El sábado 1º de octubre, una veintena de rectores y decanos de universidades públicas de todo el país visitaron a Milagro Sala y a las otras presas de la Organización Social Tupac Amaru en el Penal de Mujeres de Alto Comedero. En este marco, Sala recibió el Premio José María Aricó al compromiso social y político 2016 de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. La distinción fue entregada por el decano, Diego Tatián, quien escribió esta crónica sobre el viaje a Jujuy para la revista Alfilo.
Una vez que se vio, ya no es posible no haber visto. No es posible seguir en las cosas de siempre como ciegos, como si nada. El sábado 1º de octubre, un importante grupo de personas (miembros del Comité por la Libertad de Milagro Sala, La Bisagra y otros partidos y movimientos sociales) viajó desde Córdoba hasta Jujuy para manifestar allí mismo su solidaridad con Milagro Sala y otros 12 presos políticos de la Organización Barrial Túpac Amaru. Esa manifestación de reconocimiento y cariño a la más importante dirigente social de la Argentina coincidió con la entrega del Premio Aricó 2016 que el HCD de la Facultad de Filosofía y Humanidades le concedió el 22 de agosto último, y con una contundente conferencia de prensa en la que 17 rectores -que se hallaban en San Salvador por haber asistido a un plenario del CIN-, además de referentes de Conadu y decanos de distintas universidades, denunciaron la irregularidad y la arbitrariedad del encarcelamiento de Milagro y los demás integrantes de la Túpac.
Por la mañana, en la apertura del plenario del CIN, el gobernador Morales hizo uso de la palabra para fustigar a los rectores («es una vergüenza que rectores vayan a visitar a Milagro Sala a la cárcel”; “Me parece [que esa visita] no habla bien de las universidades que conducen”) y algunas perlitas, que solo puede pronunciar alguien acostumbrado a una total impunidad y ausencia de límites: “la tengo presa”, o (a los rectores) «si quieren les abro la fiscalía así comprueban todo», como si la fiscalía fuera su tienda. Les comentaba a algunos amigos jujeños mi asombro de que un gobernador pudiera decir algo así; primero me miraron con la paciencia con la que se mira a un foráneo que acaba de caerse del guindo; después se divirtieron sanamente con mi ingenuidad.
Muchas de las mujeres (la mayoría son mujeres) presas, lo están desde hace meses en comisarías con el argumento de que la cárcel carece de espacio suficiente. Allí carecen de sillas y mesas, se sientan en el suelo, comen en el suelo (la comida que les llevan familiares y amigos, ya que no les es provista alimentación) y no les está permitida la salida de la celda a espacios abiertos. Cuatro están alojadas en la cárcel de Alto Comedero, apenas imputadas (como lo está el propio Morales; como lo está Macri en 214 acusaciones), con las causas paradas desde hace meses, sin que ninguna de ellas haya sido elevada a proceso. Junto a Milagro están Gladys Díaz, Mirta Aizama y Patricia Cabana. Todas ellas sometidas a un plan sistemático de extorsión: si acusan a Milagro, las dejan libres. La misma extorsión que para los presos y presas de las comisarías. Una integrante del Comité por la Libertad de Milagro Sala pudo entrevistarse brevemente con algunas de ellas por la mañana (dos minutos, a cambio de que se fueran de la puerta de la comisaría) y le pidieron emocionadas que le hicieran llegar a Milagro el mensaje de que esté tranquila porque no las iban a quebrar.
En la Túpac hay hombres, mujeres y niños, pero el alma son las mujeres. Patricia tiene 9 hijos, que estaban todos allí, en la visita al penal. Ella lloraba abrazada a Milagro, decía que no iban a lograr que la acusara de nada (como lograron que en mayo lo hiciera Mabel Balconte, quien al día siguiente de haber dado su declaración intentó suicidarse con 15 pastillas de somnífero), pero también que a veces tenía miedo de volverse loca –por ejemplo cuando alguno de sus hijos venía con un ojo lastimado luego de una golpiza en la escuela por “ser el hijo de una chora”. Y en estos días, nos cuenta Milagro con voz serena y firme, los jueces le ofrecieron la prisión domiciliaria -cosa que ella no aceptó antes, ni lo hará tampoco ahora- a cambio de testimoniar contra el ex Gobernador Fellner y contra el ex Secretario de Obras Públicas José López (que esta semana será trasladado a Jujuy para montar otro circo mediático en tierra tupaquera).
Cuando habla, el rostro indio de Milagro es seco, diáfano y hermoso. Su castellano parece hospedado por lenguas desconocidas que retumban en cada palabra y lo vuelven puramente americano. La revolución indigenista de José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru no parece un hecho del pasado cuando esa mujer pequeña que habla con fuerza arrolladora nos atraviesa con su mirada paciente, sino una memoria viva y una emancipación aún abierta –como tampoco es cosa olvidada su decapitación y descuartizamiento por los colonizadores en la Plaza de Armas de Cuzco, aunque a nosotros ese día de 1781 nos resulte lejano. No lo está para las comunidades que heredaron su tragedia.
Quizá sea exagerado decir que en Jujuy se vive un estado de terror; lo que se vive es un estado de miedo para quienes no comulgan con el gobernador Morales. Un microfascismo -a veces no tan micro- es llevado a la práctica en modos de amedrentamiento, disciplinamiento social y persecución a los opositores políticos, de una magnitud que el estado de derechos y garantías cuyas bases fueron puestas por el Presidente Alfonsín no había conocido desde la recuperación democrática. Estando ellas presas, la policía entró en la casa de Milagro y de otras de las integrantes de la Túpac y demolió paredes interiores con la excusa de que allí había dinero escondido. Tras la demolición, se fueron como si nada. Las personas dejaron de asistir a las rondas que los familiares hacen todos los jueves en la plaza Belgrano (que son estrictamente monitoreadas con un drone), porque los domicilios de quienes asistían o manifestaban alguna solidaridad con las presas fueron saqueados, en algunos casos más de una vez.
En esa misma plaza, estudiantes, rectores y decanos (en un número aproximado de 60 ó 70) hicimos una ruidosa y colorida ronda al finalizar la tarde, cantando por la libertad de los presos y las presas políticas que habíamos visitado durante el día. Las calles adyacentes comenzaron a llenarse de patrulleros y carros atestados con integrantes del Cuerpo de Infantería como si allí hubiera habido una muchedumbre de delincuentes.
La resistencia de las presas y los presos políticos de Jujuy atesora el espíritu de la democracia que el pueblo argentino, no sin esfuerzo, construyó en las últimas tres décadas; esa resistencia es a su modo una ofrenda hacia todos nosotros, y sin duda será reconocida por la historia. Pero en tanto, quienes están presas/os son ellas/os, en condiciones de humillación y de oprobio, solo menguadas por la creciente solidaridad de las fuerzas democráticas.
Hay experiencias, como la de haber ido a Jujuy y ver lo que no queríamos ver, que no nos vuelven mejores, apenas nos hacen sentir que somos menos peores que antes de haberlas tenido. Una vez se vio ya no es posible no haber visto.
Por Diego Tatián
Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades – UNC
Fotografías: Gentileza Comité por la Libertad de Milagro Sala – Córdoba
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