Secuestrada y desaparecida desde el 16 de mayo de 1977, Mónica Capelli era, además de militante política, estudiante de Letras Modernas en la Escuela de Letras de la FFyH, y Marta Zeballos de Capelli, su mamá, docente de Archivología y bibliotecaria que puso su oficio y voluntad en sistematizar y documentar las primeras denuncias contra la dictadura como integrante de Familiares en los peores años del terror. Carina Tumini, hija y nieta, reconstruye en un trabajo paciente y colectivo las vidas, los sueños y las luchas de dos mujeres que son parte de la historia de esta Facultad, homenajeadas en el marco de la semana de la memoria.
“Yo hice todo lo que tenía que hacer, ya está, ahora que la justicia haga su trabajo, hoy siento que puedo decir: Mónica volvió a casa”. Conmovida, agradecida, feliz, en paz, Carina Tumini cierra la muestra y el conversatorio “Las lecturas de Mónica”, que en la sala de profesores de la Escuela de Letras de la FFyH reunió a la hija, hermanxs, nietas, amigxs, estudiantes, docentes, graduadxs y público que quiso saber, acercarse, a lo que fue la vida -personal, académica, política- de Mónica Capelli, estudiante de Letras Modernas secuestrada, asesinada y desaparecida el 16 de mayo de 1977 en la ciudad de Rosario por la dictadura cívico-militar-eclesiástica. Dos horas antes, a poco más de cien metros de esa Escuela donde Mónica estudió, militó y se enamoró en la convulsionada década del 70, era homenajeada su mamá, Marta Zeballos de Capelli, mujer que movió cielo y tierra para saber lo que había pasado con su hija revolucionaria. En el hall de la Biblioteca Elma Kohlmeyer de Estrabou, “Mamina”, filósofa, docente de la Escuela de Archivología, recibía un merecidísimo homenaje por su enorme trabajo de bibliotecaria, su aporte a la cultura cordobesa en la conservación de cientos de libros de la biblioteca familiar que ahora son patrimonio de la universidad pública, y fundamentalmente por el coraje y la dignidad entregada a Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas de Córdoba, el organismo que en pleno horror dictatorial trajinó el laberinto del terror buscando a los hijxs o seres queridos que no aparecían.
Con la impronta, el amor y la tenacidad de Carina -heredada tal vez de su abuela materna-, la propuesta pensada por la Escuela de Letras, el Programa de Derechos Humanos y la Biblioteca de la FFyH junto con el Archivo Provincial de la Memoria, buscaba no solo contar las historias de Mónica, Marta y Carina. El convite era mucho más audaz: compartir las luchas y las tramas de tres mujeres que con intensidades y tiempos diferentes -por el contexto que les tocó vivir- pusieron cabeza, corazón y alma para hacer de esta casa común llamada tierra un lugar más solidario y fraterno. La apuesta, preparada con paciencia y amorosidad por personas que fueron sumando su granito de arena, era tejer y unir entre muchas y muchos las memorias de madre, hija y abuela. Y hacerlo desde lo cotidiano, lo simple, lo común, no solo desde lo épico. Poder imaginar a Mónica en las aulas y pabellones donde veinte años después su hija Carina estudiaría Psicología -en la orfandad política de los 90, la hoy Facultad era parte de Filo-, y donde su mamá, Marta, había dado clases, y preguntarse y preguntarnos por sus lecturas, la clase de estudiante que había sido, el contexto cultural y político que en los 60 y 70 atravesó su vida y deparó su muerte. Compartir con ex compañerxs qué profesores abrían cabezas y cuáles las cerraban, como era estudiar en un clima de violencia extrema, en una universidad militarizada hasta el milímetro en la que lxs estudiantes escribían o memorizaban lo que dictaba el o la docente, y poder reflexionar también sobre las profundidades de un proyecto que arrasó con vidas y todo lo que encontró a su paso, como los libros que atraviesan la existencia de la familia Capelli-Zeballos-Tumini.
