palabra-, e hicimos por cierto, lo que debe suceder en toda revolución: depredaciones, actos un poco vandálicos, entre ellos invadimos la Rectoría, tiramos una cantidad de cuadros, de viejos rectores (37).
En la entrevista recuerda, entre otros, a los hermanos Julio y Enrique Barros, a Deodoro Roca y a Ceferino Garzón Maceda, y apunta algunos de los antecedentes internacionales del movimiento. Reconoce la importancia de sus logros, en particular el hecho de que se revisara la calidad de los estudios, vinculados hasta entonces con la religión católica y que se modernizaran los planes de estudio, así como que los “burócratas clericales que antiguamente usufructuaban de la universidad se relegaron al olvido” (39).
Se destaca en esta compilación parte de la correspondencia que mantuvo con Roca (se han conservado solo las cartas recibidas por Filloy) en la segunda parte de la década de los treinta. La primera coincide con el día en que Roca recibe, emocionado, un ejemplar del entonces recién editado Op Oloop. Las misivas dan cuenta de la mutua pasión epistolar. En ellas se leen algunas de las urgencias e interrogantes políticos en el marco del clima intelectual de la época.
Este libro atesora los membretes de esas cartas, que van señalando distintas posiciones de enunciación en el transcurso del tiempo. Los primeros son del estudio que comparte Roca con otros abogados. Más tarde, corresponden al del periódico político de izquierda Flecha, en la misma dirección postal (Roca dice de esa revista: “Sinceramente, –lo dicen todos– no hay en este momento, de ese tipo, una publicación mejor en el país” (48). Luego, serán de un comité pro exiliados y, después, de otra revista político cultural llamada Las Comunas. En esos escritos abundan elogios y muestras de complicidad y de admiración por la literatura de Filloy: “le tengo, sin hipérbole, por el ‘primer hombre de letras’ de la Argentina” (46). Y, también, la insistencia para que participe y entregue sus colaboraciones en unos tiempos a los que Filloy parece no atender de manera estricta, según las urgencias y reclamos que Roca expresa. Roca repite: “Lo necesito. No me falte”; “Envíelo enseguida”; “Es indispensable que esta vez salgamos con alguna cosa suya, he llegado del campo, tras larga incomunicación y esperaba encontrar en prensa su nuevo artículo”; “Contésteme enseguida” (45-65; en negritas en el original). A veces el tono es de recriminación, aunque sin perder los modos del afecto: “Habrá recibido la Flecha 13. Me parece muy bien. Lo que no me parece bien es no tener aun sus artículos”; “Se ha olvidado usted (…) ¿las mandará, cuándo?” (55), le pregunta en referencia a una colección de dibujos, grabados, maderas y recortes que el escritor había prometido. No obstante las demoras, Roca agradece cada colaboración que llega: “Magnífico. Regalo inapreciable” (47). También se leen pedidos de ayuda económica para financiar las publicaciones que se sostienen, en palabras de Roca, “con pistolerismos”. Se disculpa ante Filloy: “Va entendiendo que no es esta compulsión o atraco” (49). En otra carta, explica, compungido, el cierre de Flecha por falta de una colaboración “que empieza a escasear y se hace penosa” (57). En una próxima, elogia Caterva. En las siguientes, vuelve a reclamarle un artículo: “es imprescindible que usted nos ayude con este número a fondo” (61). Reitera: “Necesitamos una colaboración suya. La necesitamos absolutamente” (63).
Cobran especial relevancia las respuestas provocadoras de Filloy al cuestionario sobre la Reforma que Roca le envía en 1936 para publicar en Flecha:
La “Reforma Universitaria” fue un magnífico geiser de entusiasmo, un estupendo borbotón de palabras. Pero el agua se fue por entre las manos. Y no quedó la suficiente para cocinar un par de huevos (66).
No es casual que la publicación de estos papeles coincida con los cien años del movimiento reformista. En este aniversario, la voz aguda de Filloy interpela a la comunidad universitaria con un diagnóstico punzante hacia aquel hito que se propuso ser revolucionario. En ese sentido, puede parafrasearse, en tiempo presente, la posición del escritor que subraya la compiladora en su cuidada introducción: la Reforma Universitaria de 1918 “no prosperó como ellos (los revolucionarios) hubieran deseado (puesto que) las reformas universitarias (deben) ser acompañadas por cabales reformas sociales si (quieren) ser exitosas” (12).
Bibliografía consultada
De Olmos, C, & Conforte, J. (2017). Juan Filloy Papeles sueltos. Córdoba – Río Cuarto: Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba. Editorial de la Universidad Nacional de Río Cuarto UniRío editora.