Con todo el peso y valor que condensa esta pregunta, la antropóloga Eliana Lacombe analiza el padecimiento y las luchas en contra de la contaminación ambiental que, de manera directa y con las voces de sus protagonistas, se sintetizan en el documental «Fuera Porta: Un grito de lucha», dirigido por Florencia Reynoso. Frente a un público que desbordó la capacidad de la sala, el trabajo audiovisual fue presentado el 1 de agosto en el Museo de Antropología.
Sufrimiento Ambiental fue la categoría teórica que crearon Javier Auyero y Débora Swistun (2008) para producir un sentido de síntesis de una serie de padecimientos vividos por vecinos de Dock Sud, en la zona petroquímica del conurbano bonaerense. El padecimiento generado por la contaminación industrial del suelo, el aire, el agua, los cuerpos… Pero también, el padecimiento por el abandono del Estado, la invisibilización de los medios de comunicación, la indefinición de la ciencia, la indiferencia de los otros, la inaccesibilidad a la justicia, la injusticia… forman habitualmente parte de este sufrimiento.
El documental Fuera Porta: Un grito de lucha de Florencia Reynoso, nos sitúa en cada uno de esas dimensiones del sufrimiento que padecen las comunidades contaminadas por el “progreso industrial”; en este caso, por la fábrica de Bioetanol de Porta Hnos., ubicada entre los barrios San Antonio e Inaudi, al sur de la ciudad de Córdoba.
Pero también, el documental nos muestra esa fuerza poderosa de las vecinas. Esas a las que les dicen con todos los aparatos performáticos del poder: “No podés contra el poder”. Y sin embargo ahí las tenés, plantadas día tras día, año tras año, con sus remeras negras y el grito “Fuera Porta”, enfrentando la injusticia con la única verdad: “Nada vale más que la VIDA”.
En los barrios San Antonio e Inaudi, los vecinos padecen dolores de cabeza, ardor en los ojos, problemas de piel, hay altos índices de abortos, niños con malformaciones, cáncer de páncreas, pulmón, mamas… Según el Dr. Merardo Álvila Vázquez, los vecinos a la Planta de Porta han desarrollado una enfermedad crónica conocida como “síndrome de sensibilización química múltiple”.
Pero la enfermedad es la cara más despiadada del sufrimiento ambiental; es tan sólo una de sus perversas caras. Porque también se sufre cuando te invaden los olores nauseabundos, cuando se impregnan en tu casa, en tu cuerpo… Cuando el paisaje de tu barrio se degrada. Cuando tu barrio ya parece no ser “tu barrio”; sino el barrio de la fábrica, el basural, la cloaca… Se trata de tu casa, de tus vecinos, del amor a cada cosa que hace que tu barrio sea tuyo…
Por eso las personas, aún ante el riesgo que genera la contaminación de la Planta de Bioetanol, no se van. No se quieren ir. No se irán. «FUERA PORTA DE MI BARRIO», es la consigna indeclinable. “Que el barrio vuelva a ser el que era antes de Porta”, resuena como un sueño de voces colectivas en el video documental.
La VIDA –así con mayúsculas- no es sólo la no– muerte, no es sólo no enfermarse, es el Buen Vivir que todos los Estados deberían garantizar.
“¿Cuánto vale la VIDA para nuestro Estado de Derecho?”, se pregunta Silvia, vecina y luchadora de barrio San Antonio.
¿Cuánto vale la vida para los que nos «representan»?, nos preguntamos todos.
Las demandas de vecinos y vecinas contra diferentes crímenes ambientales se multiplican hacia todos los puntos cardinales de la provincia de Córdoba. La provincia en la que hay que salir a defender con uñas y dientes el 3% de bosque nativo que nos queda, en dónde las principales fuentes de agua para consumo humano están contaminadas y se destinan millones de dólares en un puente y cero pesos para sanear las aguas de los lagos. La provincia en la cual se autorizan plantas de tratamiento de residuos peligrosos en zonas inundables, en la que se recicla menos del 1% de la basura domiciliaria, en la que se fumiga sin restricciones y barrios enteros se hunden por falta de cloacas…
En esta provincia, Córdoba, los gritos de lucha se multiplican. Es hora que sean oídos!
Texto: Eliana Lacombe
Dra. en Ciencias Antropológicas – FFyH- Museo de Antropología de la UNC
Fotos : Irina Morán