Frente a un negacionismo que cunde como pandemia, rescatar aquellas militancias encendidas, apasionadas, comprometidas con la igualdad y la justicia social, operan como medicina para pensar y abordar un presente que nuevamente asoma sombrío, indiferente, mezquino. Hurgar en aquellas vidas politizadas y vitales hasta el infinito, nos ayuda a creer que nunca nada está perdido del todo mientras exista voluntad y conciencia de que es posible y deseable un mundo mejor.
Los hilos que cosen la historia
“Desde hace algún tiempo, en la Escuela de Letras intentamos recuperar parte de las memorias de la institución a partir de las historias de aquellxs estudiantes desaparecidxs que pasaron por sus aulas a finales de los sesenta y mediados de los setenta”, cuenta Soledad Boero, Vicedirectora de la Escuela, que compartió panel con Carina Tumini, Florencia Ortiz y María José Sabo, docentes de la institución. “A fines del año 2022 Carina se acercó al Programa de Derechos Humanos de la Facultad, y desde ahí se nos invitó a participar para el armado de una actividad que se fue gestando con el tiempo y muchas conversaciones, a las cuales se sumaría el Archivo Provincial de la Memoria. Con gran entusiasmo se fueron abriendo líneas para seguir indagando e investigando. Nos permitió, entre otras cosas, descubrir los mundos sensibles de Mónica como estudiante de Letras en los setenta: los libros que la apasionaban, sus subrayados, su amor por la poesía, las lecturas compartidas con otrxs amigxs de su generación, entre otros hilos que se fueron tramando y que nos llevaron a preguntarnos sobre ciertos modos de ser estudiante de Letras en esa época y, además, explorar algunos vínculos en torno a las maneras singulares de leer, al rol de los de los libros como vehículos de ideas y formas de abrir la experiencia hacia lo social”, completa Boero.
Convencidxs de que las memorias se construyen colectivamente, desde la Escuela que dirigen Soledad Boero y Candelaria de Olmos sostienen que “este tipo de actividades son necesarias no sólo para reponer las historias de vida de las personas y su vínculo con las instituciones por las que transitaron en etapas cruciales de su existencia, sino que también son necesarias para elaborar zonas de pasaje hacia el presente, como un lazo ineludible para seguir tramando con las nuevas generaciones de estudiantes que se acercan a la escuela de Letras, y dejar abiertas algunas preguntas: ¿Cómo habitamos hoy -en la escuela de Letras- nuestro vínculo ético y vital con lo que leemos?, ¿qué lazos somos capaces de inventar y darnos con nuestras herencias militantes, con los legados de nuestra historia reciente, a 40 años de la conquista de la democracia?, ¿cuál es nuestra experiencia de lectura ante un mundo que nos interpela desde diferentes lugares y nos exige, cada vez, modos creativos de lectura, intervención y escucha?
Entre esas conquistas democráticas están los juicios por delitos de lesa humanidad, que en Córdoba ya son trece con el último que el 12 de abril condenó a Barreiro, Villanueva y Díaz. Carina espera el de su mamá, historia que reconstruyó durante décadas con los pedacitos de memorias que ella, su abuela Marta, su abuelo Manolo, su papá Humberto (que era preso político cuando ella nació), sus tíxs, amigxs y compañerxs de militancia fueron atesorando para armar el rompecabezas de Mónica, una de las 116 víctimas de la megacausa Guerrieri IV que se tramita en los juzgados federales de Rosario desde agosto de 2022.
