Especial 20 años de las Fosas Comunes de San Vicente | Testigo y cronista del inmenso trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense y el Museo de Antropología de la FFyH para encontrar las fosas comunes del cementerio San Vicente y recuperar las identidades de las personas desaparecidas durante el Terrorismo de Estado, Ana Mariani nos comparte un texto conmovedor sobre el impacto que tuvo, en Argentina y en el mundo, el hallazgo de las pruebas del horror dictatorial y los efectos que dicho proceso implicó para los Familiares, para el movimiento de derechos humanos, para los juicios de Lesa Humanidad que se retomaban en Córdoba y para confirmar que sin Memoria, Verdad y Justicia no hay democracia posible.
La dictadura argentina no escapó a la dificultad que tuvieron otros regímenes para ocultar los cuerpos de sus víctimas. La dictadura que se instaló en el poder en nuestro país a partir del 24 de marzo de 1976 tuvo también ese terrorífico problema: ¿qué hacer con los cuerpos?
Un pacto de silencio entre los autores intelectuales y materiales de la masacre de la década del ’70 impidió las respuestas, hasta que el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) logró dar una respuesta acabada a esa pregunta. Y fue 2003 el año en el que comenzaron las respuestas para familiares de desaparecidos en Córdoba.
Desde que supe que el EAAF venía a Córdoba, elegí la tarea de llevar adelante en el diario la investigación del largo recorrido que tendrían estos antropólogos con la colaboración de la Facultad de Filosofía y Humanidades junto al Museo de Antropología, al grupo Aristha, arqueólogos, historiadores, abogados, estudiantes… se realizó una tarea interdisciplinaria, y por supuesto, como siempre que se trata de Memoria, Verdad y Justicia, el apoyo de los organismos de DD.HH. estuvo siempre presente. En una entrevista que tuve con integrantes de HIJOS, Madres y Abuelas me comentaron de la llegada del EAAF. Por lo cual, para mí, en realidad comenzó antes de aquel enero de 2003 la investigación, ya que tuve un primer contacto telefónico un día de fines de 2002.
Con la poca información que tenía en ese momento, llamé a Buenos Aires a la sede del EAAF y logré hablar con Darío Olmo para comentarle que me interesaba acompañar la tarea que realizarían porque la sociedad necesitaba saber la verdad y el destino de los desaparecidos, que no estaban en el exterior sino que habían sido asesinados. Mantuvimos una charla cordial, pero me advirtió: “Con la prensa tendremos una relación cuidadosa. Primero están los familiares y la Justicia”. Esas palabras quedaron grabadas en mí durante los años que llevó la investigación.
Porque no se trataba de primicias; se trataba de respetar los tiempos y de no sobrepasar ciertos límites, que en el periodismo muchas veces se traspasan.
Y fue del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) del que aprendí todo lo que sé acerca del acompañamiento a familiares, además de entender lo que significa ese vacío que no permite realizar el duelo cuando no se sabe dónde está el cuerpo. Pero también, la contraparte: asistí muchas veces a la entrega de la urna con los restos del hijo, la hija, la pareja, el padre, la madre, el amigo… La tristeza era infinita, sí, pero ahora con la certeza de poder hacer el duelo. Además no solo se entregaban los restos de las víctimas, se devolvía una historia. Un integrante de la agrupación HIJOS rescató lo que significa la ceremonia de entrega de los restos a sus familiares: “Cuando uno participa de esa ceremonia, hay una dimensión que es colectiva, se recuperan los restos del ser querido, que ya no es un NN, y cada uno tiene un sentido de pertenencia sobre esa ceremonia; se reconstruye un pedazo de la historia de uno. Antes, había un vacío social sobre la figura del desaparecido, y esa incógnita se despeja con las exhumaciones. De esta forma, surgen las preguntas imprescindibles: qué pasó con esas personas, qué fue de sus vidas, por qué sus muertes, quiénes fueron”.
Otra integrante de la misma agrupación, que tiene a su mamá y a su papá en calidad de desaparecidos, destacó que se debía “calmar la esperanza”: “Nos hemos criado con esa sensación de muerte-no muerte, con esa ausencia, de alguna manera aceptada. Ahora creo que las exhumaciones tienen que hacerse por una cuestión histórica, para la memoria del país. Yo fui cambiando a partir de las identificaciones que se iban realizando. La palabra que las define es ´recuperación´. Se está recuperando algo y que no es solamente el cuerpo sino algo más fuerte. Lo que sí uno trata de hacer es calmar la esperanza. Pero es muy diferente cómo se vive generacionalmente. Me duele que nuestros abuelos, que lucharon por la justicia y por recuperar a mis padres, se hayan muerto sin tener la posibilidad de enterrarlos. Para mí la recuperación de los cuerpos de mis padres sería una parte: hay que recuperar otras cosas, reconstruir quiénes fueron, su mundo, sus ideas, sus proyectos. Y también llegar a determinar quiénes son los responsables de sus muertes. Creo que encontrar el cuerpo abre cosas, más de las que cierra”.
Y fue el Museo de Antropología de Córdoba el que se convirtió para mí en un lugar familiar, ya que allí asistí a cada reunión de los lunes a encontrarme con Darío Olmo para que me informara sobre los adelantos que semanalmente se producían en el cementerio San Vicente.