Postales
“El juicio de mi mamá”, titula Carina, y escribe: “Buscando y preguntando te fui conociendo. Esos distintos relatos que fui recopilando son parte hoy de un álbum sobre tu vida que está en la Sala Vidas para ser Contadas del Archivo Provincial de la Memoria. Cada persona al ver tus fotos, me mira y dice: ¡qué parecida sos! Me quedo pensando en tu herencia. ¿Qué es el amor de una madre? Dos años son un montón de upas y abrazos afirmaron mis amigas que saben de ser madres. En la última carta a tu mamá le pedís que te compre telas para hacerme una ropita: “la quiero sacar a pasear arreglada”. Una militante me habló de un diálogo entre ustedes: “¿Por qué no la dejas con los abuelos? Así no es la lucha”, respondiste. La foto en sepia es del día anterior a que todo cambie, es la última foto con vos. El domingo 15/5/77, fuimos de picnic al Parque Independencia. Se acercó un fotógrafo con una cámara de esas antiguas de cajón, con tela atrás. La vida es una sucesión de instantes, a veces mágicos, a veces dolorosos. ¿Qué observó ese hombre en esas tres mujeres? En mi rompecabezas de relatos también falta su nombre. Gracias señor fotógrafo, a esa foto nos aferramos mi abuela y yo por años. Este año un nuevo aniversario de tu secuestro, un nuevo ritual y otro fotógrafo que me interpela ¿No será que tendrás un altarcito que anida en tu corazón? Me ibas a llamar Consuelo, me llamaste Carina. Hoy pienso que tu mayor legado fue nombrarme querida”.
En ese tejer entre todxs la historia de Mónica, Carina fue armando un álbum para que quienes la hayan conocido y quieran contar algo puedan hacerlo: “Encontrarme con otros que la conocieron, que tienen pedacitos de historias que yo no tengo, invitarlos”, dice, sobre la importancia del otrx en la reconstrucción de la identidad. “Cada tanto lo abro y lo veo”, confiesa.
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“El juicio de mi hija”, titula Carina al texto que escribió su abuela Marta: “Cuando secuestraron a Mónica fue necesario buscar un abogado, no era fácil. Había que presentar habeas corpus, hacer denuncias en el Ministerio del Interior, eran muchos trámites para los que se necesitaba abogado, no se conseguían. Un amigo de mi marido nos contactó con uno en Rosario. Juan era joven, excelente persona y se interesó muchísimo por Mónica. Fue una gran compañía en mi dolor, hablábamos mucho por teléfono. Yo formé parte de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas en Córdoba. Las reuniones que teníamos significaban mucho para mí. Eran muy reconfortantes porque compartíamos la misma pena, la misma esperanza; hablábamos y queríamos lo mismo. Además de ser filósofa, soy bibliotecaria. Mi colaboración en Familiares era analizar la documentación luego de las denuncias, aun no existía la CONADEP. En el Archivo de la Memoria hay fichas de mi puño y letra de esa época”.
Ni Marta ni Manolo podrán escuchar la sentencia que llegaría a mediados de año sobre los verdugos de su hija y de miles de jóvenes de su generación, pero a partir de actividades como esta muchxs podrán saber que ellxs y lxs sobrevivientes abrieron el camino y pusieron una piedra sobre otra para que Memoria, Verdad y Justicia fuera mucho más que una consigna.
La disputa cultural
“En las décadas del 60 y del 70, Córdoba se convirtió en un foco de luchas sociales y de innovaciones en algunos sectores del arte y de la educación, fenómenos estrechamente vinculados con cambios económicos, sociales y demográficos iniciados en la década del 50. Esta ciudad se particularizó por una intensa actividad cultural y en cada uno de estos campos se vivió este lazo con el ideario político imperante de distintas maneras, pero con algunos horizontes en común: numerosas búsquedas se orientaron hacia la recuperación y construcción de una identidad latinoamericana como polo opuesto al centralismo europeo representado por la metrópolis porteña, así como una relación arte/política que movilizó los cánones instituidos, cuyos efectos aún se están evaluando e investigando. Este debate se sumaba a discusiones en los ámbitos nacional e internacional en torno a la izquierda, el rol de los intelectuales y de los artistas, la cultura popular vs. cultura de elite, entre otros temas”, escribe Florencia Ortiz, docente que investigó los impactos de esas transformaciones en el escenario cultural cordobés.
En el punteo que Ortiz titula “Encuentro con Carina Tumini”, la docente suma miradas de un tiempo vertiginoso para comprender el clima de época. “Palabras como hilos de colores, como cabos sueltos, que hoy elegimos atar al gran tapiz de esta historia en común. Memoria, universidad, investigación, lecturas, vidas, infancias, pañuelos, ausencias, refugios, literatura y política, objetos, libros, grafías, huellas… ¿Por dónde comenzar? Elijo tomar la aguja de coser o de bordar, e intentar sumarme a este tejido vital, en el que nuestras vidas y nuestro paso por esta universidad se hacen carne”, escribe quien comenzaba su primer grado cuando Menéndez y compañía ponían en marcha la maquinaria de muerte y destrucción. Una primaria que ocurrió “bajo ese manto frío de marchas militares, silencio y miedo. Sin arte, sin libros, sin expresión propia; sin literatura “de fantasía ilimitada”. Esta realidad compartida con muches de los que estamos acá, estuvo presente entre mis inquietudes en mi recorrido de formación académica, y motorizó el tema de mi tesis de doctorado. Quise entender y desenredar esa madeja de mi historia personal, familiar y cultural, vinculada con la cultura para la infancia de esas dos décadas tan claves para nuestra historia reciente, la del 60 y la del 70”.
Y citando a Puiggrós, señala que el impacto de la última dictadura cívico militar tendría efectos en el amplio campo de la educación y la cultura, “víctimas del golpe más dañino de su historia, que consistió en reprimir los movimientos de cambio que se preparaban en los años anteriores, impedir a la sociedad la digestión de lo nuevo, oponer el egoísmo de la cultura perimida a las demandas de aire fresco de una juventud distinta’”…Mónica (a quien no conocía y Carina, dos palabras que hoy dejan de ser nombres distantes, ajenos; y son ahora parte de mi propia historia, de nuestra historia como Escuela de Letras, como Facultad de Filosofía y Humanidades. Dos mujeres a quienes abrazar, a quienes entramarme, entramarnos”.
María José Sabo en tanto, pone el foco en los programas de estudios del período que comprende el paso de Mónica por la escuela de Letras, y los contrapone con el que sería la biblioteca de una lectora voraz, amante de la poesía como de la revolución: “Las materias que componían la carrera entre los años 68 y 78, son el testimonio de una violencia política atroz. En los programas de 1976 puede verse de qué manera este terror comienza a destrozar el tejido colectivo de una comunidad de conocimiento que se congregaba en torno a una certeza nuclear: que la palabra, y en especial, la palabra literaria, es portadora de una fuerza vital e histórica, por eso es capaz de criticar lo ya dado para re-imaginar mundos”.
Así, explica Sabo, “la contemporaneidad de la palabra da paso a una cristalización ahistórica, apolítica, e incorpórea de la literatura, que así, despojada violentamente de su vínculo con el presente y del hacer, queda apenas petrificada como “un bello arte”. Del despliegue festivo de autores, autoras, debates que proponían los programas sesentistas, y que nos invitan a imaginar aulas henchidas de voces conversando, pasamos a programas de menos de media carilla, con temas apenas enunciados de manera general: leemos “Romanticismo”, “Naturalismo”, “realismo””.
Si es cierto que los libros hablan de quiénes somos, el archivo de la estudiante Mónica Capelli está compuesto por “lecturas llenas de esa libertad que sólo dan los caminos sinuosos, únicos, de los textos que se atesoran. Su archivo conforma una constelación informal y lúdica de libros que sólo en parte obedece a la bibliografía pedida por un programa, más bien testimonia los intereses propios de una vida lectora, militante y reflexiva de esa estudiante y madre que va construyendo su pequeña e irrepetible biblioteca personal, y que hoy abonará las búsquedas, también personales, más no por ello no políticas, de otres estudiantes”.