Pero también me quedó grabada para siempre la imagen de la primera vez que ingresé al laboratorio del Museo de Antropología. Chocar de frente con una dolorosa historia. Estar ante los restos de personas que habían sido secuestradas, torturadas, asesinadas y enterradas en fosas comunes en contra de toda pauta cultural y civilizada. Allí estaban Mariana Fabra y Fernando Olivares en el laboratorio, quienes me dijeron: “Es muy fuerte la sensación que tenemos al trabajar sobre estos restos. Pero sentimos que nuestro trabajo es una manera de colaborar con los familiares de los desaparecidos, para que puedan cerrar un círculo, ya que no pudieron recuperar ni el cuerpo del ser querido ni ese período de historia en el cual la persona no estuvo. Sentimos que es una deuda y una forma de ayudar a esclarecer una parte de la historia que la sociedad necesita conocer”, me dijeron. Además en el Museo realicé las entrevistas con otros integrantes que colaboraban con el EAAF y también realicé el acompañamiento a familiares que me lo solicitaban para dar su muestra de sangre, ya que muchos llamaban al diario para saber cómo era el mecanismo.
Y llegó el 1° de julio de 2003. El EAAF llamó a los medios al Museo de Antropología para una conferencia de prensa e informar la primera identificación y entregar un CD con fotos de las fosas de San Vicente. Recuerdo que llegué corriendo al diario porque ya estaban cerrando las páginas para entregarlas a las rotativas para imprimir. El director ordenó levantar la tapa y la página 4 del diario, para publicar algunas de las fotos.
Cualquier ciudadano hubiera podido pensar al observar esas fotos que se trataba de algún campo de concentración alemán… Auschwitz, Buchenwald, Teblinka, Sobibor, sin embargo, esas imágenes pertenecían al horror enterrado en San Vicente.
Las fotos de las fosas que toda la sociedad cordobesa pudo ver mostraban el cuerpo del delito, ya nadie pudo después de eso decir esto no pasó. Pasó y algunos de los mayores responsables de esos asesinatos, que siempre supieron dónde estaban los desaparecidos pero nunca hablaron, hoy están condenados. Otro gran logro de nuestra democracia. En otros países donde hubo dictaduras tan sangrientas como la nuestra nunca fueron juzgados los genocidas.
Quienes pudimos observar el trabajo de los antropólogos, cuando las excavaciones llegaron a los restos, no logramos encontrar palabras; no existían. Y como dijo una amiga hace pocos días: “Se cumplen 20 años del desgarro visual que cambió nuestro modo de mirar”.
Las fotos también demostraron el trabajo de hormiga de los peritos y colaboradores que realizaban una tarea de cirujanos. Debían seleccionar y limpiar cada resto con sumo cuidado ya que no podían mezclarse las piezas porque eso dificultaría la posterior identificación.
El día anterior a que el EAAF entregara estas fotos, publicábamos la resolución de la jueza Garzón de Lascano que me hizo llegar al diario, con la primera identificación, la de Mario Osatinsky, enterrado como NN en la fosa común del cuadro C del cementerio San Vicente la noche del 27 de abril de 1976. Venía a recibir los restos desde Suiza la mamá de Mario, Sara Solarz de Osatinsky. Habrá tenido que armarse de coraje para pisar suelo argentino después de no haber vuelto nunca a su país desde aquel 19 de diciembre de 1978, cuando efectivos de la Armada la llevaron a Ezeiza para que partiera rumbo a un forzoso exilio. Habrá tenido que armarse de coraje para pisar el suelo del país en el que quedaron sus dos hijos y su esposo muertos.
A los pocos días de esta identificación y de la repercusión que tuvieron las tareas realizadas en San Vicente, nos juntamos con dos compañeros del diario, Franco Picatto y Juan Carlos Simo, que trabajaban en lavoz on line para la Web y consideramos la posibilidad de realizar un multimedia, ya que pensábamos que este hecho histórico para Córdoba debía traspasar las fronteras de la provincia y el país. La dirección del diario nos dio el visto bueno y nos pusimos a trabajar a destajo junto a infografistas, fotógrafos, diagramadores para realizar un informe periodístico interactivo, teniendo en cuenta la investigación que había realizado hasta ese momento.
Desde el 10 de agosto de 2003, Argentina y el mundo tuvo a disposición el multimedia en Internet.
El ejercicio de la memoria es difícil y a veces, como en este caso, puede tornarse casi insoportable.
Por eso es necesario el proceso de construcción de la memoria colectiva contra el negacionismo, que intenta desacreditar con las narrativas que se instalan y que se construyen con la complicidad de ciertos medios de comunicación que incitan al enojo, al malestar y a movilizar las peores emociones, porque las de los negacionistas son construcciones ligadas al odio que intentan destruir los lazos sociales.
Se hace imprescindible recordar que hace 20 años la ciudadanía de Córdoba, con un nudo en la garganta, observaba las fotos del horror que desgarraban los sentidos y que comenzaban a desanudar una larguísima y dolorosa historia. Y esas eran las pruebas del delito. Desde ese momento, solamente los necios podían negar el genocidio argentino, la inhumana manera de pretender esconder sus crímenes y pretender decir “esto no pasó”.
Si bien en algunos casos el ejercicio de la memoria puede resultar casi insoportable, es absolutamente necesario. Y en los momentos que estamos transitando en nuestro país se transforma en una obligación de la ciudadanía.
Se exterminó a una generación y las consecuencias las estamos padeciendo con creces. La tarea que nos cabe es descorrer los velos que muchos pretenden que permanezcan ocultos. Hay que reconstruir quiénes fueron, su mundo, sus proyectos. Y no cejar en la tarea de señalar a los responsables de sus desapariciones y muertes.
Por: Ana Mariani
Fotos: Camilo Ratti