Entre esas búsquedas, personales y políticas, Carina contó que en un momento de su vida, no hace mucho, se topó con la obra de Juan Rulfo, el mexicano que narró con magistral poética la realidad social de los sectores más olvidados de su país, fundamentalmente de los sectores rurales, en su obra cumbre: Pedro Páramo. Precisamente, el escritor que su mamá Mónica había elegido para hacer una monografía en la cátedra de literatura Latinoamericana que dirigía Delia Caminotti, íntima de su abuela Marta y de la familia Capelli y presente durante el conversatorio. “Mónica se venía a casa a estudiar y mi biblioteca era la suya. Se pasaba horas en mi escritorio”, recuerda Caminotti quien, en 1974, fue cesanteada de la Escuela de Letras por el coronel Fierro. “Vino un día a decirme cuál tenía que ser el programa, qué autores tenía que dar. Como me negué dijo: ‘señora, no tenemos más nada que hablar’. Y me fui”. Con sus noventa y tantos años encima y una lucidez envidiable, Delia sacó un folio y le entregó la monografía que Mónica había escrito sobre Rulfo a su hija Carina. La había guardado durante años como un tesoro personal: “Yo no guardo todo –dijo-: solo guardo lo que amo”. Hoy, ese texto, escrito a máquina a mediados de la década del 70, es un pedacito más de esa madre que Carina fue conociendo y asimilando con los años, y una parte de la historia de la Escuela de Letras.
Mamina
“Dice José Saramago que los libros hay que abrirlos con cuidado, porque tienen dentro al autor, con toda su sensibilidad, con todo lo que le ha hecho ser único e irrepetible. Dice que hay que pasar la yema de los dedos por los lomos de los libros con un gesto cómplice, decirles a los escritores que no están olvidados y demostrarlo acudiendo a ellos, hoy un libro, mañana otro, para que no se desesperen mientras nos aguardan y nos reclaman. Dice Saramago: Esta biblioteca tiene gente en los estantes. Nosotros decimos que los libros tienen dentro no solo a sus autores sino también la huella de aquellos que los eligieron de manera ecléctica, quizás para sus lecturas y para habitar los anaqueles de sus bibliotecas personales. En una biblioteca se entremezclan historias propias, familiares, colectivas. Reflejan las elecciones a través del tiempo en contextos históricos personales y ajenos. Describen un itinerario de búsqueda y de encuentro, de preguntas y respuestas, de acogimientos y abandonos”. La voz de Silvia Fois se escucha nítida, convencida. Tanto, que su pregunta encierra la respuesta: “¿Podemos decir que conocemos a alguien en parte por su biblioteca? Algo nos dicen sus libros, ahí silenciosos y quietos esperando revelarnos el misterio. Esta biblioteca, quizás parte de una historia, nos habla de Marta, nos cuenta en secreto algunas cosas de ella y también de Mónica, su hija. Y a partir de esta biblioteca que nos habla nos encontrarnos con Marta, con Mamina y celebramos hoy este merecido homenaje a quien fuera bibliotecaria y docente, mujer comprometida en tiempos difíciles, madre y abuela que nunca abandonó sus ideales y la lucha”.
Siguiendo la idea del hilo que une y cose pedacitos de la historia, hablar de Marta Zeballos, “Mamina”, encierra esa doble dimensión de custodia de la cultura y emblema de la lucha más visceral que pueda existir: la de una madre que toca todas las puertas posibles para encontrar el paradero de su hija secuestrada y desaparecida. De una mujer que transitó cada rincón del Estado Terrorista para buscar respuestas que pudieran mitigar el dolor de una herida que no cura. “El porte que recordamos de Marta, erguida y firme construido a fuerza de dolor pero de amor está presente hoy en esta sala. Sus libros nos invitan a conocerla, a recorrer un poquito de su vida a través de ellos. Seguro estará con cada lector que elija uno, acaricie su lomo, pase suavemente página por página, con su sonrisa y su certera palabra, recomendando en silencio algunos, contando el porqué de su existencia en la biblioteca”, lee Silvia, orgullosa. “Casi como un ángel invisible una parte del espíritu de Mamina quedará aquí en la Elma para siempre, para recordarnos quién fue y transmitirnos su férrea voluntad de luchar contra los molinos de viento. Gracias Mamina por elegirnos a través de Carina para quedarte un poco con nosotros en esta biblioteca”. Carina, su nieta, escucha junto a sus hijas, bisnietas de Marta, palabras que conmueven sobre la mujer que la crio cuando su mamá desapareció.
Poner el rostro a lxs desaparecidxs
“Conocimos a Marta a mediados de los años 80, cuando la Comisión de Familiares tuvo por primera vez su propio local en un edificio antiguo, en la planta alta de calle San Jerónimo. Marta era esbelta, elegante, participativa y solidaria. Con su esposo Manolo decidieron poner su propiedad como garantía para el alquiler de aquel local. Se habían integrado a la Comisión de Familiares en los primeros años después del golpe, cuando había que tener mucho valor para reclamarle a la dictadura terrorista y en particular al entonces general Menéndez en Córdoba. Pero el amor venció al terror. Y llenó de coraje a esas mujeres, a veces acompañadas por sus esposos, que fueron derrotando al miedo y ganando las calles, con sus recorridos por oficinas públicas, cuarteles y cárceles, en búsqueda de hijas e hijos arrebatados. A los Capelli le secuestraron a su hija Mónica en mayo de 1977. Tenía 25 años, era bibliotecaria como su madre, delegada gremial del SEP y militante política. María Carina, su hija, quedó con su abuela Marta”. Archivóloga, docente jubilada de la Escuela de Archivología de la FFyH y ex presa política, Norma San Nicolás hace su aporte para que quienes no la conocimos, conozcamos a Marta.
“Antes de que se creara la CONADEP Córdoba, no eran pocas las dificultades con la información que se recibía sobre los secuestros y desapariciones, no solo en Familiares. Era difícil realizar los listados con los apellidos y nombres correctos, identificar sobrenombres, fechas y lugares de secuestro, testigos, etc. Marta, junto a otras personas muy valiosas, puso al servicio de esta tarea imprescindible su profesión ordenando, organizando y sistematizando la información contenida en las denuncias, luego de que se lograra un importante acuerdo político entre todas las organizaciones para compartir la información que cada una poseía. También participó junto a otras y otros de las reuniones que los familiares hacían por la libertad de los presos y buscando a sus hijos desaparecidos en la Parroquia de Barrio Escobar-Bajo Palermo, donde en sus inmediaciones residía el genocida Menéndez. Esa parroquia era la del Padre Felipe Moyano Funes, integrante del MEDH y de la APDH. Cura solidario que acompañó a la Comisión junto a Carlos Ponce de León párroco de Los Naranjos y José Nasser párroco de San Martín, que cobijaban a los familiares e incluso refugiaron perseguidos con un gran riesgo para sus vidas. Merecen el reconocimiento porque fueron la contracara de la iglesia cómplice o partícipe del terrorismo de estado”, cuenta Norma, quien aporta un dato que será clave en la lucha contra la dictadura: “Cuando obtuvimos un aporte económico, enviado por Liliana Lesgart exiliada en Francia, única sobreviviente de una familia de cinco hermanos asesinados o desaparecidos, Marta nos ayudó a convencer a varios familiares y colaboró para recoger las fotografías de sus hijos, esposos, hermanos. Comprendió de inmediato la importancia de exponer públicamente los rostros y humanizar la imagen de los desaparecidos. Su aporte fue crucial, porque debemos comprender la reticencia a desprenderse aunque solo fuera temporalmente, de un verdadero y quizás único tesoro familiar. La imagen del rostro en una foto carnet, o con suerte, de alguna escena de la vida cotidiana de antes, como el casamiento, el egreso o algún un picnic junto al río. Así fue como se ampliaron los primeros rostros de los desaparecidos que circularon todos los jueves en la ronda de la Plaza de Córdoba, con el trabajo fotográfico profesional, silencioso y solidario, de dos artistas de la imagen: Lucía Seguí y Horacio Rata Liendo”.
Como resalta Norma, “con este acto hacemos justicia y rompemos el olvido de las y los primeros familiares, que después otras y otros continuaron a lo largo de estos 40 años de democracia. Marta y aquellas y aquellos primeros familiares, con sus pasos en las primeras rondas de la Plaza, fueron un aporte fundamental para cerrarle la puerta al Terrorismo de Estado y abrírselas a esta democracia que vivimos, luchando por mayor justicia y menor impunidad, con la consigna de cárcel efectiva, sin el privilegio de libertades domiciliarias para los genocidas. Marta Capelli y tantas y tantos Familiares que ya partieron pero nos siguen acompañando. PRESENTES!!!”
La amiga y compañera
“Yo solo vengo a rescatar la vida de quien no puede quedar en el anonimato de los papeles de un juicio, y esta no es una respuesta a un pedido, es una respuesta entusiasta que entró como un mandato de la amistad: contar el recorrido, y la memoria de ese recorrido de Marta Capelli, sin una utilización oportunista”. Delia Caminotti, ex docente de Letras y amiga de Marta Capelli, está feliz de poder ser parte de un hecho trascendental: la donación del Fondo Capelli a la Biblioteca Elma K. de Estraboo. “No hay derecho a ignorar su trayectoria, quien además de priorizar valores, optó por la verdad y la justicia, y nosotros agregamos su memoria. Desde allí se abroqueló en sus convicciones. Hoy nosotros priorizamos su memoria desde el principio ¨toda vida es una vida”, dice sobre la amiga. “Hoy propongo coser los recuerdos con palabras desde la sinceridad de lo espontáneo. Conocí a Marta Capelli en el Instituto de Estudios Americanistas, dependiente de la FFyH. Allí nació una amistad que lleva más de 78 años, relación en la que fui más favorecida porque siempre admiré su palabra justa y ajustada, sus SI y NO rotundos para que nadie se llamara a engaños sobre el revés de su pensamiento. Comprobé su lucidez y su rigor y también sus estrategias y sus modos de salir fortalecida de las pruebas que le presentó la vida, sin mezquindades, porque no se posee impunemente una personalidad como la suya”.
“Cuando faltó Mónica, su vida se abre como una bisagra de aceptación sin transigir en decisiones extremas, nunca una actitud “escapista”, sino una actitud de apertura. La palabra apertura evita el peligro de encerrar el sentido, no hay encierro materno ni miedo al exterior. Desde la zona de una realidad asumida todo fue mirar y acompañar la situación de riesgo que terminó en una hija secuestrada, desaparecida y asesinada. ¿Alguien puede reclamar ese dolor en lo que tiene de auténtico? ¿Se puede juzgar el horror?”, se pregunta y pregunta Delia.
La ausencia que cambió todo
Cuando Mónica fue secuestrada la vida de Marta y su familia cambió por completo: “Sin ceder ni dejarse llevar por el clima político de la violencia, tomó decisiones más por ética que por militancia. Comenzó la apología de la búsqueda, constante, esperanzada, sin claudicaciones, y la preocupación casi metafísica al borde de lo cotidiano, contra las concepciones pasivas y enlatadas de la realidad social. Nada la identificó tanto como la capacidad de aceptar, luchar, orgullosa de su pañuelo blanco, que significa atravesar el desafío que empuja al coraje. Marta era de esas personas que se reinventan, reconstruyen el camino con compromiso y no abatimiento”. Como lo contaron otrxs, ese compromiso “se materializa en las reuniones de familiares de desaparecidos. Su primera actividad era transcribir los testimonios de las víctimas y organizar las marchas de los pañuelos blancos. A su lado, la he visto transformar un desafío en entereza, a pesar de saber que la incertidumbr, era el resultado del intento de encontrarla, como quien se busca a sí mismo. Por eso quiero hablar de su vida y sólo con estas palabras derramar y certificar su constancia en una búsqueda que hizo de ella una roca, porque su tiempo de reloj de arena estaba siempre abierto a la esperanza”.
La esperanza que tiene Carina de saber y sentir que hizo todo lo que tuvo a su alcance para que los desaparecedores no lograran su objetivo. La sentencia por el crimen de su madre trasciende su voluntad o sus deseos de justicia. Lo importante, sanador, es haber tejido y tejido los recuadritos de memorias para que “Mónica finalmente haya vuelto a casa”.
Texto y fotos: Camilo Ratti